2006/09/12 06:00:00 GMT+2
Llevo años quejándome del uso
erróneo que muchos políticos y periodistas –y, por su culpa, también ya
muchísimos castellanohablantes– hacen del verbo «cesar». Dicen (o escriben):
«Fulano ha sido cesado». Lo que quieren decir es que ha sido destituido.
«Cesar» es un verbo intransitivo. Nadie te puede cesar, como nadie te puede nacer
(parir es otra cosa), como nadie te puede crecer, como nadie te puede suicidar
(disfrazar un asesinato de suicidio también es otra cosa). Uno cesa en su actividad, por deseo propio o
por fuerza mayor, y el hecho empieza y acaba en uno mismo, que es el tipo de
sucesos que describen los verbos intransitivos. Por contra, a uno lo pueden destituir. Ahí lo ocurrido también
termina en uno, pero empieza en otro, como saben de sobra todos los destituidos.
Mi enfado con el uso incorrecto
que políticos y periodistas hacen del verbo «cesar» es doble. Me molesta que lo
empleen mal, pero me molesta todavía más que lo hagan a sabiendas de que lo
hacen, porque no creo que para estas alturas quede alguno que no haya sido
reconvenido alguna vez por ello.
De todos modos, se trata del uso
erróneo de un verbo, sin más.
Más enjundia –y hasta más
gracia, si bien se mira– es el uso que se hace en España del verbo «dimitir».
Leí ayer: «Luis Aragonés presentó su dimisión, pero la Federación Española de
Fútbol no se la aceptó». ¡Ésa sí que es buena! Confunden «dimitir» con «poner
el cargo a disposición». Dimitir es algo que no depende de que otros lo acepten
o lo rechacen. El que decide dimitir de un puesto, o de un empleo, o de lo que
sea, comunica su decisión, recoge sus bártulos y se va. No hay nada que
discutir. Nadie tiene por qué darle ningún visto bueno. Tal vez pueda haber
cláusulas contractuales que le obliguen a permanecer desempeñando sus funciones
durante unos días, o puede que él mismo conceda ese plazo por delicadeza, para
facilitar la transición; pero, transcurrido ese plazo, se marcha, y no hay más
que hablar. Eso es dimitir. Otra cosa es ver que las cosas se te hayan puesto
mal, que haya gente que te critique y que, ante la duda de que quienes te
nombraron sigan confiando en tu trabajo, pongas tu cargo a su disposición, o
sea, les digas: «Oye, que si lo crees conveniente, me voy, y todos tan amigos».
Aquí el asunto ya no es
meramente semántico. La «dimisión», en este último sentido, es más bien el
gesto grandilocuente de alguien que quiere presentarse como muy digno y
orgulloso, pero que en realidad sólo busca mejorar su posición.
Como empleado que he sido de
diversas empresas, no han sido pocos los compañeros de trabajo que han venido a
contarme que estaban hartos y que habían decidido presentar su dimisión. Tras
adquirir algo de experiencia en la materia en mis primeros años de currante por
cuenta ajena, les solía aconsejar lo mismo, y no sin cierta sorna: «Si
presentas la dimisión, estate preparado, porque pueden aceptártela». En
realidad no querían dimitir: amenazaban, sin más. Algunos lograron mejoras
profesionales por esa vía, pero no faltaron los que vieron cumplirse mis
presagios y se encontraron en la calle.
Yo sólo he dimitido una vez en
la vida –de mi puesto en la revista del Instituto Social de la Marina, en 1987–,
pero no lo hice para que me subieran el suelo ni nada semejante, sino para
dimitir, sin más. Para irme. Y me fui, cosa de la que nunca me alegraré lo
suficiente, porque a partir de entonces todo empezó a irme mucho mejor (salvo
la edad, claro).
En el caso de Luis Aragonés,
supongo que habrá de tenerse también en cuenta el personal que lo rodea en la
Federación Española de Fútbol. «El contexto», que se dice ahora. Imagino que
tendrán en ese antro una especie de pacto de sangre para que nadie abra la
espita de las dimisiones. Porque, ¿cómo dar por buenas unas y obviar las otras?
Escrito por: ortiz.2006/09/12 06:00:00 GMT+2
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2006/09/11 08:40:00 GMT+2
La precampaña de las elecciones presidenciales francesas –se toman la cosa con adelanto: se celebrarán el próximo año– está viéndose dominada por un fenómeno que en realidad no es nuevo, pero que nunca había adquirido tanta importancia. Creo que ha sido el diario Libération el que lo ha bautizado con el nombre, un tanto extravagante, de peopolisation, palabro inscrito en la línea de lo que los franceses llaman «el franglés». Se refieren al recurso constante que las dos personalidades que tienen más posibilidades de acabar enfrentándose en la campaña presidencial (la dirigente socialista Ségoléne Royal y el líder derechista Nicolas Sarkozy) al apoyo de estrellas de la música y el cine.
La particularidad del modo en el que los dos precandidatos están echando mano de este recurso es que, a diferencia de ocasiones anteriores, en las que los artistas e intelectuales partidarios de tal o cual opción política hacían saber su opción personal, y eso era todo, en esta ocasión están apareciendo en primer plano y casi en plano de igualdad con el dirigente cuya promoción sostienen: ellos revelan su admiración por el político... y el político revela su admiración por ellos. El hecho que más ha llamado la atención sobre este fenómeno en los últimos días ha sido la aparición conjunta en actos públicos del veterano rockero Johnny Hallyday –y también, en varias ocasiones, del actor Jean Reno– junto a Nicolas Sarkozy. Esos actos han dado infinitamente más juego en los medios de comunicación de masas que el contenido de los discursos –paradójicamente bastante elaborados– del ministro del Interior y precandidato.
Se trata, sin duda, de una muestra acabada del proceso de degeneración que está experimentando la política de altos vuelos en toda Europa; no sólo en Francia: las imágenes reemplazan a los programas, los números efectistas ocupan el lugar de los razonamientos, es mucho más importante cautivar que convencer. Ségoléne Royal –a la que tampoco le faltan los artistas– es, ella misma, un ejemplo perfecto del mal que avanza: exultante, atractiva, siempre sonriente, resulta mucho más fácil fotografiarla en la playa en bañador que sacarle una declaración precisa sobre cualquier asunto conflictivo. Es posible que acierte al actuar así, porque, según leo en un atinado artículo de Alain Duhamel en Libération, las revistas del corazón que publicaron las fotos playeras y las actividades de relajo de la dirigente socialista se han vendido este verano como churros, en tanto las publicaciones serias en las que se analizaban las propuestas políticas de la principal baza electoral del PSF apenas han atraído la atención pública.
La cuestión no es tanto los votos que puedan aportar a tal o cual candidatura política las vedettes, sino lo que contribuyen a hacer más atractiva su imagen, dándole de paso un cierto aval de solvencia: «No estará tan mal como otros dicen, si Fulanito o Menganita, que son estupendos, le apoyan». Todo está montado para que quede en un segundo plano, si es que no del todo anulada, la reflexión personal y pausada de quien vota, movido al final más por emociones superficiales que por opciones de fondo. Lo cual viene bastante facilitado, de hecho, porque los propios candidatos cada vez se parecen más entre sí a la hora de gobernar.
Nota de edición: Javier publicó una columna que trataba el mismo asunto en El Mundo: Llega la 'peopolisación'.
Escrito por: ortiz.2006/09/11 08:40:00 GMT+2
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2006/09/10 09:40:00 GMT+2
Acabo de leer un libro recién publicado por el ministro del Interior francés, Nicolas Sarkozy. Se titula Témoignage («Testimonio»), y se ha
convertido en pocas semanas en Francia en un best-seller, con algo así como 300.000 ejemplares vendidos. Es
interesante, porque añade importantes matices a una figura política que aquí,
vista desde la distancia y conocida sólo por sus manifestaciones y actuaciones
más llamativas en tanto que ministro del Interior, en particular durante los levantamientos
juveniles de los suburbios y durante las protestas estudiantiles de los últimos
tiempos. Muchos –entre los que me encuentro– hemos venido viendo a Sarkozy como
una especie de Le Pen surgido de las entrañas de las formaciones políticas
conservadoras francesas, cada vez más derechizadas, si es que no fascistizadas,
como respuesta a la derechización progresiva de las propias clases medias del
país vecino.
La lectura del libro ofrece el
perfil de un político abiertamente de derechas (él mismo reivindica ese título,
ridiculizando la tendencia de la derecha francesa a disfrazarse
vergonzantemente de centro) y dado a
los planteamientos claros y tajantes, pero muy alejado de los planteamientos
filofascistas, antisemitas y radicalmente xenófobos del lepenismo. Pero lo que
más llama la atención del texto de Sarkozy es que da cuenta de un político
hábil, astuto, con un nivel cultural apreciable y, además, imaginativo y
notablemente inteligente. También populista, por más que él ponga empeño en
distinguir entre popular y populista. No tiene los modos pausados y
refinados ni el habla intelectual de Dominique de Villepin, pero tampoco
responde a la imagen tosca y bronca que tenemos de él por aquí. Para
entendernos: no es un Corcuera. De hecho, no resulta chocante que ejerciera
también durante unos años de ministro de Economía y Finanzas y tampoco debe
extrañar que fuera elegido presidente del UMP –el partido mayoritario de la
derecha francesa– por el 75% de los votos de los delegados.
Todo lo cual lo convierte en un
hombre inquietante, no sólo porque demuestra que es bastante posible que
alcance la Presidencia de la República Francesa en las elecciones del próximo
año, si es que la izquierda no recupera la energía y la credibilidad perdidas,
sino también porque puede llegar a ser un referente de importancia para el
conjunto de la derecha europea, muy en particular de la latina y aún más en
particular de la española. Estoy seguro de que, cuando las mediocridades que
dirigen el Partido Popular español vean el raudal de ideas y argumentos que
aporta Sarkozy para defender los postulados de la derecha, se quedarán
subyugados. Nada que ver con su discurso ramplón y meramente defensivo. Quizá
haya algún punto que les chirríe (Sarkozy conserva trazos del nacionalismo
gaullista, lo que le lleva a mostrarse reticente con algunas consecuencias de
la globalización y el neoliberalismo) pero, por lo demás, les sirve en bandeja
un programa del que ellos, convertidos en una máquina automática de expender
noes, carecen.
Un individuo preocupante, en
suma.
Escrito por: ortiz.2006/09/10 09:40:00 GMT+2
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2006/09/09 11:10:00 GMT+2
Las Naciones Unidas han adoptado por primera vez un documento para la lucha internacional contra el terrorismo. En general, y por lo que he podido leer de él, incluye algunas medidas concretas y manifiesta un buen número de buenos deseos, pero presenta lagunas que permiten sospechar que no va a servir para gran cosa. En primer lugar, renuncia a definir qué entiende por terrorismo y si en su concepto de terrorismo se incluyen todos los tipos de violencia destinados a aterrorizar a las poblaciones, comprendido, en consecuencia, el terrorismo de Estado. En segundo lugar, elude hacer un catálogo de los focos de terrorismo más importantes que hay en el mundo actual. Esto es importante, porque no parece que sea tarea sencilla combatir algo que no se sabe ni quién lo realiza ni dónde está. Hace años ya hubo un intento en la ONU de establecer un catálogo de ese género y se demostró que la tarea era imposible: lo que para unos gobiernos es terrorismo para otros no lo es, y al contrario.
El mero hecho de que la declaración haya sido suscrita por los 192 estados representados en la Asamblea General mueve al mayor escepticismo. Según leo, entre las medidas aprobadas por la ONU para frenar la propagación del terrorismo figuran el que se den soluciones a conflictos "prolongados o sin resolver", evitar la "deshumanización de las víctimas del terrorismo" entendida como el "desprecio a la vida" y a su "dignidad", la ausencia del Estado de Derecho, la violación de los Derechos Humanos, la discriminación étnica, nacional o religiosa y la marginación social y económica». Muchos de los gobiernos firmantes de la declaración se dedican fervientemente a hacer justamente lo contrario. Si creyeran que el documento pone en peligro la pervivencia de sus sistemas, se habrían negado a suscribirlo, sin sombra de duda. Los propios EEUU lo habrían vetado, como cada vez que se propone una resolución que trata de frenar la política agresiva y expansionista del Estado de Israel. No digamos si se le tratara de obligar a cerrar la prisión de Guantánamo, o a no tener cárceles secretas.
Cada tanto, la ONU se cree en la obligación de parecer que no es lo que es y emite algún documento grandilocuente para darse ínfulas y tal vez también para acallar su mala conciencia. El secretario general Kofi Annan ha dicho que «ahora, la prueba será cómo poner en práctica lo acordado». Ya. Y tanto.
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: Una colección de buenos deseos.
Escrito por: ortiz.2006/09/09 11:10:00 GMT+2
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2006/09/08 08:30:00 GMT+2
Supongo que habréis tenido
ocasión de ver en la televisión o de oír por radio el número que montó ayer en
la Audiencia Nacional el miembro de ETA Iñaki Bilbao Goikoetxea, amenazando con
«arrancar la piel a tiras» y «dar siete tiros» a los jueces que se le pusieron
por delante, a lo que añadió una larga serie de insultos y de alusiones a la
falta de cojones de los susodichos. De todos modos, lo que a mí me llamó más la
atención ern medio del guirigay que montó fue la rotundidad con la que afirmó
que él seguirá defendiendo la lucha armada de por vida. Esa promesa dejó ver a
las claras su oposición a la línea defendida actualmente por la dirección de la
propia ETA.
Por lo que he visto en los
últimos juicios que se han desarrollado en la Audiencia Nacional contra
integrantes de ETA, éstos han adoptado dos actitudes básicas: unos se han dedicado a despreciar por completo al
tribunal, de manera más o menos aparatosa (el que más, Iñaki Bilbao, desde
luego), en tanto que otros, sin dejar de rechazar la legitimidad del tribunal
español, han apelado a las nuevas condiciones creadas por la tregua y por las
conversaciones entre el Gobierno de Madrid y ETA. Si hay dos líneas políticas
entre los presos, cuáles son y a cuántos de ellos abarcan la una y la otra, es
algo que yo no sé, pero que parece deducirse de sus distintas actitudes.
Lo que sí sé es que los
espectáculos como el que montó ayer Iñaki Bilbao contribuyen a debilitar la
posición dialogante de Rodríguez Zapatero y a reforzar la ofensiva que
está en marcha contra ese posible diálogo, enquistando las posiciones hostiles
de buena parte de la opinión pública española, que quiere que cese la violencia
de ETA, pero no admite que eso suponga conceder determinadas contrapartidas a
sus integrantes. Se comprenderá que es muchísima la gente a la que la simple
idea de que sea puesto en libertad alguien que anuncia con tanta rabia su
voluntad de seguir matando le produce una repulsión total.
Para que el tan traído y llevado
proceso pueda seguir su curso se requieren unas condiciones de
distensión creciente, que tanto las constantes iniciativas de hostigamiento de
la Audiencia Nacional contra Batasuna como las muestras de ferocidad al estilo
de la de Iñaki Bilbao impiden. Así, no sé si vamos a algún lado, pero desde
luego no a buen ritmo.
No me es difícil imaginar
quiénes se estarían frotando las manos ayer con la visión de los incidentes de
la Audiencia Nacional. Apuesto cualquier cosa a que Arnaldo Otegi no fue uno de
ellos.
Escrito por: ortiz.2006/09/08 08:30:00 GMT+2
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2006/09/07 05:00:00 GMT+2
Hay un latiguillo al que
recurren de manera sistemática los responsables del Gobierno y del PSOE
cuando alguien les dice que no se
aprecia ningún avance en el proceso de pacificación y normalización de Euskadi.
«Ya avisamos en su momento de que iba a tratarse de un proceso largo y
difícil», responden. Ayer se hizo público el avance de una entrevista que
Rodríguez Zapatero ha concedido al semanario alemán Die Zeit en la que
vuelve a echar mano de ese truco. Por lo visto, como ya pronosticó que todo iba
a resultar «largo y difícil», que no se esté logrando ningún objetivo palpable
es hasta bueno: demuestra su capacidad de predicción.
Anuncia Zapatero en esa
entrevista que en las próximas semanas va a haber algunos contactos «exploratorios»
y «preliminares» entre el Gobierno y la dirección de ETA. Me parece tirando a
chusco, porque es un secreto a voces que esos contactos vienen produciéndose
desde hace tiempo. Quizá se refiera a que van a emprender contactos sin
intermediarios. Sea como sea, es muy poco. Pero es algo. En el otro plano –el
de la llamada «normalización política»–, todo parece estar aún más en
mantillas. Los socialistas no han pasado de decir una y otra vez dos cosas a
ese respecto: que es Batasuna la que tiene que «mover ficha», legalizando algún
otro partido tras cuyas siglas cobijarse, y que Ibarretxe debe renunciar a
acudir a la futura mesa de fuerzas políticas con su proyecto de nuevo
Estatuto bajo el brazo. Ambas no pasan de ser meras excusas chapuceras,
inventadas, supongo, para ganar tiempo. Primero, porque el PSOE no puede
garantizar que, si Batasuna adopta otras siglas, algún juez no decidirá
promover la ilegalización del nuevo partido acusándolo (con razón) de ser la
misma organización que fue ilegalizada en su día. Y segundo, porque ellos no
son quiénes para dictar a nadie con qué planteamientos debe acudir a una mesa
de diálogo.
De todos modos, la frase de la
entrevista de Zapatero en el Die Zeit que más me ha llamado la atención,
por absurda, es aquella en la que sostiene, hablando de ETA, que «los que creen
que la violencia es útil necesitan muchos años para salir de su error». Es
absurda la afirmación en lo que se refiere a ETA, porque el recorrido de
«muchos años» del que habla no empieza ahora. Se inició, en efecto, hace muchos
años, y ya está recorrido, en muy buena medida.
Pero la frase es todavía más
absurda en su afirmación genérica de que la violencia no es útil. ¡Vaya que sí
lo es! ¿En qué se basa en este mismo momento el poder de los EEUU en el mundo?
¿En la habilidad persuasiva de George W. Bush? ¿Y en qué se basa el poder del
propio Estado español, en la medida en que lo tiene y en donde lo tiene,
incluida Euskal Herria? Todo estado es una organización sustentada, en último
término, en la capacidad de sus rectores para imponerse por la violencia, si el
resto de sus recursos no logra generar la debida sumisión.
También ETA ha logrado ser
tenida en cuenta –ser temida y, en consecuencia, valorada– por su violencia.
Otra cosa es que esa violencia se haya demostrado inútil para la consecución de
los objetivos políticos que se suponía estaban en la razón fundacional de la
organización y que eso la haya llevado con el paso del tiempo a replantearse
todo, incluida su existencia.
Recordemos lo que decía mi ahora
compañero de periódico Luis María Ansón a propósito de ETA: que, vista desde la
perspectiva del Estado, no es en realidad un cáncer, sino más bien una úlcera,
que molesta mucho pero no mata. Vale, pero molesta mucho. Yo no conozco a nadie
que tenga una úlcera y se quede tan ancho.
Si Rodríguez Zapatero va a tener
contactos «exploratorios» y «preliminares» con ETA, y no conmigo, por ejemplo,
lo mismo las pistolas y la goma-2 van a tener algo que ver.
Escrito por: ortiz.2006/09/07 05:00:00 GMT+2
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2006/09/06 07:45:00 GMT+2
La vicepresidenta Teresa Fernández de la Vega asegura que el Gobierno de España no está dispuesto a tolerar que se siga produciendo el constante flujo de inmigrantes irregulares que llega a las islas Canarias desde el África subsahariana. Supongo que amenaza con interrumpir las ayudas que las autoridades españolas –y el conjunto de la Unión Europea, eventualmente– están concediendo a los gobiernos de los países de los que procede esa inmigración, para forzarlos a controlar lo que sucede en sus costas. Digo que será eso, porque, si no, no veo cómo podría poner en práctica lo que afirma.
He escrito ya en varias ocasiones que el número de inmigrantes que llega a Canarias es mínimo comparado con el que acude a la península por tierra y por aire –porque es así, aunque muchos prefieran no hablar de ello–, pero me hago cargo del problema que representa para las administraciones españolas, en sus diferentes escalones, el constante desembarco en las islas de inmigrantes a los que deben atender, improvisando los medios. Podría decir, en plan malvado, que es una penitencia que paga España por tener en África una parte de su territorio nacional, pero tampoco ganaría nada por reconocer esa peculiaridad de la Historia. Así las cosas, lo único que pueden hacer las autoridades españolas –me parece de sentido común, y resulta de coña que nacionalistas españoles lo discutan– es socializar el problema, trasladando a la península a quienes no cabe devolver de inmediato a los puntos de origen y no es posible atender adecuadamente en las presuntas Islas Afortunadas.
Pero todo eso son parches. Digo todo porque quiero decir todo: amenazar a los gobiernos de Senegal y vecinos con quitarles la paga, lograr que vigilen mejor –que vigilen algo– los puertos desde los que están partiendo a diario las barcazas, arreglar el problema de infraestructuras de acogida que tienen en Canarias, disponer un sistema de traslado y reparto por el conjunto del territorio del Estado de los inmigrantes que no quepa repatriar ipso facto... No soy Jeremías ni ningún otro de los profetas, ni de los mayores ni de los menores, pero me arriesgo a pronosticar que, si se lograra frenar el flujo migratorio hacia las Canarias, entonces los inmigrantes africanos empezarían a llegar por otras vías. Por otros puertos o por otras fronteras.
Y es que muchos hemos apelado a la imagen simbólica de la fortaleza medieval, con sus fosos, sus altos muros y demás, para describir la posición que intenta adoptar Europa con respecto al Tercer Mundo, pero la comparación, si puede valer a efectos literarios, no sirve para nada en la práctica, porque una fortaleza es un terreno perfectamente acotado y hasta aislable, pero la Unión Europea se parece mucho más a un queso de Gruyère: está llena de agujeros por los que no tiene mayor dificultad colarse.
Si no les es posible hacerlo en línea recta, lo harán dando un rodeo. Dadlo por seguro.
Nota de edición: Javier publicó una columna que trataba de lo mismo en El Mundo: La falsa fortaleza.
Escrito por: ortiz.2006/09/06 07:45:00 GMT+2
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2006/09/05 07:50:00 GMT+2
Di cuenta ayer del trago psicológico que me suponía dejar mi casa de Aigües, en donde he pasado casi por completo los meses de julio y agosto, y regresar a Madrid. Diréis: «Pues vaya una originalidad. Es el famoso síndrome posvacacional. Le pasa a todo el mundo». Pero no. No es lo mismo, porque lo mío no es que vuelva a mi casa después de haber estado fuera, de vacaciones, sino que me voy de la que para mí es mi verdadera casa, en la que tengo mi propia rutina de vida –y de trabajo–, para regresar a un ambiente que me resulta hostil en muchos aspectos.
Con lo que no contaba es con que, entre los cambios que el viaje iba a suponerme, había uno que iba a convertirse en el principal: el calor.
Ayer en Madrid los termómetros llegaron a los 43º C. Al menos eso indicaban a media tarde el de mi casa y el de la farmacia de enfrente. En tales condiciones, subir las maletas, sacar todo, colocarlo en su sitio (o empezar a hacerlo), comprobar que el ordenador de casa no funciona (ya lo sabía, pero me había olvidado de ello), mirar fijamente toda la correspondencia atrasada (sin abrirla, claro), hacer los preparativos para el viaje de hoy (dentro de unas horas he de ir a Bilbao, en vuelo de ida y vuelta, como quien dice)... y todo lo demás, imaginable, se convirtió en una empresa mucho más deprimente (aún) de lo calculado.
Sudoroso y agotado, me tumbé en la cama. Y, de pronto, reparé en la realidad de algo que sí esperaba, pero en lo que no me había parado a pensar hasta ese momento: el ruido de Madrid. Lo que hizo que me diera cuenta de que a esa hora, bajo aquel calor terrible, cientos de miles de personas estaban trabajando. Oí la voz inconfundible de la vendedora de cupones de la ONCE, los bufidos de los autobuses municipales en la parada del Centro de Salud, los silbatos de los guardias tratando de evitar el caos en el puente de Ventas, los bocinazos de los conductores impacientes... Desde la propia cama, por el ventanal, vi en la lejanía las inevitables grúas de Madrid: construcción, obras. Ya sé que la ciudad está llena de aparatos de aire acondicionado, pero la gente que trabaja al aire libre –y bastante que lo hace en locales no climatizados– no los disfruta.
Me vino al recuerdo un día (el 2 de julio de 1967, exactamente) en el que llegué a Madrid y hacía un calor así, como el de ayer. En la estación de Chamartín no había taxis. Begoña y yo (Begoña es mi primera mujer, que me estará leyendo: Hola, Bego) habíamos tenido la ocurrencia de meter en una sola maleta, enorme, todo lo que llevábamos para el viaje, que iba a ser largo. La condenada maleta pesaba como ella sola, y no tenía ruedecitas, como las de ahora. Nos deslomamos cargándola a hombros por la Castellana, que hervía al pil-pil. Le dije: «No sé cómo alguien puede vivir en esta ciudad. Y trabajar, menos todavía».
Vale: pues me vine a Madrid ocho años después de aquel glorioso día y he pasado aquí, desde entonces, la tontería de 30 años. ¡Y trabajando!
A veces cuesta Dios y ayuda imaginarse cómo se puede, pero se puede. Yo he llegado a escribir con los pies metidos en un cubo con agua y un ventilador sobre la mesa. Está claro que la necesidad crea el órgano.
Escrito por: ortiz.2006/09/05 07:50:00 GMT+2
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2006/09/04 05:00:00 GMT+2
Me contaron que hace muchos
años, unos 20 tal vez, un grupo de donostiarras notables afincados en Madrid,
entre los que se encontraban escritores de renombre, cineastas, actores,
artistas plásticos, filósofos y hasta periodistas, se dieron cita un buen día
porque habían decidido acudir en grupo el domingo siguiente al estadio Bernabéu
para apoyar a la Real Sociedad, que jugaba un partido de Liga contra el Real
Madrid, y querían enarbolar una pancarta ad
hoc. Todos estaban de acuerdo en que un colectivo de tanta solvencia
artística e intelectual tenía que lucirse en una ocasión como aquélla, por lo
que debían elegir para la pancarta un lema que estuviera a la altura de las
circunstancias. Así que se reunieron y deliberaron con gran seriedad durante
horas. Al final, acordaron una consigna que a todos les pareció adecuada. De
modo que el domingo por la tarde se presentaron en el campo de Chamartín con
una gran banderola que decía: «¡Aupa la Real!» (así, Aupa, sin acento, que es como lo decimos en nuestro pueblo).
Me acordé ayer por la tarde de
ello cuando estaba recogiendo los bártulos de mi casa mediterránea,
preparándome para viajar esta madrugada con destino a Madrid, donde he de estar
hoy sin falta para emprender el nuevo curso. Pensaba en qué escribir en este Apunte
de hoy para daros cuenta de mis sentimientos, explicando lo duro que se me
hace el trago, lo poco que espero de la temporada próxima y cómo, para más
inri, lo poco que espero es además malo.
Acabé decidiendo que el mejor
modo que tenía de contároslo era escribir lo que dice el título que encabeza
estas líneas: ¡No quiero!
Aunque también hubiera podido
titularlo ¡Aupa la Real!
Escrito por: ortiz.2006/09/04 05:00:00 GMT+2
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2006/09/03 08:00:00 GMT+2
Sucede con frecuencia que, cuando alguien no sabe cómo colocar los hechos para que confirmen sus tesis o sus intereses, opta por deformarlos hasta que le encajan. Hace poco me ha tocado comprobarlo: un obispo emérito auxiliar dedicó una larga parrafada en El Mundo a criticar una supuesta tesis mía que yo nunca había defendido (ni ganas), razón por la cual ni siquiera pudo entrecomillar las frases que denostaba, regla de oro de todo polemista que se precie.
Algo semejante, aunque mucho más grave y a gran escala –a enorme escala–, está sucediendo con la disputa social sobre la inmigración no regulada. Es portentosa la cantidad de políticos y comentaristas que utilizan en sus argumentaciones sobre ese fenómeno, como si de hechos irrefutables se tratara, datos que unas veces son equívocos y otras –las más– directamente falsos.
Por ejemplo: citan como verdad evidente que la inmigración irregular más grave y comprometida es la que nos asalta a diario en pateras y cayucos. Dejando de lado que las embarcaciones a las que aluden no son ni pateras ni cayucos (entérense de una vez, por favor, de qué es una patera y de qué es un cayuco), el hecho cierto es que el número de inmigrantes irregulares que llegan a España por esa vía es mínimo, comparado con la cifra de los que acceden a nuestro territorio a través de la frontera de Francia o por vía aérea. Pero como todo ese flujo es mucho más de goteo, menos noticiable –no tiene foto– e imposible de controlar, pues... se deja de lado, y a correr. Además, ¿a quién podría interesarle, si la culpa no la tiene Rodríguez Zapatero, sino la sacrosanta UE?
Segundo tópico: «La economía española no puede soportar esa invasión». Un reciente informe de un importante grupo bancario, cuyas conclusiones nadie ha osado discutir, sostiene que las altas tasas de crecimiento que registra la economía española son fruto, en muy buena medida, del trabajo de la población inmigrante, sin el cual la cuenta de resultados finales del PIB sería mucho más mediocre. O sea, que resulta que nos va muy bien gracias a ese problema.
Tercera incongruencia suma: ¿cómo puede ser que las autoridades insistan en lo mucho que les preocupa el envejecimiento de la población y las consecuencias económicas que puede acarrear a medio y largo plazo (por la cosa de la Seguridad Social, las pensiones, etcétera), y que, sin embargo, no aplaudan con alborozo la llegada de población inmigrante, joven, fértil y potencialmente cotizante? (Se me ocurre una explicación, pero no es correcto acusar a nadie de racista sin pruebas.)
Cuarta: ¿han probado a reforzar de verdad las inspecciones de trabajo, sobre todo en los ramos de la agricultura, la construcción y el servicio doméstico, y a endurecer las sanciones a quienes proporcionen empleo ilegal, de modo que sólo un suicida se atreva a meterse en ese berenjenal? Si lo hicieran, verían cómo desciende la inmigración ilegal. Y la economía sumergida.
Y, ya de paso, también el producto nacional bruto.
Razón por la cual apuesto lo que sea y con quien sea a que no lo harán.
Nota de edición: Javier publicó una columna que trataba de lo mismo en El Mundo: Coartadas vacuas.
Escrito por: ortiz.2006/09/03 08:00:00 GMT+2
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