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2006/11/11 11:30:00 GMT+1

Otegi dice

Otegi dice que él ya ha comunicado a PNV y PSOE su disposición «a ir pueblo a pueblo» para intentar que no exista kale borroka («ésa que supuestamente nosotros organizamos, cosa que no es cierta»), pero que, para ello, los gobiernos de Madrid y Vitoria deberían hacer lo propio, desactivando «las acciones judiciales y los controles de las fuerzas de ocupación», el primero, y los «seguimientos, informes y detenciones de la Ertzaintza», el segundo.

Estas declaraciones plantean varios aspectos que me parecen dignos de comentario.

En primer lugar, sobre la kale borroka. Una cosa es que Batasuna no organice los actos de kale borroka –algo que no tengo por qué dudar– y otra que le parezcan mal y no pretenda sacar partido de ellos. El día que la dirección de Batasuna quiera poner fin a tales actos, le bastará con comunicar que los considera gravemente contrarios al proceso, razón por la cual sus autores, una vez identificados, serán tenidos por enemigos de la causa nacional de Euskal Herria y expulsados de manera fulminante de cualquier organismo o plataforma perteneciente al MLNV. Estoy seguro de que con esto sería suficiente. No haría falta que Otegi realizara ninguna gira.

Dicho sea de paso, lo mismo puede decirse de ETA y de su «acreditada voluntad de buscar una solución democrática al conflicto». Todos recordamos que, cuando algunos presos, ex dirigentes de la organización, hicieron público su desacuerdo con la línea oficial, la dirección los expulsó sin apelación y a toda velocidad. Ahora aparece un preso enloquecido que deja bien a las claras a voz en cuello en la Audiencia Nacional su incompatibilidad con cualquier proceso de paz y ETA guarda silencio. La comparación entre la exigencia de férrea disciplina para los unos y la condescendiente tolerancia para el otro mueve a extraer conclusiones de las que no sale muy bien parada la «acreditada voluntad».

En segundo lugar: incluso Otegi tiene que darse cuenta de que no es lo mismo la actividad policial del Estado, realizada tanto a través de sus instrumentos centrales como autónomos, que las acciones de violencia explícitamente arbitraria, inapelable y en principio irresponsable (porque nadie se hace responsable de ella) realizada por espontáneos que no se someten a ley positiva alguna, ni ajena ni propia. Por decirlo más resumidamente: Batasuna no es un Gobierno, ni controla las fuerzas de ningún Gobierno. En consecuencia, no está en condiciones de tratar de tú a tú a los gobiernos de Madrid y de Vitoria.

Batasuna puede exigir que cesen los excesos y las arbitrariedades del trato que está sufriendo, y puede muy bien, incluso, plantear que mientras continúen no colaborará en ningún intento de entendimiento. Eso sí.

En tercer lugar: Otegi sostiene que no cabe justificar los muchos actos y resoluciones judiciales contrarios a la izquierda abertzale apelando a la independencia judicial, porque «la independencia judicial no se la cree nadie». La cuestión aquí no es la independencia judicial, en general, sino la independencia judicial con respecto al Gobierno, en concreto. Hay muchos y muy buenos motivos para deducir que no pocas iniciativas judiciales que se están sucediendo en los últimos tiempos tienen una inspiración ideológica, e incluso política, pero eso no autoriza a achacárselas al Gobierno de Zapatero. A éste tampoco le sería fácil contrarrestarlas, en el caso de que tuviera valor para hacerlo (lo que, eso sí, pongo en duda). Por resumir este punto: al Gobierno de Zapatero se le puede acusar de indeciso y de pusilánime, pero no es él quien está detrás de las causas abiertas contra los dirigentes de Batasuna, ni de las muchas decisiones de Grande Marlaska, ni del encausamiento de Ibarretxe, ni de la resurrección de la causa contra Atutxa... En muchos casos, está pagando el precio de los errores que cometió en sus tiempos de entusiasta aliado del PP. Pero maldito el gusto que le da pagarlo.

Escrito por: ortiz.2006/11/11 11:30:00 GMT+1
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2006/11/10 07:20:00 GMT+1

Bush sigue

La victoria electoral del Partido Demócrata de los EUA es un factor positivo, pero cometerá un error quien la interprete como el augurio de una pronta retirada de las tropas norteamericanas de Irak y, menos aún, como el anuncio de una política menos belicosa de Washington en toda la gran franja del mundo que va desde la orilla este del Mediterráneo hasta la frontera china de Afganistán. En primer lugar, porque el sistema presidencialista estadounidense otorga un poder enorme al inquilino de la Casa Blanca en materia de política exterior, y no cabe esperar que Bush vaya a renunciar a él, ni a cambiar sustancialmente de planes. Ayer se declaró dispuesto a «aceptar sugerencias», pero dejó claro que han de apuntar a lograr la victoria; no a admitir el fracaso.

Pero es que, además, la posición de los dirigentes demócratas con respecto a la guerra no es pacifista. Su objetivo, según ha declarado Joe Biden, principal experto del Partido Demócrata en cuestiones de política internacional, es «que las tropas regresen a casa, pero sin dejar el caos detrás», para lo que van a aconsejar al presidente que retire a comienzos del año próximo una cantidad «simbólica» de soldados y que acelere el esfuerzo para lograr que el Gobierno títere de Bagdad asuma el control real del país. No parece que ese objetivo esté precisamente al alcance de la mano. La actual casta dirigente iraquí es demasiado débil y está demasiado dividida como para que Washington pueda aspirar, no ya a la retirada victoriosa de la que habla Bush, sino tampoco al repliegue «honorable» que pretenden los demócratas, y éstos no pueden ignorarlo. Resulta lógico deducir, en función de ello, que las posiciones demócratas con respecto a la guerra tienen más que ver con una política de desgaste de Bush y de atracción del voto descontento que con una voluntad firme y concreta de encaminarse al fin a la aventura militar.

Lo que sí cabe esperar es, si no que cese, que al menos se ralentice la huida hacia adelante de Bush, hasta ahora empeñado en responder a los reveses bélicos con más guerra. También cabe que se le bajen algo los humos en su persistente esfuerzo por cercenar las libertades y reforzar el Estado policial, aunque de entrada ya ha anunciado que prepara un nuevo conjunto de «medidas antiterroristas» de aire más que sospechoso.

En resumen: que no hay muchas razones para echar las campanas al vuelo.

Escrito por: ortiz.2006/11/10 07:20:00 GMT+1
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2006/11/09 08:55:00 GMT+1

Hace falta un muerto

Me manda un lector el texto del editorial de «Libertad Digital» del pasado domingo. Sabe que no suelo leer –ni oír– las cosas de ese grupo de gente y cree que me conviene estar al tanto de los extremos a los que llega su órgano de expresión internáutica cuando sus patrones se sinceran sin ningún comedimiento. Tiene razón. El párrafo-fárrago sobre el que me llama la atención, y que me veo obligado a reproducir en su totalidad para que quienes lo lean puedan seguir los meandros de su cavilación, dice lo siguiente: «...ETA no tiene la intención de volver a matar, porque en sus cálculos opera el dato de la absoluta dependencia que Zapatero siente respecto de los movimientos de la organización asesina. Mientras el Gobierno siga cediendo (de forma subrepticia o despótica, pero siempre, siempre, de espaldas a los españoles), la banda va a seguir marcando el paso con su chantaje. Y mientras pase otro día más sin que los terroristas maten, el presidente del Gobierno va a seguir especulando electoralmente con la expectativa de paz y no moverá ni un solo dedo ante los desafíos de ETA, ya se trate del robo de un arsenal o de un nuevo comunicado amenazante. En ese juego de tramposos consiste la estafa de esta paz. Ése es el acuerdo que Zapatero y la ETA ya han alcanzado. El día en que ETA decidiera matar a su primera víctima después de la tregua, Zapatero sería historia y, con un Gobierno del PP como alternativa, las opciones de ETA de conseguir sus objetivos políticos, también.» [Las cursivas son mías.]

No dudo de la pureza de las ensoñaciones diurnas o nocturnas de los responsables de Libertad Digital. Lo que me planteo es qué aspiraciones podría albergar alguien que estuviera de acuerdo con su razonamiento y que no transpirara la moralidad episcopal que a ellos les desborda por los cuatro costados. Y me parece obvio: si lo único que está permitiendo que Zapatero se mantenga en el Gobierno y que ETA siga teniendo opciones de conseguir sus fines políticos es que no se ha producido ningún atentado mortal achacable a la organización terrorista, lo deseable es, sencillamente, que se produzca.

Pero ¿cómo lograr que haya un muerto causado por ETA?

Ésa sí que es una pregunta tonta, recordando como recordamos –como yo, por lo menos, recuerdo– que fueron legión los que sostuvieron en su día que lo verdaderamente inaceptable de los GAL, lo que no cabía perdonar a sus promotores, es la chapuza que montaron. No lo que hicieron, sino cómo lo hicieron.

Así pues, si lo rechazable no es matar, sino matar mal, lo único que se requiere es organizar las cosas como se debe, de manera que a nadie se le ocurra dudar de que el atentado ha sido cosa de ETA. ¿Infiltrados? ¿Agentes provocadores? ¿Una supuesta escisión? Nada es fácil, pero tampoco imposible.

La desdichada experiencia me tiene demostrado que, cada vez que se me ocurre una aberración que podría resultar muy beneficiosa para alguien, ya ese alguien –o alguien en las cercanías de ese alguien– está pensando cómo conseguir que se produzca.

Escrito por: ortiz.2006/11/09 08:55:00 GMT+1
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2006/11/08 07:45:00 GMT+1

Seguir la corriente

En el curso de la XVI Cumbre Iberoamericana, celebrada recientemente en Montevideo, el presidente boliviano planteó una pregunta que se quedó sin respuesta. Pidió Evo Morales a sus congéneres que explicaran por qué las grandes potencias mundiales toman como exigencia indiscutible la libertad de circulación de los capitales pero, en cambio, rechazan la libertad de circulación de las personas. Por qué consideran un abuso, en concreto, que el Estado de Bolivia fije condiciones a las multinacionales que explotan la riqueza de su subsuelo, mientras ellas imponen severas restricciones, cuando no prohibiciones totales, a la instalación de ciudadanos de Bolivia en sus propios territorios. No recibió respuesta, como digo. En realidad no era necesaria. Tampoco iban a ponerse a discutir allí la ley del embudo.

Las desigualdades de ese género no afectan sólo a los países del Tercer Mundo. A nuestro modo y a nuestra escala, a los ciudadanos de la Unión Europea también nos toca padecer las consecuencias de las distintas varas de medir que se han ido creando en función de los intereses de quienes más tienen y pueden. Una prueba de ello la encontramos en la libertad de movimientos de la que gozan entre nosotros las multinacionales, que obtienen el amparo jurídico de las autoridades de Bruselas para concentrar más y más en manos privadas la propiedad de los medios de producción y distribución, en tanto otros capítulos de presuntas libertades y derechos –los que afectan a los ciudadanos corrientes y molientes– son tratados con un desinterés y una desidia más que preocupantes.

Tomemos el caso bien actual de las eléctricas. La UE protege los planes expansionistas de multinacionales como E.ON, y pone el grito en el cielo si atisba la posibilidad de que algún Estado, como el español, trata de interferir en esos planes con el ánimo nada neoliberal de preservar sus intereses en un sector que es obviamente estratégico. Pero apenas mueve un dedo para asegurar que la creciente instauración de oligopolios de oferta a todos los niveles, incluido el continental, no lesione los intereses más elementales de los consumidores, tanto por la vía de la fijación concertada de tarifas –una especialidad de las petroleras– como por la degradación de la calidad del servicio.

El pasado sábado se produjo en media Europa un incidente eléctrico que demostró los problemas que puede acarrear la aplicación general de dos dogmas complementarios de nuestro tiempo, según los cuales los poderes públicos han de abstenerse de intervenir en la economía de mercado y el capital privado debe tener plena libertad para expandirse en todas las direcciones. Un fallo en el funcionamiento de los servicios de E.ON –no está claro todavía ni en qué ni en dónde– dejó sin suministro eléctrico a millones de empresas y de personas en Alemania, en Bélgica, en Francia, en España, en Italia, en Holanda, en Austria, en Croacia, en Portugal y en el norte de África. Tal vez en más áreas, porque aún no se ha hecho un balance exacto de los daños producidos por el corte.

La UE dice que lo está investigando. Pues qué bien.

El asunto no es sólo que nuestras autoridades supranacionales estén permitiendo que circulen demasiados huevos en muy pocas cestas –algo que la sabiduría popular viene desaconsejando desde hace siglos–, sino también que hacen como si no supieran que la lógica de la maximización de los beneficios lleva a esas gigantescas empresas a no invertir en seguridad todo lo que sería necesario. Hablo de seguridad en todos los sentidos: para que las instalaciones funcionen, para que no se produzcan altibajos en la red que fundan aparatos, para que no generen incendios, para que los cables de alta tensión no se caigan –ayer uno se vino abajo en zona urbana en un pueblo de Alicante: por fortuna no causó víctimas–, para que no se interrumpa el servicio, para que, en caso de producirse alguna avería, sea reparada con diligencia...

¿Es aconsejable poner servicios públicos de primera importancia en manos de particulares que funcionan con la lógica del beneficio privado? La pregunta es clave, pero se ha quedado vieja. Ahora hay que formularla así: ¿no es aberrante que los estados vayan delegando y dejando en manos privadas todos los servicios públicos de los que depende la sociedad para funcionar con un mínimo de garantías?

Escrito por: ortiz.2006/11/08 07:45:00 GMT+1
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2006/11/07 05:00:00 GMT+1

Hamlet y la vigilia

Todos los hombres y mujeres de mi edad –58 años, pero digamos que 60, para redondear–, y de mis aproximados parámetros ideológico-políticos, compartimos, de creer lo que sale a relucir en las conversaciones de grupo, el mismo convencimiento de que se nos está yendo la olla a marchas forzadas. Más o menos forzadas, según los casos.

Por lo que constato en los demás, el diagnóstico es bastante certero. Por lo que me tengo observado a mí mismo, es científico a más no poder.

Sólo que a mí se me dispara por derroteros raros.

Me da por pensar extraños disparates.

Anteayer me levanté de buena mañana, como suelo hacerlo, y me puse a trabajar. Reinaba un perfecto silencio en nuestra casa de Aigües, al pie del Cabeçó d’Or, en el Alacantí mediterráneo. El silencio era un silencio de verdad, de esos que no conocen los ciudadanos (los habitantes de ciudad, quiero decir); de esos que te obligan a oír el silencio, sólo interrumpido por el canto ocasional de los grajos o el mullido pisar en el jardín de alguna de las gatas –porque son gatas– que tienen a bien distinguirnos con su compañía. Charo, mi mujer, dormía como una bendita –cada cual duerme como lo que es–, mi hija hacía lo propio en su refugio exterior, fuera de control, y a lo mismo se dedicaba una pareja de amigos que nos suele acompañar con frecuencia en nuestro relajante exilio alicantino.

Aproveché el momento para pensar una excentricidad completa. Me dije: «Partiendo del hecho constatable de que yo duermo del orden de tres o cuatro horas diarias menos que el resto de los que me rodean, ¿cómo cabrá calcular el día en que me muera cuántos años de tiempo real he vivido? Porque se supone que de los años de vida más o menos consciente y despierta de cada persona hay que descontar el tiempo que  esa persona pasa dormida, que a los efectos es como si no estuviera, salvo si ronca. De modo que podría ser que, en la práctica, un alguien que muere con 70 años haya estado efectivamente activo tanto como un dormilón que fallezca a los 90.»

En estas estaba cuando me vino a la cabeza la frase de Hamlet: «Morir, dormir, dormir... tal vez soñar». Qué melancolía, qué tristeza, qué hermosura. No recordé (otro signo evidente de decrepitud) que hubo un tiempo en el que yo estudié y conocí bien la obra de Guillermo Shakespeare. Pero, gracias al Maligno, inventor de internet, buscando la cita de Hamlet, me topé con un texto mío del que había perdido noción. Así que, como no hay mal que por bien no venga, lo he rescatado de la red y aquí lo reproduzco. Lo publiqué el 10 de diciembre de 1995 en una sección del periódico que me inventé a medias con mi amigo mexicano Ulises Culebro. La llamamos «El Zooilógico» y consistía en que yo me inventaba un texto disparatado sobre un personaje de la vida, trasmutándolo en algo o alguien traído por los pelos, y Ulises le ponía un dibujo ad hoc. Aquel día la víctima fue el entonces todavía gobernante Felipe González, y el personaje-excusa, Hamlet.

Por si pudiera resultaros curiosa esta muestra de Alzheimer columnístico (no recordaba ni una sola línea de lo que escribí hace once años), reproduzco el texto:

 EL ZOOILOGICO

Gonzámlet, príncipe de Galamarca

ULISES / JAVIER ORTIZ
Tragediología: Como es bien sabido, el argumento del Hamlet de William Shakespeare (La trágica historia de Hamlet, príncipe de Dinamarca) no es original. Las Historiæ Danicæ de Saxo Grammaticus ya ofrecieron, allá por el año 1200, una primera versión de la leyenda de Amlet (sic). Su historia fue retomada casi tres siglos después por François de Belleforest, y luego por un tal Thomas Kyd, del que se sabe que escribió un Hamlet anterior en unos años al de Shakespeare. Este puso a punto su tragedia poco antes de 1600. Ha sido necesario esperar otros tres siglos para que aparezca una nueva versión: es La trágica historia de Gonzámlet, príncipe de Galamarca, que se representa en estos momentos en el escenario patrio con gran éxito de público y crítica.

Parecidos y diferencias: El punto esencial de la obra de Shakespeare, ausente en todas las versiones anteriores, es la terrible duda que atormenta al protagonista, fruto de su incapacidad para traducir en un simple acto la totalidad de sus muy complejas y encontradas reflexiones. Este aspecto se conserva en Gonzámlet. A cambio, la obra española varía en un punto clave: Gonzámlet no sufre por ninguna villanía que hayan hecho otros. En realidad tampoco sufre por las que ha cometido él. Su angustiosa duda es si debe continuar en Palacio o huir hasta que el recuerdo de sus desmanes se desvanezca.

Deudas literarias: Gonzámlet toma prestados numerosas situaciones y diálogos de la obra de Shakespeare. Así, la aparición de un espectro (en este caso, el de Pablo Iglesias), que pide venganza por los crímenes cometidos. También se conservan dos ideas clave, latentes en todo la obra de Shakespeare: que allí donde hay Poder hay conspiración, y que donde hay sed de Justicia hay fracaso.

En cuanto a los diálogos plagiados, he reparado en los siguientes, tomados tal cual de la obra de don Guillermo Shakespeare:

Dice Barnardo, personaje que en la versión española corresponde al juez Garzón: «¡Oh, háblame! Si es que conoces el destino de nuestro pueblo y puedes llegar a evitarlo, ¡háblame! Si escondiste riquezas de usura en el seno de la tierra... ¡háblame! ¡Detente!». (Parece que el autor español quería poner «¡Detente... o te detengo!», pero le hicieron ver que para eso necesitaba un suplicatorio).

Anota Horacio (Julio Anguita en la obra española): «Salió huyendo como alma culpable que teme comparecer». Pero no queda claro a quién se refiere.

Acto II, escena 3ª. Gonzámlet lee el Programa 2000. Entra Pérez Rubalcaba (Polonio) y le pregunta: «¿Qué estás leyendo, señor?». Gonzámlet contesta: «¡Palabras, palabras, palabras!».

En la obra de Shakespeare, Hamlet inquiere a Rosencrantz: «¿Qué noticias traes?». Y éste le contesta: «Ninguna, señor, excepto que el mundo es cada vez más honesto». A lo que Hamlet replica: «Entonces es que se acerca el Juicio Final».

En la obra española hay ligeras variaciones. Lo que Solana-Rosencrantz contesta es: «...Excepto que EL MUNDO es cada vez más molesto». De ese modo se explica mejor que Gonzámlet se ponga a hablar del Juicio Final.

Curiosamente, en Gonzámlet no figura el inicio del celebérrimo monólogo «Ser o no ser...». A cambio sí lo que dice Hamlet algo después: «¡Ven, consumación, yo te deseo! ¡Morir, dormir, dormir, tal vez soñar...! ¡Ay, qué difícil!».

A Carmen Romero le toca recitar el lamento de Ofelia: «¡Flor y esperanza del Reino, espejo de la elegancia, modelo de gallardía, blanco de todas las miradas...! ¡Y todo arruinado!».

Pero el pasaje más importante que Gonzámlet plagia de Hamlet es el que da fin a la obra de Shakespeare. Anguita-Horacio recita: «Dejadme decir, a todos cuantos lo ignoren todavía, la forma en que todo esto acaeció. Tendréis así conocimiento de los actos de sangre, de infamia y contra natura, de las sospechas sin fundamento, de muertes fortuitas, de otras acaecidas por fuerza o consumadas con la astucia; y, como consecuencia de todo ello, de otras que por error se volvieron contra sus autores...».

Telón. El final de la obra española es, de todos modos, muy diferente al de la tragedia de Shakespeare. Gonzámlet se libra del castigo. Con la complicidad de cómicos y pregoneros, previamente sobornados, hace ver que sus felonías fueron meras travesuras, cuando no desinteresados servicios a la colectividad. Entonces corta tranquilamente la cabeza de Aznar-Laertes, la mete en una urna y cae, lentamente, el T E L Ó N.

---oOo---

Eso es lo que escribí. Probablemente estaba despierto, como lo estoy en este momento, pero mi vigilia de entonces no ha mantenido ningún contacto activo con la de ahora. Me ha sonado como si fuera cosa de otro.

Tendré que leer de nuevo Hamlet. Parece interesante.

Escrito por: ortiz.2006/11/07 05:00:00 GMT+1
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2006/11/06 06:00:00 GMT+1

Tripartito al canto

Les había oído que querían resolver el asunto sin dilación alguna, pero no creí que fueran a dejarlo tan pronto visto para sentencia. Escribí el apunte de ayer a primera hora de la mañana, envié la columna para El Mundo en el arranque de la tarde, poco antes de dejar Aigües para viajar en coche a Madrid, y cuando llegué a nuestro destino capitalino ya me vi obligado a sentarme ante el ordenador para comentar el nacimiento del nuevo tripartito catalán, para que los lectores del periódico no creyeran esta mañana que estoy todavía más en Babia de lo que estoy.

Una decantación tan fulminante de las opciones de las fuerzas políticas sólo puede explicarse por lo mal que lo ha hecho CiU, en general, y Artur Mas, en particular (*). Ha fiado todo su futuro, desde la formación del anterior tripartito, en la descalificación (e incluso en la ridiculización) de los tres socios del Gobierno de Maragall, táctica que ha llevado a los peores extremos durante la pasada campaña electoral. Supongo que daba por hecho que iba a obtener mayoría suficiente para gobernar en solitario porque, si no, no se entiende que tratara tan mal a ERC. ¿O tal vez se engañaba en relación a Montilla? Sería también de una torpeza imperdonable, porque no era difícil suponer que el nuevo candidato socialista tenía, en la práctica, sólo dos opciones: o ser president o quedarse en la oposición. Ir de número dos a la sombra de Convergència habría sido suscribir su propia sentencia de muerte política.

Conozco a Artur Mas nada más que de un encuentro que tuvo con un puñado de periodistas poco después de su elección, y ya comenté en su día que no me gustó –me pareció un producto de laboratorio, dicho sea por resumir, así sea muy groseramente–, pero doy por hecho que ni él ni quienes lo arropan son tontos. Supongo que él esperaba que las charlas que mantuvo con Rodríguez Zapatero durante la tramitación del Estatut tuvieran más amplias consecuencias. Pero el presidente del Gobierno español tampoco cuenta con un gran margen de maniobra. Juega a demasiadas bandas. Fuera lo que fuera lo que prometió a Mas entonces, o lo que le hizo entender que le estaba prometiendo, ahora ha entendido que no estaba en condiciones de imponer nada en Cataluña, en el supuesto de que le apeteciera, y ha dejado hacer.

Que vaya a haber nuevo Gobierno tripartito no quiere decir para nada que el asunto esté resuelto. Me da la sensación, por lo que leo y me cuentan, de que José Montilla, Josep Lluís Carod Rovira y Joan Saura han alcanzado un acuerdo de funcionamiento relativamente sólido, para no verse en las patéticas dificultades con las que tropezaron en su anterior experiencia, pero eso no quiere decir que hayan neutralizado las contradicciones internas del PSC, ni que estén resueltas las contradicciones entre el PSC y el PSOE, ni que el mar de fondo de ERC se haya apaciguado para siempre, ni que CiU se vaya a quedar quieta de pies y manos mirando el juego desde la banda. Como escribí precipitadamente anoche en mi columna de El Mundo, la formación del nuevo tripartito catalán (¡con Carod como portavoz!) va a propiciar un ambientazo político muy subido de tono. Aquí, en Madrid, donde me encuentro hoy de paso, no me cuesta nada oír el rechinar de las muelas en las que derechistas y centralistas de toda suerte afilan enfurecidos sus dagas para lanzarse al combate.

Se avecinan tiempos de tormenta.

______

(*) El nombre catalán Artur se pronuncia tal cual se escribe, con el acento en la «u» final. No es Arthur, al modo inglés. Podéis creerme que se lo explicado a no menos de doscientos periodistas de las radios y las televisiones que emiten desde Madrid. Pues como si oyeran llover. Vuelven a decir en el siguiente boletín «Ártur» Mas, que queda como mucho más chic. Y a correr.  

Escrito por: ortiz.2006/11/06 06:00:00 GMT+1
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2006/11/05 09:00:00 GMT+1

Menudo embolado

Los dirigentes de Esquerra Republicana de Catalunya acudieron sin demasiado entusiasmo a su encuentro con la jefatura de Convergència i Unió. Su resquemor venía de antiguo (de los muchos palos que Artur Mas y compañía les han dado a lo largo de la legislatura autonómica pasada, resumidos y llevados a su extremo en el famoso DVD electoral), pero también de las horas inmediatamente anteriores, en las que CiU privilegió al PSC a la hora de sus ofertas de formación de Govern. Carod se preguntó –no en esos términos, pero más o menos– qué confianza se puede tener en la seriedad de la petición de mano de alguien que acude a ti tras recibir calabazas en la casa de al lado. Y es cierto: Mas presenta todo el aspecto del personaje aquel de no sé qué película al que le habían puesto como condición para el cobro de una herencia que estuviera casado tal día a tal hora, y que, a punto de concluir el plazo, se lo iba proponiendo a todas las mujeres con las que se cruzaba. Me parece recordar que incluso llegaba a poner un anuncio en los periódicos.

Lo de Mas no está muy lejos de eso.

Carod acudió con ese ánimo al encuentro con Mas, pero lo que le hizo llegar el candidato de Convergència le dejó meditabundo. Yo no lo sé, porque no estuve en la reunión, pero me cuentan que los de CiU propusieron a ERC –así, de una sola tacada– la vicepresidencia del Govern, un reparto de consejerías poco menos que paritario, el control de la política exterior de la Generalitat (que no sé en qué podría consistir, pero que supongo que incluiría la libertad de viajar a Perpiñán, sin ir más lejos, para entrevistarse con los mismos que los enviados de Aznar veían en Zurich) y lo esencial de la política del bipartito en materia social. O sea, mucho. Muchísimo.

Del otro lado les espera Montilla, del que debo decir, a fuer de sincero, que ha tenido en estas primeras horas postelectorales varios gestos que me han parecido demostrativos de un carácter que no le atribuía. El primero de todos, el de hacer saber a Mas rápidamente que no está dispuesto a ninguna sociovergencia ni gran coalición a la alemana. Ese mensaje era importante no sólo para tranquilizar a los electores con menos ganas de ser estafados sino también para cortar las alas, de un solo y rápido tajo, a los muchos que, desde las filas del propio PSOE, estaban ya haciendo cábalas sobre la tranquilidad que podía dar al Gobierno central la instauración de una pax catalana basada en el mismo régimen de pasteleo y «tolerancia cien» de los infaustos tiempos del felipismo-pujolismo.

El problema es que Montilla puede ofrecer a ERC –es de temer– bastante menos que CiU. Para empezar: ¿podría reintroducir el PSC en el Ejecutivo de la Generalitat al propio Carod sin que se le echaran encima todos los que obligaron a Maragall a prescindir de él, no sólo desde fuera, sino también desde dentro del socialismo hispano? Pero, por el lado contrario, ¿a cuento de qué habría de tolerar ERC que se vetara a su máximo dirigente? Lo lógico sería que los republicanos catalanes plantearan a Montilla lo típico: «El lote se vende entero; o lo tomas o lo dejas».

Lo admito: yo no sabría cómo lidiar una situación tan enrevesada. Pero quizá eso se deba a que hace muchísimo que decidí alejarme de la tauromaquia.

Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: Menudo embolado.

Escrito por: ortiz.2006/11/05 09:00:00 GMT+1
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2006/11/04 10:00:00 GMT+1

Contra mi reduccionismo

He cometido algunos errores de bulto en mis últimos apuntes a propósito de las elecciones catalanas. No voy a incurrir en un nuevo error pretendiendo que el problema es que no me he sabido explicar. Si soy riguroso con otros he de serlo también conmigo mismo: creo que en lo que he escrito he explicado bien... que no había pensado bien lo que estaba escribiendo.

Voy a hacer un breve recuento de los errores que tengo conciencia de haber cometido.

En primer lugar, entiendo que he sido tosco y reduccionista en el empleo de términos imprecisos, tales como «derecha», «izquierda» y «nacionalista español». Los he utilizado más como descalificativos que como calificativos, lo cual no contribuye en nada a mejorar la calidad del debate. Afirmar, por ejemplo, que Ciutadans pretendía desbordar a Piqué por la derecha fue un error. Más correcto habría sido decir que pretenden estar más «fuera del establishment catalán» que Piqué y que lo hacen mostrando una agresividad españolista más tajante y descarada.

Otro error que cometí fue el de identificar anti-nacionalismo catalán con nacionalismo español. Se puede estar en contra de uno u otro nacionalismo sin apuntarse al nacionalismo «contrario». Incluso cabe, en principio, estar en contra de todos los nacionalismos (aunque mi experiencia de la vida me mueva a ser bastante escéptico ante  las proclamas de internacionalismo). Por otro lado, el supuesto nacionalismo catalán de algunos supuestos nacionalistas catalanes merecería comentario aparte (y, en todo caso, afinar bastante más los criterios clasificatorios).

En tercer lugar, utilicé de manera demagógica el seudoargumento –que tantas veces he denostado– según el cual si coincides con alguien en criticar algo te haces en cierto modo cómplice de él. Sigo pensando que hay una gran afinidad entre la visceralidad anticatalanista de la gente de la Cope (cuyo núcleo esencial salió rebotado de Cataluña y procedía de ambientes de la izquierda) y el cosmopolitismo sedicentemente «antiprovinciano» de la intelectualidad de Ciutadans, pero eso no se demuestra porque ambos critiquen a los mismos. Como más de una vez he escrito, los enemigos de mis enemigos no tienen por qué ser mis amigos; pueden muy bien ser otros enemigos, sólo que de diferente tipo.

Agradezco las críticas que he recibido. Y no porque hayan sido «constructivas», como suelen decir algunos, sino por acertadas. Las críticas no se dividen en constructivas y destructivas, sino en correctas y erróneas. Aunque si las críticas correctas encima son cariñosas, pues mejor que mejor, claro.

Escrito por: ortiz.2006/11/04 10:00:00 GMT+1
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2006/11/03 05:40:00 GMT+1

Más sobre Cataluña

Un informante me aseguró ayer que Ciutadans había tenido su principal respaldo electoral en las zonas bien del conglomerado urbano de Barcelona e hice alusión a ello. Otros me aportaron luego cifras que, en su criterio, refutan ese dictamen. Sugiero a todos que tengan en cuenta un dato clave: estamos ante cantidades tan pequeñas que no cabe analizarlas con pretensiones sociológicas. Por ejemplo: L'Hospitalet podrá ser muy popular, pero es lo suficientemente grande como para albergar a 4.065 pudientes.

Sigo pensando que los resultados de Ciutadans lo único que hacen es corregir discretamente una anomalía del escaparate político de Cataluña. Hasta ahora en el Parlament no había nada de eso, pero en la calle sí lo había, y ahora empieza a mostrarse. De manera muy discreta, insisto. Lo que se muestra sigue sin ser representativo de la realidad: creo que en Cataluña hay bastante más gente antinacionalista (o sea, nacionalista española), que no se siente representada por Piqué, sea porque lo considera demasiado derechista o porque lo ve insuficientemente antinacionalista. Otra cosa es que buena parte de esa gente prefiera disimularse, ahora que hasta el Español elude la eñe.

A quienes me dicen que hago mal en contabilizar los resultados de Ciutadans como propios de la derecha españolista, porque «el fenómeno es mucho más complejo», les recomendaría que se enteraran de lo que está diciendo al respecto la Cope. Yo no la oigo –por prescripción facultativa–, pero me han contado que está que se sale con el presunto éxito de los Ciutadans, y que pone a caldo a Piqué.

A veces hay que especular menos y mirar más cómo y dónde se sitúan las trincheras. Y en cuáles se albergan los unos y los otros. Por el aquel de la sentencia de Clausewitz: «La política es la continuación de la guerra por otros medios».

Abriendo el angular, el resto del panorama tampoco es sorprendente. En la mañana del 1 de noviembre hice en Radio Euskadi dos predicciones sobre las elecciones catalanas: una, que la abstención podía ser de órdago; la otra, que no veía que las urnas pudieran ofrecer una perspectiva demasiado alejada del tripartito. No logré mucho eco, para variar.

Tengo visto que muchos analistas políticos no analizan. Se limitan a opinar proyectando en sus diagnósticos sus deseos, sus miedos, sus traumas y sus intereses personales.

Deberían hacer más caso a la gente que está habituada a perder.

Yo no dije nada de lo que dije porque me apeteciera. Sólo porque me lo olía.

Escrito por: ortiz.2006/11/03 05:40:00 GMT+1
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2006/11/02 06:40:00 GMT+1

Sobre lo de Cataluña

Cuando vi las fotografías que se dejaron hacer anteayer los cinco principales candidatos a la Presidencia de la Generalitat, todos unidos en alegre comparsa, posando en las actitudes y con los fondos que los periodistas gráficos consideraron más oportunos, los cinco tan corteses, los cinco tan disciplinados, me dije: «¡Qué excelente retrato del establishment político de Cataluña!».

Tal vez piensen ustedes que mi exclamación tenía retranca. Si lo piensan, acertarán, porque la tenía. Pero sólo en parte.

Llevo muy mal, y no lo oculto, que los políticos se comporten como casta solidaria, o sea, como «clase política», según suele decirse (con más precisión sociológica de la que muchos atribuyen a esa expresión, por cierto). Ya sé que lo valiente no quita lo cortés, pero antes que cortés hay que ser valiente, y me da que son demasiados los dirigentes políticos que se muestran tan corteses, tan corteses, que todo se les va en la corte, y no hay manera de encontrarles el valor por ningún lado.

Eso es lo primero que me salió pensar, y lo admito, cuando vi a los jefes de fila de la política catalana tan sonrientes, tan trajeados, dándose palmaditas en la espalda, tan como si estuvieran en vísperas de Navidad y no del día de los difuntos. Eché de menos la evidencia de un sano odio mutuo, planteado bien a las claras. «Sin complejos», que suelen decir los del PP. Que el electorado pudiera tener claro que se deseaban lo peor mutuamente, por lo menos algunos.

Pero, como uno es vasco y sabe de los peligros que encierra eso de llevarse muy mal –e incluso a matar, si se me permite expresarme con la mayor crudeza–, también alimento una cierta envidia, y me digo: «Bien, todo tiene su lado bueno. Con éstos no habría modo de montarse una guerra civil, de ésas que algunos parecen echar tanto de menos».

Sea como sea, y háganse las cábalas que se quiera sumando los resultados de éstos con los de aquéllos y restándoles los de más allá, lo que parece estar definitivamente claro es que ha habido un buen porcentaje del electorado catalán –abrumador– que se ha dicho que todos estos señores se parecen demasiado entre sí y que, puesto que lo que va a suceder en la Generalitat está tirando a cantado, pues que lo hagan, y adiós muy buenas, hasta la siguiente.

Yo he hecho una pequeña encuesta entre mis amistades catalanas –a las que podría reprochárseles cualquier cosa menos estar despolitizadas– y, aunque el voto es secreto, etc., etc., me da que la abstención ha sido su opción predilecta. No dedicaron la jornada de ayer a mirar fijamente los crisantemos, pero casi.

Luego está la cosa ésa de la candidatura que pretendía desbordar a Piqué por la derecha. Lograr ese porcentaje mínimo sobre el ya escaso porcentaje de votantes es como para plantearse seriamente dedicarse a otra cosa.

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 Lo anterior reproduce las notas que escribí nada más conocer anoche las previsiones sobre el resultado de las elecciones autonómicas catalanas. Es lo que hoy publica como columna El Mundo bajo el título «La foto política catalana».

Aquí y ahora, ya sin urgencias ni límite de espacio, añadiré un puñado de apuntes más.

- El primero, sobre el párrafo final de la columna. Ya sé que es demasiado seco y despectivo. Lo metí en respuesta al estruendo general, por lo común alborozado –y a todas luces exagerado–, con el que buena parte de los medios con sede en Madrid acogió la entrada de Ciutadans en el Parlament. Tengo el convencimiento (no arbitrario: basado en indicadores relativamente fiables, como los índices de audiencia radiofónica) de que las ideas que defiende la gente de Ciutadans tienen bastante más seguidores en Cataluña que los votos que ha logrado esa candidatura. Ser votado por el 3% del 57% (que es el porcentaje de participación) no es precisamente como para echar cohetes. A no ser que los cohetes se disparen con pólvora del rey.

- A nada que se hubiera esmerado la parte del electorado que optó por votar en blanco (más del 2%), congrega más ciutadans que Ciutadans.

Algún día entraré en el análisis de esto del voto en blanco. Sé que hay gente que prefiere votar en blanco a abstenerse porque cree que de ese modo deja constancia tanto de su rechazo de la oferta electoral disponible como de su civismo. Lo primero que habrá que discutir es si deja constancia de algo, porque son (somos) poquísimos los que tenemos en cuenta el dato de los votos en blanco. Y lo segundo que podría debatirse (yo lo haría) es si abstenerse en menos cívico que votar. La abstención tiene un aspecto positivo del que carece el voto en blanco: rechaza no sólo las candidaturas propuestas, sino el procedimiento mismo y las leyes, incluidas las del mercado, que lo rigen.

- Hay quienes me han reprochado mi falta de apoyo explícito a Esquerra Republicana de Catalunya. Ignoro por qué. Para empezar, nunca he pedido el voto para ninguna candidatura. En ninguna votación. (No le veo sentido. Me parecía mal que alguien se dejara influir por una recomendación mía.) Aparte de que, en este caso, mi opinión –e incluso mi sentimiento– es que la dirección de ERC ha contemporizado demasiado en los últimos tiempos con la política establecida. 

- Volviendo a Ciutadans. Me choca que la forofada mediática derecho-centralista no se haya mostrado preocupada por la división que su 3% establece en la derecha españolista catalana. Es obvio que su entrada en el Parlament se ha verificado a costa del PP, que ha perdido un escaño, cuando lo lógico habría sido que, después de la fortísima campaña apocalíptica de los últimos meses, la opción de Piqué hubiera mejorado sus resultados.

Aunque tampoco descarto que las huestes acebo-zaplanistas se hayan frotado las manos, así sea a escondidas, viendo el fiasco de Piqué.

- Reparé anoche en el regreso apoteótico de una técnica política particularmente molesta. Me refiero al tan hispánico recurso a la excusa adversativa, que permite a muchos hacer como si tuvieran en cuenta realidades que de hecho desprecian. Me hicieron reparar en ello en tiempos de los GAL: «Por supuesto que condeno la actividad de los GAL, pero también es cierto que...», objetaban algunos (los de CiU, sin ir más lejos). Huelga decir que, a partir de esa afirmación, lo único que les importaba era el «pero también es cierto que». Ayer pasé lista y no hubo dirigente político catalán que no pretendiera haber «tomado nota» de la fortísima abstención. Por el discurso que se largaban todos a continuación, era muy de temer que esa nota que habían tomado se la llevaran a su siguiente visita al WC, por si les faltara papel higiénico.

Y por hoy ya vale.

Nota de edición: Javier publicó una columna que trata el mismo asunto en El Mundo: La foto política catalana.

Escrito por: ortiz.2006/11/02 06:40:00 GMT+1
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