2006/11/21 05:00:00 GMT+1
Según el último sondeo realizado por el Centro de
Investigaciones Sociológicas (CIS), que se hizo público ayer pero fue realizado
durante el pasado mes de octubre, el PSOE supera en intención de voto al PP
sólo en 1,4 puntos. Desde el anterior barómetro
del CIS, efectuado en julio, el
PSOE ha bajado del 40,6% al 39,3%, en tanto que el PP ha subido del 36,9% al
37,9%. La distancia de 3,7 puntos detectada a comienzos del verano se ha
reducido hasta lo que los expertos califican de «empate técnico».
También ayer se hizo público un pulsómetro de la Cadena Ser que concede al PSOE una ventaja sobre
el PP de 6 puntos (45% frente a 39%). Los sondeos que realiza el Instituto
Opina para la Ser, basados en 1.000 entrevistas telefónicas, tienen un margen
de error reconocido de ±3,1%. La experiencia demuestra que las encuestas del
CIS son, en términos generales, las más fiables, porque están realizadas con
más medios.
Rodríguez Zapatero debe evaluar muy seriamente los
resultados del barómetro del CIS. Ha
de ser consciente de que la euforia popular desencadenada por el alto el fuego
y el anuncio de su disposición a negociar con ETA, que elevaron las
perspectivas electorales del PSOE a niveles más que halagüeños, ha dado paso al
sentimiento generalizado de que las cosas se han estancado, que no se está
haciendo nada de verdadera trascendencia y que todo puede irse al garete en
cualquier momento. La confirmación de que el robo de armas perpetrado en
Vauvert (Francia) fue obra de ETA refuerza el desánimo y el temor a lo que
pueda traer el futuro. Lo cual es fácilmente comprensible: quien tiene claro
que no va a volver a usar las armas no necesita más armas.
Es cierto que el PP está haciendo todo lo posible y
más por aumentar la inquietud y la desconfianza de la ciudadanía española, pero
no menos cierto es que ahora están encontrando un terreno mucho más abonado que
hace tres o cuatro meses.
Si el proyecto de Zapatero es seguir igual que ahora
en los próximos meses, la reacción negativa de una parte considerable de los
futuros electores (o abstencionistas) puede acrecentarse.
O retoma la iniciativa y empieza a actuar, de modo que
la opinión pública recupere la sensación de que «las cosas se están moviendo»
–y que se están moviendo en la buena dirección– o lo puede pasar mal. Y hacer
que muchos otros lo pasemos aún peor.
Escrito por: ortiz.2006/11/21 05:00:00 GMT+1
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2006/11/20 08:15:00 GMT+1
Oí hace algunos días una interesante entrevista que le
hicieron a al cantautor vasco Benito Lertxundi en
Radio Euskadi. Le preguntaron, entre otras muchas cosas, por el proceso de paz.
Como quiera que iba oyendo la radio con auriculares mientras paseaba por las
calles de Bilbao y no llevaba recado de escribir, no pude tomar nota exacta de
su respuesta, pero creo no traicionar su pensamiento si digo que contestó que
él no cree que haya ningún proceso de paz en marcha, porque lo que el Estado
español ofrece no es paz, sino sumisión; que los estados saben de opresión, no
de auténtica paz. Que la auténtica paz es la que se establece sobre la
justicia, y que no es eso lo que quiere negociar el Estado español.
Me sería imposible no simpatizar con la mala uva y el
espíritu crítico del comentario. De hecho, quienes siguen el rastro diario de
estos Apuntes saben bien que no soporto los sermones sobre la necesidad
de acabar con la violencia «venga de donde venga», casi siempre obra de
personajes que lo que defienden, en realidad, es que el Estado tenga el
monopolio de la violencia.
Sin embargo, no comparto la afirmación de que nuestro
tan mentado «proceso» no busca la paz, conclusión basada en el convencimiento
de que lo que puede resultar de él no sería, ni siquiera en el mejor de los
casos, una auténtica paz. Y no lo acepto porque, de atenernos a ese criterio,
deberíamos concluir que nunca ha habido paz en el mundo, porque ninguna de las
paces que han existido a lo largo de la Historia ha sido una «auténtica paz»,
es decir, una paz plenamente justa.
Decía Carl von Clausewitz, invirtiendo los términos de
su propia y más célebre definición, que la política no es sino la continuación
de la guerra por otros medios. Ya en la Grecia antigua hubo quien llegó a la
conclusión, aún más ceniza, de que la paz no es sino el periodo que media entre
dos guerras. Por lo general, dado que los
conflictos forman parte consustancial de las sociedades humanas, lo que se ha entendido históricamente
por paz es el resultado o bien de la
imposición de un oponente sobre el otro (u otros) o bien de una determinada
relación de fuerzas que hace desaconsejable la iniciación o la continuación de un
conflicto armado.
La razón básica por la que no suscribo la afirmación
de Benito Lertxundi es que mi consideración de la paz se basa en el estudio y la evaluación de la práctica humana, no en una construcción ideal.
No siento ninguna fascinación especial por los estados de paz concretos de los
que da cuenta la experiencia humana. Sucede que los estados de guerra, por lo
general, me desagradan todavía más. En la mayoría de las situaciones, considero
preferible que los conflictos se diriman –con toda la fuerza y la energía que
sea necesaria– en el terreno de la política. La de la Euskadi de hoy es una de
esas situaciones en las que creo que es mejor que los conflictos continúen
su curso –sí: que continúen– por la vía de la política.
Escrito por: ortiz.2006/11/20 08:15:00 GMT+1
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2006/11/19 10:00:00 GMT+1
José Luis Rodríguez Zapatero ha comunicado a los
miembros del Comité Federal de su partido que va a seguir intentando llevar
adelante el proceso de paz en Euskadi «pese a las dificultades». Se queja tanto
de las zancadillas que le pone la izquierda abertzale con la kale borroka como
del boicot sistemático del PP.
Antes de entrar a evaluar esas «dificultades», no
estará de más preguntarse en qué medida está justificado que hable de «seguir
intentando llevar adelante el proceso». Porque sólo se puede seguir haciendo
lo que ya se ha iniciado y, en lo que a este asunto concierne, no está nada
claro que el presidente del Gobierno haya hecho todavía nada concreto digno de
consideración. Ha mostrado disposición, ha señalado perspectivas, ha realizado
algunas afirmaciones de discutido interés... y ya está. Todo palabras. En el
caso de que haya dado algún paso efectivo, habrá sido a escondidas, porque a la luz del día no se ha visto nada. O, por mejor decir: se ha visto que
no tiene ningún deseo de mover ni un dedo, digan lo que digan sus enemigos.
Se escuda ahora en el boicot del PP y en la kale
borroka para justificar su pasividad.
Lo del PP no vale como excusa para nada: sabía desde
el principio que tenía que contar con ello. Hubiera sido del género tonto
pensar que la guardia pretoriana de Aznar le iba a facilitar las cosas.
Lo de la kale borroka merece dos
consideraciones. Recordemos, en primer lugar, que la kale borroka estuvo
ausente durante los primeros meses que siguieron al alto el fuego de ETA y no
por ello Zapatero tomó ninguna iniciativa visible y clara para distender la
política vasca y favorecer el inicio de los diálogos necesarios (a no ser que
tomemos el encuentro público entre Patxi López y Arnaldo Otegi como un pequeño
paso para el hombre pero un gran paso para la Humanidad). Hizo sin kale
borroka, en suma, lo mismo que ahora con kale borroka: nada, o casi
nada. En segundo término, el Gobierno sabe que algunas de las noticias más
alarmantes que han circulado en las últimas semanas en relación al conflicto
vasco no responden a la verdad y, lejos de hacer lo necesario para
desmentirlas, o al menos matizarlas, se ha servido de ellas de manera
oportunista para justificar su propia inacción. Lo cual viene a poner de manifiesto
que no le incomoda nada que se dramatice la situación más allá de lo que los
hechos justifican.
Según todas las trazas, lo que Zapatero está haciendo
desde hace meses es tratar de ganar tiempo para que se acerquen las próximas
citas electorales. Quiere rentabilizar en ellas su labor de pacificador,
poniendo al electorado ante la opción decisiva: o apoyarle a él para que trate
de alcanzar la paz definitiva en Euskadi o dejar al PP que tire por la borda
todo lo hecho y empuje a ETA a volver a las andadas. De cara a ello, no le
interesa avanzar de momento en ningún diálogo. Porque no quiere que el PP pueda
aprovechar esos avances para clamar «¡Traición!», pero tampoco que las otras
partes negociadoras puedan decir que lo que ofrece es tan birrioso que no tiene
ningún sentido continuar con la negociación. Necesita mantener una situación de
expectativas abiertas, pero difusas. Y a eso parece estar dedicándose con gran
entusiasmo, entre Alianza de Civilizaciones y planes de paz para el Oriente
Medio.
Escrito por: ortiz.2006/11/19 10:00:00 GMT+1
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2006/11/18 09:50:00 GMT+1
La Asamblea General de las Naciones Unidas votó ayer
una resolución de condena del ataque israelí contra Beit Hanún, que entrañó el
asesinato de 19 civiles. Por 156 votos a favor, siete en contra y siete
abstenciones, la Asamblea exigió a Israel que cese sus acciones militares en la
franja de Gaza y que retire sus tropas de la zona.
Israel dejó bien claro de inmediato que no piensa
tomar ni siquiera en consideración las exigencias de la Asamblea General. Puede
permitírselo, puesto que, como se sabe, las resoluciones de la Asamblea
General, a diferencia de las del Consejo de Seguridad, no son vinculantes. No
es que las autoridades israelíes tengan por costumbre hacer caso de lo que vota
el Consejo de Seguridad, pero se entiende fácil que, si desdeñan lo que tiene
categoría de vinculante, lo que no la tiene les deja más anchas que largas.
Doblemente en este caso, puesto que la misma resolución votada ayer por la
Asamblea General había sido previamente rechazada en el Consejo de Seguridad en
virtud del veto de los Estados Unidos, que alegó que era «parcial» y respondía
a «intereses políticos».
El representante israelí en la ONU achacó la decisión
a que «durante décadas Israel ha sido un blanco de la Asamblea General». Como
si se tratara de una especie de extraña manía arbitraria o de fijación
patológica sufrida por la inmensa mayoría de los países del mundo entero.
El embajador de Israel calificó la reunión de la
Asamblea General de «mascarada». En esto no puedo por menos que estar de
acuerdo con él, sólo que por muy diferentes motivos. Llevar el asunto a la
Asamblea General, sabiendo que ha sido rechazado por el Consejo de Seguridad,
no pasa de ser un intento ridículo de salvar la cara a un organismo cuya
inutilidad para casos como éste es manifiesta. Que un solo Estado pueda imponer
su voluntad por la vía del veto, reduciendo a la impotencia al resto del mundo,
retrata muy bien la realidad internacional que padecemos.
No menos grotesco es que los medios occidentales –los
españoles entre ellos– den la noticia de la condena de la Asamblea General como
si sirviera para algo.
Escrito por: ortiz.2006/11/18 09:50:00 GMT+1
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2006/11/17 08:15:00 GMT+1
Nunca hay que bajar la guardia.
Lo comentaba el miércoles pasado en Radio Euskadi a propósito de la foto que
publicaron los periódicos en la que se veía a los acusados del atentado contra
Eduardo Madina, sentados en el banquillo de la Audiencia
Nacional, riéndose. Me dijeron: «Pero parece que no fue durante la declaración
de Madina cuando rieron; que fue en otro momento». Y yo respondí que, sabiendo
cómo funcionan los medios de comunicación, si sabes que están deseando publicar una foto tuya riendo durante un funeral, lo mejor que puedes
hacer es pasarte todo el funeral con cara de ídem. Si no ofreces la ocasión,
frustras la oportunidad. Ellos se rieron –cualquiera sabe en qué momento y por
qué: cuando se encontraron después de años sin verse, comentando cualquier cosa
en una pausa– y hubo foto: «Los etarras acusados de atentar contra Madina se
ríen».
Cuento esto para hacer ver que
no me pillan por sorpresa las muchas variantes de manipulación informativa que
existen. Pero hago mal creyéndome al cabo de la calle. Las posibilidades
prácticas me desbordan una y otra vez.
Todos sabemos lo que ocurrió el
viernes pasado en Bilbao durante unos actos de kale borroka. Estamos informados de que unos cuantos jóvenes
rociaron con gasolina y con un spray incendiario a dos policías municipales y
trataron de prenderles fuego. No lo lograron. Muchos nos horrorizamos al
saberlo y temblamos, no sólo por lo que les hubiera podido ocurrir a los dos
municipales, sino por lo que habría podido sucederle al proceso de paz.
Conocemos igualmente las reacciones airadas de los partidos y la riada de
comentarios de prensa que suscitó el hecho. Dos jóvenes fueron detenidos y
acusados del atentado.
Mi primera sorpresa vino cuando
el juez decidió no imputar a los dos jóvenes la agresión con pretensiones
asesinas. Les acusó de haber participado en la quema de un contenedor, sin más,
y los dejó en libertad bajo fianza. Esto apenas se resaltó en los medios más
importantes, y lo poco que se habló de ello fue para comentar «lo barato que
sale tratar de quemar a dos policías», haciendo caso omiso del auto judicial.
Lo segundo que me sorprendió, y
mucho, fue que los dos policías a los que presuntamente se les roció con
gasolina, etc., no prestaran declaración ante el juez para dar cuenta de los
hechos. Es más que extraño. Si ellos no se presentan para relatar lo ocurrido y
denunciarlo, no hay causa. ¿Y por qué no lo harían?
A partir de ello, me pregunté:
«Y tú ¿cómo sabes que sucedió realmente lo que se ha contado?». Y tuve que
responderme que, en realidad, saberlo, lo que se dice saberlo, no lo sé. En las
fotos que se han publicado se ven destrozos callejeros, pero no hay ninguna
imagen de la supuesta agresión a los policías. Se habló de la intervención en
el incidente de paseantes y comerciantes de la zona, que habrían salido en
defensa de los guardias, pero –al menos que yo haya visto– no se ha publicado
ninguna entrevista con ninguno de ellos.
De modo que, a día de hoy, yo al
menos no estoy en condiciones de afirmar qué ocurrió y cómo fue. Si es que
ocurrió.
Ya digo: nunca se está lo
suficientemente en guardia.
Escrito por: ortiz.2006/11/17 08:15:00 GMT+1
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2006/11/16 05:00:00 GMT+1
Me pregunta un lector si no me
parece sospechoso el casi obsesivo interés que ponen los medios de comunicación
del grupo Prisa en las irregularidades urbanísticas que detectan ya casi por
todas partes. Le respondo que por supuesto. A decir verdad, no sospecho: tengo
la certeza de que están explotando como fieras esa veta porque –permítaseme el
contrasentido minero– es una ganga.
El enloquecido negocio urbanístico
confiere al PP, cuyos representantes locales aparecen detrás de casi todos los
chanchullos denunciados, una imagen de corrupción mafiosa que le viene de
perlas al PSOE, que completa la operación cazando a unos cuantos corruptos de
su propio partido y aplicándoles un «castigo ejemplar».
Por supuesto que la especulación
inmobiliaria y el cobro de comisiones a los constructores no tienen nada de
novedoso. Ese tipo de escándalos estuvieron en su perfecta salsa durante las
dos últimas décadas del pasado siglo. La urbanización turística masiva de las
costas mediterráneas e insulares llegó de la mano de la especulación del suelo,
con su acompañamiento inevitable de dinero negro y de compra-venta de licencias
de so capa. Algunos nos pusimos morados de denunciarlo, pero nos respondían
diciéndonos que estábamos en contra del progreso, o reprochándonos lo mismo que
ahora dicen los trabajadores de Paco el
Pocero: que si queríamos dejar sin ingresos a muchos miles de familias.
De haber algo de nuevo en lo de
ahora, podríamos localizarlo en el auge de la construcción de residencias secundarias. Hablo de la legión de urbanizaciones constituidas por bloques
de casas y de chalés (en todas sus variantes: adosados, pareados, individuales)
que se construyen de cualquier manera y en cualquier lado para que las clases medias ciudadanas tengan dónde ir
los fines de semana, los puentes y las vacaciones. Cualquier terreno que esté
en un radio aproximado de 200 kilómetros de cualquier gran ciudad es
susceptible de convertirse en una urbanización secundaria. Y si luego tiene agua, pues estupendo, y si no, pues
qué se le va a hacer.
Por supuesto, esto no sustituye
a lo de antes, sino que se añade: las costas cálidas –y no tan cálidas– siguen
repletas de grúas.
Sea como sea, ni El País ni la Cadena Ser habían dado
muestra hasta hace unos meses de sentir una repugnancia tan visceral hacia los
negocios sucios inmobiliarios, los abusos especulativos y la construcción
irracional. Descartada (por mí, al menos) la posibilidad de que estemos ante un
ataque de pureza sobrevenida, la explicación más verosímil es que Polanco le
esté echando una mano al PSOE, para variar.
Aceptado lo cual, añado: ¿y qué?
Lo que más me interesa de la catarata de denuncias de El País y la Ser es saber si los escándalos que airea son ciertos o
no. Y si son ciertos, bienvenida sea la catarata. Y por mí, y mientras se
atenga a los hechos, como si se convierte en maremoto.
Estamos en el mismo caso, aunque
inverso –inverso en cuanto a las dramatis
personae–, al que se produjo en
la época en la que se sucedieron las denuncias periodísticas de los crímenes de
los GAL. «Lo que busca El Mundo es
hundir a Felipe González», «Está ayudando al PP contra el PSOE», etc. Centrarse
en esos aspectos conducía a desviar la atención de lo principal. Lo principal
era que los crímenes denunciados se habían producido. Lo secundario, las
intenciones que alimentaran o dejaran de alimentar quienes hacían las
denuncias.
Es casi una ley del periodismo
moderno: ninguna denuncia de importancia es inocente. Pero, mientras los
desaguisados afloren y los corruptos sean pillados, no todo estará perdido. Y
si es posible incitar a los corruptos de signo opuesto a que se metan en una
pelea navajera los unos contra los otros, mejor que mejor.
Escrito por: ortiz.2006/11/16 05:00:00 GMT+1
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2006/11/15 05:00:00 GMT+1
Hablamos ayer en la tertulia del
programa «Pásalo» de ETB sobre la sabiduría de los ancianos. Había general
acuerdo en que «nuestros mayores» (primera cursilada) cuentan con un hondo
conocimiento de la vida y tienen mucho que enseñar. Discrepé, por supuesto.
Argumenté que no hay ninguna prueba solvente que demuestre la sapiencia de los
viejos, en general. Hay viejos reflexivos –no llevaré mi natural modestia al
extremo de no ponerme como ejemplo–, pero los hay también zotes como ellos solos.
Tanto los unos como los otros son los menos. De los más habría que decir, no
sin cierta generosidad, que ni fu ni fa.
Seamos claros: la constatación
de lo que votan en su mayoría los integrantes de la «tercera edad» (segunda
cursilada) incita más bien a atribuir a los ancianos una penosa contumacia en
el error.
Pasa con la tópica sabiduría de
los ancianos lo mismo que con la tan mentada astucia del refranero. Yo no le
hago ascos al empleo de algunos refranes, pero admito que lo hago por pura
cobardía, con la esperanza de que se le eche al pueblo llano la culpa de
algunas de las ideas no demasiado en boga que se me ocurren.
El refranero, por lo demás,
contiene sentencias para todos los gustos; en defensa de cada cosa y de su
contrario. «Al que madruga Dios le ayuda», sí, pero «no por mucho madrugar
amanece más temprano». Admitamos que así es difícil equivocarse.
Digo que los ancianos gozan de
una presunción de sabiduría perfectamente injustificada, pero digo mal. Porque,
si bien eso es sin duda cierto en relación a los ancianos de nuestras
sociedades mal llamadas avanzadas, no es del todo aplicable a todos los
ancianos de todas las culturas del mundo.
Pensando en ello me ha venido a
la memoria un antiguo cuento canadiense que viene a retratar muy bien la sabiduría
de un viejo indio de la zona de las Montañas Rocosas, allá por el estado de
Alberta, cuyo nombre (el del indio) no recuerdo, pero al que podríamos llamar Ojo de Lince, por
sus demostradas dotes de gran observador.
Cuenta el cuento que un buen día,
a mediados del siglo XX, un campesino blanco, afincado en el valle que se
extiende al pie de las montañas en las que el viejo Ojo de Lince había pasado sus 70 años de penurias, ascendió al bosque a cortar pinos con los que hacer
leña para afrontar el ya cercano invierno. El campesino, cuyo nombre tampoco
recuerdo, pero al que bien podríamos llamar Edward Wilkinson O’Shaughnessy, por
abreviar, llevó su carreta montaña arriba, llegó al bosque, cortó dos
sólidos pinos, los cargó trabajosamente en su carreta con la ayuda de su caballo
y regresó al valle.
Llegaba ya a las verdes praderas
cuando vio en el borde del camino a Ojo de Lince sentado sobre el carcomido tocón de un
roble. El anciano, con las piernas cruzadas, fumaba parsimoniosamente su
larga pipa con los ojos semicerrados, en una actitud de meditación muy propia
de él.
O’Shaughnessy, que sentía un
gran respeto por el viejo Ojo de Lince, como todos los vecinos de aquellos casi
despoblados parajes, detuvo su carreta para saludarlo.
Ojo de Lince abrió los ojos, lo
miró fijamente y le dijo:
–Venir invierno muy crudo.
Y volvió a entornar los ojos.
Según llegó a su cabaña,
O’Shaughnessy informó a su mujer (cuyo nombre tampoco sabemos, pero da igual,
porque es un personaje secundario en este cuento):
–He visto a Ojo de Lince, el
sabio. Me ha dicho que este invierno va a ser muy crudo. Creo que mañana subiré
a la montaña a por más leña.
Y eso hizo. Subió de nuevo al
bosque, taló cuatro árboles más, los cargó como pudo en la carreta y emprendió
el regreso.
Ojo de Lince estaba en el mismo
lugar que el día anterior y en idéntica actitud. Antes incluso de que
O’Shaughnessy hubiera tenido tiempo de saludarlo, retiró su pipa de los labios
y sentenció:
–Venir invierno muy muy crudo.
La inquietud se adueñó del
campesino. ¿Y si el invierno venidero resultara tan crudo que ni siquiera la
leña de seis árboles les fuera suficiente? Así se lo hizo ver a su mujer en
cuanto llegó a la cabaña:
–Ya sabes lo sabio que es Ojo de
Lince. Sus palabras no pueden tomarse a broma. Su tribu lleva siglos en estas
montañas. Mañana subiré a por más leña, por si acaso.
Y así fue. Al despuntar el día,
preparó la carreta, sólo que en esta ocasión con dos caballos, y ascendió a la
montaña.
Tardó toda la mañana en talar
seis árboles y media tarde en subirlos al carro.
Era ya casi de noche cuando
llegó a las inmediaciones del valle.
No le sorprendió encontrar
en el sitio de siempre a Ojo de Lince.
Nada más ver a O’Shaughnessy, el
anciano indio habló de nuevo:
–¡Venir invierno muy muy muy crudo!
O’Shaughnessy, ya un tanto mosca,
se decidió a inquirir al viejo:
–Dime, sabio Ojo de Lince. ¿Por
qué cada día que pasa sabes que el invierno va a ser más y más crudo?
A lo que el anciano, entornando
los ojos, respondió:
–Proverbio indio
dice: «Cuando rostro pálido cortar mucha leña, es que venir invierno muy crudo».
--oOo--
Me temo que os he mentido al
principio: éste no es un cuento canadiense. Pero tampoco es mío, aunque la
redacción esté hecha a mi guisa. Lo ideó un francés con bastante retranca que,
al igual que yo, no estaba nada convencido de que los ancianos extraigan una
profunda sabiduría de su larga experiencia.
Sólo que él incluía en su
desconfianza también a los ancianos indios. Era más radical que yo.
Murió bastante joven, por cierto.
Escrito por: ortiz.2006/11/15 05:00:00 GMT+1
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2006/11/14 05:00:00 GMT+1
Rodríguez Zapatero discursea por doquiera que pasa sobre los Derechos Humanos, sobre la Paz, sobre la Alianza de Civilizaciones y sobre todo cuanto mejor cree que conviene a la imagen seráfica, de demócrata avanzado y tolerante, que cultiva con tanto esmero.
Lo malo es que sus discursos no siempre se corresponden con su práctica. A veces, incluso, los unos y la otra se dan de patadas.
Un ejemplo: va a la reunión de dirigentes de la UE celebrada en Finlandia y habla ante ellos en tono crítico sobre la política de Putin, que ya se sabe cómo trata a los chechenos –y a quienes denuncian en la prensa cómo trata a los chechenos–, y sostiene que, a la vista de la prepotencia con que actúa el presidente ruso, la UE debería buscar alternativas que la hicieran menos dependiente de su petróleo y de su gas. Excelente argumento que le lleva a continuación a defender el establecimiento de relaciones de privilegio con los estados del norte de África, empezando por la muy democrática Argelia, campeona en la defensa de los derechos y libertades de sus ciudadanos. Por las mismas razones, obviamente, por las que va a recibir con todos los honores al guineano Obiang, cuya mayor virtud democrática es que parece dispuesto a permitir que Repsol haga buenos negocios con yacimientos de petróleo en su país.
Tampoco fue tontería la desenvoltura con la que se sumó en Montevideo a las críticas latinoamericanas contra el largo muro levantado por Bush en la frontera con México, olvidándose de que los muros que ha levantado él en Ceuta y Melilla no son tan largos como los de Bush porque la extensión de las fronteras de aquí no da para más, pero que persiguen estrictamente la misma finalidad y merecen idéntica calificación ética.
Ahora ha estado en Turquía y se ha unido al presidente turco Recep Tayyip Erdogan para presentar las conclusiones del Grupo de Alto Nivel para la Alianza de Civilizaciones (lo siento, no es culpa mía: se llama así). En el discurso correspondiente, ha hablado de «la igual dignidad de todos los hombres y mujeres y de su capacidad única de diálogo para resolver los conflictos», pero ha declinado comentar las críticas de la UE al Gobierno del personaje que tenía a su lado, denunciado por sus sistemáticos incumplimientos en materia de derechos y libertades. ¿Obró así por delicadeza diplomática? Pues tampoco del todo porque, a cambio, no tuvo ningún empacho en replicar a las críticas de Erdogan al Papa saliendo en defensa de Benedicto XVI (quien, como es bien sabido, está mucho más desvalido que la población kurda y la oposición radical turca).
Si reivindicara abiertamente la necesidad de priorizar los negocios sobre las cuestiones de conciencia, tendría claro qué acusaciones formular contra él, pero entre ellas no incluiría la de hipócrita. Lo que realmente me asquea es ver cómo se exhibe por esos mundos dando lecciones de rectitud moral en la actividad política, cuando es capaz de cerrar los ojos a lo que sea si con ello consigue –es un ejemplo– que los dirigentes chinos dejen por un momento de firmar penas de muerte para suscribirle unos cuantos contratos de cooperación.
Nota de edición: Javier publicó una columna de parecido título y mismo asunto en El Mundo: Discursos de doble moral.
Escrito por: ortiz.2006/11/14 05:00:00 GMT+1
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2006/11/13 05:00:00 GMT+1
Hay una noticia de la pasada
semana que, con los ruidos principales de cada día, olvidé comentar. Bueno, hay
muchas que no comenté, y que lo merecían –por ejemplo, el nuevo crimen de
Israel, cuya condena por las Naciones Unidas Washington ha vetado (y la UE se
ha conformado con «lamentar») o la situación cada vez más angustiosa del Sahara
Occidental, que mereció una importante manifestación en Madrid el pasado
sábado–, pero se trata de noticias que entran dentro de capítulos generales que
ya he tratado en bastantes ocasiones anteriores y sobre los que habré de volver
en el futuro bastantes más, por desgracia.
No; la noticia a la que me
estoy refiriendo pertenece al género de las insólitas, sin parangón en el pasado y con
difícil repetición en el futuro. Nos la dio a conocer El País del viernes, en su página 14, al final del texto de una
entradilla y sin destacar particularmente su importancia, citando al semanario Interviu.
Publicaba el diario de Prisa un
informe confidencial elaborado por el Departamento español de Política
Internacional y Seguridad, adscrito a la Presidencia del Gobierno, en el que se
da cuenta resumida de las intervenciones que tuvieron los mandatarios de la UE
en la reunión que realizaron el 20 del mes pasado en Finlandia horas antes de
entrevistarse con Putin. El acta tiene cierto interés, porque revela la nada
elevada opinión que tienen los dirigentes de la UE del presidente ruso y la
poca confianza que les inspira.
Pero lo verdaderamente
importante no está en el contenido del acta secreta, que tampoco aporta grandes
revelaciones, sino en el modo en el que llegó al semanario de Zeta, tal como lo
describe El País en la introducción
de la noticia. Dice: «Junto a decenas de
documentos reservados y confidenciales, el acta fue tirada a la basura hace
unos días por funcionarios del Ministerio español de Asuntos Exteriores». Afirmado
lo cual, añade que «los informes llegaron a Interviu»,
sin dar mayores precisiones.
He visto muchas oficinas en las
que a diario tienen que destruir documentos (correspondencia particular o de
uso interno de la dirección, borradores de proyectos, etc.). En casi todas
ellas había máquinas trituradoras de papel, de ésas que convierten las páginas
en tiritas como serpentinas. La simple idea de que el Ministerio de
Asuntos Exteriores español se deshaga de sus documentos confidenciales
inservibles (de todos o de algunos) por el sistema de tirarlos a la papelera me
deja verdaderamente estupefacto.
Dicen los manuales de periodismo
que el que un perro muerda a una niña no es noticia (*); que la noticia es que
una niña muerda a un perro. Ateniéndose a ese criterio, habría que considerar
que lo de la basura del Ministerio de AAEE español viene a ser algo así como
que mientras la niña está mordiendo al perro llega un señor y se carga a
mordiscos a los dos. Un señor sin la menor mala fe, por supuesto.
__________
(*) Supongo que eso de que no es
noticia que un perro muerda a una niña se instaló como tópico periodístico en
tiempos muy lejanos. Hoy en día, antes de considerar que un suceso así no es
noticia, habría que averiguar: la raza del perro (por si está catalogado como
peligroso y andaba suelto), quién en su dueño (por si acaso es famoso) y quién
es la niña mordida (por si los famosos son sus padres). De hecho, en los
últimos años han sido frecuentes las noticias sobre perros que muerden a niñas
(y niños), como todo el mundo sabe.
Escrito por: ortiz.2006/11/13 05:00:00 GMT+1
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2006/11/12 07:50:00 GMT+1
El único que tiene trazado su camino y se limita a seguirlo es el PP. Ha decidido que, si el llamado «proceso» va adelante y ofrece perspectivas de éxito, el mayor beneficiario electoral será Rodríguez Zapatero. En consecuencia, no quiere saber nada de contactos, ni de mesas, ni de acuerdos. Se ha apuntado a aquello tan viejo de «cuanto peor, mejor». Desde luego, como la apuesta le salga mal, puede darse un castañazo contra las urnas de los que hacen época. Pero eso no hace menos cierta la afirmación inicial: es el único que lo tiene claro.
En cambio, los dos principales sujetos activos del definido como proceso de paz están metidos en una dinámica más que preocupante. Son como dos conductores que fueran directos a chocar el uno contra el otro y ambos pensaran: «Ése no es tan insensato como para seguir recto. No puede querer estrellarse. Acabará apartándose.» Pero los dos han hecho la misma reflexión y ninguno de los dos se aparta.
El Gobierno aseguró que después del verano tendría noticias positivas concretas que dar a los partidos que lo apoyan –que son todos, menos el PP– y a la opinión pública española en general. No ha dado ninguna. Pronto anunció que no tenía intención de acercar a los presos, e incluso se puso a reprochar al PP haberlo hecho en su día, como si fuera un crimen, cuando lo cierto es que, de haber tomado medidas en ese sentido, habría ayudado a crear un clima más propicio para el diálogo, sin apartarse por ello ni un milímetro de la legalidad vigente, sino todo lo contrario. Tampoco se atrevió a hacer nada concreto para propiciar el regreso de Batasuna a la legalidad, pese a reconocer que lo deseaba. Por lo demás, por lo que me cuentan, sus movimientos subterráneos para allanar el camino de la negociación –de las dos negociaciones– no se han distinguido por su audacia, precisamente.
La falta de colaboración de la izquierda abertzale es extrema. Lo peor y más grave de todo es el retorno de la kale borroka, que quizá Batasuna no organice –no creo que lo haga–, pero que tolera y trata de rentabilizar, pese a que con ello juega con fuego, y nunca mejor dicho. Otegi se comprometió en Anoeta a «sacar el conflicto de las calles». No está cumpliendo. Batasuna se ha metido también en una dinámica estrafalaria al reprochar a Zapatero la materialización de resoluciones judiciales que tienen un claro marchamo ideológico y político, pero no progubernamental, precisamente, y al exigir a los gobiernos central y vasco que cesen toda actividad que tenga que ver con «el conflicto», como si la experiencia anterior no obligara a ambos a prepararse para una hipotética ruptura de la tregua. (De hecho, también ETA se prepara para esa eventualidad.)
Arnaldo Otegi afirmó en el mentado acto de Anoeta: «Es más difícil hacer la paz que hacer la guerra». Lo que entonces pareció una propuesta toma ahora todos los visos de una autocrítica.
Tanto el Gobierno como Batasuna, cada uno a su modo y salvadas las obvias distancias, se están jugando su futuro político. Pero eso, hasta cierto punto, es lo de menos. Lo peor es que se están jugando también la paz.
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: Jugando con la paz.
Escrito por: ortiz.2006/11/12 07:50:00 GMT+1
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