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2007/04/10 05:00:00 GMT+2

Sancionar no es disuadir

Escribo estas líneas en la noche del lunes 9, recién llegado a Madrid desde Aigües. Lo hago por adelantar trabajo y no tener que madrugar mañana, que salgo nuevamente de viaje y quisiera hacerlo tras haber dormido bien. (Ventajas de la técnica: puedo programar el ordenador para que actualice la página a la hora que me parezca conveniente.)

A la hora en la que escribo, la DGT todavía no ha proporcionado una cifra definitiva de muertos en la carretera durante estas mini-vacaciones. Según todas las trazas, será una cantidad similar a la del pasado año. Sólo que el pasado año no existía el carné por puntos y había muchos menos radares. ¿Cómo se explica eso?

Voy a arriesgarme a decir lo que muy probablemente dirán mañana bastantes medios de comunicación, pero da igual: cuanto más se repitan esos argumentos, mejor.

Primer punto: la instauración del carné por puntos se presentó como una medida que iba a mejorar la seguridad del tránsito rodado de manera muy sustancial.  Exageraron sus virtudes. Pusieron como ejemplo a Francia. Sin embargo, nuestros vecinos del norte siguen discutiendo sobre la eficacia real de ese sistema sancionador, porque tampoco es tan evidente. No es casualidad que varios estados europeos hayan renunciado a instaurarlo.

Segunda observación: el aumento del número de radares fijos y móviles no tiene efectos demasiado destacados sobre la seguridad. Para empezar, porque una sanción que llega días más tarde y que puede ser endosada a una persona distinta del conductor real no incita a un cambio de actitud en éste. Además, la mayoría de los radares se instalan en autovías y autopistas, que constituyen el tipo de carreteras que registran una menor cantidad de accidentes.

Si se quisiera disuadir a los potenciales accidentados de incurrir en comportamientos imprudentes, se incrementaría el número de agentes de la Guardia Civil de Tráfico dedicados a patrullar y se pondría el acento en la vigilancia y el control de las carreteras de doble dirección, que son las que presencian un mayor número de accidentes graves.

La limitada presencia de agentes en las carreteras y su concentración en las vías mejores se corresponde con una visión enfocada a la obtención del máximo beneficio económico, no a la seguridad de los conductores y sus eventuales acompañantes. Si las autoridades del Ministerio pusieran el acento en esto último, habría más presencia física y visible de la Guardia Civil de Tráfico y se vigilarían, sobre todo, las carreteras de doble dirección. Pondrían menos multas, se supone, pero más atinadas y con un efecto aleccionador muy superior.

Escrito por: ortiz.2007/04/10 05:00:00 GMT+2
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2007/04/09 07:10:00 GMT+2

Pro patria mori

Solemos decir los periodistas, medio en broma medio en serio, que todo lo que no es copia es plagio, y por supuesto que eso no es del todo cierto, pero sí que muchos asuntos que se presentan como nuevos y originales tienen antecedentes muy similares, si es que no calcados.

Me acordé de ello el pasado día 4, tras leer un despacho de la agencia Efe en el que se contaba que un vicemariscal de las Fuerzas Aéreas británicas, David Walker, preguntó a un grupo de pilotos qué responderían si, tras comprobar que las armas de su avión no funcionaban, recibieran la orden de estrellar el aparato contra un vehículo conducido por un talibán que llevara una potente bomba para hacerla estallar contra una ciudad británica. Según el despacho de Efe –sobre el que me alertó un lector y que encontré reproducido por los diarios del grupo Vocento–, un piloto al que el vicemariscal Walker preguntó si estaría dispuesto a hacer de kamikaze, respondió: «¡Después de usted, señor! ¡Lo intentaría, pero sólo si antes el vicemariscal me enseña cómo se hace!»

Supongo que sus compañeros reirían la ocurrencia, pero, tal como decía al principio, no tuvo nada de original, aunque el piloto creyera que sí. El gran Boris Vian –novelista, poeta, compositor, trompetista y cantante– recogió la misma idea, probablemente muy antigua, en su canción El desertor, que es ya un clásico del repertorio antimilitarista: «S’il faut donner son sang, / allez donner le vôtre!», decía en la canción, que se presenta como una carta al presidente de la República escrita por un ciudadano al que acaban de comunicarle que lo mandan a la guerra. «Si hay que dar su sangre, ¡vaya y dé la suya!»

Resulta muy tentador en muchas ocasiones, sin duda, sugerir a quienes proponen soluciones radicales que se ofrezcan voluntarios para aplicarlas. «¡Pues si hay que ocupar militarmente el País Vasco, se ocupa y ya está!», me soltó una vez cierto conocido periodista en medio de una acalorada discusión. La verdad es que me entró la risa. Le respondí: «¡Venga, sí! ¡Y ofrécete tú para patrullar en agosto por la playa de La Concha con una tanqueta! ¡Te harías aún más famoso!»

La Historia está llena de celebridades que obtuvieron su fama gracias al cuello de otros. Empezando por nuestro heroico Alonso Pérez de Guzmán, llamado Guzmán el Bueno (¡«El Bueno!»),  que ofreció su propio cuchillo para que los sitiadores de Tarifa mataran a su hijo, lo que dijeron que harían si no entregaba la plaza. Un antepasado mío también ganó honores durante la Guerra de Independencia por sacrificar a su propia mujer, prisionera del enemigo, con tal de no rendirse.

«Dulce et decorum est pro patria mori» («Es dulce y honorable morir por la patria»), escribió el latino Quinto Horacio Flaco en una de sus odas, y las huestes de Roma lo tomaron como lema. Por lo menos Horacio hablaba de la propia muerte, no de la ajena. Pero ni siquiera así me convence la perspectiva. De joven me daba más por las ideas sublimes y exaltantes, pero según me voy haciendo viejo entiendo mejor lo que cantaba Brassens en una de sus bromas musicadas: «¿Morir por ideas? De acuerdo. Pero de muerte lenta.»

Escrito por: ortiz.2007/04/09 07:10:00 GMT+2
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2007/04/08 09:20:00 GMT+2

Así no hay manera

Sólo pueden oponerse a negociar con ETA el cese de su existencia como organización terrorista aquellos que o bien no desean su desaparición, por las razones que sea –puede haber varias–, o bien ignoran cómo se resuelven los conflictos armados. Incluso cuando se logra la victoria en una guerra, hay que tratar con el derrotado sobre las condiciones de su rendición y, en el caso de que conserve todavía parte de su capacidad de hacer daño o pueda recuperarla a corto o medio plazo, conviene ofrecerle una salida aceptable, no excesivamente humillante. Así lo enseña la Historia. Siempre se recuerda –el ejemplo es casi de manual– que las condiciones draconianas que el Tratado de Versalles impuso a Alemania tras la guerra del 14-18 se volvieron como un bumerán contra sus promotores, actuando como un poderoso acicate para el desencadenamiento de la II Guerra Mundial.

Sabido lo anterior, el problema no estriba en dilucidar si se debería o no negociar con ETA, sino en la imposibilidad de hacerlo mientras sus dirigentes no adquieran un mínimo sentido de la realidad y se hagan cargo de cuál es su verdadera situación. Tal como se expresan en la entrevista que hoy publica Gara, es obvio que no asumen algunos hechos muy elementales, sin los cuales no tiene sentido negociar, porque el entendimiento es imposible.

Para empezar, está claro que no son conscientes de lo inútil que resulta que hablen de su disposición a asumir «compromisos firmes». Deberían darse cuenta de que sus promesas carecen ya de credibilidad, porque su palabra saltó por los aires con el atentado de la T-4. Afirmaron que estaban en «tregua permanente» y a continuación pusieron una bomba. O no calibraron sus promesas o son unos falsarios: cualquiera de las dos posibilidades los inhabilita como interlocutores.

Pero eso, con ser grave, ni siquiera es lo peor. Más decisivo es su empeño en seguir dictando a las fuerzas políticas lo que deben hacer o dejar de hacer. Según el planteamiento que Batasuna expuso públicamente en 2004 en su tantas veces mentado mitin de Anoeta, los problemas políticos deberían ser tratados en el ámbito civil, sin armas de por medio, entre partidos políticos y fuerzas sociales. Conforme a ese esquema, ETA habría de limitarse a negociar con el Estado su propio futuro; no el de Euskal Herria. Los dirigentes de la organización armada dijeron que estaban de acuerdo con ese planteamiento, y quizá los de entonces lo estuvieran, pero a la vista está que los de ahora no. Mantienen su absurdo empeño en actuar como portavoces de un pueblo que no sólo no les ha elegido para esa función, sino que ha elegido directamente a otros que defienden planteamientos muy divergentes. Si realmente quisieran, como dicen, que se encuentre «una salida verdaderamente democrática al conflicto», lo primero que tendrían que hacer es demostrar algún tipo de respeto, siquiera fuera mínimo, por lo que la mayoría del pueblo de Euskadi viene expresando desde hace años en las urnas. ¿A que me refiero cuando hablo de un respeto mínimo? A no considerar que matar electos sea un título de gloria, por ejemplo.

Vuelvo al comienzo: el problema no es si se debe o no se debe negociar con ETA, sino cómo negociar con alguien que no sabe ni qué terreno pisa, ni cuál es su situación real, ni qué ofrece, ni qué garantías proporciona de que lo va a cumplir, ni qué línea sigue, ni quién la marca.

Así no hay manera.

Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: Así no hay manera.

Escrito por: ortiz.2007/04/08 09:20:00 GMT+2
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2007/04/07 05:00:00 GMT+2

Antena 3 acusa, condena... y falsea

Algunos medios de comunicación se muestran permanentemente dispuestos a superarse a sí mismos en sus demostraciones de desidia deontológica y falta de rigor periodístico.

Me quejaba hace pocos días de los medios sedicentemente informativos que se apresuran a condenar en firme y sin apelación posible a todos cuantos son acusados por la Policía de algún crimen, sin esperar a que las acusaciones policiales se sustancien en un procesamiento, en un sumario, en un juicio y en una condena firme. Para ellos, la presunción de inocencia no es más que una argucia leguleya y aburrida que sólo interesa a los etarras y a sus cómplices.

Doy cuenta hoy del enunciado de un titular de cabecera manejado en los informativos de Antena 3 el pasado 3 de abril, tal como me lo ha hecho llegar un lector. Fue el siguiente: «Seis de los siete miembros del “comando Donosti” detenidos ingresan en prisión». A los responsables de Antena 3 les dio igual que el juez, a la vista de la nula falta de relación con ETA de uno de los detenidos, decidiera ponerlo en libertad sin cargos. Ellos lo habían presentado previamente como miembro del “comando Donosti” –a él lo mismo que los otros seis detenidos– y no se iban a desdecir tan sólo porque se hubiera producido una enojosa decisión judicial exculpatoria. De modo que lo siguieron caracterizando como miembro del “comando Donosti”, con toda tranquilidad y sin cortarse lo más mínimo.

¿Por qué no iban a hacerlo, si sale gratis y sólo molesta a un puñado de gente ya de por sí bastante sospechosa?

El detenido y puesto en libertad tras la redada contra el llamado “comando Donosti” podría querellarse contra los directivos de Antena 3 por haber enlodado su buen nombre haciéndolo víctima de prácticas profesionales frívolas e irresponsables. Pero le costaría un dineral, que seguramente no tiene. Y nadie le asegura que su denuncia no pasaría a dormir durante años el sueño de los injustos. Así que lo más probable es que renuncie a pleitear.

Con lo cual, Antena 3 seguirá haciendo de las suyas, siempre esforzándose en ser el mejor a la hora de hacer lo peor.

Escrito por: ortiz.2007/04/07 05:00:00 GMT+2
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2007/04/06 10:10:00 GMT+2

PCE, marca registrada

El 9 de abril se cumplirán 30 años de la problemática legalización del PCE. Problemática, ya para empezar, por lo que subraya el propio término: aquel día –en 1977 Sábado Santo, como mañana–, el PCE fue aceptado en la legalidad por quienes en aquel momento la detentaban, dicho sea en el verdadero sentido del verbo detentar («retener y ejercer ilegítimamente algún poder o cargo público», como bien precisa el DRAE).

Y el PCE aceptó que los albaceas testamentarios del franquismo lo sometieran a examen. Y se avino a pasar bajo esas horcas caudinas, pese a que eso significaba, de un lado, legitimar la autoridad de quienes se arrogaban el derecho de otorgar o negar a los demás patentes de ortodoxia democrática, y del otro, transigir con el hecho de que aún quedaran en la ilegalidad otras organizaciones políticas antifranquistas.

A algunos no nos sorprendió lo más mínimo. Era coherente con la posición que Santiago Carrillo y sus más próximos venían manteniendo desde hacía años, pero muy destacadamente desde 1976. Aunque su aceptación de la Monarquía –es decir, del Rey designado por Franco para sucederle en la Jefatura del Estado– no se produjera formalmente hasta el 14 de abril (sic!), Carrillo ya había hecho saber a Suárez que estaba dispuesto a respaldar el proceso de reforma del Régimen, renunciado a la ruptura que había defendido formalmente en los inicios de la Transición. Suárez sabía que podía creerle: había constatado los esfuerzos hechos por Carrillo para moderar la movilización popular, sin la cual la estrategia rupturista resultaba insostenible.

Aunque en un primer momento no se apreciara, la sucesión de renuncias que caracterizó la línea política seguida en aquellos años por la dirección del PCE introdujo en sus filas un germen de desmoralización y de derrotismo que lo empujaría hacia la pendiente de su autodestrucción, frenada casi in extremis por la corriente que pondría en marcha Julio Anguita más de una década después (*). La base militante y social del PCE, disciplinada como ninguna otra, aceptó resignadamente las consignas desmovilizadoras y conformistas de Carrillo, pero muchos no las sintieron nunca como propias.

¿Qué hubiera podido suceder si el PCE hubiera asumido una política más audaz, menos acomodaticia? Es imposible saberlo. En el seno del propio PCE hay en marcha actualmente un interesante debate sobre el papel que jugó su partido en la Transición. Tengo para mí que con aquellos protagonistas difícilmente hubiera podido representarse un drama muy diferente. Pero no me cabe duda de que las supuestas astucias y zorrerías que propició entonces Carrillo –tan festejadas aún hoy por la derecha, y con razón– contribuyeron en no poca medida a que la política española sea la que es desde hace 25 años, y a que la izquierda no neoliberal y no atlantista juegue desde entonces un papel muy limitado, a menudo casi testimonial.

¿Que de todos modos el PCE iba a acabar en las mismas, porque era el signo de los tiempos? Tal vez. Pero no es lo mismo intentar algo y no lograrlo que renunciar a ello de antemano.

__________
(*) Aunque los resultados electorales sean sólo un indicador entre varios posibles, vale la pena recordar que en las elecciones de 1986, Izquierda Unida, con el PCE como principalísimo baluarte, se quedó en el 4,63% de los votos. En 1989, tras llegar Anguita a la Secretaría General y ser elegido coordinador general de IU, duplicó el porcentaje de los votos obtenidos, cifra que mejoró en las elecciones generales de 1993, y aún más en las de 1996, en las que obtuvo 2.639.774 votos (el 10,54% del total). En otras elecciones superó ese porcentaje.

Escrito por: ortiz.2007/04/06 10:10:00 GMT+2
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2007/04/05 05:00:00 GMT+2

Costaleros

El presidente del Sevilla FC, José María del Nido, tenía su corazón dividido el pasado fin de semana entre dos obligaciones para él igualmente insoslayables: en primer lugar, debía atender sus deberes para con el club de fútbol que preside, acudiendo al partido que su equipo jugaba en el campo del Reyno de Navarra (antes Sadar) en Pamplona; en segundo término, tenía que cumplir con la promesa que hizo de salir de costalero en una procesión para agradecer a Dios Nuestro Señor que su equipo conquistara la Copa de la UEFA el año pasado. Lo que hizo fue complicado, pero de una espiritualidad rayana en el misticismo: abandonó el campo de fútbol pamplonés diez minutos antes del fin del encuentro; se hizo conducir en una moto de gran cilindrada hasta el aeropuerto de Pamplona, donde le esperaba un avión privado alquilado para la ocasión, que lo condujo raudo y veloz a Sevilla; allí, en el aeropuerto sevillano, le esperaba otra moto ad hoc que lo llevó al punto de salida de la procesión. Y, hala, a rezar.

Pudo hacerlo todo en un tiempo récord, aunque, eso sí, a un precio de auténtica altura.

Que yo sepa, ninguno de los prelados concernidos por este trajín se ha declarado escandalizado por el hecho de que un aspirante a penitente se haya gastado semejante dineral para participar en un rito que, así mirado, no pasa de ser otro guión más de los muchos que se representan en el escenario de las exhibiciones. Quizá hayan guardado silencio porque no consta que Del Nido comiera rosquillas en ningún punto del trayecto.

Hace una semana, más o menos, se supo que la autoridad eclesiástica había decidido no permitir que un paso procesional de Semana Santa, también en Andalucía, fuera cargado por un equipo mixto de costaleros y costaleras. Según el portavoz eclesial correspondiente, la gran proximidad de los cuerpos cuando se carga con un paso de éstos hace que la situación pueda derivar con facilidad en frotaciones y rozamientos contrarios a la moral y las buenas costumbres. El portavoz no precisó por qué imaginaba que algo así podía suceder entre costaleros y costaleras, pero no entre costaleros y costaleros, o costaleras y costaleras. No será porque la Iglesia católica carezca de experiencia en materia de relaciones homosexuales.

La Semana Santa, en conjunto, conlleva todo un despliegue de sucesos chocantes, atávicos, de religiosidad más que dudosa y, en ocasiones, contrarios al orden público (pienso en esos individuos que desfilan flagelándose hasta la sangre, en exhibición que incluso los infantes pueden contemplar).

Pero el mando supremo de la Iglesia española es partidario de que la grey canalice sus críticas hacia las parroquias en las que se ocupan de los excluidos, los pobres de solemnidad y los marginados del sistema, como la deSan Carlos Borromeo, en Entrevías (Madrid).

Tendremos más ocasión de charlar sobre ello, porque la gente que se atrinchera en ese bastión de la decencia no va a ceder en sus posiciones de principio.

Entretanto, Rouco y sus hermanos a lo suyo: a aplaudir a Del Nido y ocuparse de que los costaleros no se exciten.

P. D. Una extraña confusión del editor de texto ha hecho que hoy, desde las 05:00 hasta las 09:30, haya figurado aquí una versión de este Apunte en la que había frases cortadas y enlazadas caprichosamente. Parece que ya funciona bien.

Escrito por: ortiz.2007/04/05 05:00:00 GMT+2
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2007/04/04 06:55:00 GMT+2

La violencia

Dice Gaspar Llamazares que Batasuna  «tendrá, más temprano que tarde, que desembarazarse de su pasado y de la violencia».

Intuyo lo que Llamazares quiere decir, pero vale la pena examinar lo que realmente dice, porque las impropiedades de expresión –sobre todo cuando son contumaces, como ésta– casi nunca resultan inocentes.

Prescindo del campo nebuloso que abre con su pretensión de que Batasuna debe (ergo puede) desembarazarse del pasado. (¿Cabe librarse del pasado, sea del propio o del colectivo? Karl Marx –ignoro si Llamazares se considerará marxista– sostenía que no. Pero dejemos eso para otro día.)

Lo que me pregunto es por qué el coordinador general de Izquierda Unida, y tantos otros con él, se empeña en decir que Batasuna tiene que desembarazarse de «la violencia», en general (o condenarla, o repudiarla, o cualquier cosa semejante). Si lo que reclama de la izquierda abertzale es que declare que se opone a ETA, ¿por qué no lo dice tal cual? ¿Por qué mete en danza «la violencia», esto es, toda violencia?

Son asuntos conexos, pero distintos.

Lo digo pensando en mi propio caso. Y en lo que me diferencia de los muchos que, al igual que Llamazares, proclaman que es propio de todo buen ciudadano condenar «la violencia» (antes se solía añadir «venga de donde venga»).

Recuerdo que, hace años, horas antes de celebrarse cierta magna manifestación contra ETA convocada después de un brutal atentado, alguien me preguntó si pensaba acudir. Entre los lemas centrales de la convocatoria estaba la inevitable condena de «la violencia», en abstracto. Contesté que no acudiría, y lo expliqué. Se esperaba que estuviera al frente del cortejo un buen montón de políticos y jefes policiales cuya vinculación con los GAL era un secreto a voces. ¿De qué clase de juego hipócrita se me invitaba a participar condenando a coro con ellos «la violencia»? De mi rechazo a ETA no podía caber duda: acababa de publicar en el periódico una columna expresándolo sin reservas. Hablé no sólo de rechazo, sino también de repugnancia. Pero no entraba dentro de mis planes ayudar a una recua de terroristas de Estado a dárselas de inocentes y pacíficos, camuflando sus desmanes.

La violencia de ETA es –lo he escrito cientos de veces, y lo he razonado punto por punto en muchísimas ocasiones–  éticamente repulsiva y políticamente contraria a los fines que dice pretender. Pero hay muchas otras formas de violencia, algunas no sólo aceptables, sino positivas (emplear la fuerza para detener a un asesino, por ejemplo, es un acto loable). Otras merecen reprobación. Las hay que son tan rechazables como las de ETA, pero no tienen nada que ver con ETA, e incluso se pretenden contrarias y hasta necesarias para acabar con ETA. Cuando la violencia que conculca derechos y libertades es ejercida por servidores del Estado –el ejemplo de la tortura se hace aquí inevitable–, tiene un grado suplementario de perversidad, puesto que se ejerce con cargo a los contribuyentes directos e indirectos, es decir, nos convierte a todos en cómplices (en cooperadores necesarios) de su maldad.

En ese sentido, condenar genéricamente «la violencia», cuando de lo que se trata –en teoría–es de reprobar en concreto la violencia de ETA, viene a ser un modo de dar a entender que las otras formas de violencia, y en concreto aquellas que ejerce el Estado, incluidas las ilegítimas, no son violencia propiamente dicha. Es decir, que sólo cabe hablar de violencia condenable cuando quien recurre a ella lo hace desde fuera del Estado y contra el Estado.

Lo cual, como os habréis maliciado, no me convence nada.

Escrito por: ortiz.2007/04/04 06:55:00 GMT+2
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2007/04/03 05:00:00 GMT+2

El golpe 401

El Arzobispado de Madrid ha decidido cerrar la Parroquia de San Carlos Borromeo, situada en el barrio de Entrevías. Se trata de una parroquia de vieja y honda tradición solidaria, respaldada por la labor de tres curas (Enrique de Castro, Pepe Díaz y Javi Baeza) y de un montón de gente de muy diversa suerte y condición. La parroquia ha dado apoyo y, a la vez, se ha nutrido de la participación de mucha gente excluida, y de otra dispuesta a romper con la exclusión. En Madrid ha alcanzado particular notoriedad la labor que los tres curas han realizado en el respaldo a muchos chavales de la calle.

Una tarde de diciembre de 2001 me invitaron a intervenir en una de sus reuniones. Acudí con gusto. Creo que tiene sentido recuperar el comentario que escribí al día siguiente en mi Diario de un resentido social contando lo que había visto en Entrevías. Lo títulé El Tercer Mundo de ahí al lado y decía esto que sigue:

«Mesa redonda sobre la aplicación aberrante de la Ley del Menor y su tratamiento informativo. Ayer, en la Parroquia de San Carlos Borromeo, en Entrevías. La regenta el cura Enrique de Castro, viejo luchador de mil lides. Se suponía que debíamos intervenir Eduardo Haro Tecglen, José Luis Martín Prieto y yo.

Refractario a la impuntualidad, decidí acercarme con tiempo: no sabía ni dónde estaba la Parroquia ni con qué circulación me iba a topar por el camino. Finalmente, llegué con bastante antelación.

La iglesiuca, con una extraña forma de ermita campestre, estaba cerrada todavía. Un barbudo con aspecto de sin techo me gritó: «¡Ahora abren, jefe! ¡A las siete y media!».

Eché una ojeada a la fachada, llena de pintadas, presididas por un cartel de publicidad de un restaurante chino. Jamás había visto publicidad en una iglesia. Bueno, sí, en sentido amplio. Pero no como ésta.

Aproveché para pasear por el barrio.

Me vi sumergido en otro mundo. Los comercios, las conversaciones -incluso el idioma: el modo de hablarlo-, las vestimentas... Me sentí en otro país, en otro continente. La madre diciéndole a la hija embarazada, jovencísima: «¡Pues yo no conozco a nadie que se llame Melodía!». La tienda de «El Pinturas». El dependiente de comestibles, chino, con su niña sentada en el cochecito, detrás del mostrador, mirándola preocupado («¿Pol qué llola?»)...

Era un extraño. Y se daban cuenta.

Estoy acostumbrado a hablar de la pobreza; no a verla. Y está claro que la pobreza tampoco tiene costumbre de verme a mí.

Aquello fue sólo el arranque de un viaje iniciático por el Tercer Mundo del Primer Mundo, que duraría hasta las tres y media de la mañana. Porque luego vino la charla en esa iglesia que ya no es iglesia -o no lo es según los cánones tradicionales-, y mi perorata intelectual, vergonzosa, ridículamente abstracta, seguida del testimonio apasionado de un periodista de Canal Sur Radio que lleva un programa sobre presos o, mejor dicho, con presos, y un coloquio vivísimo de más de dos horas, cualquier cosa menos convencional, en el que fueron saliendo a borbotones los casos de injusticia palmaria protagonizados por funcionarios de un Estado orwelliano para los que una familia pobre es sólo un grupo de riesgo, y la cena posterior con veinte de ellos -más y más testimonios: Dios mío, qué angustia-, y también las risas, cómo no, y la sencillez, y las muestras de afecto...

Esta mañana me he levantado con la sensación de que la noche de ayer me cambió algo. Algo por dentro. O por fuera. No sé qué.

Ah, me olvidaba: Martín Prieto y Haro Teglen no se presentaron.» (Diario de un resentido social, 4 de diciembre de 2001)

Pero a lo que ellos querían que diera publicidad no era a su labor personal, sino a los problemas de los chavales a los que trataban –tratan– de sacar adelante. De modo que al sábado siguiente publiqué en El Mundo una columna titulada Otra vez los 400 golpes. Reproduzco también su texto. Rezaba así:

«El padre de Antoine Doinel estaba convencido de que el chaval no tenía remedio; era un caso perdido. La madre de Antoine no, pero estaba demasiado ocupada atendiendo a su amante como para ocuparse realmente de él. Así que Antoine pasó de una casa opresiva y una escuela opresiva a un centro de detención de menores todavía más opresivo. Hasta que huyó.

Truffaut filmó Les quatre cents coups en 1959. Podría rodar una nueva versión en 2001 y en España. Sólo que le quedaría mucho más triste. Y más indignante. Y mucho más, infinitamente más orwelliana.

Es un círculo vicioso. Primero se crean las condiciones que favorecen que haya gente rematadamente pobre. O tirada. Luego se decide que esa gente constituye un grupo de riesgo, que no está en condiciones de mantener a sus hijos y de proporcionarles una educación adecuada. En consecuencia, se les arrebata su tutela. Y si ya están creciditos y dan muestras de hostilidad hacia la vida ¿cómo no darlas, cuando la vida no ha parado de maltratarte? se les recluye en Centros de Protección.

Se trata de procedimientos de una frialdad inaudita. Y administrativa: son los organismos de la Administración los que deciden, sin tutela judicial efectiva, sin que rija para nada el principio de contradicción. He tenido la oportunidad de conocer un buen puñado de casos. La abuela que cuida al nieto con constatado fervor, pero un médico, tras un examen sumario del niño, sospecha ¡sospecha! que puede estar sufriendo malos tratos: adiós tutela. El padre senegalés y la madre gitana que se quedan sin trabajo durante un par de meses: adiós tutela, aunque al cabo de ese tiempo ya estén trabajando de nuevo. La madre alcohólica que sigue una cura de desintoxicación y la supera: llegaste tarde, María de Magdala. Adiós tutela.

Estoy hablando de casos documentados. La Coordinadora de Barrios de Madrid presentó el pasado miércoles en el Congreso de los Diputados un informe exhaustivo al respecto. El enésimo informe, esta vez sobre los Centros de sedicente Protección. Lo he leído. He leído folios y más folios sobre los criterios burocráticos con los que se decide el internamiento de chavales en esos centros. Chavales con carencias afectivas como catedrales a los que se encierra en minicárceles aún más desprovistas de afecto, que funcionan con reglamentos que son mera copia de los de las cárceles y que, en algunos casos, están regentadas por fascistas confesos. Chavales que, cuando consiguen huir, como Antoine Doinel, y entrar en ambientes realmente acogedores, tienen un comportamiento perfectamente normal. O mejor que normal, porque es crítico.

¿Nadie va a hacer nada para que cese tanta monstruosidad?» (El Mundo, 8 de diciembre de 2001)

Alguien sí ha hecho algo: Rouco Varela, que ha decretado el cierre de la Parroquia. Ha actuado movido por una natural reacción de autodefensa: no le convenía en absoluto que siguiera existiendo esa demostración palpable de que otra Iglesia es posible. Suyo ha sido el golpe 401.

Curas y parroquianos se han constituido en Asamblea permanente. No es gente que esté acostumbrada a rendirse. Quieren convencer al Arzobispado de Madrid de que debe dar marcha atrás, así sea sólo por cálculo: a su ya maltrecho prestigio no le conviene nada el descrédito que esta operación represiva le puede acarrear.

Están recibiendo muchos apoyos, pero necesitan más.

El mío lo tienen, desde luego. Incondicional.

Javier Ortiz. Apuntes del natural (3 de abril de 2007).

Escrito por: ortiz.2007/04/03 05:00:00 GMT+2
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2007/04/02 05:00:00 GMT+2

Una política obscena

¿Tú sabes si los 15 soldados británicos que fueron capturados hace diez días por las Fuerzas Armadas de la República Islámica de Irán navegaban por aguas territoriales iraquíes o se habían metido en una zona marítima de jurisdicción iraní? Yo no lo sé, e imagino que tú tampoco. No tenemos modo de saberlo.

Irán ha presentado algunos documentos fotográficos que parecen avalar su versión de los hechos, pero podrían haber sido manipulados. Hoy en día esas cosas están al cabo de la calle.

Bien es cierto que las aportaciones iraníes resultan bastante menos improbables que las supuestas pruebas en las que el Ejecutivo británico ha tratado de sustentar la tesis opuesta.

La endeblez de las explicaciones del Gobierno de Londres no ha impedido a los dirigentes de la Unión Europea y de los Estados Unidos de América darlas por buenas sin más, desdeñando la posibilidad de investigar lo sucedido, así fuera para mantener las formas, y apresurándose a condenar la actuación de las autoridades iraníes. Desde el primer momento quedó claro que tanto la UE como los EEUU estaban dispuestos a respaldar al Reino Unido en todo caso, con independencia de lo que realmente hubiera ocurrido, y a arrastrar al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas hacia esa misma toma de posición irresponsable..

Ayer el Gobierno de Londres rebajó notablemente la belicosidad de sus anteriores declaraciones, hasta el punto de mostrarse conciliador. «Ansiamos que este asunto se resuelva cuanto antes y por la vía diplomática. Estamos dirigiendo todos nuestros esfuerzos en esa dirección», afirmó el secretario de Defensa británico. Entretanto, la prensa de Londres informaba de que el Ejecutivo de Blair prepara una declaración por la que se comprometerá a respetar «ahora y en el futuro» las aguas territoriales iraníes. Una declaración como ésa no se entendería si los soldados británicos apresados por las autoridades de Teherán no hubieran sido cogidos in fraganti dentro del espacio marítimo de Irán. Blair se siente pillado, nota que  la opinión pública británica desconfía y trata de superar el  incidente lo más rápidamente posible.

El episodio, de todos modos, va camino de demostrar de manera palmaria que las grandes potencias del llamado «mundo libre» pueden competir ferozmente entre ellas, pero se respaldan ciegamente las unas a las otras cuando surge el peligro de que algún estado de tercera categoría les quiera poner firmes Derecho internacional en mano.

No sería ni mucho menos la primera vez que los mandamases del mundo adoptan una actitud así de arbitraria, pero sí, desde luego, una de las más obscenas de las muchas que han escenificado en los últimos años.

Entretanto, en los círculos diplomáticos occidentales se dice que Washington ya lo tiene todo preparado para un eventual ataque armado contra Irán.

Escrito por: ortiz.2007/04/02 05:00:00 GMT+2
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2007/04/01 05:00:00 GMT+2

40 años de mitología

40 años de la aparición del Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band de The Beatles. No, no os inquietéis: no tengo la menor intención de soltaros un rollo sobre el la importancia artística que tuvo aquel disco, que marcó el cénit y el inicio del rápido ocaso del grupo más venerado de la historia del pop, etc. Otros ya lo han hecho. (Yo también, en parte, en lo que tengo publicado sobre John Lennon.)

Lo que me sugirió ayer la lectura del reportaje que apareció en El País sobre la portada y la concepción general del celebérrimo disco fue una reflexión sobre la no menos célebre generación del 68 (que es la mía, y bien que lo lamento: preferiría pertenecer a la del 88 y tener 20 años menos).

El fenómeno de conjunto que supuso el Sgt. Pepper’s se asocia indisolublemente a aquella generación, y con motivo: incluso para los que no estábamos inmersos todavía en el mundo musical y cultural anglosajón, la aparición de aquel disco representó un acontecimiento al que no faltamos, pese a lo que nos dolía pagar el dineral que representaba para nosotros el precio de un LP.

Fue, es verdad, un disco importante. Pero tampoco la expresión máxima de la repanocha, según podría deducirse de algunos panegíricos posteriores. Algo semejante puede decirse de la generación del 68 y del propio 68, que también tuvieron y siguen teniendo su interés, pero no hasta el punto de rodearlos del halo mítico que muchos se empeñan en ponerles.

Lo que a mí me resulta más llamativo de la generación del 68, para estas alturas, es la capacidad inicial que demostró para ocupar la escena y su posterior resistencia, probadamente eficaz, a abandonarla. Sus integrantes llegaron a la edad necesaria para hacerse oír en un momento en el que la generación que ocupaba el poder en todos los ámbitos había agotado sus potencialidades y se mostraba cansada, aburrida y sin ideas. (Hablo de Occidente y, más en concreto, del Occidente democrático. Lo de aquí era otra cosa.)

 Esa generación se las arregló para reemplazar a la anterior aplicando la máxima de Lampedusa: «Hace falta que todo cambie para que todo siga igual».  Se produjo un cambio cultural, en el sentido amplio del término, incluyendo los usos y costumbres. Eso facilitó que la máquina del sistema tomara nuevos bríos.

A partir de eso, la gente de aquella quinta se apalancó en los centros de poder (político, económico, mediático, artístico) y decidió que los conservaría de por vida. La pequeña minoría que aspiraba a cambios sociales realmente profundos –porque era una pequeña minoría, aunque armara bastante ruido– se disgregó. Muchos decidieron apuntarse a la obra de remozar la fachada del viejo orden. Otros se marginaron, o fueron marginados.

40 años después, lo que resulta más fascinante es comprobar lo bien que muchos de ellos –no demasiados: en las cimas tampoco caben grandes masas– se las han arreglado para que se tome como histórica una mitología fabricada en buena medida a posteriori para llenarles el pecho de medallas y justificar su negativa a ceder el testigo a las generaciones siguientes, cuyos miembros más selectos están necesitando Dios y ayuda –sobre todo Dios– para ascender y conseguir un lugar en las cumbres del poder.

Sucede a menudo en esta sociedad que el triunfo no guarda relación directa con los méritos. Triunfa más y mejor no el que más talento tiene, sino el que más y mejor sabe vender la suma de los méritos que tiene, los que finge tener y los que le atribuyen.

Escrito por: ortiz.2007/04/01 05:00:00 GMT+2
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