2007/06/19 05:00:00 GMT+2
La designación de equipos de gobierno municipales
resultante de las elecciones del pasado 27 de mayo ha dado lugar a algunas situaciones
no previstas en los pactos acordados por las direcciones provinciales,
autonómicas o generales de los diferentes partidos. No voy a entrar en la casuística
de los pactos anómalos que se han producido aquí y allá, porque parece claro
que han tenido motivaciones muy diversas, nada homologables. Sobre lo que sí
quisiera decir algo es sobre la muy extendida idea de que esos comportamientos
indisciplinados se producen por culpa de la inmadurez política o, aún peor, por
los intereses espurios de tales o cuales representantes locales.
No digo que no haya casos en los que ese género de
explicaciones estén justificadas, y hasta justificadísimas, pero me consta que
también hay otros, y no pocos, en los que la culpa recae más bien sobre las altas instancias de los partidos, que llegan
a acuerdos globales sin tener en cuenta la variedad de realidades a las que
habrán de aplicarse.
Suele decirse, y con razón, que es erróneo tratar
igual lo diferente. Hay poblaciones en las que las órdenes impartidas por las
direcciones de los partidos no son aplicables tal cual. La organización local
de un partido no tiene por qué ser el reflejo exacto de la política del partido
a esa escala, ni la política vecinal es necesariamente una reproducción a
pequeña escala de la alta política.
En el escalón local, cuando se trata de poblaciones
reducidas, cobran una importancia enorme el carácter y el modo de ser de las
personas. A lo largo del tiempo me ha tocado conocer a concejales afiliados a
organizaciones derechistas que hacían una labor honrada y positiva en su pueblo,
y, por el contrario, a concejales de izquierda –incluso de izquierda
supuestamente radical– que eran unos sectarios de tomo y lomo y sólo se
ocupaban de su promoción personal.
En un pueblo de Navarra, un miembro del PSN-PSOE ha
aceptado el voto del único concejal de ANV para ser elegido alcalde porque
–dice– lo conoce muy bien y sabe que condena la violencia de ETA. No lo puedo
certificar, pero en principio no hay ninguna razón para que no sea así. En
cambio, los concejales de IU de un importante pueblo de Madrid se han negado a
dar su voto al candidato socialista a alcalde alegando que no ha habido manera
de que el PSOE local aceptara negociar ni una sola de las propuestas programáticas
que presentaron a su consideración. Tampoco en este caso doy fe de que sea como
ellos dicen, pero podría serlo. Bien mirado, ¿para qué iba el PSOE a hacerles ninguna
concesión si se suponía que estaban obligados a darle su voto por orden de la
superioridad?
Lejos de ser obligatoriamente culpables los
protagonistas de estos desajustes, la
culpa recae a menudo sobre las cúpulas dirigentes de los partidos, que aprueban
directrices dogmáticas e inflexibles también para la política municipal,
desconsiderando la variedad de situaciones existentes en los órganos de poder
locales, en los que es fácil que el célebre factor
humano trastoque las previsiones generales y aconseje elaborar políticas de
alianzas singulares.
Dicho sea todo esto sin pensar en el caso de Navarra,
en el que también hay una dirección central («federal» la llaman, cualquiera
sabe por qué) empeñada en marcar las alianzas que debe promover su organización
regional, pero en este caso no porque tenga un esquema general rígido, que no
lo tiene, sino porque cree que la alianza con Nafarroa Bai puede perjudicar sus
expectativas de cara a las elecciones generales del año próximo. Lo cual es
también un error, pero de otro tipo.
Escrito por: ortiz.2007/06/19 05:00:00 GMT+2
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2007/06/18 07:55:00 GMT+2
Llegué ayer a Madrid ya avanzada la tarde. Habría
tenido tiempo de ver cualquiera de los dos partidos de fútbol que transmitían
por televisión, pero el del Sevilla-Vilarreal no me interesaba nada –y además
lo televisaba la Sexta, lo que me hubiera obligado a verlo en silencio, por la
imposibilidad manifiesta que representa para mí soportar a un insoportable–, y
el del Real Madrid-Mallorca no quería sufrirlo, dando como daba yo por hecho el
resultado de ese encuentro. Lo puse justo el tiempo necesario para ver cómo un
jugador del Mallorca quitaba un balón limpiamente no recuerdo a qué madridista
(a Beckham, me parece) y el árbitro pitaba falta a favor del Real Madrid. Así
que lo dejé y me puse a hacer otras cosas, que faena no falta.
Lo peor de todo vino a partir de las 22:45, es decir,
al final del partido. Las calles del centro (concepto que, si se emplea en
sentido lato, abarca el lugar donde vivo, cercano a la plaza de Toros de
Ventas) se llenaron de coches con gente que iba agitando banderas, dando
alaridos y tocando rítmicamente la bocina. Lo de las banderas tiene un pase
–casi obligado si uno vive junto a un coso taurino–, porque basta con no mirar
para no verlo. Pero lo de los gritos y las bocinas carece de remedio. No digamos
en el caso de que uno quiera estar con las ventanas abiertas, para que corra el
aire.
Si la expansión de la hinchada madridista estuviera
más o menos acotada en el tiempo, aún. Pero es que iba pasando la noche (y las
12, y la 1 y las 2 y las 3, que diría Sabina) y aquello seguía igual: los bocinazos
rítmicos atronando la madrugada, sin que nadie les pusiera coto. ¡Toma kale borroka!
Sé perfectamente que sangro por mis particulares
heridas. No oculto que el de ayer no era mi mejor día, visto desde el ángulo de
mis satisfacciones futbolísticas: el equipo de mis debilidades había bajado a
Segunda División y el club al que tengo más paquete había ganado la Liga, lo
cual no me tenía del mejor humor. Pero olvidémonos de eso. Supongo que incluso
los hinchas del Real Madrid trabajan los lunes, o por lo menos acuden a su
centro de trabajo (en Madrid hay mucho organismo oficial, y no en todos se
trabaja, en el sentido riguroso del término). Pero todos los que –y todas las
que– no son hinchas del Real Madrid, sea porque simpatizan con otros equipos
(incluso también madrileños), sea porque el fútbol se la trae al pairo, ¿cómo
se las podían arreglar para dormir, con esa bronca montada en la calle? Yo me
he despertado media docena de veces. Supongo que habrá gente que no habrá
podido pegar ojo en toda la noche.
El fútbol (sobre todo el del Real Madrid) tiene bula
en la capital de España. Los días de partido, la gente aparca en las cercanías
del estadio de Chamartín en los sitios más inverosímiles, casi todos
prohibidos, ante la mirada complaciente de la Policía Municipal. Como a alguien
se le ocurriera dejar su coche plantado sobre una acera de cualquiera de esas
calles un lunes a las 12 del mediodía, como lo hacen los días de partido, la
grúa no tardaba ni diez minutos en presentarse. Pero tratándose del
acontecimiento religioso por excelencia, oficiado por once sacerdotes de siete
u ocho países vestidos de blanco y comandados por un obispo italiano, todo
está permitido. Entonces ya no vale ni el Código de la Circulación, ni las
ordenanzas municipales, ni nada de nada, principio que es de igual aplicación a las celebraciones post
parto. Pruebe usted a pasear por el centro de Madrid a las 3 de la madrugada tocando el claxon sin
parar. Se le echarán encima dos docenas de patrullas de la
Policía de Gallardón. Pero si es la festividad de San Bernabéu, todo cambia.
El diablo los confunda.
Escrito por: ortiz.2007/06/18 07:55:00 GMT+2
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2007/06/17 08:00:00 GMT+2
La noticia apareció publicada –muy discretamente, medio de tapadillo– en noviembre del año pasado. No sé si algún medio de comunicación español la recogió. Si lo hizo, yo no me enteré. En todo caso, no se habló sobre ello. Y sin embargo el asunto es interesante, e incluso alarmante. Me estoy refiriendo al anuncio de la creación de una nueva fuerza militar norteamericana, a la que han llamado Comando del Ciberespacio y que tendrá –tiene ya– misiones tanto de defensa como de ataque.
A la hora de presentar esta nueva fuerza, que se suma a las convencionales de tierra, mar y aire, su recién designado comandante en jefe, el teniente general Robert J. Elder, señaló: «Hasta hoy hemos estado a la defensiva. El cambio cultural es que pasamos a la ofensiva. Vamos a tratar el ciberespacio como un ámbito de combate». El lema que hizo suyo no puede ser más expresivo: «Alcance mundial, vigilancia mundial, poderío mundial». Elder, que anunció la entrada en acción de sus nuevos «guerreros ciberespaciales» altamente especializados, fue tajante: «En este ámbito, al igual que en cualquier escenario de guerra, no hay lugar para los aficionados».
El razonamiento que expone el comandante en jefe de este nuevo Comando es muy sencillo. Constata que el poderío militar de EEUU depende de modo creciente de las nuevas tecnologías, en virtud de lo cual resulta cada vez más eficaz, pero también más vulnerable, por culpa de los resquicios de infiltración que puede proporcionar internet. Así las cosas –deduce–, el Pentágono está obligado a controlar ese gran peligro potencial que representa internet. Debe controlarlo todo: servidores, páginas web, blogs, correos electrónicos… Porque o la vigilancia es global o no ofrece garantías. Y debe controlarlo por todos los medios: allí hasta donde sea posible, ampliando las formas legales de vigilancia; a partir de esos límites, por su cuenta y riesgo. Detectados los peligros, reales o potenciales –pero en todo caso catalogados como tales por los servicios especiales del Pentágono, no por ningún órgano de justicia nacional o internacional–, el siguiente paso es destruirlos. Ahí entra en aplicación la llamada «política de eliminación de información virtual que pueda ser útil al enemigo». Una política que, carente de control externo, puede alcanzar un altísimo nivel de arbitrariedad.
Llamo la atención sobre la frase del teniente general Elder que he citado antes: «En este ámbito, como en cualquier escenario de guerra, no hay lugar para los aficionados». Porque la inmensa mayoría de quienes nos servimos a diario de internet, sea para trabajar, para comunicarnos o para divertirnos, somos aficionados, y no estamos en guerra con nadie, ni como aficionados ni como profesionales. Y tenemos nuestros derechos, entre ellos el derecho a que nuestra correspondencia (y con ella nuestra intimidad) no sea violada.
He aquí otro ejemplo más (¿cuántos van?) de cómo, con la excusa de defender la libertad, fulminan la libertad.
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: El comando del ciberespacio.
Escrito por: ortiz.2007/06/17 08:00:00 GMT+2
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2007/06/16 05:00:00 GMT+2
…Y si no te interesa, lo mismo hoy puedes emplear en
algo más productivo el tiempo que ibas a dedicarme.
A mí sí me interesa, aunque de una manera muy poco
futbolera. Los futboleros lo viven con pasión; yo no. Los futboleros se
entretienen con cualquier cosa; yo, si los equipos no juegan con un mínimo de
gracia, me aburro. Los futboleros dicen
que no hay punto de comparación entre asistir a los partidos en persona, en el
campo, y verlos por televisión; yo prefiero la televisión, no porque no la
panorámica sea mejor –que no, desde luego–, sino porque no hay que desplazarse
y, sobre todo, no obliga a soportar a los inevitables energúmenos que no paran
de gritar chorradas (en la televisión es frecuente que haya locutores que dicen
chorradas, pero he aprendido a oírlos sin escucharlos). Los futboleros suelen responder
a la quintaesencia del espíritu bético –aunque ahora los béticos no lo hagan
demasiado– y se ajustan a aquello de «¡Viva er Beti, manque pierda!»; yo, cuando juega mal el equipo de mis
preferencias, sean éstas coyunturales o permanentes, lo pongo de vuelta y
media, y me quedo tan ancho.
Dicho lo cual, el sábado pasado agarré un cabreo de
mil pares. Todo salió al revés de lo que me habría gustado. Todo. En los puestos de más arriba de la clasificación y en los de más abajo.
Pero, así que dejé de refunfuñar y pude reflexionar durante
unos minutos sobre lo sucedido –tampoco se trataba de dedicarle mucho tiempo–,
concluí que en esta ocasión la mala suerte vino a ser fiel expresión de
realidades que no tienen nada que ver con la suerte.
Al Barça le empató el Espanyol porque el equipo de
Frank Rijkaard entra en letargo en cuanto consigue una mínima ventaja. Se deja
llevar por una extraña abulia y, en lugar de continuar atacando, se va atrás.
Trata de dormir la pelota pero, dado
que lo hace como con desgana, la pierde con bastante facilidad. Además, tiene
una defensa que incurre con demasiada frecuencia en fallos tremendos, de los
que dejan al portero vendido. Es el equipo más brillante de los que compiten en
la Liga española, con diferencia, pero funciona de manera intermitente, y la
Liga es el campeonato de la regularidad. Un equipo irregular lo tiene difícil.
Por definición.
El Real Madrid remontó el partido frente al Real
Zaragoza porque, por mucho que su entrenador me caiga peor que mal y tenga una
concepción del fútbol que me desagrada como pocas, ha sabido insuflar a los
jugadores una determinación y un coraje de primera, que les lleva a luchar como
fieras en cada encuentro. Hizo un
comienzo de campeonato penoso, y hasta risible, pero ha acabado recuperándose.
Lo lamento, pero es así.
Eso por arriba. Por abajo asistimos al drama del
equipo de mis devociones: la Real Sociedad de San Sebastián. También lo suyo
resultó simbólico. Le concedieron un penalti en el tiempo de añadido (ése que
los cronistas deportivos llaman “de descuento”, cualquiera sabe por qué). Lo
tiró Savio. No podía permitirse fallarlo; la permanencia del equipo en Primera
División estaba en juego. En consecuencia, lo falló. Toda una representación
abreviada de lo que ha sido la temporada completa del conjunto de Donostia.
De todos modos, considero que los jugadores de la Real
tienen una excusa: si no lo hacen mejor, es básicamente porque no saben. En eso
son como los del Athletic Club de Bilbao, sólo que en todavía peores. Ambos
tienen en su plantilla a un par de tipos que están a la altura de las circunstancias;
a cambio, tienen muchos más que no.
Así que, si el azar no lo remedia y se empeña en
seguir simbolizando las realidades de fondo, el domingo que viene se producirán
dos acontecimientos que lamentaré mucho: el Real Madrid ganará la Liga y la
Real bajará a Segunda División.
Lo que puede tener indirectamente un efecto
beneficioso para vosotros: con ese panorama, no es fácil que me entren ganas de
escribir sobre fútbol en los próximos meses.
Eso que saldréis ganando.
Escrito por: ortiz.2007/06/16 05:00:00 GMT+2
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2007/06/15 05:00:00 GMT+2
1.– Recuerdo muy bien la noche del 15 de junio de
1977. Fui a seguir los resultados de las elecciones a casa de un dirigente del
PSOE con el que por entonces tenía bastante relación por razones que sería muy
largo –y muy poco interesante– explicar. Acepté su invitación porque pensé que,
como también había invitado a otros miembros destacados del Partido Socialista,
tendría ocasión de obtener información abundante y útil.
Al final, la noche me resultó interesante, pero por
motivos que no habían entrado en mis cálculos previos. Por ejemplo, me dio
ocasión de divertirme contemplando el cabreo que agarraron los prebostes
socialistas presentes, nada dispuestos a aceptar que la UCD de Adolfo Suárez
les hubiera derrotado limpiamente. Otra cosa que me satisfizo mucho –y si os
parece frivolidad, lo siento– es que, cuando me cansé de oírles parlotear de
sus cosas, miré los discos que tenía mi anfitrión y encontré uno de una joven que
no conocía y que tenía muy buena pinta (sería mejor decir «tenían», porque lo
de la buena pinta abarcaba tanto al disco como a ella). Enchufé unos cascos,
pinché el disco... y me quedé maravillado con lo que oí. La joven –entonces tan joven como yo,
porque nacimos con escasos días de diferencia– era Emmylou Harris. Fue un caso
de amor musical a primera vista, al que sigo fiel: tengo todos sus discos, bastantes
vídeos y deuvedés, he asistido a
varios de sus conciertos y hasta me di una paliza de viaje en 1992 para poder
entrevistarla largo y tendido.
De los aspectos estrictamente políticos de la noche no
guardo especial recuerdo. Hay que tener en cuenta que yo consideraba aquellas
elecciones como una pieza clave de la reforma que estaba permitiendo
metamorfosear el régimen franquista en monarquía parlamentaria, lo que me daba
cien patadas. La opción política que entonces era la mía –el Movimiento
Comunista– no había podido presentarse como tal, porque aún era ilegal.
2.– Me escribió hace tres o cuatro días un lector para
comunicarme la extrañeza que le produce mi hostilidad hacia el pacto sin
principios que establecieron los albaceas testamentarios del franquismo y los
dos partidos de la izquierda homologada (PSOE
y PCE) para facilitar la llamada Transición. Le resulta incoherente que me
refiera en esos términos a aquel pacto y que, a la vez, defienda «la solución
dialogada para el conflicto vasco», o sea, que se negocie con ETA –cuando se deje–
y se le hagan determinadas concesiones para facilitar su autodisolución.
Comprendo que, vistas las cosas por encima, puedan
parecerle dos posiciones contradictorias. ¿En qué quedamos? ¿Es malo o es bueno
pactar? Depende. Por aclarar el meollo del asunto: yo no habría tenido ningún
inconveniente en que se negociara con los franquistas las condiciones de su
alejamiento definitivo de la vida política.
Lo malo de aquel pacto fue que sirvió para que no sólo
muchos franquistas, sino también estructuras muy principales del régimen de
Franco –la Monarquía restaurada, las Fuerzas Armadas, la Policía política,
buena parte del aparato judicial y del alto funcionariado, et caetera– siguieran en su sitio y mandando.
Una cosa es tender un puente de plata al enemigo que
huye y otra, muy distinta, comprarle un trono de plata para que se quede y nos
dicte lo que podemos hacer y lo que no.
____________
Nota.– Cité el martes pasado, en el Apunte correspondiente,
dos trabajos muy interesantes del profesor Francisco Espinosa, en los que,
desde diferentes ángulos, ofrece datos y criterios muy útiles para examinar
críticamente el modo en que las "fuerzas vivas" del Estado español
tratan la Historia de la guerra civil, del franquismo y de la Transición.
Incluí un enlace para acceder a la lectura de uno de los dos ensayos, pero del
otro no, porque en ese momento no lo tenía. Ayer me lo pasaron y hoy lo
incluyo: puede leerse pinchando aquí.
Escrito por: ortiz.2007/06/15 05:00:00 GMT+2
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2007/06/14 06:30:00 GMT+2
Hace muchos años comenté por aquí –espero que no lo
recordéis; no me gusta repetirme– cómo llegué a conocer la verdad sobre el
rigor informativo del diario Le Monde, tenido
por el más riguroso de la prensa francesa. Era en los tiempos de mi exilio en
Francia. En París, más en concreto, para aquellas alturas de la década de los
setenta. Compraba todos los días el prestigioso diario vespertino y me lo leía
de pe a pa. Me parecía muy interesante, pero me disgustaba la información que
daba sobre España. Me resultaba floja, demasiado volcada en los chismes
capitalinos, alejada de los problemas y sentimientos de la gente llamada «de a
pie».
Me había matriculado por entonces en La Sorbona para
obtener el título de profesor de francés. A decir verdad, me había matriculado
en profesorado de francés para fingir ante las autoridades francesas que hacía
algo honorable, porque lo cierto es que mi ocupación principal y casi única era
la militancia política. Pero, por el aquel de vestir la coartada, de vez en cuando me acercaba por La Sorbona y
asistía a alguna clase. Allí conocí a jóvenes procedentes de muy diversos países,
todos dispuestos a obtener el muy prestigioso título de profesor de francés por
La Sorbona. Y fue hablando con algunos
de aquellos mozos como descubrí la verdad sobre el rigor informativo de Le Monde. Porque resultó que todos los
que compraban ese periódico decían lo mismo que yo: «Le Monde es un gran periódico, que proporciona información de mucha
calidad. ¡Qué pena que lo que cuenta sobre mi país sea tan flojo!» A todos nos
parecía que estaba muy bien lo que decía sobre las realidades que no conocíamos.
A cambio, considerábamos muy deficiente cómo daba cuenta de las que conocíamos.
Me acordé de aquello ayer, según iba oyendo por la
radio –me tocó hacerme cerca de 500 kilómetros en coche– las crónicas sobre la
adjudicación del premio Príncipe de Asturias de las Artes a Bob Dylan. Tuve
ocasión de constatar que casi todos los
que hablaban sobre el premiado –y pongo el «casi» para ser benévolo– tenían muy
poca idea sobre su vida y su obra (probablemente adquirida, además, a lo largo
de la hora anterior, en el lapso que transcurrió desde que fueron informados de tapadillo de la concesión del premio
y el momento en el que se anunció oficialmente). Les dio justo tiempo de tomar
nota de algunos de los tópicos que más suelen repetir los medios de
comunicación cuando hablan del personaje.
No es ningún pecado no saber nada o saber muy poco sobre
algo o sobre alguien. Nadie es especialista en todo. A todos los periodistas nos
ha tocado hablar o escribir sobre asuntos de los que inicialmente no teníamos
ni idea. En tales casos, por lo que se distingue el profesional que se toma su
trabajo en serio es por contar con una buena agenda y por servirse de ella. Tú
no eres experto en eso, pero conoces a alguien que sí lo es, o que sabe quién lo
es, y acudes a él en busca de asesoramiento, y acabas elaborando una pieza
digna, presentable. Lo que me resultó deplorable ayer fue comprobar cómo en
emisoras importantes, en las que seguro que hay alguien que conoce la obra de Bob
Dylan o conoce a alguien que la conoce, no se tomaron el trabajo de buscarlo.
Supongo que pensaron que para qué, si de todos modos nadie se iba a dar cuenta
de que la información que estaban dando era flojísima. Eso en el supuesto de
que llegaran a pensar algo.
Era lo mismo que lo de la información sobre España que
daba Le Monde en los años setenta. Quien
no tiene un conocimiento previo de la materia no se da cuenta de los fallos. No
es que yo fuera entonces un experto en las realidades de España, ni tampoco que
lo sea ahora en Bob Dylan. Pero sabía más sobre España que la media de los
lectores de Le Monde, como sé ahora lo
suficiente sobre Dylan como para certificar que la información que dieron ayer
sobre él en los noticiarios de las radios (de las que oí) fue un modelo de
chapucería y de desidia.
Claro que tampoco veo por qué habrían de esforzarse en
ser rigurosos en la información cultural cuando no lo son quienes elaboran la información
política, o la social. Si lo hicieran, desentonarían.
______________
Post data.– Hace algunos años di una conferencia sobre Dylan en Las Palmas. Es
posible que interese a quienes no estén demasiado puestos en su vida y su obra.
Pueden verla pinchando aquí.
Escrito por: ortiz.2007/06/14 06:30:00 GMT+2
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2007/06/13 06:50:00 GMT+2
El Partido Socialista de Navarra ha decidido que no se
aliará con Nafarroa Bai para regir el Ayuntamiento de Pamplona porque para eso
debería aceptar el voto de Acción Nacionalista Vasca, aunque fuera un voto ni
solicitado ni negociado. Considera que es intolerable coincidir –así sea
simplemente coincidir– con la izquierda abertzale.
La excusa es francamente pobre, porque los socialistas
ya han «coincidido» con la izquierda
abertzale en diversas ocasiones. En el Parlamento de Vitoria han votado lo
mismo varias veces, siempre en contra del Gobierno de Ibarretxe. «Pero no es lo
mismo coincidir en rechazar algo que en apoyar algo», me escribió hace días un
lector. No veo qué diferencia de principios hay entre un tipo y otro de
«coincidencia». En todo caso, cuando el PSOE-PSOE «coincidió» con el grupo
parlamentario de la izquierda abertzale en la táctica de boicot a una resolución
parlamentaria, optando conjuntamente por no entrar en el salón de plenos para
que no pudiera procederse a la votación, estuvimos ante algo más que una
«coincidencia» casual y no pretendida.
¿Son los socialistas tan irrenunciablemente hostiles a
la izquierda abertzale? No lo parece. Ahora mismo hay varios pueblos de la Comunidad
Autónoma Vasca en los que el PSE ha renunciado a promover alianzas destinadas a
impedir la elección de alcaldes de ANV.
La decisión adoptada por el PSN en relación a la
alcaldía de Iruña tiene unas cuantas consecuencias que caen por su propio peso.
La primera es elemental: si se queda en la oposición al equipo de gobierno
municipal de UPN, se va a ver abocado a «coincidir» una y otra vez con ANV.
Sólo lo puede evitar de un modo: estableciendo una alianza con UPN y entrando a
formar parte él mismo del gobierno de la capital de Navarra.
Pero, si establece esa alianza para la alcaldía de
Pamplona, ¿cómo podría llegar a un acuerdo con Nafarroa Bai e Izquierda Unida
para gobernar la Comunidad Foral?
¿Cabe poner en marcha una política tan esquizofrénica,
aliándose y oponiéndose a la vez a los mismos, según en qué salón de plenos se
reúnan?
Consciente de ese horizonte de incoherencia aguda y
tratando de eludirlo, ayer el secretario de Organización del PSOE, José Blanco,
reclamó al PP que sea tan «generoso» en la elección del Gobierno Foral como el
PSOE lo ha sido de cara al Ayuntamiento de Iruña. Le pidió que favorezca la
elección de Fernando Puras como presidente de Navarra al frente de una alianza
PSN-UPN. (El PP no lo ve nada claro, y con razón: ¿a cuento de qué UPN habría
de renunciar a la Presidencia de Navarra, siendo el partido más votado, y
dársela al PSN, que ha pasado de ser el segundo al tercero por número de votos?)
A nadie se le oculta que todos estos cambios en la
actitud del PSOE en Navarra –el PSN es en estos momentos más el Partido
Socialista en Navarra que el Partido
Socialista de Navarra– son fruto del
«nuevo clima» que se ha creado entre el PSOE y el PP. Ahora, de repente, han
decidido ser amigos.
Ignoro qué es lo que pretende Zapatero con esta
maniobra. No cuento todavía con datos suficientes como para juzgarla. Lo que sí
sé es que, al forzar al PSN a hacer lo que está haciendo, hipoteca muy
gravemente las perspectivas del socialismo navarro, cuya base electoral,
deseosa de un cambio de rumbo de las instituciones navarras, va a llevarse un
berrinche de mucho cuidado al ver cómo su voto es utilizado para apuntalar el
poder de UPN por cuatro años más. Y que eso sucede no por ninguna consideración
que tenga que ver con Navarra, sino porque así lo han decidido en Madrid. Menuda
imagen, la de este PSN, para presentarse a las elecciones legislativas de marzo
de 2008, con semejante fardo sobre las espaldas.
¿Pan para hoy y hambre para mañana? Ni siquiera está
claro que tengan pan para hoy.
_________
P. S. Hablando de incoherencias. Ayer, Pernando Barrena, dirigente de Batasuna, criticó al PSOE porque –dijo– «ha optado por dar la espalda a la vía del diálogo y ha apostado por la represión». Pero, hombre de Dios, ¿y qué ha hecho ETA? ¿Ha optado por la vía del diálogo y rechazado la del enfrentamiento?
Cuidado que el sectarismo hace estragos en las entendederas.
Escrito por: ortiz.2007/06/13 06:50:00 GMT+2
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2007/06/12 05:00:00 GMT+2
Leí hace un par de semanas un trabajo del historiador Francisco Espinosa, estudioso de la guerra civil y del franquismo vinculado a la Universidad de Sevilla. El escrito, de unas 50 páginas convencionales, ha sido publicado este mismo año como separata del número 7 de la revista de Historia contemporánea Hipania Nova. Se trata de un trabajo rigurosamente académico, pero no por ello menos incisivo y contundente. Su objetivo es denunciar tanto el pacto de silencio en el que se basó la Transición como los sucesivos intentos de hacer pasar por justo y democrático el comportamiento que tuvieron entonces las elites del Gobierno y de la oposición moderada. (Le doy las gracias a Ángel del Río por enviármelo.)
Veo que cabe encontrar en internet otro trabajo de Espinosa basado en los mismos criterios de fondo. Se titula La investigación del pasado reciente: un combate por la Historia. Es altamente recomendable (en particular la parte que va de la página 11 a la 15). Como habrá quien no se anime o no tenga tiempo para leer el texto en su integridad, me voy a permitir la cita de un pasaje tirando a largo, pero de mucha enjundia. Escribe Espinosa:
«Sólo hace tres años, en el verano de 2000, Manuel Pérez Ledesma, recogiendo las líneas esenciales de una discusión todavía reciente, reflexionaba en un artículo sobre nuestra memoria histórica y establecía dos versiones predominantes: una primera, predominante, según la cual habían sido el peso de la memoria traumática y el temor a un nuevo enfrentamiento civil los elementos que, junto con la propia evolución social, condujeron a un modelo de transición marcado por el olvido absoluto del ciclo República-Guerra-Dictadura; y otra, minoritaria, que mantendría que fue la derecha, que controló el proceso, la que con el concurso de la izquierda impuso un verdadero pacto de olvido, cuyos resultados, al cabo de los años, se han convertido en rémora para el propio sistema democrático. (…) Estamos, pues, ante un debate abierto que demuestra la coexistencia de varias memorias y de diversas interpretaciones de la historia.
»Frente a la teoría de la memoria traumática, tan extendida y que ha tenido y tiene tantos seguidores (…), pueden presentarse dos argumentos básicos. Tratar el silencio, el pacto del olvido, como un esfuerzo mutuo en pro del bien común es una falacia que presenta como logro de dos lo que no fue sino beneficio para uno. Después de cuatro décadas de dictadura, ¿a quién podía interesar más que prevaleciera el olvido? En segundo lugar esta teoría elude que la verdadera amenaza del quinquenio 76-81 no fue una nueva guerra civil de todo punto imposible –la idea de guerra civil sigue ocultando todavía el golpe militar que la precedió y causó–, sino precisamente una constante amenaza golpista que no cesó hasta que por fin se nos vino encima en la tarde del 23 de febrero del 81. Entonces el miedo paralizó a la sociedad española, que tuvo que esperar callada y sumisa la resolución del conflicto en los mismos niveles donde se había fraguado la transición. Este golpe fallido, esta representación esperpéntica retransmitida por televisión, a la que luego se añadió el patético espectáculo del juicio militar (más tarde nos hemos enterado de que se ocultó la existencia de un diputado herido para que no pasase a la jurisdicción civil), marcó un antes y un después en el proceso político. La memoria traumática, efectivamente, había jugado su papel, pero no porque el recuerdo de la guerra favoreciera el entendimiento o la reconciliación de ambos bandos, sino porque la memoria del terror impuesto por los vencedores conducía a la sumisión y a que la izquierda asumiera de una vez los límites del proceso reformista. Esa fue la lección del 23-F. Y éste fue el ambiente de crisis y descomposición en el que el Partido Socialista, sin relación alguna no ya con el de la República sino ni siquiera con el de cinco años antes, obtuvo en 1982 diez millones de votos y empezó una experiencia de poder de catorce largos años.» [Las cursivas son de F. E.]
Me he acordado de los escritos de Francisco Espinosa a raíz de una conversación que tuve ayer con el profesor José Vidal-Beneyto (*). Acaba de organizar en Madrid un encuentro sobre la Transición al que han asistido algunos de los principales protagonistas de la política de aquel tiempo.
Me telefoneó cuando estaba preparando el acto para invitarme a participar en él, en tanto que ponente. No me fue posible atender su requerimiento porque la cosa iba a tener lugar un día en el que me tocaba estar a cientos de kilómetros de la capital del Estado, pero se lo agradecí igual. «Es que quisiera que estén presentes los argumentos de quienes criticaron la Transición por la izquierda», me dijo. (Convendrá precisar que Vidal-Beneyto, veterano estudioso de aquel periodo de la Historia de España, tiene también un punto de vista muy poco complaciente con la reforma política que condujo a la transformación del régimen franquista en un sistema parlamentario.)
Realizado el encuentro y ya de regreso a París, Vidal-Beneyto me llamó ayer para decirme que se había quedado muy sorprendido al comprobar que quienes fueron máximos dirigentes de los principales partidos de la izquierda radical durante la Transición (PTE, ORT, MC), presentes en el acto, demostraron tener ahora una visión –creo respetar el sentido de sus palabras– «muy complaciente y acomodada, escasamente crítica».
Es curioso que, en el primero de sus trabajos antes citados, Francisco Espinosa confiere un sesgo generacional a las posiciones más conformistas («reformistas», las llama Vidal-Beneyto) con respecto al modo en que se llevó a cabo la Transición. Espinosa pone como más acabados representantes de esa generación a Felipe González y Alfonso Guerra (y, en lo que a la historiografía se refiere, a Santos Juliá). Considera que la generación siguiente, a la que él mismo pertenece, ha sido más estricta en su rigor crítico.
Me resultó chocante esa catalogación por generaciones. A sus 78 años, Vidal-Beneyto está más cerca de las posiciones del propio Espinosa que de las de González o Guerra. Algo más joven –menos viejo– que estos dos últimos, tampoco yo difiero en lo esencial de los juicios sobre la Transición que comparten Espinosa y Vidal-Beneyto.
No creo demasiado en lo de las generaciones perdidas. Admito, eso sí –porque no me queda más remedio y porque la experiencia es concluyente–, que el paso demoledor de los años tiende a provocar el agotamiento de muchas ansias de rebelión forjadas hace décadas. Pero algunos no las han tenido nunca, y otros se van al otro barrio con ellas.
El alma no existe más allá del cuerpo, pero tampoco es imposible mantener un espíritu inquieto y peleón dentro de un organismo en decadencia.
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(*) José Vidal-Beneyto nació en 1929 en Carcaixent (Valencia). Estudió Filosofía, Sociología y Derecho en las universidades de Valencia y Complutense de Madrid y se doctoró en la de Málaga. Es catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, director del Colegio de Altos Estudios Europeos Miguel Servet de París, secretario general de la Agencia Europea para la Cultura de la UNESCO, miembro de la Academia Europea de las Artes, las Ciencias y las Letras, vicepresidente del Consejo Federal del Movimiento Europeo, presidente de la Asociación de Usuarios de la Comunicación (AUC) de España y presidente de la Fondation Internationale Amela. Su trabajo académico e intelectual se ha centrado en los problemas de la comunicación, la cultura, la globalización y el desarrollo comunitario europeo. Es autor de numerosos libros. Escribe con frecuencia en El País, periódico a cuya fundación contribuyó muy directamente.
Escrito por: ortiz.2007/06/12 05:00:00 GMT+2
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2007/06/11 06:50:00 GMT+2
El derrotista no se limita a predecir la derrota de su causa: también contribuye a acelerarla y volverla más definitiva.
Desde que ETA hizo pública su intención de regresar al activismo armado «en todos los frentes», buena parte de la izquierda sociológica española –de la muchísima gente que se considera de izquierda, del modo que sea– ha decidido que el PP ya tiene en el bote las elecciones de marzo de 2008. No es que menudeen los análisis detallados de la realidad política y de su posible evolución en los próximos ocho o nueve meses. Estamos más ante un sentimiento que frente a una conclusión. Se trata de gente que pensaba –y pensaba bien– que Zapatero se jugaba mucho en su apuesta por la paz negociada en Euskadi. Ahora da por hecho que el presidente del Gobierno ha perdido irremisiblemente esa apuesta y que, por ello mismo, perderá también en las urnas de las próximas elecciones legislativas.
Sin embargo, las cosas no están tan claras, ni mucho menos. Sin duda, es muy posible que el fiasco de Euskadi –que prolonga y aumenta la previa chapuza del Estatut de Cataluña– pase factura electoral al PSOE. Pero no es seguro.
Quedan tres trimestres, en los cuales no es impensable que ETA opte por reconsiderar la decisión que tomó hace una semana. Puede llevarle a ello la conciencia de que su regreso a las andadas no tiene ningún futuro –¿a qué estrategia concreta, no retórica, corresponde?– y la evidencia de que el grueso de su propia base social lo desaprueba. Ya sé que hace falta leer entre líneas para verlo, pero todos los que estamos familiarizados con los mensajes crípticos de los dirigentes de Batasuna hemos notado que casi todos ellos están francamente cabreados con la decisión de ETA. Una irritación que comparten muchos de sus militantes de base, y no digamos la legión de votantes de ANV que acudieron a las urnas porque les habían dicho que de ese modo reforzaban el proceso de paz.
De modo que el abandono del alto el fuego no es un dato fijo e inmutable de la realidad. De hecho, la casi totalidad de los analistas de la política vasca está de acuerdo en que, un poco antes o algo después, habrá de retomarse lo que quedó interrumpido hace una semana.
Además, hay que contar también con que los problemas políticos que se derivan de las tensiones e insatisfacciones que se viven en Cataluña y Euskadi, en cada caso a su modo, si bien son importantes, no son en modo alguno los únicos asuntos de primera importancia que se dirimirán en las urnas de marzo de 2008. Los sociólogos suelen comentar, cuando no hay micrófonos por delante, que en España son muchos los ciudadanos que dicen considerar el terrorismo de ETA como el fenómeno más grave «para España» (tomada así, como entidad abstracta), pero que, si se les interroga por lo que más les preocupa a ellos, personalmente, entonces la importancia dada al terrorismo desciende un buen número de peldaños con relación a otros problemas, tales como el paro, la vivienda, las pensiones, la sanidad y la educación. Dentro de nueve meses (el 9 de marzo del año próximo, supongo), los electores habrán de responder a una pregunta muy concreta: «¿Cree usted que un Gobierno presidido por Mariano Rajoy atendería mejor sus necesidades concretas en materia de trabajo, vivienda, pensiones, sanidad, educación, etc.?» Que irá acompañada de otras de alta política, pero distintas a las mencionadas arriba. Como, por ejemplo: «¿Cree usted que un Gobierno presidido por Mariano Rajoy desarrollaría una política exterior más de su agrado que la actualmente existente?»
Si uno piensa en las próximas elecciones legislativas como en un examen individualizado de la política que ha aplicado Rodríguez Zapatero en los últimos tres años, y si concede a las cuestiones vasca y catalana el lugar de maximísimo interés que le otorgan los medios de comunicación, no es difícil que prevea, a día de hoy, que la mayoría se inclinará por el suspenso. Pero lo que se planteará el año que viene no es si Zapatero lo hace muy bien, bien, regular, mal o muy mal, sino si cabe esperar que Rajoy lo haga mejor, no sólo en esas dos cuestiones, sino en todas las afectadas por la gobernación del Estado.
Vistas así las cosas, no está tan claro que el PP tenga ya ganadas las próximas elecciones.
De hecho, la propia dirección del PP no las tiene todas consigo, ni mucho menos, y ya está estudiando cómo dar un golpe de timón a su deriva sin que se note demasiado para salir de su aislamiento político, al que le han llevado su agresividad y su fanatismo. Porque sabe que, de seguir así las cosas, necesitaría lograr la mayoría absoluta o poco menos para que se le abrieran las puertas de La Moncloa.
En resumen: que el PP ha ganado una batalla, pero la guerra continúa.
Los derrotistas deberían comprender que para lo único que sirven sus augurios es para contribuir a que se cumplan.
___________
Nota.– Algunos lectores me han escrito pidiendo que desarrolle más los tres brochazos con los que dibujé la Transición en mi Apunte de ayer, que son los mismos que trazo en mi columna de hoy en El Mundo. Aunque se trate de un texto que tiene ya bastantes años y algunas de las circunstancias a las que hace referencia hayan variado no poco, en lo sustancial me sigue pareciendo válido el más detenido análisis de la Transición que hice en Tal fuimos, tal somos, conferencia que pronuncié en un curso de la Universidad de Verano de Maspalomas (Gran Canaria) en 1994.
Escrito por: ortiz.2007/06/11 06:50:00 GMT+2
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2007/06/10 08:00:00 GMT+2
A juzgar por lo que se viene avanzando –y en consonancia con lo que era de temer–, se nos avecina una semana entera de loor y gloria a «nuestra ejemplar Transición». 30 años de las primeras elecciones democráticas. 30 años capicúas: en las del 15 de junio de 1977 también hubo partidos a los que no se les permitió presentar abiertamente sus candidaturas, lo que les obligó a disfrazarse de lo que pudieron.
Es bien conocida la cínica afirmación de Paul Joseph Goebbels: «Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad». Buena parte de las supuestas verdades de la Transición española, que la mayoría de los españoles toma por evidencias, no son sino mentiras repetidas hasta la saciedad.
Me referiré hoy sólo a tres.
Primera mentira: se da por hecho que en España se instauró la democracia porque el pueblo español decidió poner fin a la dictadura. Lo cierto es que el paso del sistema franquista al régimen parlamentario fue una decisión largamente madurada por las potencias occidentales, que necesitaban integrar plenamente a España en sus estructuras políticas, económicas y militares, lo cual exigía la homologación de su sistema político. Estudiaron cómo hacerlo por una vía que excluyera cualquier veleidad izquierdista, y se emplearon a fondo para lograrlo. Se volcaron en el respaldo político y en el apoyo económico a quienes podían materializar sus designios, y lo lograron. Son hechos que hoy están ya sobradamente documentados. En todo caso, sólo una exigua minoría del pueblo español estaba por aquel entonces dispuesta a movilizarse en pro de la democracia.
Segunda mentira: se da por hecho que, si triunfó la reforma del régimen franquista y no la ruptura, fue porque no había condiciones para proceder a la instauración ex novo de un Estado genuinamente democrático. En realidad, la ruptura fue imposible, ya para empezar, porque quienes hubieran debido promoverla renunciaron a ello. Los dirigentes de las dos fuerzas principales de la oposición democrática (el PSOE, fuerte por sus apoyos internacionales, y el PCE, por su arraigo militante) pusieron todo su empeño en acceder cuanto antes a la legalidad, como condición para aspirar a integrarse en los ámbitos del poder. Para poder lo primero que se precisa es querer, y ellos ni lo intentaron.
Tercera mentira, no menos tópica: «el Rey fue el motor del cambio». Muy al contrario, el Rey fue una pieza clave para asegurar la continuidad reformada de buena parte de las estructuras del franquismo. En rigor, el Rey fue el freno del cambio. La Monarquía reinstaurada conforme a los planes de Franco ayudó a impedir que el cambio fuera más lejos de lo que convenía a las oligarquías locales y foráneas.
Pero da igual. Volverán a decir lo de siempre por enésima vez, con lo que las viejas mentiras se volverán todavía más verdad.
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: Mentiras de la Transición.
Escrito por: ortiz.2007/06/10 08:00:00 GMT+2
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