2007/07/19 05:00:00 GMT+2
Los autónomos
–me refiero a la categoría laboral, no al anarcosindicalismo– tenemos la
ventaja sobre los trabajadores por cuenta ajena de que gozamos de un cierto
margen para montárnoslo a nuestro aire, de modo que sufrimos la jornada laboral
que elegimos: hoy de 12 horas, mañana de 14, al otro de 16, y así.
No, fuera de bromas: es cierto que los escritores
liberales –vuelvo a referirme a la categoría laboral, doctrinas al margen–, si un
buen día nos da la pájara y decidimos vacar, podemos permitirnos el lujo. Luego
tenemos que recuperar esas horas ociosas sacándolas de donde sea, pero admito
que carecer de patrón –y cuidado que yo los he tenido permisivos (conmigo,
quiero decir)– tiene su encanto.
La desventaja más llamativa que arrostramos es que, al
ser nuestros propios patronos, nos superexplotamos. Y sin derecho de huelga. Ejemplo: que yo
recuerde, hace algo así como 15 años que no me he concedido un periodo de
vacaciones de verdad, de las de no dar ni golpe.
Da igual que tampoco haya querido cogérmelas. Eso es
secundario. Porque las propias vacaciones no son sólo nuestro derecho. También
son un derecho de quienes nos aguantan.
Viene esto a cuento (si es que viene a cuento) de que
ayer me llegó el programa de un llamado «Foro de intercambio y debate entre
personalidades del mundo del deporte y la cultura» que habrá de celebrarse
entre los días 30 de julio y 3 de agosto en Santa Cruz de Tenerife con la
participación de gente muy principal, alguna amiga mía (caso de José Saramago y
Óscar Ladoire) y otra aún no amiga, pero por la que hace tiempo tengo
curiosidad (caso de Ángel Cappa y Pello Ruiz Cabestany). Dice el programa que
los encuentros serán «moderados por el periodista Javier Ortiz». Veremos si
serán moderados o inmoderados, pero agradezco a los y las partícipes su
concurso en unas jornadas que, para que todo quede aún más en casa, han sido
idea de otro que también es de la familia.
Sé que tanto Saramago como Ladoire van a participar
como favor personal, para echarme una mano. Entre nosotros sobran los
agradecimientos: siempre que los he necesitado han estado conmigo.
Pero ya veis cómo somos los autónomos y adictos a la
farándula. Entre julio y agosto, también seguimos amarrados al duro banco.
Y aún lo mío tiene alguna justificación, porque forma
parte de mi modus vivendi. Pero lo de
los otros…
Estos días he leído a algunos próximos referirse en
tono crítico a éste, al otro o el de más allá, también próximos. Algunos me han interpelado pidiendo que tome posición ante la idea de Saramago de que Portugal y España se arrejunten de nuevo. O mucho me equivoco o creo que entiendo la propuesta, más poética que política. Creo que podría sellarse con los versos de un poema que cantó maravillosamente Carlos do Carmo: «Cumpliste el ritual: lo sabes todo».
Hay polémicas en las que no quiero ni puedo entrar,
porque estoy demasiado implicado sentimentalmente. Pero, por no escurrir del todo el bulto, diré que amo
demasiado a Portugal como para desear que vuelva unirse a España.
Por mi gusto, desearía que incluso España se separara
de España.
No me he inventado nada. Mi héroe
literario principal, César Vallejo, escribió un grandísimo poema en el que
clamaba: «¡España, aparta de mi este cáliz!».
¡Cuídate, España, de tu propia España!
¡Cuídate de ti misma!
¡Cuídate de tus hijos!
¡Cuídate del futuro!
Son cosas que o se entienden o no se entienden. Y, si no se entienden, tampoco pasa nada.
Escrito por: ortiz.2007/07/19 05:00:00 GMT+2
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2007/07/18 08:20:00 GMT+2
De la mucha gente curiosa que deambula por internet
–que es casi tan variopinta como la que hay por la vida, una vez hechas las obligadas
salvedades económicas y analfabéticas–, una de las especies más curiosas es la constituida
por los que en la jerga del ramo se llama trolls,
que viene a ser sinónimo de plasta, aunque
no del todo. (Reventadores, me sugiere un amigo: sí, va por ahí, aunque la escena teatral del 98 contó con geniales reventadores, como Ramón María del Valle-Inclán. Reventar la obra de un plasta como Echegaray tenía su aquel. Era un homenaje al arte.)
La mayoría supongo que ya sabéis de qué gente hablo: de esos individuos
(casi siempre hombres: quizá valga la pena retener el dato) que se meten en
foros amistosos, del género que sea, o que escriben particularmente a alguien cuya
dirección de correo electrónico han pillado, y que dan la vara sin parar en
plan faltón y pendenciero, provocativo.
Veterano como soy en esto de las tres uves dobles (¡todavía
recuerdo la misiva de un colega que me escribió para comunicarme que, según no sé
qué cálculos, los cibernavegantes celtibéricos éramos ya «más de 5.000»!), me
tocó sufrir en mis propias carnes la experiencia de los trolls, antes de que un amigo me hiciera ver que son una subespecie
de homínidos que no tiene realmente ningún interés en comunicarse con nadie,
sino todo lo contrario: que disfruta sembrando cizaña. Y que el único modo
eficaz de contestarles es no contestarles. Vienen a ser el equivalente moderno
de los críos de hace medio siglo que jugaban a llamar al azar a cualquier
número de teléfono y pretendían tomar el pelo a la persona que contestaba haciéndole
preguntas tan ingeniosas como: «¿Es Casa Consuelo? ¿No? Y entonces, ¿dónde
pisan?», o bien: «¿Es ahí donde lavan la ropa? ¿No? ¡Pues qué guarros!». Y así.
La gracia terminó cuando ya todo dios estaba de vuelta de la gilipollez, de
modo que, cuando el graciosín de turno preguntaba: «¿Es Casa Consuelo?», la supuesta víctima respondía amablemente:
«Vete a la mierda, cretino». O colgaba, sin más.
Yo cuento con algunos recalcitrantes que pierden la
tira de tiempo mandándome mensajes insultantes. De algunos me da que son trolls y ni siquiera lo saben. Los hay
que incluso me escriben por correo postal: recortan mis columnas y me las remiten
en sobres estampillados con sellos de ésos en los que se ve a un Juan Carlos de
Borbón jovencito, de cuando Franco le daba la sopa boba. Adornan los recortes con
epítetos de grueso calibre escritos con admirable caligrafía y profusas faltas
de ortografía. Hay un par que me recuerdan mis años de colegial, porque me amenazan con que se van a chivar al profe diciéndole
lo malo que soy.
Se ve que todavía no se han dado cuenta de que el profe
me tiene contratado precisamente por lo malo que soy.
_________
Nota.– Comentaba ayer de madrugada en la T-4 de Madrid a un matrimonio de mi edad que daba muestras de impaciencia: «Tómenselo con calma. Saldremos con retraso, pero lo mismo salimos».
«¡Filosofía oriental!», me dijo él.
Le bromeé: «Quizá sí. Como de joven fui pro-chino...»
A esa misma hora, en Brasil...
Claro que yo no lo sabía.
Escrito por: ortiz.2007/07/18 08:20:00 GMT+2
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2007/07/17 04:15:00 GMT+2
Todos los conocedores de los entresijos de la política
navarra –todos los conocedores que yo conozco, se entiende– parecen de acuerdo
en que la decisión de los dirigentes del PSN de no formar gobierno con Nafarroa
Bai y IU «les ha venido dictada desde Ferraz». Pero esa explicación plantea tantos problemas
como los que resuelve. Por lo menos.
No aclara, para empezar, por qué «Ferraz» (es decir,
la dirección central del PSOE, con sede en esa calle de Madrid) ha creído tan
importante doblegar la voluntad de los socialistas navarros, sabiendo como sabe
que les mete en un lío de mil pares. Externo e interno.
Se arguye que lo ha hecho porque temía que esa alianza
podría hacer mucho daño al partido de cara a las próximas elecciones generales.
¿Creen eso en Ferraz, realmente? ¿Creen que al personal potencialmente votante del PSOE le cae peor NaBai que, por ejemplo, Esquerra
Republicana, o que el BNG? No. Cómo van a creer semejante chorrada.
Estoy dispuesto a suponer que los navarros y las
navarras, socialistas o no, importan un pepino a Pepiño –él nacido José Blanco–
y a sus estrategas de salón, dada la escasa entidad numérica que Navarra ocupa
en sus estadísticas. Pero en este asunto se debatía mucho más que la suerte de
la comunidad foral. El pulso era otro. Aznar,
a veces llamado Rajoy, había convertido Navarra en casus belli: si Zapatero optaba por dar la mano a NaBai e IU («los
que quieren que Navarra deje de ser Navarra»), el PP se echaría definitivamente
al monte.
¡Ay, Julio César! ¡Ay, Mussolini! ¡Toma Rubicón! Adiós
consenso y adiós todo.
Olvidaos de los cálculos electorales. De los iniciales,
por lo menos. Porque el asunto que se ha dirimido no era de votos, considerados
a corto plazo.
Aquí estamos hablando de una reacción de fichas de
dominó, como las que tanto temía Henry Kissinger. No es que a Zapatero le dé
terror el PP. Es que teme a los que dentro de su propio partido no quieren que rompa
con el PP y opte por una política de alianzas con las heteróclitas fuerzas de
izquierda de la heteróclita sociedad española (o lo que sea). Y teme a los
medios de comunicación que sintonizan tanto con el PP como con los que dentro
de su propio partido… etc. O sea, con la Santa Alianza de El Mundo y El País, y La Razón, y ABC, y todas las cadenas, de radio, de televisión y del váter.
Anoche oí lo que se decía en la Ser al respecto.
Huyendo de ello, fui recalando en otras emisoras. Hubo un momento en el que sospeché
que se me había estropeado la radio y que todas las teclas se habían convertido
en la misma tecla.
En cosa de nada, comprendí que ésa era la cuestión: todas
las emisoras eran la misma emisora.
Escrito por: ortiz.2007/07/17 04:15:00 GMT+2
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2007/07/16 08:30:00 GMT+2
Dicen algunos graciosos que no hay que ser
supersticioso, porque eso da mala suerte.
Dada mi formación racionalista, debería desdeñar la
idea de que puedan existir los gafes.
Dada mi experiencia, en cambio, tengo motivos para
maliciarme que yo sea gafe.
Causa que abrazo, causa
que naufraga. Sea política, económica,
deportiva… Sólo me respalda la Fortuna en materia de amores y amistades, que
–vale, lo admito– no es poca cosa, pero ya sabéis cómo somos los humanos: lo
que nos va bien no cuenta.
Prefiero no aplicar nada de todo esto a lo que escribe
Josu Jon Imaz, que quiero mirármelo con más detenimiento, porque de entrada me
parece de aurora boreal.
Me conformo con aplicarlo a la Copa de América de
Fútbol.
Anoche me quedé a ver la final de ese campeonato.
Diré, para demostrar hasta qué punto soy mal español, que Argentina y Brasil
son países –son pueblos– que me caen bien. De modo que, de entrada, no tenía
preferencias: estaba dispuesto a simpatizar con el que jugara mejor. Pero
empezó el partido y me quedé perplejo. Todo estaba al revés de lo previsible.
Dice el tópico, no sin su punto de razón, que los argentinos son «esos
italianos que hablan en español». De repente comprobé que los brasileños de
ahora son unos futbolistas de piel oscura que juegan en italiano. A lo que se
supone que es el fútbol italiano: violento, marrullero, desagradable, físico. Ni un minuto sin su falta. De
repente me vino a la mente la imagen del pequeño-gran Ardiles, modelo de
futbolista honrado, inteligente y hábil. Pero lo mismo podría haber pensado en
Pelé, puesto a mirar al otro bando. Angel Cappa, que ejercía de comentarista en
Canal +, lo describió como es él, sin pretensiones, lúcido, sin darse aires de
nada: la selección de Brasil estaba haciendo un juego práctico. Lo dijo con la entonación distante, probablemente
involuntaria, que se merecía el caso.
Puedo ser gafe, pero no masoquista. Cuando esa cumbre
del juego sucio y desagradable que es el sevillista Alves tuvo la potra de
soltar un balonazo que rebotó en Ayala, otro que tal baila, y se convirtió en
gol, apagué el televisor y, considerándome tan derrotado como los argentinos,
me fui a la cama, en donde me adormecí oyendo una entrevista con Sabino
Fernández Campo, del que quizá algún día me anime a contaros un par de
anécdotas curiosas, una de las cuales me deja fatal a mí y otra lo retrata muy
bien a él.
Pero eso será otro día. Hoy es lunes y estoy de un
humor de perros, quizá porque mañana es martes y acabo de imprimir las tarjetas
de embarque de tres vuelos que habré de hacer en 14 horas.
Tranquilos: no voy a teorizar que mi vida sea más
horrible que la vuestra. Pero qué menos que haber visto derrotado a un Brasil
en el que no jugaba ningún artista.
Oí a Cappa decir que hay equipos de fútbol que juegan
en poesía y otros que juegan en prosa. Vale, pero ¿qué hacemos con los que se
adornan escupiendo y dando puñetazos?
Lo peor no es que así esté el fútbol. Lo peor es que
así está la vida.
Escrito por: ortiz.2007/07/16 08:30:00 GMT+2
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2007/07/15 06:30:00 GMT+2
Hay grandes historias de la desmemoria, como las que me sirvieron ayer de tema de reflexión, y hay pequeñas historias de la desmemoria, que no por pequeñas merecen caer en saco roto, porque también tienen lo suyo.
La pequeña historia que voy a evocar hoy se remonta a 1991.
Estamos en Bilbao. El diario El Mundo lleva un año en los quioscos y va viento en popa. En Euskadi ha tenido una acogida tan positiva que la dirección del periódico ha determinado iniciar por allí sus planes de expansión empresarial. Se ha decidido a lanzar El Mundo del País Vasco. Por todo lo alto: creando una sociedad anónima propia, comprando y remozando el edificio que perteneció a la histórica Gaceta del Norte, en el barrio de Bolueta, junto a las instalaciones de El Correo y Deia, adquiriendo una gran rotativa, contratando un equipo empresarial y una amplia redacción, con sedes en Vizcaya, Guipúzcoa y Álava…
Para poner en marcha la aventura ha pensando en tres personas: dos periodistas y un gerente.
El gerente es Iñaki Aretxabaleta, tan competente en lo profesional como excelente en el trato.
Uno de los periodistas seleccionados es David Barbero, mirandés afincado desde hace tiempo en Euskadi, muy introducido y bien considerado en el mundo periodístico y cultural vasco, trabajador de ETB. Han pensado en él como director de la edición local.
El otro es un personaje oscuro, donostiarra de origen, de trayectoria muy politizada, vinculada a la extrema izquierda. Ha experimentado un ascenso meteórico en el periódico. Entró durante la fase de puesta en marcha del diario en Madrid con contrato de jefe de sección y en menos de un mes ascendió a redactor-jefe. Lo acaban de nombrar subdirector del proyecto. Tiene fama de buen carpintero, que es como en los periódicos se llama a los que se encargan de que las cosas funcionen. Aparte de eso, escribe. A diario. Se llama Javier Ortiz y, como el propio Barbero, no es ya ningún pipiolo: tiene 43 años.
Pedro J. Ramírez ha decidido mandarlo a Euskadi para la puesta en marcha del nuevo proyecto. Él dice que ha ido de «enviado imperial».
Como comprenderéis, con una historia así podría escribirse un libro. Varios, tratándose de un rollista como yo. Pero esto es sólo un Apunte y lo que quiero es contaros apenas una historietita que sucedió en ese momento y en ese ambiente.
Estaba la edición vasca del periódico en sus mismos orígenes, como digo, cuando un amigo de toda la vida me habló de un familiar que quería darme algo. El familiar se me presentó con una ristra de documentos más alta que él y me dijo: «Éstas son las cuentas del Rectorado de la Universidad del País Vasco. Parece papel, pero es pura mierda». Lo expurgué y me quedé de piedra. O de mierda, por el contacto. En efecto, aquello no había por dónde cogerlo. Todo lo que no era corrupción eran corruptelas cutres, con el rector siempre en el centro de la escena.
El rector era el catedrático de Medicina Emilio Barberá, valenciano de origen.
Me puse manos a la obra y empecé a sacar toda aquella basura, por entregas, en El Mundo del País Vasco y, de rebote, en el suplemento Campus, de El Mundo de Madrid. La variedad era infinita. Desde viajes en pandilla a Nueva York en los que se pagaba todo, hasta la adquisición de cámaras de vídeo, con las tarjetas Visa del Rectorado, hasta renovaciones constantes del césped del campus (que, tratándose de Vizcaya, es fácil comprender que se secaba un mes sí y otro también).
El ambiente que había en la Universidad vasca se convirtió, claro está, en puro ambientazo. Muchos estudiantes empezaron a acudir a clase con camisetas en las que se leía: «¡Barberá, dimisión!»
Llevábamos en éstas unos cuantos días cuando una buena mañana recibí un telefonazo en el periódico.
Era Emilio Barberá. El rector empezó a hablarme con mucha desenvoltura. «Joven… Supongo que tendrá usted dificultades económicas…». Le interrumpí al punto, con una sonrisa de oreja a oreja: «Perdone, perdone, que no le oigo bien. Voy a cambiar de teléfono». Avisé de inmediato a Isabel Camacho, compañera de redacción –ahora está en El País–, para que cogiera una extensión de la línea telefónica. Y puse en marcha una grabadora. «A ver, a ver… ¿Me oye ahora mejor? ¿Sí? Estupendo… ¿Qué me decía?». Lo que Barberá quería decirme era lo previsible: que si deseaba mejorar mi estatus económico-social, lo mejor que podía hacer era llevarme bien con él.
Deduje que creía que yo era algo así como un estudiante en prácticas haciendo sus primeros pinitos periodísticos.
Al día siguiente publiqué la conversación en el periódico.
Tuvimos un encuentro radiofónico en Radio Euskadi. «¡Le voy a demandar!», me gritó. «Hágalo. Le desafío a que lo haga. ¿A que no tiene narices? Nos divertiríamos mucho todos», le respondí.
Se abstuvo, por supuesto.
Poco después tuve una franca conversación con un conocido común, ex alcalde de Bilbao, que compartía con Barberá algunas particularidades que no hace al caso mencionar aquí, pero que eran hermanas. La gestión intermediaria de aquel caballero, realmente amable, tampoco cambió mi determinación, que para entonces ni siquiera dependía ya de mí, porque toda la documentación había sido puesta en manos del Tribunal de Cuentas del País Vasco.
Emilio Barberá acabó dimitiendo de su puesto de rector de la EHU-UPV y salió zingando de Euskadi.
Le seguí el rastro por pura curiosidad hasta que supe que se había afincado en Canadá.
Y ahora viene la cosa que motiva este Apunte. Hace un par de días leí en la prensa local alicantina que Emilio Barberá es en la actualidad… ¡responsable de Universidades de la Comunidad Valenciana! Nombrado por el PP, naturalmente.
¿A qué narices se dedica el Partit Socialista del País Valencià? ¿E Izquierda Unida, y San Pito Pato? ¡Un individuo que tuvo que salir huyendo de la Universidad Vasca perseguido por un reguero de corrupción, encargado de los asuntos universitarios de la Comunidad Valenciana, y nadie dice nada!
Donde se enseñorea la desmemoria, reina la sinvergonzonería.
Quod erat demonstrandum.*
____________
(*) Algunos lectores me reprochan mi reiterado gusto por los latinajos. No lo justificaré: me llevaría muchas más páginas. En lo que se refiere a éste, véase http://es.wikipedia.org/wiki/Quod_erat_demonstrandum
Escrito por: ortiz.2007/07/15 06:30:00 GMT+2
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2007/07/14 09:45:00 GMT+2
Leo en El Mundo de hoy: «Argentina desmonta el círculo de impunidad del que gozaban los jerarcas de la dictadura militar que azotó el país de 1976 a 1983 con la represión de la guerra sucia dejando el sangriento resultado de 30.000 desaparecidos, entre ellos, medio millar de españoles nativos e hijos.» Lo que ha hecho la Corte Suprema argentina, en esencia, es dictaminar que los crímenes contra la Humanidad ni prescriben ni pueden ser materia de amnistía general o indulto particular.
Lo que no he leído, ni en ese diario ni en ningún otro –tal vez no he prestado la atención necesaria–, es la repulsa que esa decisión ha tenido por fuerza que suscitar en el estabishment español. Porque, si fuera justo ese criterio, según el cual los crímenes de las dictaduras no pueden ser jamás materia de amnistía, nuestras autoridades deberían repudiar lo que ellas mismas –hablo de los cargos, no de las personas, aunque en algunos casos dé lo mismo– hicieron durante la Transición, aún hoy tan venerada.
¿En qué punto falla mi razonamiento? ¿Quizá es que no he comprendido que el principio universal establecido por la Corte Suprema argentina no es realmente universal, sino tan sólo nacional, o regional, o subcontinental? ¿O será que me he hecho una idea equivocada de lo que significan los conceptos de «dictadura» y «guerra sucia», que habría que aplicar inexorablemente a la barbarie que causó la desaparición de 30.000 personas allí, pero no al exterminio de cientos de miles de personas aquí, perpetrada no en el curso de una confrontación armada, sino cuando las hostilidades supuestamente ya habían cesado?
Hace algunos días escribí un texto en el que me referí a algunas personas que fueron asesinadas cerca de mí en los tiempos inmediatamente anteriores o en el propio transcurso de la Transición. No en los años cuarenta, ni en los cincuenta. Mucho después. Varios lectores me escribieron preguntándome quiénes eran los citados, qué les sucedió, cómo murieron. ¿Cómo lo van a saber, si su recuerdo está enterrado mucho más hondo que sus cuerpos? ¿Quién alienta la memoria de Jesús Mari García Ripalda, que fue asesinado por la Policía de Franco a tres calles de mi casa, en San Sebastián, por manifestarse en contra de la pena de muerte? ¿Cuántos guardamos el recuerdo de Miquel Grau, al que un falangista aplastó la cabeza en la Plaza de los Luceros de Alicante porque estaba pegando un cartel en favor del Estatut? Diríjanse a Su Majestad el Rey de España, que acaba de hablar de «asesinatos cobardes». Que él les enseñe a distinguir entre asesinatos valientes y cobardes, y les cuente por qué de unos vale la pena hablar y de los otros es mejor olvidarse.
Me lo preguntan cada vez que recuerdo las andanzas de alguna gente que todavía aparece por las tribunas presumiendo de su pasado, tipo Manuel Fraga o Rodolfo Martín Villa: «Pero, hombre, ¿es que tú no perdonas?». De veras que me resulta ya hasta cómico. Pero, ¿cómo se puede perdonar a alguien que se enorgullece de lo que hizo? ¡Si, tal como están las cosas, se diría que quienes deben pedir perdón son los que lucharon contra ellos!
Las madres de la Plaza de Mayo hicieron universalmente conocida una consigna: «Ni olvido ni perdón». Desde nuestra experiencia, que prefiero no calificar, les puedo decir que la mitad de su consigna era superflua: habiendo olvido, el perdón está de sobra.
Nota de edición: Javier publicó una columna que trata el mismo asunto en El Mundo: El perdón está de sobra.
Escrito por: ortiz.2007/07/14 09:45:00 GMT+2
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2007/07/13 05:30:00 GMT+2
Comentaba ayer que creo en el azar. Se trata tan sólo de una manera de hablar, por supuesto. El azar no es una realidad objetiva, sino una convención intelectual de la que nos servimos los humanos para referirnos a un conjunto de determinaciones tan amplio, multidireccional y cambiante que resulta imposible controlar.
Pero no siempre. Sucede a veces que tampoco es tan complicado seguir la pista de lo que a primera vista se nos presenta como casualidad. Y que hasta puede tener su gracia hacerlo.
Pondré un ejemplo.
Ayer Mariano Rajoy afirmó que los últimos éxitos que ha tenido la Policía en su lucha por prevenir los atentados de ETA han sido «milagrosos».
Como sabéis bastantes, apenas unas horas antes yo había dedicado mi Apunte precisamente a poner en duda no ya la intervención en los hechos del Supremo Hacedor de los cristianos, sino incluso de la pagana Diosa Fortuna.
Obviamente, Rajoy no tenía ni idea de lo que yo había escrito. Pero tampoco es fruto de un complejo azar que se apresurara a tratar de refutar mi reflexión, empresa que abordó apelando al papel benefactor de la Divina Providencia, tan poco activa en Yemen y tan pluriempleada, según él, por aquí cerca.
La explicación salta a la vista, a nada que se piense en ello. Es obvio que el presidente del PP se había hecho la misma reflexión que yo, sólo que, mientras a mí me pareció de interés resaltarla, él estaba obligado a refutarla, apelando a la mano de Dios, a los niños de San Ildefonso o a lo que fuera. Porque el componente fundamental de su artillería propagandística, ahora mismo, es la idea, repetida machaconamente día tras día y a todas horas, según la cual, por culpa de la política de Rodríguez Zapatero, ETA está hoy más fuerte que nunca y sus enemigos, más indefensos que jamás.
Y como ese rollo se le venga abajo, lo tiene muy crudo.
El PP tenía ya un grave problema con la realidad. Ahora se le presenta otro.
El primero procedía del convencimiento, cada vez más integrado en la conciencia colectiva, de que en los últimos años se ha producido una notable reducción de los recursos sociales de ETA. Es mucha la gente, y no sólo del Ebro para arriba, que aprecia que el peso de la organización armada en la sociedad vasca es cada vez menor. Llamo la atención sobre el hecho de que no hablo del peso del independentismo, ni siquiera de la influencia del ideario de la izquierda abertzale radical, sino, en concreto, del peso de ETA. Sencillamente: es evidente que ETA no sólo no está más fuerte, sino que pasa por su peor momento.
Por razones fáciles de entender, ese debilitamiento de su presencia social le acarrea una creciente fragilidad de su estructura organizativa. ¿Que tiene cantera, gente, dinero y armas? Es posible. Carezco de la información necesaria para emitir un dictamen propio. A cambio, veo cómo se le empequeñece el caldo de cultivo, la simpatía ambiental, la complicidad social. Lo cual la vuelve cada vez más vulnerable a la represión policial.
Tal cosa no constituye ningún mérito que quepa atribuir a los aciertos del Gobierno de Zapatero, que ha hecho mucho menos de lo que sus rivales le atribuyen. Lo que sí cabe afirmar taxativamente es que se trata de algo que se ha logrado a pesar de los esfuerzos del Partido Popular y de sus agentes propagandísticos y judiciales, que han empujado erre que erre en la dirección contraria.
Reclamar a ETA que negocie, mostrarle la viabilidad de un acuerdo razonable para su desaparición del mapa y hacer ver a quienes viven en su vecindad político-social que les es más rentable, a todos los efectos, concentrar sus aspiraciones en el campo de la contienda política, no sólo no ha debilitado la lucha para acabar con el terrorismo, sino que la ha fortalecido. Muy notablemente en el plano social pero, según todas las trazas, también en el terreno policial.
Eso son los factores de fondo. A partir de ellos, lo de menos es que tal o cual caída deba luego ser atribuida a la colaboración de la policía española con la francesa o a la de la policía francesa con la española, o a esta o aquella gestión de la Ertzaintza, o a la información proporcionada por el vecino Tal, o a la avería que sufrió la furgoneta cual. No estamos ante meras manifestaciones de la casualidad, sino ante las diversas formas aleatorias a través de las cuales acaba imponiéndose la necesidad.
Que Rajoy apele a la milagrería, si la realidad le supera. Gracias a la vida, otros seguirán con la humana tarea de hacer más tratable este áspero mundo.
Nota de edición: Javier publicó una columna que trata el mismo asunto en El Mundo: Los milagros de Rajoy.
Nota.– Sigo recibiendo una amplia correspondencia en la que decenas de lectores y lectoras me comentan tales o cuales extremos, me rectifican esto o lo otro, me aportan unas u otras ideas, me dan cuenta de noticias de interés... Quiero que sepan que, algo antes o algo después, lo leo todo. Pero no contesto a casi nada en estos días por una razón sencillísima: a diez minutos por mensaje como media (hay que leerlo, comprenderlo, evaluarlo y darle respuesta), treinta mensajes se convierten en 300 minutos, o sea, cinco horas. Si se añade a eso el tiempo que dedico a estos Apuntes y el que he de emplear en labores remuneradas (porque, por sorprendente que parezca, he de trabajar para vivir), se obtiene como resultado... que vaya vacaciones más raras.
Admitid mis disculpas.
Escrito por: ortiz.2007/07/13 05:30:00 GMT+2
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2007/07/12 05:00:00 GMT+2
A veces soy muy lento de reacciones. Y luego, cuando
reacciono, no siempre tengo claro que haya reaccionado del modo más adecuado.
Bueno, no me voy a meter en filosofías tirando a
melancólicas. Yo os cuento la historieta y, si alguien quiere sacar alguna
conclusión de ella, que la saque, y ya está.
Esto fue el sábado 30 de junio, en Santander. De
vuelta de una excursión a Reinosa, pueblo natal de Charo, mi mujer, y tras
dejarla con su madre para que charlaran tranquilamente, traté de meter el coche
en el parking situado en los bajos de la plaza del Ayuntamiento, que está a 200
metros del superviviente piso «de
soltera» de mi cónyuge.
No pude acceder al aparcamiento. Había un cordón
policial que bloqueaba los accesos.
Aparqué algo más allá y telefoneé a Charo. «Oye, cuando bajes y pases junto al
Ayuntamiento, mira a ver qué pasa, porque había un montón de policías a los que
he visto muy nerviosos».
Le dije, literalmente (ella lo recordará): «Se
comportaban como si hubiera un aviso de bomba».
Para que os hagáis una idea: el piso de Charo en
Santander está en el mismo centro de la ciudad, a un tiro de piedra del
Ayuntamiento y a otro tanto de la estación de autobuses.
Como probablemente sabréis, el pasado martes un
presunto miembro de ETA fue detenido junto a la estación de autobuses de
Santander. El ministro del Interior sostiene que estaba preparando un atentado.
Según él, el plan de ETA era hacer estallar un coche-bomba en un aparcamiento
situado junto a un edificio oficial.
No parece descabellado imaginar que el ministro
estuviera hablando del aparcamiento al que me he referido arriba (que, por
cierto, tiene en su superficie una estatua ecuestre de Franco).
¿Qué trato de decir? Nada. ¿Hay que sacar alguna
conclusión del hecho de que un puñado de días antes de la detención del
presunto activista de ETA la Policía acordonara ese parking y lo mantuviera
bajo estricta vigilancia durante un cierto tiempo? No hay por qué. Las
coincidencias existen. Yo creo en el azar.
Pero dentro de un orden.
Lo que he contado del aparcamiento de Santander puede
muy bien ser una mera casualidad. Me cuesta más admitir, en cambio, que sea
también pura casualidad que, desde hace mes y medio, cada vez que ETA mueve un
dedo con intenciones atentatorias, ¡zas!, la Policía –la de aquí, la de allá, o
todas ellas a coro– detenga a sus activistas.
«Fueron sorprendidos en un control rutinario», dicen.
Por favor, no nos vengan con pamplinas. No hay tantos controles rutinarios. A
decir verdad, apenas hay controles rutinarios. Yo, que no paro de hacer
kilómetros por zonas altamente sensibles,
ni sé cuantos años hace que no me encuentro con ninguno.
La observación de lo que está sucediendo me ha llevado
a elaborar una hipótesis que, cuantos más días pasan, más verosímil me resulta.
Insisto en que es una hipótesis totalmente especulativa: carezco de fuentes de
información en medios policiales.
Me ha dado por pensar que los responsables de la lucha
contra ETA se acordaron en la primavera de 2006, cuando la organización armada
declaró su «tregua permanente», de la experiencia acumulada en el pasado
inmediato. ETA aprovechó su anterior tregua –la de Lizarra– para reorganizarse,
tapar algunas vías de agua, rearmarse, mejorar su infraestructura, etc. De
hecho, acabó presumiendo de ello en un comunicado que resultó particularmente
penoso, por torpe. Caracterizó con ello lo que otro igual de bocazas, Jaime
Mayor Oreja, había llamado meses antes «una tregua-trampa».
Mi actual suposición es que, desde marzo de 2006, los
aparatos policiales encargados de la lucha contra ETA han estado en lo que
cabría calificar, de modo un tanto paródico, una «tregua-trampa». O sea, que se
dijeron: «Vale, “tregua permanente” y todo lo que quieras, pero si tú vas a
tratar de sacar partido de la situación para volver a reorganizarte, yo voy a
aprovecharla para saber cómo lo haces y acentuar mi conocimiento de tu
estructura, tus contactos, tus reservas, tus medios… Y, como vuelvas a las
andadas, te vas a enterar.»
Yo creo que se está enterando.
Pero no sabe qué hacer con los datos que la realidad
le está proporcionando a bofetadas.
El martes pasado, rumiando como estaba estas cosas,
dije en un programa de la televisión vasca que me da que ETA vuelve a tener
serios problemas de infiltración policial. Puede que me mostrara un tanto
simplista. Creo ahora que lo que le está sucediendo es bastante más complejo. ETA
está asediada por dentro y por fuera. Y en muchísimos planos. Incluyendo los
más materiales.
Si sus jefes fueran algo menos cazurros –no hablo de
ética, ni de amor al propio pueblo: sólo de elemental capacidad de raciocinio–,
se darían cuenta de que, cuanto más tarden en negociar los términos de su
derrota, más humillante y afrentosa acabará resultando.
No lo siento por ellos. Sí por muchos exiliados y
presos que han tenido tiempo de reflexionar sobre el pasado, pero que no están
dispuestos a hincar la rodilla ante el Estado español. Que quisieran una salida
digna. Cosa que entiendo.
Hablo también con el pensamiento puesto en muchos
familiares de exiliados y de presos, que quisieran llevárselos a casa, sin
demasiadas ganas de oír, por lo menos en los próximos años, la maldita
pregunta: «¿Qué es lo que hicimos mal?»
Escrito por: ortiz.2007/07/12 05:00:00 GMT+2
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2007/07/11 10:30:00 GMT+2
Ayer me tocó hacer triple jornada de aeropuertos. Muchas
horas de espera, por el norte, el centro y el sur. No sabría decir cuántas:
sólo sé que salí de casa a las 10 de la mañana y regresé a las 2 de la
madrugada, para un total de dos horas de
trabajo productivo.
Como no es raro que me corresponda afrontar
situaciones de ésas –aunque suelan ser más breves, por fortuna–, suelo ir bien
provisto de lectura. No obstante, hay veces que mis cálculos, aunque suelen ser
generosos, se quedan cortos, y que, terminada la novela de turno, vistos para
sentencia varios periódicos y oídos los noticiarios radiofónicos de rigor, no
me queda más remedio que buscar auxilio en las librerías que suele haber en las
salas de espera. Lo hago sin mucha esperanza, porque los libros que suelen tener
a la venta rara vez me interesan, al estar evidentemente hechos no para que la
gente mate el tiempo, sino para que lo asesine, sin más. De todos modos, es
cierto que en más de una ocasión esos paseos distraídos por los estantes de los
puestos de libros y revistas de los aeropuertos me ha aportado alguna sorpresa
agradable. Ya que estoy en ello, os hablaré de la última: es algo así como una
novela, de técnica inclasificable, original en su planteamiento e insólita en
su desarrollo, que lleva por título La
pesca de salmón en Yemen, de la que es autor un literato primerizo, llamado
Paul Torday, que ha sido publicada en castellano por Ediciones Salamandra hace
un par de meses. Ácida, sana, refrescante y, además, realmente divertida. 16,50
euros bien empleados.
Hay libros cuyos títulos me resultan atractivos
precisamente por lo poco atractivos que resultan. Éste que acabo de citar es
uno. Se diría que autor y editor se han puesto de acuerdo para que cualquier
merluzo (o salmón) que lo vea en un
estante pase de largo. Como si quisieran quitarse de encima a los hipotéticos
lectores o lectoras de best-sellers,
de ésos que se paran inmediatamente delante de una obra gorda con sobrecubierta
de letras doradas y título sonoro, tipo El
novio oculto de San Pablo, La undécima tumba del Vaticano o La túnica púrpura de
la capitana Jimena.
Ayer me topé con un libro de ésos que han sido concebidos
con la obvia intención de ponerle en cosa de nada una banda amarilla que diga:
«23 Ediciones. ¡El libro que te enseñará
todo lo que necesitas saber sobre los hombres!», y dentro de un par de meses:
«¡150.000 ejemplares vendidos! ¡El libro que te enseñará todo lo que necesitas
saber sobre las mujeres!»
Se llama Millones
de mujeres quieren conocerte.
Le eché un vistazo. Lo ha escrito un señor llamado Sean
Thomas y se basa en una idea que sería muy original si no fuera porque no lo
es. Andrés Aberasturi la tuvo ya hace tiempo. Consiste en meterse en plan
subrepticio en muchos de los muchísimos chats de contactos que existen en
Internet y cotillear cómo es la gente que les dedica tiempo y ganas. No sé si
el desarrollo del previsible temario de ambos libros será semejante, porque no
he leído ninguno de los dos, situación que algo me dice que se mantendrá
durante los próximos tres o cuatro siglos.
La propaganda dice que el libro de Mr. Thomas resulta
«excitante», pero para mí que es una afirmación derivada de una mala traducción
del inglés, porque no tiene pinta de habérseles escapado a los editores de La
Sonrisa Vertical.
Opté por quedarme con lo único que el libro me daba
rápido y gratis: el título. Más que nada porque me tocó las narices. Y cómo
había terminado ya R de rebelde, de
Sue Grafton, y prefería dejar pasar un rato antes de iniciar B de bestias, más que nada para que las
dos novelas, ambas con Kinsey Millhone como protagonista, no se me hicieran un
lío en la memoria, me puse a especular con el título de marras.
Saqué de mi cartera de mano uno de los cuadernos de
Note Book que utilizo para estos menesteres, empuñé la pluma –últimamente he
regresado a las estilográficas– y escribí:
«Mr. Thomas:
»Si usted no me conoce, no sabe quién puede querer
conocerme.
»Si usted no sabe quién va a leer el título de su
libro, ignora a quiénes está dirigiendo su afirmación.
»Al no saber de mí nada de nada, usted desconoce si
tengo interés en conocer más gente de la que ya conozco y de la que la vida me
va a poner por delante sin necesidad de hacer ningún esfuerzo extra. ¿Por qué
supone que puedo estar interesado en algo de porvenir tan incierto?
»Y lo que es peor: ¿qué le hace presuponer que, en el
supuesto de que tuviera gana de “conocer mujeres”, así, sin más precisión sobre
ellas que la posesión de unos determinados genitales, necesitaría de los
auxilios de su libro para lograr mi propósito?
»Es de temer que usted, Sr. Thomas, trabaja con demasiados
estereotipos, ninguno demasiado agradable. Escribe para un hipotético lector solo,
heterosexual, con deseo de tener más conocimiento de mujeres, en general (o
sea, de “la mujer” como ente abstracto, esto es, como representación concreta
del sexo abstracto), por un procedimiento que favorece el engaño y dificulta la
selección individual, mujeres que a su vez se sienten solas y con ganas de
conocer a “un hombre”… Puaf.
»Todo eso, que usted, señor Thomas, dice que le parece
muy divertido, y que sus editores promocionan como “hilarante”, es algo que: a)
ya sabemos que existe, sin necesidad de pagarles a ustedes 16,90 euros para que
nos lo cuenten en plan paternalista y condescendiente; b) con lo que sé de ello,
yo al menos me considero servido; no tengo mayor interés en conocerlo mejor; y
c) no digo que el asunto resulte patético y deprimente, porque cada cual se las
arregla como puede, y tiene todos mis respetos, pero desde luego no lo veo como
materia para un libro frívolo, de usar y tirar.
»Una última pregunta, inevitable tras la relectura de
lo único que conozco de su libro: el título. ¿Qué es eso de Millones de mujeres quieren conocerte? ¿Cuándo le he dado yo permiso para
tutearme?»
Escrito lo cual, me dispuse a emprenderla con el B de bestias, de Sue Grafton.
Y no veáis en ello nada de subterfugio literario, sino
un Apunte de la pura realidad: en ese
momento se me acercó un caballero muy amable, que me dijo: «Perdone, pero usted,
¿no salía en La pelota vasca, la película
de Medem? Es que recuerdo su intervención, que me gustó mucho» A lo que le
contesté (¡lo juro!): «Pero, por favor, no me trates de usted».
Claro que era un hombre de unos 40 años, que me dijo
que era de Elx. Y no «millones de mujeres».
Y menos aún Sean Thomas.
Escrito por: ortiz.2007/07/11 10:30:00 GMT+2
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2007/07/10 07:10:00 GMT+2
Hay veces que los gurús del comentarismo político
capitalino resultan exasperantes. Hace una semana afirmaban casi todos a coro que
Rodríguez Zapatero estaba con el agua al cuello y medio escondido, preparándose
para encajar su derrota electoral inevitable. Ahora atribuyen a su Gobierno una
salud política estupenda y sostienen que quien tiene que prepararse para ser
vapuleado en las urnas es Rajoy. ¿Qué clase milagro se supone que ha producido
un vuelco tan radical?
Yo no he visto el milagro por ninguna parte. Para mí
que exageraban la importancia de algunos elementos no necesariamente unívocos –el
regreso de Rodrigo Rato, por ejemplo– y que atribuían a la opinión pública, en
general, el deseo de cargar sobre las espaldas de Zapatero determinadas
responsabilidades que ni están tan claras ni son vistas como tan importantes
por la mayoría. Lo que tuvo de especial el pasado debate llamado «del estado de
la nación» es que mostró a un presidente que llevaba bien hechas las cuentas de
la moto que tenía que vender y que daba la sensación de afrontar la situación
con calma, relajado, frente a un PP monotemático, crispado y demagógico. Fue un
enfrentamiento de imágenes, y la imagen que dio Zapatero ha funcionado mejor.
Pero eso tampoco es definitivo. Por ello choca la
importancia que los mentados comentaristas atribuyen a determinadas variaciones
de humor (porque no vienen a ser mucho más que eso) de la franja vacilante del
electorado, que de aquí a marzo del año próximo puede dar aún no pocos
bandazos, en función de las cosas que vayan pasando.
Y de cómo le vayan calentando los cascos los unos y
los otros, que ésa es otra (y en parte la misma). Porque muchos comentaristas acaban
dando la impresión de que proyectan sobre la realidad sus propias opiniones,
estados de ánimo y deseos, lo que los convierte, en la práctica, en más
agitadores que analistas.
Oía ayer por la noche en la radio a los unos y los
otros, tratando de interpretar la filtración
del posible regreso de Bono a la política activa, y me confirmaban ese
diagnóstico: siguen casi unánimemente convencidos de que los dos principales puntos
débiles de Zapatero, las vías de agua por las que se le puede hundir el barco,
son el dinamitado «proceso de paz» y sus presuntas tentaciones federalistas, a
lo que añaden, como guarnición, lo que ellos interpretan como «veleidades
izquierdosas» (que no lo son ni por el forro, pero dejemos eso para otro día).
Los gurús de la Villa y Corte creen que Bono puede hacerle a Zapatero un favor
de primera, porque consideran que el ex ministro de Defensa le puede ganar el
favor del españolismo centralista seudojacobino, que sigue sin tragar que
algunos seamos incapaces de sentir en lo más hondo la patria común e
indivisible, sin aprender de los franceses (olvidando que fueron sus ancestros
políticos los que no aprendieron la primera lección que deberían haber importado
de Francia: la de 1789. Y ahí siguen con su rey y su concordato.)
Yo no creo que sea ése el flanco por el que Zapatero corre
más peligro de cara a las elecciones legislativas del año próximo. Para mí que
ese pescado está ya bastante vendido, aunque todavía pueda pasar por más manos,
incluso hasta que apeste. Zapatero no necesita que Bono lo lleve de procesión
bajo palio. Le resultaría más rentable separarse claramente del PP en todas sus
variantes, ya le hablen de la Ley de Partidos, de los libros de texto, del
Gobierno de Navarra o de las virtudes de la labor de Bush en Afganistán y de
Mohamed VI en el Sáhara.
Lo mismo yo también tengo las entendederas cortocircuitadas
por mis pasiones viscerales, pero estoy convencido que en donde se la juega Zapatero
es en la motivación de la mucha gente que cree que él no es la repera, ni mucho
menos, pero que cualquier cosa con tal de no ver en el puente de mando a Aznar,
Rajoy, Acebes, Zaplana, Aguirre, Botella, Mayor Oreja, Rosa Díez y demás miembros
de la congregación.
Lo que le permitió vencer en 2004 no fue ser Rodríguez
Zapatero. Ganó porque mucha gente, con el S.O.S. en la mano, lo vio como el No-Aznar.
Como pierda esa referencia, estará perdido también él
mismo.
Aunque conmigo que no cuente. La sola idea de haber
contribuido con mi voto al envío del próximo contingente militar destinado a
asegurar por ahí la Pax Americana, o a
la ilegalización de este o del otro, o al cierre de tal o cual medio de
comunicación, o a la firma de uno u otro acuerdo con la Santa Sede, o al
encarcelamiento de sindicalistas indisciplinados, o al rechazo de la última propuesta
de ampliación de la ley del aborto (asunto por el que ya no protestan ni
quienes la proponen), o al rechazo automático de las denuncias de Amnistía
Internacional, o…
En fin, que no.
Escrito por: ortiz.2007/07/10 07:10:00 GMT+2
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