2007/08/18 03:00:00 GMT+2
La truculencia se está haciendo dueña y señora de los telediarios. En espacio ocupado, para empezar. Hoy en día es normal que la mitad del tiempo disponible de un informativo de televisión esté ocupado por noticias de desgracias, crímenes y accidentes.
Obviamente, si se produce un terremoto como el que sacudió Perú en la madrugada del pasado jueves, la noticia hay que darla, y hay que darla con toda la extensión que requiere un caso tan doloroso y excepcional. Pero es que hay muchos días en los que los sucesos acumulados en tropel son de una trascendencia francamente menor, cuando no casi anecdóticos, y da igual: la ración sigue siendo como para atragantarse. Quizá tenga yo un problema de sensibilidad, pero para mí que –por poner un ejemplo– tiene difícil justificación, desde criterios ortodoxamente periodísticos, el tiempo que han dedicado en las últimas semanas a especular sobre el caso de la niña Madeleine McCann, desaparecida en Portugal. Un suceso ciertamente penoso, pero de una trascendencia social limitada.
De todos modos, lo principal no es el qué, ni siquiera el cuánto, sino el cómo. Porque sobre un terremoto se puede informar aportando los datos clave de lo sucedido, mostrando sus efectos, dando cuenta del modo en que se están afrontando los trabajos de rescate y de asistencia a la población damnificada, explicando a qué fenómenos sísmicos se ha debido, ilustrando sobre las razones por las cuales las viviendas resisten mejor o peor los movimientos telúricos según dónde y cómo estén hechas… Pero se puede también informar –o como se llame eso– dedicando interminables minutos a mostrar cuerpos destrozados, brazos inertes que salen de entre las ruinas y declaraciones tan desgarradoras como reiterativas de quienes han perdido a sus más allegados y se han quedado sin nada. Por desgracia, es este segundo género el que va ganando terreno. A mal Cristo, mucha sangre.
Las presuntas noticias televisivas ponen cada vez menos interés en el incremento del bagaje de información de la ciudadanía y apuntan con más descaro a provocar sus emociones. Emociones que se pretende que sean de usar y tirar. El objetivo es que el espectador, aturdido por la avalancha de desgracias que le son proporcionadas en tropel y sin jerarquizar, llore rápido cada desastre y lo olvide a escape, de modo que pueda tener el llanto disponible para el siguiente. Miles y miles de asiáticos dejados de la mano de Dios tras una inundación tremebunda dejan paso a los apesadumbrados amigos de tres jóvenes que se han estrellado con su coche a la salida de una discoteca, y éstos a una nueva e inexplicable –cuanto más inexplicable, mejor– enfermedad.
Y que mañana todo eso pase al olvido. Para que los almacenes mentales puedan acoger una nueva entrega de emociones prefabricadas.
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título e idéntico contenido en El Mundo: A la venta de emociones.
Escrito por: ortiz.2007/08/18 03:00:00 GMT+2
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2007/08/17 03:00:00 GMT+2
Hablaba ayer de las diferentes técnicas oblicuas que
pueden utilizar determinadas agencias, privadas o públicas, para poner a su
servicio a algunos periodistas.
Empezaré por decir que esas técnicas, que son
muchas y muy variadas –y que no sería posible detallar aquí in extenso, por obvias razones de
espacio– no sólo se emplean para comprar periodistas, sino también
intelectuales, estudiosos, profesores de Universidad y toda suerte de personas que
cumplen un cierto papel en la conformación de la llamada «opinión pública». Y
añadiré que me refiero en este caso sólo a las técnicas oblicuas, con exclusión
de las descaradas y explícitas, algunas de ellas injustamente desprestigiadas.
(Quede eso para otro día.)
Trataré de ser sintético, ofreciendo a vuestra
consideración un modelo más o menos estándar.
Pongamos que somos nosotros la agencia encargada
del asunto y que nuestro objetivo es poner a nuestro servicio a un periodista o
intelectual que ha alcanzado un nivel profesional relativamente alto, lo que
desaconseja la utilización de métodos demasiado explícitos, que podrían suscitar
rechazo por razones incluso estéticas.
Bien. En tales condiciones, optamos por ponernos en
contacto con el personaje a través de una Fundación o de algún otro organismo
de apariencia igualmente neutra para
proponerle que nos escriba tal o cual artículo, o dicte tal o cual conferencia
o curso, en todo caso de contenido libérrimo, para decir lo que quiera, y
bastante bien (o muy bien) remunerado.
Él se muestra encantado, y lo hace.
Al poco tiempo, insistimos y le hacemos más
propuestas. Como no ve por qué tendría que decir que no, dice que sí.
En cosa de unos cuantos meses, o de unos pocos años,
le hemos ido pagando unas cantidades de dinero que le han permitido elevar considerablemente
su nivel presupuestario («de vida», suele decirse). Conseguimos que se adapte a
ese nivel, de modo que el dinero que le pagamos deje de representar un extra y
se convierta para él en una necesidad (por ejemplo, para afrontar el pago de la
hipoteca de la nueva residencia que ha decidido permitirse).
Ese es el momento de empezar a apretarle los
tornillos. Al principio no habrá por qué pedirle grandes sacrificios. Bastará
con insinuarle que a la Fundación (o la tapadera que hayamos elegido, sea la
que sea) le resultaría muy grato que él mostrara públicamente su comprensión
por esta o la otra causa, o que la defendiera un poquitín.
Así que lo haya hecho unas cuantas veces, podremos
ir mostrando ya con más claridad nuestras cartas y darle a entender –sin groserías
innecesarias, por supuesto– que o hace lo que le exigimos o podemos hundirlo en
la miseria.
Si de paso hemos hecho algunas averiguaciones sobre
su vida privada y le dejamos caer educadamente que estamos al tanto de su lado oscuro, mucho mejor.
La táctica es, en realidad, sencillísima. Se trata
de subvencionar con paciencia y a buen precio pequeñas renuncias sin
importancia hasta conseguir que la suma de un montón de pequeñas renuncias se transforme
en una gran renuncia sin posible vuelta atrás.
He escrito al principio que este sistema lo
utilizan determinadas agencias. La más famosa de ellas es la Agencia Central de
Inteligencia de los Estados Unidos de América, más conocida por sus siglas:
CIA. La utilización de este modus
operandi ha sido admitida y descrita por algunos de sus más altos
responsables, lo que ha permitido conocerla e incluso someterla a sesudos
estudios académicos. Quiero decir con ello que la descripción que he hecho no
tiene nada de fantasiosa. Hoy en día se sabe que prestigiosísimos escritores e intelectuales
occidentales, algunos de ellos tenidos en su momento por el no va más de la
independencia de criterio, fueron domeñados y utilizados siguiendo técnicas
como la descrita, o similares.
Con otros lo intentaron, pero fracasaron.
Lo sabemos de casos que ya están cerrados, por el
fallecimiento de los sometidos al procedimiento, pero no creo que represente
ningún exceso imaginativo, y menos aún paranoico, suponer que esa misma técnica
se siga utilizando en la actualidad. Y no sólo por parte de la CIA, sino
también por muchas otras agencias, públicas y privadas, de un país o de otro.
Se trata de un sistema de compra que admite grados,
según la importancia de los objetivos y de acuerdo también, lógicamente, con
las posibilidades presupuestarias. Como decía el difunto Vázquez Montalbán, hay
que tener en cuenta que en este campo, como en tantos otros, la oferta es mucho
mayor que la demanda. O sea, que hay muchos más periodistas e intelectuales
dispuestos a venderse que poderes ocultos dispuestos a comprarlos.
Huelga decir que nadie me pone al corriente de cómo
está el mercado de esa compra-venta en España, pero algo de olfato sí que tengo,
y llevo hecha una cuenta mental que no creo que falle en más de tres o cuatro
nombres.
__________
Rectificación.– En el Apunte del pasado 11 hice una mención a la práctica de la lucha canaria por el ex fiscal general del Estado Eligio Hernández y me referí a su capacidad para dar golpes. Como me ha ilustrado una buena porción de lectores canarios, en la lucha canaria nadie da golpes. O sea, que la gracia no sólo estaba mal traída, sino que ni siquiera tenía gracia.
Escrito por: ortiz.2007/08/17 03:00:00 GMT+2
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2007/08/16 03:00:00 GMT+2
Ya está otra vez El País armando bulla contra Chávez. Ahora la excusa es que el
presidente venezolano prepara una reforma constitucional que, de salir
adelante, permitirá la reelección sucesiva de los jefes de la República (y, por
ende, la suya propia).
Lo de El País
es de un aburrimiento total. Para estas alturas, es ya escandalosamente
evidente que todas sus opciones editoriales en materia de política
latinoamericana –todas sus opciones, en general, pero de manera muy especial
las que realiza con relación a América Latina– están dictadas por sus intereses
empresariales, que son muchos y sustanciosos. (*)
Esa gente no odia a Chávez de todo corazón, sino de
toda cartera.
Algo semejante, pero menos corporativo, podría
decirse de muchos periodistas españoles, siempre dispuestos a escribir algo –lo
que sea, venga o no a cuento– contra el presidente de Venezuela. Era un
fenómeno que me tenía intrigado. ¿Y esa obsesión? Hasta que me enteré de que un
consorcio empresarial con intereses en Venezuela contrató hace meses los
servicios de una agencia estadounidense especializada en crear opinión. Este tipo de agencias forman redes de intereses que
movilizan a cientos de periodistas de todo el mundo, a los que pagan por
escribir en pro de tal o cual causa. Unas veces remuneran sus servicios por la
brava, en cheque al portador o en efectivo, y otras se sirven de métodos más
sutiles, pero no menos sustanciales. (Algún día de éstos quizá me anime a
detallar cómo funcionan esas cosas, para poner al tanto a quienes no las
conozcan.)
Pero que haya quien se mete con Chávez por motivos
espurios no quiere decir que Chávez tenga obligatoriamente razón en todo, ni
mucho menos. Lo digo con conocimiento de causa, porque yo mismo he tomado más
de una vez mis distancias con respecto al líder de la Revolución Bolivariana, y
desde luego no porque nadie me haya pagado por ello. He tomado distancias no
sólo políticas, sino también, con cierta frecuencia, éticas, y hasta estéticas.
Por ejemplo: considero que su aparatosa devoción
religiosa, sea sincera o impostada, no pinta nada en la acción política. (Ya sé
que las referencias culturales que allí tienen más gancho no están dictadas por los principios que inspiraron la toma
de la Bastilla, como lo están las mías, pero me temo que va a ser difícil que
me convenzan de que aquellas convienen mejor a la educación del pueblo.)
De todos modos, las cuestiones invocadas en el
enunciado de este Apunte no precisan
de tantos meandros como vengo recorriendo. Son de teoría política, y muy
concretas.
Las dejaré en dos.
Primera: ¿es condenable, por principio, que un
Estado adopte normas constitucionales por las cuales sus máximos dirigentes
puedan mantenerse indefinidamente en el cargo, si tal es el deseo expresado en
las urnas por la ciudadanía?
Sobre esto he de hacer una alegación previa: resulta de traca fallera que responda negativamente a esta pregunta alguien que se muestra fervoroso
defensor de una monarquía, que tiene un jefe del Estado fijo, de por vida y sin
pasar por las urnas.
Pero es que, al margen de eso, y aunque quien
dijera tal cosa fuera republicano, habría que recordarle que son muchos los
estados en el mundo, entre ellos el español, que no tienen establecida ninguna
limitación para la reelección de sus principales dirigentes. Los Estados Unidos
de América la fijaron por iniciativa de George Washington (**), pero la suprimieron
posteriormente (gracias a lo cual el físicamente muy limitado Franklin D.
Roosevelt pudo cubrir hasta cuatro mandatos), para volver a imponerla más
tarde.
O sea que, se piense lo que se piense de la norma,
lo que no puede afirmarse sin hacer el ridículo es que sea antidemocrática.
Segunda cuestión que vale la pena plantearse: ¿es
bueno para la salud social que haya líderes políticos que se perpetúen en el
cargo?
Eso es discutible.
Mi criterio, basado en la mera observación
histórica, es que la renovación, por melancolía que pueda producir en ciertos
casos, a la vista de la talla intelectual de los sucesores, es sana.
Oxigenante. Conviene, además, para asentar en la conciencia ciudadana uno de
los principios más difíciles de asimilar del que yo tenga noticia, y que fue formulado por el ciudadano Eugène Pottier en el poema que daría origen al himno
de La Internacional. Decía, en francés: «Il n’est pas de sauveurs suprêmes: Ni Dieu, ni César, ni tribun!» Ni
Dios, ni César, ni tribuno.
Chávez parece defender los tres títulos.
Por supuesto que tiene que haber dirigentes, y es
mejor que salgan listos que tarados. Pero los propios equivalentes lingüísticos
de la palabra deberían ponernos en guardia: caudillo, duce, führer, conducator…
Lo peor que acarrean los grandes líderes no es que
acaben creyéndose que son geniales –lo cual ya es de por sí francamente
peligroso–, sino que la genética molicie de los pueblos tiende a delegar en
ellos sus responsabilidades, lo que acaba dando origen, como destilado, a las
dictaduras, de derecho o de hecho.
Chávez es lo mejor que le ha ocurrido a Venezuela
desde tiempo inmemorial. De eso no me cabe duda. Pero mi espíritu insatisfecho
me mueve a pensar que el pueblo de Venezuela se merece algo mucho mejor
todavía. Y que eso no puede encarnarlo una persona. Tiene que ser un sistema de
organización social.
__________
(*) Ejemplo de rigor periodístico: podía leerse en
elpais.com de ayer, al final de un
artículo contra Chávez: «Según una encuesta publicada el pasado 3 de agosto por
el diario caraqueño El Nacional, el 61% de las más 1.138 personas
consultadas dijo creer que Chávez busca "perpetuarse en el poder"». Pifias
dactilográficas aparte, ¿qué significa «más de 1.138 personas»? ¿1.139? ¿Un
millón? Me recordó a otro periódico que publicó no hace mucho que a una determinada partida
presupuestaria se habían asignado «1.123.470, 05 euros, aproximadamente». De todos modos, la encuesta mencionada ya era de
por sí una joya. Vale; pongamos que el 61% de las personas consultadas creyeran
eso. Pero ¿les parecía bien, mal, regular…?
(**) Un lector me precisa que G. Washington no fijó ninguna limitación de mandatos presidenciales. Que lo suyo fue una opción personal, que sus sucesores adoptaron como norma de conducta, que se prolongó hasta Roosevelt, que decidió presentarse a sucesivas reelecciones. Fue a raíz del comportamiento de F. D. Roosevelt cuando los EEUU decidieron convertir en ley la limitación a dos mandatos.
Escrito por: ortiz.2007/08/16 03:00:00 GMT+2
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2007/08/15 03:00:00 GMT+2
Lo de China es
un escándalo. No; falso: lo de China son dos escándalos.
El primer
escándalo lo proporcionan las autoridades políticas de la mal llamada República
Popular, que son una especie de antología viviente del desprecio por los derechos
humanos y, sobre todo, del desconocimiento del derecho a la vida, que trasgreden
a diario aplicando la pena de muerte por los más variados motivos a muchos de
sus ciudadanos.
El segundo
escándalo lo encarnan los gobernantes de las potencias occidentales, que saben
que en China las libertades civiles son pasadas por la piedra todos los días y
en masa, pero que no dicen nada, ni protestan por nada, ni boicotean nada,
porque China es, mucho más que un Estado, una fantástica cifra de negocios, y
nadie quiere indisponerse con sus gobernantes, no vaya a ser que se enfaden.
La última
desvergüenza de la que he tenido noticia la ha protagonizado el Comité Olímpico
Internacional, que ha respondido a varias organizaciones de defensa de los
derechos humanos, que se habían dirigido a él informándole con cifras y datos
concretos de las intolerables violaciones de derechos fundamentales que se
están produciendo en los propios trabajos preparatorios de los Juegos Olímpicos
del año próximo, diciéndoles que no puede hacer nada al respecto, porque ésos
no son asuntos de su competencia.
En los últimos
años se han publicado decenas de artículos de prensa en los que tales o cuales pedantones
campanudos nos han recordado hasta la saciedad el gran error que cometieron los
adalides de las principales democracias occidentales cuando hicieron la vista
gorda ante los desmanes iniciales de Hitler. La mayoría de ellos han esgrimido «el
error de Munich» para alertarnos sobre fenómenos tan variopintos como el
peligrosísimo régimen de Sadam Husein –que se disponía a dominar el mundo, según
ellos– o el terrorismo de ETA, con el que no se podía negociar nada de nada
porque en cuanto nos descuidáramos invadía algo (Polonia, Navarra o el Condado
de Treviño, cualquiera sabe).
Todos esos orates
han pasado siempre de puntillas por dos puntos que son esenciales para explicar
el comportamiento que tuvieron los dirigentes europeos supuestamente demócratas
ante los primeros desafíos internacionales del III Reich. Primero: no se
sentían demasiado impelidos a enfrentarse a Hitler porque, en buena medida,
simpatizaban con su discurso anticomunista y ultrarreaccionario. Segundo: no
querían enemistarse con Alemania, porque era una primerísima potencia económica
con la que o bien tenían importantes negocios o bien esperaban tenerlos.
La ceguera y la desvergüenza
de la que hicieron gala los Chamberlain y Daladier, firmantes con Hitler y
Mussolini del Tratado de Munich de 1938, había tenido un precedente inequívoco:
los Juegos Olímpicos de 1936, que se celebraron en la Alemania nazi y a los que
todos los estados sedicentemente democráticos acudieron con la sonrisa en los
labios, pese a que para entonces estaba ya más que clara la naturaleza
dictatorial del Estado organizador, que había convertido el acontecimiento en
un gigantesco acto de propaganda del Nacional-Socialismo.
Ahora se
disponen a acudir a los Juegos Olímpicos de China, todos en tropel y sin decir
esta boca es mía.
Ahí sí que hay
semejanzas.
Escrito por: ortiz.2007/08/15 03:00:00 GMT+2
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2007/08/14 03:00:00 GMT+2
Hay una característica casi unánime de las
ediciones digitales de los periódicos: aparentemente, se empeñan en que sean
los lectores quienes las rellenen. «Dinos qué noticias te parecen más
importantes», «Haz la lista de los mejores estrenos», «¿Qué alineación crees
que debería presentar Schuster contra el Sevilla?», «¡Hazte periodista!
¡Mándanos tu exclusiva!»… Y así, hasta el aburrimiento. Da ganas de responder:
«Y vosotros ¿a qué os dedicáis, aparte de a encargar a los demás que hagan vuestro
teórico trabajo?»
Había comentado algo de esto en alguna ocasión.
Pero he comprobado que el fenómeno está creciendo hasta extremos de auténtica
caricatura.
Aunque formalmente sean asuntos distintos, en el
fondo es la misma historia que la de los anuncios con pregunta, hoy también epidemia:
«¿No te gustaría trabajar como auxiliar de enfermería?», «¿Quieres convertirte
en mecánico dentista?»… Obviamente, el anunciante no espera la respuesta del
oyente. Pero habla como si le importara.
El tic se ha extendido a los informativos de las
radios. Hay presentadores que ya los inician a diario con latiguillos del tipo:
«Buenas tardes. ¿Qué tal están ustedes?» El susto que se pegarían de llegarles
un clamor de medio millón de voces respondiendo: «¡Muy mal!»
El mecanismo está ya más que estudiado. Y da igual,
a los efectos, que ninguna de las partes –ni quienes lo emplean ni quienes lo
sufren– sea consciente de su funcionamiento. Los unos te interpelan sin parar para
hacerte creer que tu opinión, tus deseos y tus expectativas tienen mucha
importancia, de modo que no te hundas en la conciencia de que no pintas una
mierda y en la evidencia de que lo único que les importa de ti es tu billetera.
Y tú aceptas el juego, sin darle ni media vuelta, porque te resistes como una
fiera a aceptar que no pintas una mierda en este mundo y que lo único que
importa de ti es tu billetera, es decir, el fruto de las mil horas que empleas
en trabajar Dios sabe para qué.
No lo digo porque me enfade, aunque me enfade. Lo
constato. Lo que me cabrea doblemente es que, cuando lo constato y dejo
constancia de ello, me toca soportar encima a mi buen amigo Gervasio Guzmán diciéndome
sin parar, en tono condescendiente: «Ay, Javier: ¡Estás hecho un viejo
cascarrabias!»
Escrito por: ortiz.2007/08/14 03:00:00 GMT+2
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2007/08/13 03:00:00 GMT+2
Uno de los reproches más severos pero, a la vez, más atinados que he oído dirigir a los socialistas críticos de Navarra contra sus dirigentes presuntamente federales es el que gritaron en Pamplona el pasado sábado en forma de consigna: «¡Navarra no se vende: Navarra se regala!»
Hace dos meses, Mariano Rajoy hizo al PSOE una propuesta de trueque indisimulada: Canarias por Navarra. Si los socialistas facilitaban la reelección de Miguel Sanz para el Gobierno foral, el PP correspondería posibilitando la designación de Juan Fernando López Aguilar como presidente de Canarias. Lo hizo formulando un sedicente principio del que pronto renegaría en la práctica: según él, los partidos democráticos están obligados a favorecer el nombramiento del representante de la lista más votada. Dios sabe por qué. Ferraz rechazó la oferta y el PP respondió llegando a un acuerdo con Coalición Canaria para repartirse con ella el Ejecutivo insular. Ni la lista más votada ni Cristo que lo fundó.
A la vista de lo cual, Rodríguez Zapatero se metió, Blanco mediante, en una serie de largas y confusas maniobras de las que finalmente ha resultado que la derecha se ha hecho con los dos gobiernos, el de Canarias y el de Navarra.
Zapatero ha quedado aún peor que el célebre Joto, del que decían que vendió la moto para comprar gasolina. Él ha regalado la moto, sin más.
Tanto más trata la dirección central socialista de explicar lo acertado de su decisión, tanto más frondoso se vuelve el jardín de sus excusas. Ahora afirma que el discurso de investidura de Sanz demuestra que ha conseguido que el presidente navarro reelecto cambie de línea política en relación a la lucha antiterrorista, distanciándose del PP. No sólo no es verdad sino que, además, como dirían Les Luthiers, es falso. Sanz, lejos de admitir que haya utilizado en el pasado la lucha antiterrorista como arma partidista, lo negó explícitamente. Lo que no iba a hacer, obviamente, era dedicarse a insultar a aquellos de los que dependía para salir reelegido, y menos cuando el asunto de la negociación con ETA ha desaparecido del orden del día.
Sanz hará tales o cuales concesiones limitadas a los socialistas para evitar la moción de censura, pero no cambiará de línea política. No podría. Él es así. Está en su naturaleza. Eso sin contar con que cuenta en este momento con otra arma más para tener atado en corto al PSOE: la amenaza de convocar nuevas elecciones forales. Todo el mundo es consciente –hasta el propio José Blanco, supongo– de que, de ir otra vez la población navarra a las urnas, el batacazo que se llevaría el PSN sería de los que hacen época.
Excusas aparte, todos sabemos que lo único que ha pretendido Ferraz con su comportamiento errático en este asunto es hacer ver al conjunto de España, de cara a las elecciones generales del año próximo, que no es cómplice de ningún devaneo vasco-navarro. ¿Y era eso tan importante? ¿De dónde se ha sacado esa idea obsesiva, monotemática? ¿No repara en que buena parte de la rebelión interna que ha provocado en el PSN con su estrafalaria táctica pro-Sanz ha salido de la Ribera, que no es precisamente la zona de Navarra más propicia a la unión con la Comunidad Autónoma Vasca? ¿No se da cuenta de que la contradicción izquierda-derecha puede pesar más, en Navarra y en España entera, que la historieta del PP sobre los afanes anexionistas vascos, que a estas alturas carece del más mínimo sustento material?
La militancia y la base social del socialismo navarro no están obsesionadas por ese rollo, sino por la política práctica de UPN, legítima heredera del más rancio ultramontanismo local. Y por eso eran decididas partidarias de un acuerdo con Na-Bai y con Izquierda Unida. No para hermanar Fitero con Donibane Lohizune (cosa que tampoco creo que les importara demasiado, dicho sea de paso), sino para afrontar problemas muy concretos: de derechos de las mujeres –incluidos los recogidos en la legislación sobre el aborto, que en Navarra siguen siendo teóricos–, de lucha contra el empleo ilegal, de educación, de protección del medio ambiente, de ordenación territorial, de comunicaciones…
Lo que el elector o la electora de base espera de los políticos que dicen que son de izquierdas es que se opongan a los que son de derechas. Si en vez de oponerse a ellos les extienden una mullida alfombra para que accedan al poder, entonces ya está montado el lío. Y cuando se monta el lío, hay mucho elector o electora subjetivamente de izquierdas que opta por decir «¡Que los zurzan!» y renuncia a acudir a las urnas.
Es una reacción muy elemental y muy objetable, ya lo sé. Pero estadísticamente contrastada. Y de efectos devastadores.
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: La dádiva navarra.
---oOo---
Una observación…
Si alguien tiene la paciencia de comparar este Apunte de hoy con el Zoom que publico también hoy en El Mundo verá que tienen mucho en común, pero que el Apunte es considerablemente más extenso, lo que permite desarrollar la tesis del artículo de manera más matizada y más completa.
El tamaño limitado y rígido de las columnas del diario (lo que yo suelo llamar en broma «la dictadura del maquetariado») no siempre es una desventaja. A veces, cuando me veo en la obligación de jibarizar mis anotaciones iniciales para ajustarlas a los 2.800 caracteres de los zoom de El Mundo, las someto a un proceso de síntesis y de economía de medios expresivos que las vuelve más unívocas y contundentes, cosa que puede ser preferible a ciertos efectos. Pero hay otras ocasiones en las que, por más que me esfuerzo, no logro que el razonamiento entero quepa en ese espacio. Y tengo que sacrificar demasiado de lo que había incluido en el borrador. Hoy es uno de esos días.
…y una falta de observación
Parece que todo el mundo (de por esta parte del mundo) habla del terremoto de ayer. Yo no. Primero, porque no tendría con quién hablarlo. Y segundo, porque no noté nada.
Dicen que la zona en la que se encuentra mi casa, en la montaña mediterránea, entró en el radio de acción del seísmo, pero aquí no se movió nada. De lo cual me alegro, no sólo por razones materiales, sino también por motivos psicológicos.
Hubo una ocasión en la que sí sentí los efectos de un terremoto y lo recuerdo como uno de los sucesos más extraños e inquietantes de mi vida. Debió de ser, si los cálculos no me fallan, en 1971. Estaba escribiendo en el estudio de mi casa, en Burdeos, cuando de repente sentí como un mareo: todo se movía. Tardé unos segundos en hacerme cargo de que la inestabilidad no procedía de mí, sino de la realidad exterior, objetiva. Salí disparado a la habitación de mi hija Ane, que estaba durmiendo. Tuve que cargar contra la puerta para abrirla, porque había quedado desencajada. Envolví a la niña en una manta y corrí escaleras abajo con ella en brazos hasta llegar a la calle, que al poco se llenó de vecinos en condiciones parejas.
Abrazado a la pobre Ane, en pijama, y yo con lo puesto, sin saber si todo se iba a derrumbar acto seguido, me hice consciente, como en un relámpago, de la rareza y el desamparo de la existencia.
Escrito por: ortiz.2007/08/13 03:00:00 GMT+2
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2007/08/12 06:00:00 GMT+2
Os lo cuento porque, aunque en
principio me cabreó, luego acabó pareciéndome que tenía su punto de gracia.
Paseaba la semana pasada con
Charo, mi compañera de infortunios, por el centro de Santa Cruz de Tenerife.
Ella pretendía comprar tabaco a buen precio (es fumadora: no es perfecta) y yo
aspiraba a comprar mi enésimo receptor
de radio a buen precio (soy aparatómano: tampoco yo soy perfecto).
Hicimos nuestras respectivas
gestiones y emprendimos el regreso hacia el hotel, bajo un sol de injusticia.
De repente, un tipo me para.
–¡Anda, tú aquí! –me suelta–. ¡Qué alegría verte! ¡Soy… [dio
un nombre que no oí bien], de Barcelona! ¡Me recuerdas, supongo! ¡Un abrazo,
chaval!
Como soy muy despistado y ya no
me da demasiado corte reconocerlo, le acepté el abrazo que me reclamaba, pero a
continuación le dije, con toda franqueza:
–Pues la verdad es que no te
recuerdo. ¿De qué nos conocemos?
–¡Pero, hombre! –siguió él–.
¿Será posible? ¿No me recuerdas? ¡De Barcelona!
–Ya, sí, de Barcelona. Pero
¿de qué?
Masculló algunas explicaciones
prácticamente inaudibles, con una sonrisa de oreja a oreja. Charo me miraba con
aire de franca desaprobación, lamentando mi actitud, más bien antipática.
–¡Bueno, bueno…! –siguió el
hombre–. ¡Qué alegría! Pero, ya que te veo, joder, estupendo, qué buen aspecto
tienes… Perdona el asalto, pero ¿podrías hacerme un favor? Es que me he quedado
sin blanca y necesito una ayuda momentánea…
–No te conozco de nada y no
pienso darte nada –le contesté.
Charo se me volvió,
desconcertada.
El menda trató de aprovechar
la situación.
–¡Coño, hombre! ¡No seas así! ¡Cómprame
un boleto de la primitiva, al menos! –y sacó varios del bolsillo–. ¡Qué menos,
para ayudar a un amigo!
–Has tenido mala suerte –le
dije, ya en tono de cabreo indisimulado–. Odio los juegos de azar.
El estafador callejero asumió
que no tenía nada que hacer conmigo.
–¡Miserable! –me espetó, dándose
la vuelta.
–Ahí has acertado de pleno –le
dije, a modo de despedida.
Al cabo de un rato de andar en
silencio, Charo me mostró su sorpresa.
–¡Te has dado cuenta mucho
antes que yo de que el tipo era un tramposo!
A Charo le pasa como a mi
madre. Ella también pensaba que los hombres no tenemos capacidad para estar a
ras de suelo. Y en general, igual que ella, acierta. Pero a veces no.
Quizá sea por mi constante
trato con el mundo político, pero he desarrollado una notable capacidad para
detectar con cierta rapidez a los estafadores.
Escrito por: ortiz.2007/08/12 06:00:00 GMT+2
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2007/08/11 04:30:00 GMT+2
Quien fuera fiscal general del
Estado durante un par de años con Felipe González, Eligio Hernández, amenaza
con querellarse contra un periodista canario, Armando Quiñones, quien glosó sin
demasiada simpatía un artículo de prensa suyo en el que salía en defensa del ex
general Enrique Rodríguez Galindo y, ya de paso, de su ex jefe.
He leído lo escrito por
Quiñones. Y lo del tal Eligio, que se muestra en contra de la sentencia dictada por el Tribunal Supremo contra Galindo sin dar
ni una sola razón jurídica que justifique su disenso.
La verdad es que el periodista
no fue justo. Trató, sí, con la debida severidad el contenido del escrito del ex
siervo de Felipe González, pero guardó un muy inmerecido silencio en lo tocante
al estilo literario del personaje. Alguien capaz de emplear fórmulas retóricas
tan disparatadas como «No puedo permanecer más en silencio por servicio a mi
conciencia, sucursal de Dios en mi persona» está reclamando a voces que se
reabra la añorada Cárcel de Papel de La Codorniz para ser recluido en ella a
perpetuidad. Por cursi.
Hernández, que se presenta
como socialista sin dar ninguna muestra de serlo –se pensará que el socialismo
es asunto de carné, sucursal de Dios en su persona–, pretende en su escrito un
montón de disparates que no voy a refutar. Tampoco es cosa de perder el tiempo.
Retendré sólo dos, que me han
parecido más hilarantes que el resto.
Sostiene, en primer lugar, que
Felipe González acabó con los GAL. Lo suyo viene a ser como lo del dicho
bíblico: «Tú me lo diste, tú me lo quitaste». Lo meritorio habría sido que
alguien que no tuviera nada que ver con los GAL hubiera puesto fin a sus
actividades. Lo de González fue, por poner un ejemplo, como si Al Capone hubiera
dado a los suyos la orden de no proseguir la guerra contra los miembros de la
banda de Lucky Luciano, él nacido
Salvatore Lucania. ¿Que el Señor X despejó la equis cuando se dio cuenta de que
la ecuación le resultaba perjudicial? ¡Cuánto mérito!
Afirma también Hernández que ningún periodista denunció los
crímenes cometidos por el Batallón Vasco-Español y otros ultras de derecha
durante los tiempos de la Transición. Como la rana que croa en el fondo del
pozo, el hombre cree que sólo existe lo que él vio desde su particular agujero.
Que no se enterara o no quisiera enterarse entonces de lo que otros estábamos
denunciando no quiere decir que no lo hiciéramos. Por supuesto que lo
denunciamos. Pero fue como si nada. Éramos simples periodistas y ciudadanos de
a pie: no fiscales generales, ni jueces de la Audiencia Nacional.
Un lector me pregunta: «¿Es
cierto que El Mundo no dijo nada de
aquello?». No sé qué habría dicho El
Mundo de haber existido, pero estamos hablando de hechos que sucedieron
entre 1976 y 1980, más o menos, y el primer ejemplar de El Mundo llegó a los quioscos en 1989.
Lo que si sé es lo que dije yo
en aquel momento y, si Eligio Hernández tuviera que comerse todo lo que escribí
al respecto, moriría de una indigestión de celulosa.
De todos modos, hay una
diferencia entre el terrorismo anti-ETA de la época de la Transición y lo que
ocurrió luego con los GAL, con González, Barrionuevo, Vera y Galindo al mando
gubernativo.
Por lo que se logró averiguar
de lo primero –que probablemente no ha sido todo, aunque sí bastante–, el
Batallón Vasco-Español, ATE y demás chapuzas consortes fueron creaciones que
implicaron a algunos policías, mafiosos y empresarios con ansias asesinas, pero
no fueron ni pensadas ni ordenadas desde la jefatura nacional. No fueron idea
de Adolfo Suárez, por así decirlo. Los GAL, en cambio, fueron una creación
decidida en el puente de mando de la nave del Estado. Hasta el propio sello con
el que certificaban sus comunicados se lo fabricó el Cesid.
Para mí que don Eligio o no
tiene memoria o cree que los demás no la tenemos. Se equivoca en cualquiera de
los dos casos.
Tengo entendido que es
especialista en lucha canaria. Quizá pugnando a golpes tenga algo que hacer. Lo
mismo por eso lo nombraron fiscal general. Con las ideas, en todo caso, se las
arregla fatal.
Escrito por: ortiz.2007/08/11 04:30:00 GMT+2
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2007/08/10 04:00:00 GMT+2
Hay una curiosa polémica en
internet sobre una sedicente noticia que afecta a Ignacio Escolar y a su
presunto intento de sacar a la luz un nuevo diario. Como no sé a ciencia cierta
nada de todo ello, no estoy en condiciones ni de confirmar ni de desmentir… ni
de nada.
Como, para más inri y para
acabar de rematar la cosa, tampoco soy teórico de las ciencias de la
información –práctico sí, pero no teórico–, me es difícil meter baza en las sesudas
discusiones que se han puesto en marcha.
Voy a decir lo que pienso yo,
por mi cuenta, y si a alguien le vale de algo, estupendo. Y, si no, pues qué le
haremos.
Estoy radicalmente en contra
de lo muchísimo que se publica hoy en día atribuyéndolo a fuentes
indeterminadas.
En mi criterio, un periodista
debe citar sus fuentes. Y contrastarlas. Si alguien te cuenta algo que es
sorprendente, o llamativo, o sospechoso, te pones en contacto con otra persona
que pueda tener información sobre ese mismo hecho y le preguntas si es verdad o
no.
La norma es citar las fuentes.
La excepción, ocultarlas.
Uno puede (e incluso debe)
guardar secreto sobre sus fuentes de información en determinadas
circunstancias. Por ejemplo, cuando, si las cita, las pone en peligro. O cuando
lo que te han contado lo han hecho pactando que no vas a citarlas, porque, si
no, no te lo cuentan. Es lo que se llama el off
the record.
Yo no sólo me he negado a
responder ante un tribunal sobre cuál era mi fuente de información en
determinado asunto, sino que incluso he llegado a negar con la mayor energía que
la fuente fuera la persona sobre la que me preguntaban, cuando lo cierto es que
lo era. No me callé: mentí, directamente. Perjuré para protegerla, y mil veces
que lo haría, porque era una buena persona que me había pasado a través de
terceros documentación sobre un crimen y corría el riesgo de ir al paro, si es
que no a la cárcel, por haber confiado en mí.
Otra cosa, no sólo diferente
sino radicalmente contraria, es la costumbre actual de construir
seudoinformaciones basadas en chismes, maledicencias y chascarrillos de café, copa
y puro. Qué confidenciales ni qué mierdas: si estás en condiciones de afirmar
algo, sostenlo y aporta los datos que tengas. Lo demás está al alcance de
cualquier cucaracha del periodismo: «Me han dicho…», «Se cuenta…», «Parece que…»
Así cualquiera se inventa lo que sea sobre cualquiera.
En tiempos bromeábamos en las
redacciones sobre el daño que se puede hacer no ya afirmando, sino incluso desmintiendo:
«No se confirma que el Papa violara a dos niñas judías ciegas». O, más actual:
«Nada demuestra que Pepiño Blanco y Miguel Sanz sean amantes».
Mi problema –lo admito– es que
soy muy mal pensado.
Porque más sabe el diablo por
viejo que por diablo.
¿A quién puede estorbarle lo
que esté haciendo o dejando de hacer Nacho Escolar? Cui prodest?
Ignoro si es verdad o mentira
que alguien esté intentando sacar un diario a la izquierda de El País.
Por mi gusto, ojalá fueran diez. No seré yo quien les
ponga obstáculos.
Y quien lo haga, que explique
por qué lo hace.
Y, ya metidos en gastos, quién
le paga por hacerlo.
Escrito por: ortiz.2007/08/10 04:00:00 GMT+2
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escolar
país
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2007/08/09 07:15:00 GMT+2
El PSOE quiere que se apruebe una ley que ordene a RTVE que contribuya «a la construcción e identidad de España».
«¡Fascinante!», que diría el doctor Spock de mis tiempos de crío.
O sea que el PSOE cree que, a estas alturas de la película, España sigue necesitada de «construcción» y de «identidad».
Lo de la construcción se presta al chiste fácil, sobre todo en esta costa mediterránea en la que me hallo, que es una pura grúa. Más parece que España esté ahíta de construcción.
Deberían pensárselo dos veces. Todos.
En Euskadi tenemos un montón de políticos que hablan también sin parar de «construcción nacional». Si una nación no está construida, es que no hay nación. Todo un problema: ¿cómo se puede ser nacionalista de una nación que está pendiente de construcción?
Otro tanto digo sobre la identidad. Las identidades no se defienden, ni se construyen, ni se preservan: son. Y cambian. Como muy bien reflexionó hace tiempo Ángel González en un precioso poema de amor («Si yo fuera Dios y tuviera el secreto, haría un ser exacto a ti…»), la constante renovación de nuestras células hace que en cosa de pocos años nuestro yo se vuelva otro yo, «siempre el mismo y siempre diferente». Sólo desde posiciones esencialistas e irracionales se puede definir una identidad nacional (española, vasca, catalana… danesa, me da igual) que haya que blindar para preservarla de los cambios.
Leí hace algunos días una referencia (indirecta y por ello puede que injusta) a unas declaraciones de Jordi Pujol en las que lamentaba los daños causados por la inmigración a la identidad catalana. Cataluña no es menos Cataluña porque haya recibido muchos inmigrantes, andaluces o africanos. Es, lisa y llanamente, otra Cataluña. Y si alguien la tiene por peor, es su problema.
Como la Euskadi de hoy no es menos Euskadi que la del siglo XVIII porque se haya nutrido de foráneos, como mis propios antepasados, y se siga reconformando ahora mismo cada día con nuevos vascos venidos de Badajoz, de Senegal, de China o de Pakistán.
Quien sienta aprecio verdadero por Euskadi, debe sentirlo por la Euskadi que existe –por la que vive, late y trabaja día a día–; no por la que conserva en un recuerdo momificado o por la que imagina en sus ensoñaciones mejor o peor intencionadas.
¡Construir España! ¡A buenas horas, mangas verdes!
Lo que vosotros llamáis España ya está construido.
Es eso. Un desastre, vaya que sí. Pero, tranquilos: tampoco es mucho peor del resto de lo que etiquetáis como naciones.
¿Qué importan las naciones? ¿Quién sabe qué son? Importan las personas, las culturas, las lenguas… La vida. No los mitos.
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: Construcciones nacionales.
Escrito por: ortiz.2007/08/09 07:15:00 GMT+2
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