2007/08/28 03:00:00 GMT+2
Hay una frase que es muy típica de algunos taxistas
de Madrid, dados a perorar sobre la actualidad política y social, aunque no les
hayas dado pie para ello: «¡Eso lo resolvía yo en dos patadas!», sentencian,
elevando su voz sobre la de Federico Jiménez Losantos.
Sus dos patadas suelen ser casi siempre más de dos:
el restablecimiento de la pena de muerte, la triplicación de las sentencias de
cárcel, la instauración de la cadena perpetua, la ilegalización de todo lo que
les parece mal, la aplicación en versión española de la ley de Lynch...
En más de una ocasión he acabado yo con su rollo
«en dos patadas», exigiéndoles, en tanto que pagador de la carrera, que
hicieran dos cosas muy simples: cerrar el pico y apagar la radio.
Hablo del gremio de los taxistas de Madrid porque no
tengo apenas experiencia en los de otras ciudades, y el de la capital ha ganado
bastante fama por sus devociones políticas.
Un día monté en un taxi cuyo conductor llevaba
puesta música de Bach en un excelente equipo de sonido. Daba gloria. Trabé con
él una agradable conversación, lo que me animó a suscitar el tema, aunque con
buenos modos.
–Se dice que los taxistas de Madrid son muy de
derechas, pero supongo que será una exageración… –avancé.
–Se quedan cortos –me respondió–. Yo, hace años que
no hablo en la parada con los compañeros. Me encierro en el coche. Siempre
acababa de mala hostia.
El más cómico con el que me he topado en los
últimos tiempos fue uno que empezó a echarse un mitin defendiendo la tesis de
que «los moros» son intrínsecamente traicioneros. No hace falta decir que, para
él, «los moros» son todos los humanos que habitan desde Mauritania a Indonesia,
más o menos. Me resultó tan disparatada la tesis que me la tomé a coña.
–Qué, un poquitín racista, ¿eh? –le dije.
–¿Racista yo? –se indignó–. ¡Pero si no tengo nada
contra los negros!
Pero hay que precisar que la cofradía de las dos
patadas no se circunscribe a la derecha cavernícola española, con o sin
licencia de taxi. Tiene también bastantes afiliados en otros campos geográficos
y políticos.
El otro día escribí sobre la campaña que hubo en
Barcelona para cerrar una librería que vendía opúsculos nazi-fascistas. Un
amigo me escribió contando su experiencia en aquella historia, que transcribo retocando
los pasajes que podrían identificarlo. Me decía en su correo electrónico:
«Lo que
cuentas hoy en tu apunte me ha recordado que en su día me invitaron a ir al
asalto de la Librería Europa. No fui por los mismos motivos que te movieron a
no firmar aquel manifiesto (encabezado por Ferran Gallego, zoquete del PSUC que
pidió el voto para Montilla en las pasadas elecciones catalanas). Pero conozco a gente que fue, allá por 1998 o 1999. Aquel aquelarre consistió
en una emulación izquierdista de la Kristallnacht. Los antifascistas
domingueros rompieron la persiana, irrumpieron en el local, lo destrozaron todo
y amontonaron los libros en la calle, para prenderles fuego. Me contaba un
conocido, horrorizado, que rescató varias obras de la pira de libros: Antonio
Machado, García Márquez, Fray Luis de León... Famosos autores
nacionalsocialistas. Ferran Gallego defendió la ilegalización de Euskal
Herritarrok. Llamaba "amigos de los asesinos" a quienes no estaban a
favor de la Ley de Partidos. Se ve que al tal Gallego le encanta perseguir
ideas.»
La acción brutal suele sustentarse en un
pensamiento reduccionista, hostil a los matices. Recuerdo que, hace algo así
como tres lustros, di una conferencia en Donostia sobre la situación política
del momento. Supongo que hablaría del terrorismo de Estado, de la corrupción,
de la tortura, del retroceso de la autonomización del Estado, etc. El caso es
que, llegado el coloquio, se levantó un integrante del público y me dijo: «Me
alegra que pienses que estamos igual que con Franco». Me quedé de piedra. «O yo
no me he explicado bien o tú no me has entendido», le repliqué. «No estamos
igual que con Franco. Para empezar, bajo el franquismo no se habría celebrado
este acto, y ni tú ni yo podríamos decir públicamente nada de lo que estamos
diciendo».
Tengo comprobado que hay lectores míos, ocasionales
o reincidentes –unos de izquierda radical, otros nacionalistas vascos, varios
ambas cosas–, a los que incomoda mi tendencia a dudar y matizar o, como ellos
dicen, mi insuficiente contundencia.
Es algo que me viene de lejos, pero se me ha
acentuado con los años. En realidad no es falta de contundencia, sino una
contundencia de otro tipo.
Llegué hace tiempo al convencimiento de que una de
las preguntas más subversivas –más subversivas de verdad, en la trastienda del
pensamiento– es: «¿Y por qué no?». Lo que se traduce en muchas subpreguntas: «¿Y si no
fuera así?», «¿Y si estuvieras equivocado?», «¿Y si el de enfrente tuviera
razón o, al menos, parte de razón?»
La preguntita de marras puede perseguirte también
en tu vida laboral, y hasta en la sentimental. «¿Acierto estando aquí? ¿Y, si no estás a gusto, por qué no te vas?»
El principio es la lucha contra la rutina mental. Contra el conservadurismo en todas sus vertientes, incluidas las políticas. También contra el conservadurismo de izquierdas, que se conforma con etiquetarlo todo.
Nada importante se puede resolver realmente en dos patadas.
_____________
Broma aparte.– Algo que sí parece
que cabe resolver en dos patadas son los partidos del club de fútbol de mi
pueblo, la Real Sociedad. Cuando el pasado domingo oí que había perdido 0-2 con
el Castellón, equipo del que no sabía ni que existiera, comenté: «La Real no se
conforma con estar en Segunda División. Quiere bajar a Tercera.»
Escrito por: ortiz.2007/08/28 03:00:00 GMT+2
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2007/08/27 03:00:00 GMT+2
Se va a publicar un libro en el que, sacando partido de unos escritos personales de Teresa de Calcuta, se revela que la afamada monja tuvo dudas sobre la existencia de Dios durante buena parte de su vida. No se sabe a ciencia cierta en qué quedaron sus dudas, aunque su médico personal asegura que en sus tiempos postreros le dijo que «veía a Dios por todas partes». Y eso que estaba mal de la vista.
El asunto es que la religiosa dejó dicho que los papeles en cuestión fueran destruidos, pero no le hicieron caso.
Lo cual vuelve a poner de actualidad una vieja polémica: ¿es lícito desatender la última voluntad de una persona y utilizar su obra en un sentido distinto al ordenado por ella antes de morir?
Es bien conocido el caso de Franz Kafka, que rogó a su amigo Max Brod y a su novia, Doria Diamant, que destruyeran todos sus manuscritos cuando él muriera. Ella le hizo algo de caso –no mucho–, pero Brod en absoluto, gracias a lo cual conocemos la mayor parte de la creación del genial novelista checo, que en vida sólo publicó una de sus principales obras (La metamorfosis).
¿Hicieron bien o mal Diamant y Brod? Cabría decir que hicieron bien y mal. Que hicieron bien para la historia de la literatura, pero que se portaron mal con Kafka. Claro que, una vez que estás muerto, es difícil que se porten mal contigo, y el respeto por la memoria depende de la memoria que te guarden. En el caso de Kafka, se ve que Max y Doria consideraron que era genial, pero que a veces tenía ocurrencias absurdas, como ésa de destruir su obra y, como sabían que el hombre atravesaba con cierta frecuencia por momentos mentales un tanto peculiares, decidieron dar prioridad al genio.
Durante un tiempo sostuve que sólo hay que fiarse de los muertos, porque son los únicos que ya tienen definitivamente cerrada su biografía y no están en condiciones de dejarte con un palmo de narices cambiando de chaqueta. Llegué a esa conclusión tras sufrir algunas decepciones y quemarme la mano tras haberla puesto en el fuego por gente en la que habría hecho mucho mejor en no confiar. Pero la experiencia me ha demostrado que incluso ese criterio, por estricto que parezca, es demasiado laxo, porque tampoco resulta tan raro que, pasado el tiempo, nos enteremos de aspectos de la vida del difunto (curiosa paradoja) que habían estado ocultos y cuyo conocimiento nos fuerza a variar la consideración de su persona, o a matizarla, al menos.
Lo que no entiendo es por qué hay gente que se empeña en encargar a otros que cumplan su voluntad post mortem cuando podrían haberse asegurado de cumplirla en vida. Hay ocasiones en las que no queda otro remedio que esperar a morir para que se haga lo que quieres, y para eso están los testamentos, pero hay otras, como las que comento hoy, que podrían haberse resuelto cuando los interesados deambulaban todavía por este valle de lágrimas. Si Teresa de Calcuta tenía el firme deseo de que fueran destruidos los papeles que recogían todas esas confesiones íntimas suyas, ¿por qué no los destruyó ella? Si otros han sido capaces de recopilarlos, también ella habría podido hacerlo. Del mismo modo: si Kafka no quería que su obra le sobreviviera, ¿por qué no la tiró a la chimenea entre tos y tos tuberculosa?
Tal vez yo sea muy retorcido, pero para mí que ninguno de los dos tenía muy clara su última voluntad.
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título e idéntico contenido en El Mundo: Últimas voluntades.
______________
Nota.– El sábado pasado, en la tertulia de No es un verano cualquiera, de Radio Nacional, intervino un oyente para recordar los aspectos obviamente reaccionarios de la biografía de Teresa de Calcuta, subrayando el apoyo que prestó a causas y a mandatarios políticos más que nocivos para el pueblo que ella decía defender. Al final de su intervención, se identificó como lector de este blog. Sea quien fuere, mi felicitación por su apunte, breve y contundente.
Escrito por: ortiz.2007/08/27 03:00:00 GMT+2
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2007/08/26 03:00:00 GMT+2
Pocas horas antes de dar su visto bueno a la ejecución de John Ray Conner, que hacía la número 400 de las aplicadas en Texas desde que en 1976 se restableció la pena de muerte en los EEUU, James Richard Perry, el gobernador del llamado «Estado de la estrella solitaria», rechazó con altanería la petición de clemencia que le había hecho llegar la Unión Europea alegando que «hace 230 años los fundadores de nuestro país lucharon en una guerra para deshacerse del yugo de un monarca europeo y conseguir el derecho de autodeterminación». Según él, la pena de muerte es un fruto de la autodeterminación de los estadounidenses.
¿Ignorante o demagogo? Me cuesta creer que Perry no sepa que hace 230 años Texas ni siquiera pertenecía a los Estados Unidos (que por entonces, dicho sea de paso, eran más un proyecto que una realidad). Tiene que saber por fuerza igualmente que Texas declaró su independencia en 1836 y que en 1861 se unió a los Estados Confederados, hostiles al proyecto de los Estados Unidos de América. Y que fue sometida por las armas de las fuerzas federales y sujeta a la ley marcial por su resistencia a aceptar los preceptos constitucionales, incluyendo la abolición del esclavismo.
Con referencia a su altivo desdén hacia Europa, me conformaré con tres breves réplicas: 1ª) Texas, inicialmente poblada por amerindios y criollos mexicanos, se hizo anglosajona porque fue colonizada por inmigrantes procedentes en su mayoría de Europa; 2ª) Los Estados Unidos de América alcanzaron su independencia con la ayuda de Francia, como sabe muy bien cualquier conocedor de la peripecia vital de Marie-Joseph Paul Yves Roch Gilbert du Motier, más conocido por su título de marqués de La Fayette… y por cualquier turista visitante de la Estatua de la Libertad, que Francia regaló a los EEUU para festejar su independencia; 3º) De quien se independizaron los EEUU fue del Reino Unido, que es precisamente el Estado de Europa que menos protesta en la actualidad por los sangrientos usos del derecho de autodeterminación que se practican en sus ex colonias.
Es tragicómica la similitud que tiene la desabrida defensa que hace el gobernador de Texas de la pena de muerte, que presenta como una muestra de la idiosincrasia de su pueblo, con la defensa que hacían los fascistas españoles de la dictadura de Franco allá por los años sesenta, cuando se inventaron el eslogan turístico Spain is different, patrocinado por Manuel Fraga. Su rollo es del mismo estilo: «Nosotros somos así, especiales. No se metan en nuestros asuntos».
El problema estriba en que ellos son también diferentes entre sí: unos ejecutan, los otros mueren.
James Richard Perry, alias Rick, es, como se sabe, el heredero político e ideológico de George W. Bush, su antecesor en el cargo. Mantiene el nivel. Ahora se dispone a dar el visto bueno a la ejecución de un hombre acusado de haber sido testigo de un crimen y no haber hecho nada por evitarlo. Va para el Guiness de las aberraciones legales.
Así funcionan las cosas del país que aquí muchos toman como modelo.
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título e idéntico contenido en El Mundo: Texas is different.
Escrito por: ortiz.2007/08/26 03:00:00 GMT+2
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2007/08/25 05:50:00 GMT+2
Como director de colección de Foca Ediciones, del
grupo Akal, recomendé la publicación en castellano de un libro de Nicolas
Sarkozy, Testimonio, en el que el
entonces candidato a la Presidencia de la República Francesa presentaba sus
ideas y ambiciones políticas. Imagino que no hará falta decir que no simpatizo
ni poco ni mucho con la visión del mundo del hoy presidente francés, pero me
pareció interesante dar a conocer sus planteamientos y el modo en el que los
razona –o los disfraza–, porque lo hace de manera astuta, original y a veces
incluso brillante. Es un excelente vendedor de sí mismo y vale la pena conocer
cómo funciona eso.
Acaba de publicarse en Francia L’aube le soir ou la nuit («El alba, la tarde o la noche», Ed. Flammarion).
La autora, Yasmina Reza, dramaturga y novelista, acompañó a Sarkozy durante los
meses anteriores a la elección presidencial con la autorización expresa del
candidato para que revelara todo cuanto viera u oyera. «Même si vous me massacrez, je n’en
sortirai que grandi» («Incluso aunque me destroce, saldré engrandecido»), cuenta ella que le dijo. No he leído el libro,
calentito aún en los estantes de las librerías francesas, pero sí varias
reseñas aparecidas en diarios de distintas orientaciones. Todos certifican su
interés. «De los que se leen de un tirón», escribe alguno. Eso se debe –dicen– a
que Yasmina Reza ha construido un retrato complejo del personaje, «repleto de
contradicciones».
Según la autora, Sarkozy tiene
muy buena opinión de Zapatero, de Blair y de Prodi, a los que no considera de
izquierdas, lo cual tiene un valor relativo, porque no queda claro qué entiende
Sarkozy por izquierda, aunque tampoco sea imposible suponerlo. Me ha llamado
más la atención una frase lapidaria que Reza pone en sus labios: «Soy de
derechas, pero no soy conservador». «El peor riesgo es no correr ninguno»,
añade.
Sarkozy es un personaje
peligroso. Su teórico homólogo español, Mariano Rajoy, también lo es, pero por
razones distintas, formalmente opuestas. Rajoy escapa siempre de los riesgos. Y
ése es el principal riesgo que corre (para fortuna de los que no quisiéramos que
se convirtiera en presidente del Gobierno español).
La falta de carácter y de capacidad de mando de
Rajoy es llamativa. Hace algunos años, un político gallego que trabajó durante bastantes
años a su lado me dijo: «Mariano es un excelente servidor. Si tiene por encima
a alguien que fija la línea política, la pone en práctica a plena satisfacción.
Pero no pretendas que la marque él. Es una tarea que le excede. Es demasiado
dubitativo.» Es muy probable que esa sea la razón por la cual Aznar lo designó
sucesor: debió de pensar que podría teledirigirlo fácilmente entre bastidores.
Aznar es como es, y no seré yo quien obvie sus
defectos, que darían para escribir varios tomos, pero le reconozco una
habilidad, ya que no virtud: cuando se hizo cargo de la Presidencia del PP, no
permitió que ninguno de sus segundos se le pusiera gallito. Con la astucia artera
de un burócrata acreditado, fue neutralizando y empujando discretamente hacia
la puerta de la calle a cuantos pretendían hacerle sombra. Perpetró una
auténtica purga, de la que salió como
líder indiscutido, por indiscutible. Eso
–unido, claro está, al trabajo que hizo a su favor Felipe González– es lo que
lo situó en las puertas de la Moncloa.
A Rajoy, en
cambio, todo el que quiere se le sube a las barbas. O se le baja de ellas,
dimitiendo y largándose, como han hecho Piqué y Matas, apenas cuatro días
después de que él dijera que en el PP no dimite nadie. No es que suscite la sospecha de que carece de suficiente autoridad
entre los suyos. Lo que suscita es la certeza.
La imagen que ofrece el PP actual es la de un
partido ideológicamente fanatizado, hosco, incapaz de establecer una política
de alianzas digna de tal nombre… pero, a la vez, caótico en su disposición
interna. Un partido sin liderazgo, rígido por fuera, frágil por dentro.
Sarkozy logró convencer a la
mayoría de los electores franceses de que tenía un proyecto claro y de que es
capaz de ponerlo en práctica con firmeza. Lo que luego vaya a resultar de todo eso
ya se verá: si tiene barbas, San Antón, y si no, la Purísima Concepción. Pero
de momento se ha instalado en El Elíseo.
La sensación que uno tiene viendo
a Rajoy, y las cosas que dice y que hace, es que el hombre vive a la defensiva,
confiando en que los unos o los otros (que si Ruiz Gallardón, que si Acebes, que
si Zaplana, que si Aguirre) no le pongan demasiadas zancadillas. Sólo le
preocupa sobrevivir. Y así no se gana.
___________
Nota.– Hace unos días pedí asesoramiento científico sobre la llamada castración química. He recibido varios papeles. El que me parece que resume mejor los datos disponibles –aunque lo haga en un castellano espantoso– es el que podéis encontrar en este enlace: http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/science/newsid_6752000/6752103.stm
Escrito por: ortiz.2007/08/25 05:50:00 GMT+2
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2007/08/24 07:15:00 GMT+2
Hay ocasiones en las que la noticia principal del día no merece mayor comentario, no porque carezca de interés intrínseco, en tanto que suceso, sino porque se sustenta en algo que ha sido comentado ya tantas veces que huelga hacerlo de nuevo. Del atentado de ETA de esta pasada noche lo único que me resulta significativo es que haya tardado tanto en producirse, es decir, que ETA haya necesitado casi tres meses para materializar su ruptura del alto el fuego. Por lo demás, me alegro por partida doble de haber acertado en el pronóstico: dije que me parecía más probable que volviera a la carga con un atentado que no buscara víctimas mortales y así ha sido. (Aunque el bombazo de la T-4 tampoco pretendía matar y no hace falta recordar lo que sucedió. Es lo que tienen las bombas, que no pueden ser programadas para no matar.)
Hay otra noticia del día que me parece más polémica o, si se prefiere, más opinable. Me refiero a la detención en Málaga de Gerd Honsik, individuo conocido por haber publicado artículos y libros en los que niega el exterminio de judíos practicado por el régimen nazi. Honsik fue condenado por un tribunal austríaco en 1992 a 18 meses de prisión por ese motivo, lo que le llevó a salir por piernas y refugiarse en la Costa del Sol, aprovechándose de que el Estado español no penalizaba por entonces la apología del genocidio.
No voy a aburriros con los detalles legales del caso, que tienen –por lo menos para mí– un interés meramente técnico, sobre todo porque el tal Gerd Honsik me importa un bledo, y ojalá le dé un mal. Lo que me parece que vale la pena discutir es si es buena idea meter en la cárcel a los individuos cuyas opiniones nos parecen infames.
Hace años pidieron mi firma para respaldar una petición de cierre de una librería de Barcelona que vendía publicaciones nazi-fascistas. Me negué a firmar, lo que me acarreó más de un problema. Supongo que no será necesario que manifieste la repugnancia que me producen las ideologías de ese género, pero no acepto que se impida expresarse a quienes las sustentan, y menos aún que se les castigue con la cárcel por hacerlas públicas. Según mi concepción de la vida, las opiniones han de ser libres. Incluso las más estúpidas, más dañinas y más delirantes. Los criterios acertados no sólo no se ven perjudicados por su coexistencia con criterios erróneos, sino que mejoran en el contraste con ellos.
Como el asunto puede dar para enrollarse más que una persiana, voy a sintetizar mis puntos de vista.
1º) No me opongo a que haya libros y revistas nazi-fascistas, porque el nazi-fascismo existe y los que nos dedicamos a pensar necesitamos saber cómo argumenta esa gente sus opciones.
2º) Considero que prohibir al de enfrente que hable o escriba es una muestra de debilidad e inseguridad de quien lo hace.
3º) Si aceptamos que los estados repriman opiniones y castiguen con la cárcel a quienes las manifiestan, estamos autorizándolos para reprimir las nuestras, llegado el caso.
No acepto que haya leyes que establecen el pensamiento correcto y penalizan a quien no lo respeta. Si hay quien quiere defender el racismo, la misoginia, la xenofobia y el antisemitismo, que lo haga. Ya daremos cuenta de sus opiniones. ¿Por qué no, además, en un mundo en el que hay toneladas de opinantes, muchos de ellos instalados en el poder, que defienden la explotación del trabajo infantil, la industria armamentista, la tortura, la pena de muerte y ni se sabe cuántas aberraciones más?
Escrito por: ortiz.2007/08/24 07:15:00 GMT+2
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2007/08/23 03:00:00 GMT+2
Leo que el Ayuntamiento de Pinto, gobernado por gente del PP con el apoyo de un grupo afín, ha decidido que las calles de la ciudad no lleven nombres de políticos. Varias, que habían sido bautizadas en homenaje a los ex presidentes del Gobierno de España –los de este último tramo, de régimen parlamentario– y a los diputados que llaman «padres de la Constitución», van a pasar, o han pasado ya, a recibir nombres de artistas renombrados.
Es un criterio discutible.
Me resulta francamente encomiable la decisión de no poner a las calles nombres de políticos. Los vecinos de Pinto –como cualquier hijo de vecino, en general– tienen derecho a que no les obliguen a vivir bajo la advocación de individuos cuyo mero recuerdo lo mismo les repatea.
Alguna vez he comentado el caso particularmente lacerante de Santander, ciudad que es posible recorrer de norte a sur y de este a oeste sin pisar ni una sola calle que no lleve un nombre con referencias franquistas o, en el menos malo de los casos, militantemente derechistas. Pero es que también pueden plantearse otros muchas hipótesis: que el vecino sea de derechas y le toque vivir en la calle Carlos Marx, o que sea nacionalista vasco y le restrieguen por las narices a diario el nombre de Indalecio Prieto, o que sea nacionalista español y le cambien la referencia a Primo de Rivera por la de Sabino de Arana Goiri, como sucedió a la vuelta de la esquina de mi casa natal. (*)
No hay por qué crear más conflictos que los que ya existen por fuerza mayor. Déjense las banderías políticas para su campo de batalla específico y no obliguen al personal a que cargue con ellas hasta en la tarjeta de visita. (Y ya que menciono ese detalle: debería quedar igualmente prohibido bautizar calles con nombres muy largos, que crean un montón de problemas innecesarios. Lo digo con conocimiento de causa, porque soy vecino de una calle que homenajea a un individuo cuyo nombre consta de cuatro palabras, que suman la friolera de 29 caracteres. ¡No os cuento la cantidad de tiempo y de tinta que pierdo escribiendo remites!)
En lo que no estoy de acuerdo con la decisión del Ayuntamiento de Pinto es en su idea implícita de que los nombres de otros personajes famosos, no políticos profesionales, están exentos per se de conflictividad político-ideológica. Por ejemplo: ha decidido mantener el nombre de la calle que lleva el nombre de Juan Pablo II. Aparte del hecho de que el religioso en cuestión fuera un jefe de Estado (el del Vaticano) y por ello tan político como el que más, no parece que sea necesario demostrar que su figura fue y sigue siendo muy polémica. Personalmente, me plantearía incluso no mudarme, por razones de conciencia, a un piso que estuviera en una calle que llevara el nombre de Juan Pablo II, por mucho que me conviniera.
A una escala menor de rechazo, pero no por ello desdeñable, puede plantearse la pleitesía callejera a muchos artistas, escritores, compositores, músicos, etc. A mí no me haría nada feliz vivir en una calle que llevara el nombre de Gerardo Diego, por ejemplo. ¿Por qué tengo que contribuir a homenajear a un señor que escribía sonetos alabando a la Falange y a la División Azul?
Puesto que lo de los nombres de las calles y los números de los portales no es, en realidad, sino un sistema para permitir la localización de las viviendas, ¿no sería preferible adoptar un método aséptico, sin ninguna interferencia emocional, como el que permite situar un objeto en el globo terráqueo? Cuando se trata de eso, te apuntan: latitud tal, longitud cual. Y asunto concluido. No te dicen: “Tolomeo, 12”, o “Magallanes, 764”.
En muchas ciudades de los EEUU está generalizada la utilización de un recurso muy socorrido: las llaman por números. Tiene la ventaja adicional de que así sabes mucho mejor dónde te encuentras: si vas a la 5 y estás en la 2, te faltan tres para llegar. Y si vives en la 5 y hay un golpe de Estado fascista, tu calle sigue siendo la 5 (si es que no te mandan a un campo de concentración, claro).
De modo que mi punto de vista no coincide realmente con el aplicado por el Ayuntamiento de Pinto. Mi opinión está, como quien dice, entre Pinto y Valdemoro.
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título e idéntico contenido en El Mundo: Las calles de Pinto.
_________
(*) Añadido posterior.– Rigurosamente falso. La calle Primo de Rivera, del barrio de Gros, en Donostia, fue rebautizada "Gran Vía", sin más. ¿De dónde me saqué yo lo de Sabino Arana? Ni idea. Quizá se habló de esa posibilidad y luego quedó en nada, pero yo lo he retenido en la memoria. Hay montones de ciudades de Euskadi que tienen dedicada una calle a Sabino de Arana-Goiri (Bilbao entre ellas), pero San Sebastián no.
Escrito por: ortiz.2007/08/23 03:00:00 GMT+2
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2007/08/22 03:00:00 GMT+2
Nicolas Sarkozy ha anunciado diversas medidas
destinadas a endurecer el castigo a los pederastas. Responde con ello a la
indignación que ha causado en Francia el caso de un pederasta que, nada más
salir de la cárcel, violó a un niño de cinco años. Entre las reformas que el
presidente francés tiene previstas está la creación de un hospital especial en
el que se practique la castración química de algunos reos de delitos sexuales.
De los que se avengan a ello (porque, de no hacerlo, seguirán en la cárcel
indefinidamente).
Mi primera reacción tras la lectura de la noticia
fue de rechazo a las propuestas de Sarkozy.
Por dos razones.
La primera es que, de acuerdo con el criterio de
muchos juristas sensatos, me parece mal que se aprueben reformas penales que
son fabricadas sobre la marcha en función de un suceso que ha causado alarma
social. Ese tipo de leyes improvisadas en
caliente tienen siempre el mismo tufillo oportunista, de recurso de
políticos que temen ser acusados de no hacer nada para atajar determinados
delitos y que se apuntan a la «mano dura» para salvar la cara. Suelen
sancionarse por esa vía leyes que, vistas a la luz de la experiencia posterior,
se revelan inútiles o desproporcionadas, cuando no ambas cosas a la vez.
La segunda razón por la que la propuesta de Sarkozy
me provocó rechazo es que tiendo a pensar –reconozco que más por intuición que
por conocimientos médicos, de los que carezco– que los delincuentes sexuales no
tienen localizado su (nuestro) problema en el escroto, sino en el cerebro, con
lo cual la castración, aparte de ser un castigo tirando a bestia, puede no
resolver nada. Hay individuos que cometen agresiones impelidos precisamente por
su impotencia sexual. Es por eso por lo que, cuando oía hace años en algunas
manifestaciones de mujeres gritar la consigna «¡Contra violación, castración!»,
pensaba que erraban el tiro lastimosamente. (Aparte de que nunca he simpatizado
con las consignas farrucas, que ni siquiera expresan los verdaderos deseos de
quienes las gritan, como aquella otra de «¡Obrero despedido, patrón colgao!», tan popular en las
manifestaciones obreras de hace una veintena de años.)
Sin embargo, dándole un par de vueltas más al
asunto –últimamente me da por objetarme a mí mismo todo lo que pienso–, me he
admitido que no tengo ni idea de cómo funciona eso de la castración química.
¿Será capaz de alterar las pulsiones agresivas de los violadores sin
convertirlos en guiñapos humanos, incapaces de sentir satisfacción? Que yo lo
dude no quiere decir nada. Es un asunto científico sobre el que deben opinar
quienes tienen los conocimientos especializados necesarios. (Si alguien que lea
esto los posee y tiene tiempo y ganas de aclarármelo, se lo agradeceré.)
Hay otro punto del planteamiento de Sarkozy que
también me parece merecedor de debate. Me refiero a lo que ha dicho sobre la
necesidad de diferenciar entre el cumplimiento de la pena y lo que él ha
llamado «la garantía de seguridad necesaria para dejar a alguien en libertad».
Se diría que es de sentido común. Si un tipo que ha
sido condenado a tantos o cuantos años de cárcel por violador cumple la pena
correspondiente, pero no está nada claro que haya superado su tendencia
perversa, ¿no habría que impedir que salga a la calle, para evitar el peligro
que eso supone?
Mi criterio inicial –sujeto a revisión, como todos,
como siempre– parte de dos consideraciones. Una: si el caso del individuo en
cuestión es clara y probadamente patológico, donde debería haber estado desde
el principio es en un centro médico penitenciario, no en la cárcel común. Dos:
«la garantía de seguridad necesaria para dejar a alguien en libertad» es un
imposible. Pero no sólo con relación a los delitos sexuales: a ningún delito.
Es más, puestos a no tener «garantía de seguridad», ni siquiera la tenemos con
respecto a las personas que nunca han sido detenidas, ni juzgadas, ni
encarceladas. En todos los casos nos movemos en el terreno de las
probabilidades. No hay garantías. Pero sería una monstruosidad jurídica impedir
que sean puestos en libertad quienes ya han cumplido la condena que les fue
impuesta arguyendo que no tenemos «la garantía de seguridad» de que no volverán
a delinquir.
Bueno, son algunas reflexiones y dudas que dejo a
vuestra consideración. No siempre se puede opinar con certezas.
Escrito por: ortiz.2007/08/22 03:00:00 GMT+2
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2007/08/21 03:00:00 GMT+2
El asunto puede considerarse casi anecdótico, y de hecho tiene muy poca importancia, pero resulta revelador de una tendencia que, ella sí, vale la pena examinar. Me refiero a la manía que les ha entrado a todos los medios de comunicación españoles de llamar «desconocidos» a cuantos intervienen en actos de violencia callejera en Euskadi. Antes podías toparte con un titular que dijera, por ejemplo: «Queman dos cajeros automáticos en Basauri». Ahora ya no. Ahora te cuentan, invariablemente: «Desconocidos queman…»
Pero ¿se trata realmente de desconocidos? Podemos dar por hecho que alguien los conocerá. Que el periodista que ha escrito la noticia no sepa quiénes han sido los autores de la quema de cajeros, o de lo que sea, no convierte a los autores del hecho en ontológicamente desconocidos. No son desconocidos profesionales.
Estamos ante una muestra más de la tediosa tendencia del periodismo español a funcionar con frases hechas, latiguillos y referencias tópicas.
El mecanismo mental que impele a la mayoría de los periodistas a servirse masivamente de esa morralla es de lo más elemental: «Si los demás la emplean, será que está bien, y si no está bien, da lo mismo, porque la culpa es tan extensa que no pone en peligro mi porvenir profesional particular». Ateniéndose a esa regla, si se produce una desgracia, él sabe que «el espectáculo» (?) debe ser calificado de «dantesco», del mismo modo que cualquier sequía habrá de definirla como «pertinaz», porque, si no, no es una sequía de verdad, y ello por el mismo mecanismo por el cual, si tiene que hablar de una calle de Madrid, habrá de decir «la madrileña calle de...»
Todo funciona igual. ¿Cuántos periodistas se tomaron en su momento el trabajo de enterarse de qué es realmente una patera, o un cayuco? La profesión se apuntó en masa a esos términos, por disparatados que fueran, ignorante de que tanto las pateras como los cayucos son embarcaciones sin quilla, buenas para ir a la caza de patos en Doñana, por ejemplo, pero absurdas para la navegación en mar abierto. Pero todo es cosa de insistir en el error: ambas palabras ya significan otra cosa para todo el mundo.
De modo que, si a los primeros en hablar del asunto se les ocurrió llamar «desconocidos» a quienes practican el vandalismo callejero en Euskadi (que es conocido como kale borroka porque el periodismo con sede en Madrid no tiene ningún inconveniente en utilizar el euskera, siempre que sea para algo negativo: talde, zulo, etc.), los siguientes optaron por hablar también de «desconocidos», y a vivir, que son dos días.
¿Preguntarse si el término tiene sentido? ¡Venga ya! Ponerse en ese plan es peligrosísimo en la profesión periodística. Empiezas planteándote si las palabras que empleas son las adecuadas y acabas reflexionando sobre si todo lo demás no será igual de simplón, absurdo y arbitrario.
Escrito por: ortiz.2007/08/21 03:00:00 GMT+2
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preantología
kale_borroka
2007
euskadi
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2007/08/20 03:00:00 GMT+2
Vale la pena
reparar en el rendimiento que el futbolista italiano Marco Materazzi está
sacando de la grosería con la que provocó a Zinedine Zidane en la final del
campeonato del mundo de fútbol que no se celebró, pero tuvo lugar en Alemania
en 2006. Un año después, el defensa de la selección italiana precisa –doy por
hecho que tras haber negociado cuidadosamente el precio de la revelación– lo
que le dijo a Zidane: «Prefiero a la puta de tu hermana».
Recuperemos la
escena. Materazzi, siguiendo la tradición de un cierto modo de practicar el
fútbol muy corriente en su país, insistía en frenar a Zidane agarrándolo por la
camiseta. Tanto empeño ponía en asir la prenda en cuestión –gracias a la
permisividad del árbitro, todo sea dicho–, que el francés de origen bereber,
más que harto, le dijo con sarcasmo: «No insistas; te la daré al final del
partido». A lo cual Materazzi, zafio para todo, como jugador y como persona, le
soltó lo de su hermana.
La confesión de
Materazzi me sugiere una pregunta, que es concentrado de otras muchas: ¿es
posible que quede sin sanción un comportamiento como ése, una vez confeso? En
mi criterio, la FIFA, organizadora del Campeonato en el que se produjo
semejante cosa, debería adoptar unas cuantas medidas, referentes a la licencia del
delincuente en cuestión –y lo tildo de delincuente porque lo que ha confesado
no sólo es antideportivo, sino también un delito tipificado en cualquier Código
Penal– y al propio título obtenido por la selección italiana de fútbol gracias
a la utilización de semejantes métodos.
De todos modos,
la provocación de Materazzi explica, pero no justifica el error de Zidane. Un
futbolista tan experimentado como él tenía que estar mentalmente preparado para
que las provocaciones de ese género, y aún peores, le resbalaran.
Recordaba hace
unos días con Ángel Cappa (ya conté con qué ocasión) cómo reaccionó un jugador
elegante e inteligente como pocos, el argentino Osvaldo Ardiles, cuando en un
partido con la selección italiana (¡qué casualidad!) recibió tantos agarrones
que su camiseta quedó convertida en cuatro trapos rotos. Sin encararse con los
agresores, se acercó al árbitro y, con gesto de estupor, pero sin decir
palabra, le mostró los jirones. Su gesto («mediático», se diría ahora) resultó más
eficaz que un montón de protestas, broncas y cabezazos juntos.
Zidane entró al
trapo. Fue un error. Pero, como recuerdo de tanto en tanto, no estoy de acuerdo
con esa máxima de los políticos profesionales que pretende que un error es más
grave que un crimen («C’est pire qu’un
crime; c’est une faute»). Lo de Materazzi fue un crimen; lo de Zidane, una
debilidad, como las que tenemos todos demasiado a menudo. Estúpida, sin duda,
pero comprensible.
Escrito por: ortiz.2007/08/20 03:00:00 GMT+2
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zidane
cappa
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2007/08/19 03:00:00 GMT+2
Sostiene Rafael Nadal que, si las mujeres tenistas quieren ganar lo mismo que los hombres, deberían jugar partidos a cinco sets, como ellos.
Lo cual demuestra que Nadal está muy preparado para ser el segundo del tenis mundial –una reedición de lo que fue en el ciclismo el bueno de Poulidor–, pero no para el ejercicio de pensar, que no es necesariamente más meritorio que el suyo, pero sí diferente.
Lo primero que debería haber pensado antes de hacer esas declaraciones es que no se le ha perdido nada en ese asunto, salvo sus reflejos de macho. En el tenis, como en cualquier otra labor sometida a las leyes del mercado, cada cual gana lo que consigue que le paguen. Y si algunas tenistas se ponen reivindicativas y consiguen que les paguen más, ¿qué carajo le importa a él? ¿O es que los dineros del tenis profesional funcionan por vasos comunicantes y, si ellas cobran más, él va a cobrar menos? ¿A cuento de qué se erige en defensor corporativo de los intereses de los hombres tenistas o, mejor dicho, en detractor de las aspiraciones de las mujeres tenistas?
Pero es que, además, utiliza un argumento bobo, en el que confunde la cantidad con la calidad. Un trabajo voluminoso o prolongado en el tiempo no tiene por qué ser más valioso que otro más reducido o realizado con mayor facilidad aparente. Supongo que no hará falta que me remita a la historia del arte para ilustrar esa evidencia. La sabiduría popular ha hecho mofa desde siempre de lo de «ande o no ande, caballo grande».
Por ceñirnos al tenis: es cosa de gustos. Alguna gente aficionada considera –consideramos– que en el tenis masculino predomina con demasiada frecuencia la exhibición de fuerza física, lo que va en detrimento de las facetas de habilidad y astucia del juego. Puede aportarse en favor de esta opinión el alto porcentaje de tantos de saque que se producen en los partidos de tenis de alta competición jugados entre hombres, muy superior a los que se contabilizan en los encuentros entre mujeres. Por decirlo rápido: cuando se enfrentan dos grandes sacadores, los partidos pueden ser un auténtico peñazo.
Lo que trato de argumentar es que no hay en esto una sola vara de medir, y que el asunto no es si se juega a tres o a cinco sets (podría ser también a muchos más, y así veríamos quiénes son hombres de verdad), sino qué representa un mayor y qué un menor espectáculo, lo cual lleva asociado un mayor o menor nivel de ingresos.
Es en atención a esas consideraciones como los y las profesionales del oficio y las empresas que se encargan de explotarlo acaban fijando sus relaciones contractuales.
¿Que las tenistas consideran que pueden elevar el listón de sus exigencias? Pues que lo hagan, y a ver qué pasa. Lo que es a mí, me da igual. ¿Por qué a Nadal no?
Algunos hombres no saben hasta qué punto se retratan –y autodenuncian– soltando lo que a ellos les parece de sentido común. Les pierden las ganas de poner a las mujeres «en su sitio».
Escrito por: ortiz.2007/08/19 03:00:00 GMT+2
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