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2007/09/17 07:45:00 GMT+2

Un cambio importante (para mí)

Esta mañana he comunicado a la dirección de El Mundo que abandono mi labor como columnista de ese periódico. Lo he hecho mediante una carta al director, Pedro J. Ramírez. Pensé en telefonearle para darle cuenta de mi decisión, pero luego reparé en el hecho de que ya hace unos cuantos años que él no se ha puesto en contacto directo conmigo para justificar ni una sola de las decisiones que ha tomado a mis expensas –algunas de ellas muy importantes para mi situación laboral–, lo cual indica que, con el paso del tiempo y por las razones que sea, ha considerado que prefería relacionarse conmigo de manera oblicua. Me he avenido a sus preferencias y yo también he optado por utilizar una vía indirecta.

Muchos de mis amigos y amigas no entienden que tomar esta decisión me haya costado Dios y ayuda. No se dan cuenta de la tupida red de lazos afectivos que uno puede establecer con un periódico para el que ha escrito durante 18 años. La línea editorial importa, pero no lo es todo, ni mucho menos. Cuentan también, y mucho, las relaciones afectivas. Me refiero al afecto que me une a muchas personas que siguen en ese diario y a las que quiero.

Ahora que ya no voy a trabajar para él, tampoco me cuesta nada admitir que guardo un reconocimiento muy especial al propio Pedro J. Ramírez, con independencia de que en los últimos años hayamos tenido unas relaciones tirando a enrevesadas.

Cuando se interesó por mí, allá por 1989, yo era un periodista ignoto, que escribía para publicaciones muy minoritarias, unas por su temática, otras por su ideología. Me respaldó, me defendió y me promocionó. En sólo un mes, antes incluso de que el periódico saliera a los quioscos, me pasó de jefe de sección a redactor-jefe. Me permitió encargarme del nacimiento de El Mundo del País Vasco, junto con el bueno de David Barbero. Un año después me llamó a Madrid, ya como subdirector, jefe de Opinión, responsable del Consejo Editorial y columnista, tareas de las que me ocupé simultáneamente durante casi una década. Tuvimos nuestras agarradas, algunas muy sonadas y visibles, pero siempre me mostró respeto y aprecio. Y luego, cuando decidí dejar el cargo e irme a mi casa a la vista de nuestras insalvables divergencias políticas, tragó, aunque a regañadientes y con su proverbial racanería, y me mantuvo como columnista. Todo lo cual, visto en conjunto, debo agradecérselo y se lo agradezco sinceramente.

Voy a iniciar ahora otra etapa de mi vida, ésta como columnista de Público, el diario que pronto estará en los quioscos.

Me interesa la nueva experiencia en varios sentidos.

En primer lugar, voy a escribir para un periódico que, a diferencia de El Mundo, no me soporta, sino que me jalea. Un periódico que anuncia que va a defender –y espero que lo haga– una línea de izquierdas.

En segundo lugar, voy a tener una columna diaria, 365 días al año, salvo bisiestos. Quienes seguís desde hace tiempo estos Apuntes sabéis que no me asusta escribir a diario, pero hay en este propósito mío de ahora un punto suplementario de desafío, porque no es lo mismo escribir en familia, al modo de los Apuntes, que hacerlo de cara a muchos lectores que están por conocerme.

En tercer lugar, me estimula y me divierte participar en el nacimiento de un nuevo diario. Tengo tantas incógnitas como el que más, pero no puedo evitar acordarme de la máxima de Tácito que marcó el nacimiento de El Mundo. Decía: «No hay atractivo en lo seguro. En el riesgo hay esperanza». Una reflexión que yo solía completar recordando unos versos que Jacques Brel cantó sobre la tumba de su amigo Jojo: «Tú y yo sabemos que el mundo se adormece por falta de imprudencia».

A la vejez, viruelas.

¿Qué va a suponer este cambio de cara a la página web en la que tú, amigo lector, amiga lectora, te encuentras ahora? Pues la verdad es que no lo sé. He pactado con la dirección de Público que podré reproducir aquí las columnas que publique en el nuevo diario. Es posible que la mayor parte de los días todo sea uno y lo mismo, aunque a lo mejor hay días en los que me apetece escribir dos piezas, una de cara al Público y otra pro domo mea.

Prefiero atenerme al viejo lema que Napoleón aplicaba a las batallas: «On s’engage et puis on voit». O sea: uno se mete en la pelea; luego mira y decide cómo se las arregla (dicho sea en traducción libre).

Es a lo que yo me dispongo en este punto y hora. Ya veremos.

En todo caso, mis más sinceras gracias a todos y todas por seguirme en mis peregrinajes.

Escrito por: ortiz.2007/09/17 07:45:00 GMT+2
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2007/09/16 06:00:00 GMT+2

La base honrada

Adiestrado desde casi niño en los tics del marxismo ingenuo, he pasado buena parte de mi vida empeñándome en distinguir «las direcciones corruptas» de «las bases honradas». Asumí en mi adolescencia una especie de izquierdismo rousseauniano: no me costaba nada creer que «los de arriba», se dijeran de izquierdas o de derechas, fueran (sean) unos asquerosos; lo que daba por hecho es que «los de abajo» eran (son) buena gente, porque ésa es la esencia de «los de abajo», buenos por naturaleza social.

La experiencia de la vida me ha llevado a abandonar ese criterio. Sigue sin costarme nada asumir que «los de arriba», se digan de derechas o de izquierdas, son unos asquerosos, pero tengo más que comprobado que «los de abajo» pueden ser también bastante asquerosos, cuando les conviene.

Comenté hace meses el caso de los autóctonos de un pueblo del sur del Mediterráneo, que realizaron una huelga general para protestar por las inspecciones de trabajo. Su razonamiento –por así llamarlo– era sencillo. Venían a decir: «Nuestra prosperidad se basa en el empleo ilegal y el dinero negro. Apuntar contra eso es pretender nuestra ruina».

Así que a la huelga, compañeros, contra el Estado opresor.

En La Rioja hubo otro caso llamativo. Un trabajador sin papeles falleció durante su jornada laboral y los patronos, para evitarse problemas, lo denunciaron como si fuera alguien que se les había metido en casa para robar. Cuando se descubrió la verdad y los empresarios fueron procesados y condenados, buena parte de la población local se movilizó para reclamar que fueran indultados, los pobres.

Leo hoy en el periódico que va a empezar la macrovendimia de Castilla-La Mancha con algo así como 20.000 vendimiadores, casi todos rumanos y búlgaros, carentes de contrato legal. Un desafío de tales dimensiones al ordenamiento laboral no podrían emprenderlo «los de arriba» si no contaran con la complicidad de muchos de «los de abajo». No me refiero a los vendimiadores sin papeles, que bien poca culpa que tienen (¡qué más quisieran que estar contratados en condiciones!), sino a buena parte de la población aborigen, que se beneficia de la ilegalidad y la respalda.

En tiempos se hablaba de «la aristocracia obrera» para catalogar a los trabajadores situados en posiciones de privilegio que acababan ayudando a los empresarios para asegurar su estatus de explotados de lujo. Hace ya mucho tiempo que ese mismo esquema es aplicable a la relación entre los currelas nativos de los países desarrollados y las poblaciones del Tercer Mundo, ya sean explotadas en sus países de origen o se hayan convertido en emigrantes.

Vivimos en una sociedad que se basa en la opresión en cadena. Cada cual trata de mantenerse a flote pisando la cabeza del que está más abajo.

¿Cuándo nos daremos cuenta de lo mucho que ganaríamos todos si tiráramos por la borda a los cabrones de arriba?

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Fe de error.– Ayer aseguré que el fundador de la dinastía de los Capetos fue Luis V el Perezoso (o el Holgazán, según otras traducciones). Eso me pasa por fiarme de Wikipedia. La Enciclopedia Larousse me informa de que Luis V fue el último rey carolingio de Francia, que murió sin descendencia (¿sería holgazán hasta en eso?), por lo que fue sucedido por Hugo Capeto, duque de los francos y conde de París, que se convirtió en el primer Capeto rey de Francia.

Escrito por: ortiz.2007/09/16 06:00:00 GMT+2
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2007/09/15 06:20:00 GMT+2

La fiscalía antimonárquica

Estoy convencido de que la Fiscalía de la Audiencia Nacional pretende socavar la Monarquía. Tras lo de El Jueves, vuelve ahora a la carga con el asunto de los dos encapuchados que el pasado jueves –y ya es coincidencia– quemaron fotos de los reyes en Girona.

Para mí que el fiscal ha puesto en marcha una campaña sutil y perversa que pretende propalar que la Monarquía española es una institución de mírame y no me toques, con tanta propensión a accidentarse y caerse como la acreditada por su titular. Que la forma monárquica del Estado debe ser protegida cual bebé-burbuja, porque, si no, se nos va.

Es la única explicación que encuentro a lo que está haciendo.

Vivimos desde hace décadas en un mundo en el que las quemas simbólicas en público son el pan nuestro de cada día. Los más viejos del lugar recordamos que durante la Guerra del Vietnam cientos de jóvenes norteamericanos quemaron de todo ante las cámaras, desde su cartilla militar a la bandera de la Unión, pasando, por supuesto, por las fotos de los presidentes de turno. Nos saldría una lista capaz de rivalizar con la guía telefónica si nos dedicáramos a enumerar las manifestaciones en las que se ha quemado de todo: monigotes representando al uno o al otro, enseñas de toda suerte, retratos de tal o cual magnate o mangante… Es algo tan habitual –y tan bobo, pero tan habitual– como los gritos hiperbólicamente asesinos que se lanzaban por aquí antaño en algunas manifestaciones de izquierda, del tipo «¡Obrero despedido, patrón colgao!» o «¡Queremos pan, queremos vino, queremos a Fraga colgao de un pino!», tradición que ha encontrado extraña prolongación en ciertas consignas, no menos truculentas, que hemos podido oír recientemente en concentraciones convocadas por la AVT y el PP.

Don Juan Carlos de Borbón proviene de una vieja estirpe, la de los Capetos, una de cuyas ramas fue la de los Bourbon, la cual dio origen, entre otras cosas, al apreciado whiskey de Kentucky así llamado y a la no siempre tan apreciada familia real española. No deja de tener su aquel que el fundador de la estirpe de los Borbón fuera Luis V, al que sus contemporáneos apodaron El Perezoso, lo que tal vez lleve a más de uno a pensar que de casta le viene al galgo. Pero, a lo que iba: uno de los sucesores de Luis V fue Luis XVI, a quien la Revolución Francesa rebautizó como Luis Capeto justo a tiempo para colocarlo bajo el invento injustamente atribuido a Joseph-Ignace Guillotin, suceso que nuestros vecinos franceses no sólo no lamentan, sino que tienden a celebrar. ¿No resulta un tanto paradójico que tengamos de dilectos aliados a quienes consideran un feliz acontecimiento histórico haber rebanado el cuello de un Borbón y, al mismo tiempo, nos entretengamos en procesar a quienes se limitan a quemar unas cuantas fotos de alguno de sus familiares?

Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: La fiscalía antimonárquica.

Escrito por: ortiz.2007/09/15 06:20:00 GMT+2
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2007/09/14 08:15:00 GMT+2

Nacionalismos

 Me tocó ayer participar en una tertulia organizada por un canal de televisión digital terrestre con sede en Madrid. Tuve ocasión de lucir alguna de mis muchas lagunas de información. Por ejemplo: dije no saber si Iñigo Urkullu sabe euskera, cuando –según pude comprobar en internet en cuanto regresé a casa– lo cierto es que no sólo conoce la lengua vasca, sino que incluso ha impartido clases en ella. (¿De dónde me saqué esa duda? A saber. Parece que voy teniendo problemas de archivo en mi disco duro mental.)

El caso es que uno de mis compañeros de tertulia, veterano periodista afincado en Madrid, aprovechó uno de los momentos de la parte de la charla que dedicamos a hablar del anuncio de abandono de la política de Josu Jon Imaz para afirmar que «todos los partidos nacionalistas tienen algo de nazis». A lo que le repliqué preguntándole si se estaba refiriendo a los partidos nacionalistas españoles, tales como el PSOE y el PP. A la vista de su estupor, llegué a la conclusión de que ni siquiera entendía de qué le estaba hablando.

Unos cuantos minutos después, habiendo cambiado de tercio y entrado a comentar los líos de la Formula 1, el mencionado contertulio –que no identifico, porque a los efectos de este Apunte podría ser él o cualquier otro– afirmó que en realidad no estaba demasiado interesado en las carreras de coches, pero que le gustaba ver ganar a Fernando Alonso. Aclaró en seguida que su satisfacción provenía del hecho de que Alonso es español.

Tomé esa confesión como muestra del funcionamiento multiusos del nacionalismo español, aplicado en ese caso al deporte. Los nacionalistas españoles se hacen forofos de tal o cual modalidad deportiva o la desdeñan según tengan o no compatriotas que triunfan en ella. Se entusiasman con la Fórmula 1 cuando vence Alonso, y con el tenis cuando Nadal gana a Federer, y con el golf cuando surge un Ballesteros, y con el ciclismo cuando aparece un Indurain, pero, así que no hay nadie de su aldea que compita por la victoria, se desinteresan por completo del asunto, como está evidenciando la actual Vuelta Ciclista a España, que deambula sin pena ni gloria por culpa de la carencia de héroes locales.

Para mí que esa reflexión tampoco encontró demasiada acogida. Y es que una de las características fijas de los nacionalistas de Estado es que no se ven a sí mismos como defensores de una ideología concreta. Dan por hecho que lo suyo es de cajón, que está inscrito en el orden natural de las cosas, que responde a la lógica más elemental. Ellos no son ni particularistas, ni exclusivistas, ni provincianos. Ésa es una lacra que sólo persigue a los nacionalistas regionales.

A nada que te descuides, se proclaman ciudadanos del mundo y presumen de despreciar las fronteras.

Escrito por: ortiz.2007/09/14 08:15:00 GMT+2
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2007/09/13 07:20:00 GMT+2

El adiós de Imaz

Bien flaco servicio prestan a Josu Jon Imaz los partidos y los medios de comunicación asentados en la capital del Reino con las encendidas loas que están cantándole en su anuncio de retirada.

Es muy mala cosa que te alaben aquellos que se supone que deberían ser tus oponentes. Lo he dicho muchas veces hablando de Santiago Carrillo: si la plana mayor del anticomunismo español lo ascendió a los altares y en ellos lo mantiene –bien remunerado, por cierto– presentándolo como gran patriota y fino estratega, es porque le agradecen los servicios prestados. Si no, de qué.

La prensa de Madrid califica a Josu Jon Imaz de  «pactista». Es un término confuso. El PNV ha sido siempre un partido dispuesto a la negociación y el pacto. Con todo bicho viviente. También con los gobiernos de Madrid. Durante la presidencia de Arzalluz, pactó a diestro y siniestro. Bastante más a diestro que a siniestro, a decir verdad. Gobernó en Vitoria con el PSOE y votó la designación de Aznar para inquilino de la Moncloa. Si eso no es pactismo, que venga Dios y lo vea. Lo que ahora se debate dentro del PNV no es una cuestión de predisposición abstracta a los pactos, en general, sino un asunto de línea política concreta. Los hay que creen que, para conservar las altas cotas de poder que tienen hoy en el entramado social vasco, lo que más les conviene es llegar a un entendimiento con el PSOE, como el que funcionó (es una manera de hablar) en los tiempos de Ardanza, y los hay que consideran que pueden mantener su hegemonía apoyándose en el juego de alianzas que fundamenta el actual gobierno de Ibarretxe. Dicho sea así por simplificar.

En la discusión sobre la tan traída y llevada transversalidad hay muy poca filosofía pura. La prueba de ello es que, a la hora de afrontar la coyuntura política navarra, tanto los tirios como los troyanos del PNV apostaron por el pacto entre Na-Bai y PSN. Si gobernar con los socialistas fuera un crimen de lesa patria, lo sería tanto en Vitoria como en Pamplona.

¿Modernos contra soberanistas? No creo que los llamados soberanistas estén tan fanatizados y tan en las nubes como algunos comentaristas capitalinos pretenden, ni que los del supuesto aggiornamento del que habla hoy El País estén tan pegados a la realidad como sostiene ese periódico.

Coincido con el discurso de Josu Jon Imaz en que las soberanías, las fronteras y la entidad concreta de los estados-nación tienen en la Europa de hoy un significado muy distinto –y mucho más restringido– del que poseían apenas hace unas décadas. Eso es casi una evidencia. Pero coincido también con Ibarretxe en que, si fuera tan abrumadoramente cierto que las soberanías nacionales se han diluido en el seno de la UE hasta volverse casi insignificantes, nadie debería objetar que Euskadi alcanzara un reconocimiento internacional semejante al que tiene, por ejemplo, Luxemburgo, pequeñísimo estado de entidad nacional más que imprecisa. Eppur

Hay mucho analista central que habla dando por hecho que la designación de Imaz como presidente del Euskadi Buru Batzar del PNV fue resultado del apoyo mayoritario que obtuvo en la organización jeltzale de Bizkaia, que es, con mucho, la más numerosa del Partido Nacionalista. Sin embargo, a mí me han tratado de convencer –sin éxito, porque carezco del conocimiento directo necesario– de que el triunfo de Imaz se debió al sistema electoral interno que tiene su partido, en razón del cual un candidato puede resultar electo a pesar de estar respaldado por menos militantes que su oponente.

Yo no descartaría que Imaz haya hecho cuentas de cara a la próxima Asamblea Nacional del PNV, que debe realizarse en diciembre, y que su decisión de no presentarse a la reelección sea el resultado de ese cálculo.

Dicho lo cual, no oculto que a mí siempre me ha caído bien. Imaz es un hombre discreto, educado, que no levanta la voz, que no sólo habla, sino que también escucha, y que tiene sentido del humor.

Si me toca discrepar de alguien, prefiero cien mil veces que sea así.

¿Ha sido buena idea dar a conocer su renuncia casi tres meses antes del momento oficial del relevo? ¿No va a dejar al PNV durante demasiado tiempo en una situación de problemática interinidad?

Doy por hecho que, como hombre reflexivo que es, éste ha tenido que ser uno de los factores que más ha sopesado. Seguro.

Habrá que indagar, entonces, para conocer las razones de fondo que le han movido a anunciar, apenas iniciado el combate, que está decidido a bajarse del cuadrilátero dentro de un par de asaltos.

Nota de edición: Javier publicó una columna que trata el mismo asunto en El Mundo: El abrazo del oso.

Escrito por: ortiz.2007/09/13 07:20:00 GMT+2
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2007/09/12 06:40:00 GMT+2

Lázaro calla

El País de hoy incluye en portada una foto que da cuenta del rito que se celebra cada año en Tordesillas (Valladolid) en el que la multitud festiva se dedica a lancear un toro hasta acabar con él. Los esforzados toricidas tordesillanos invirtieron ayer cerca de una hora en aplacar su furia sanguinolenta, sanguina y lenta.

Tanto la fotografía, espléndida, como el pie de foto, descriptivo pero implacable –doblemente implacable, por meramente descriptivo–, son un buen ejemplo de periodismo de denuncia social, valiente y sin concesiones.

A veces, algunas veces, los grandes periódicos españoles tienen destellos de este género, que recuerdan lo que podría ser el periodismo si fuera una profesión íntegra, dedicada a dar cuenta de la realidad sin condicionantes espurios.

No hablo de objetividad, porque la objetividad no existe –nadie puede escapar a su subjetividad–, sino de honradez.

Según he visto la foto y he leído el pie, no he podido evitar una reflexión, cínica a fuerza de experta: «Vaya, se ve que el grupo Prisa no participa en la organización de las fiestas de Tordesillas». Porque, de haberse interferido intereses empresariales en el espectáculo, no habríamos visto ni la foto ni el pie.

Leed, si os apetece y tenéis ocasión, el resto del ejemplar de hoy del mencionado periódico. Veréis, por ejemplo, una presunta información sobre los líos que tiene Audiovisual Sport con Mediapro por la cosa de las retransmisiones futbolísticas. Es un perfecto modelo de furibundo sectarismo empresarial. Eso no es una noticia: es un comunicado. Tanto, que ningún periodista se ha avenido a firmarlo. Veréis también cómo están estructuradas las noticias sobre programación televisiva: lo que produce su grupo empresarial es lo más importante y lo mejor, por definición.

Ése es el problema: que los grandes periódicos de hoy en día son mera prolongación de los departamentos de marketing, publicidad e imagen de los consorcios empresariales de los que forman parte. Y, como quiera que esos consorcios tienen intereses en los más diversos campos de la actividad económica (y, por vía de consecuencia, también de la política, de la social y de la cultural), casi todo lo que cuentan está mediatizado. Sencillamente: no es de fiar.

Hoy he tomado como referencia El País, pero podría haber escrito lo mismo con ejemplos sacados de las páginas de El Mundo, de La Vanguardia, de El Correo o de La Voz de Galicia, si de ampliar el muestrario se tratara.

La fotografía y el pie sobre el sangriento festejo popular de Tordesillas me han producido un ligero y fugaz ataque de melancolía. ¡Ah, si el periodismo resucitara!

Pero soy realista. Los muertos no resucitan. De ser posible la resurrección de los muertos, Lázaro seguiría vivo.

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P.D.– El título de este Apunte, Lázaro calla, trata de ser un homenaje al relato homónimo, casi desconocido, que escribió Rafael Gabriel Múgica Celaya el mismo año y casi en el mismo sitio en el que nací yo. Gabriel Celaya vivía entonces a dos manzanas de la casa de mis padres, en San Sebastián, y allí lo conocí, pasado el tiempo. Lázaro calla fue publicado al año siguiente (1949), pero de manera casi clandestina. Es de reseñar que esa pequeña obra de Celaya no figura en muchas de las bibliografías que tratan de enumerar su producción literaria.

Escrito por: ortiz.2007/09/12 06:40:00 GMT+2
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2007/09/11 07:50:00 GMT+2

11 de septiembre

Recuerdo que estaba sentado en el sofá de mi casa de Madrid viendo la CNN cuando pasaron las imágenes del avión que se estrellaba contra una de las Torres Gemelas. Había sucedido pocos minutos antes. Lo interpreté como un accidente. Como un tremendo accidente, por supuesto, pero accidente. Fue sólo unos instantes después, al ver –esta vez creo que ya en directo– la misma escena pero en la otra torre, cuando empecé a pensar que aquello podía ser cualquier cosa, pero desde luego no un accidente. Era otra cosa, sí, pero ¿qué cosa? La hipótesis de un atentado de Al Qaeda ni se me ocurrió en aquel momento. (Más grave es que me sucediera lo mismo con el 11-M. Pasó un buen rato hasta que se me abrió paso en la cabeza la idea de que aquello podía ser un atentado tipo Al Qaeda. He de admitir –y de admitirme– que mis reflejos analíticos ante los acontecimientos imprevistos son pocos y malos.)

Seis años después del hundimiento de las Torres Gemelas, que causó más de 3.000 muertos, ya nos hemos hecho a la idea de que los atentados suicidas a gran escala constituyen una posibilidad que no cabe descartar en ningún momento.

Por mi parte, además, los entiendo. No digo que me parezcan bien, vive el cielo, sino que entiendo la lógica de la desesperación que los alienta. El terrorismo suicida parte de dos convicciones. La primera es que las grandes potencias occidentales matan, destruyen y roban cuanto les viene en gana amparadas en un orden mundial que se han fabricado a la medida de sus ambiciones, y no hay modo de frenarlas por ninguna vía legal y pacífica. La segunda es que, una vez que se ha decidido responder a lo anterior por la vía del terrorismo, la autoinmolación del combatiente es el método que abre más posibilidades de hacer daño.

La primera convicción es errónea. No sólo es posible combatir la injusticia por métodos pacíficos, sino que son los métodos pacíficos, apoyados en la movilización de las masas, los únicos que abren la vía a la consecución de conquistas estables. El recurso a métodos de violencia indiscriminada prefigura situaciones posteriores de arbitrariedad e injusticia parecidas a las que se combatieron con esas armas, aunque tal vez controladas por otros sátrapas.

La segunda convicción, en cambio, es correcta. Si al terrorista le da igual perder la vida, su capacidad destructiva puede ser muy alta, tanto en cantidad como en calidad.

Alfonso XIII le preguntó en cierta ocasión al jefe de policía que estaba encargado de su seguridad si podía certificar que no moriría en un atentado. A lo que éste le respondió: «No, Señor. Si alguien quiere matar a Su Majestad y está dispuesto a lo que sea para lograrlo, es muy posible que lo logre. Lo que sí puedo certificarle es que no saldrá vivo.»

La anécdota viene bien para ilustrar la tesis que he defendido más arriba. Porque Alfonso XIII no desapareció de la escena política española por ningún atentado, sino por unas elecciones democráticas en las que quedó claro que la mayoría de la población, y en todo caso sus sectores más dinámicos e influyentes, no lo querían ver ni en pintura. Lo cual le movió a tomar el portante y huir de España.

Aunque –y en eso he de matizar mi afirmación de antes– aquello no permitió ninguna conquista popular estable.

Escrito por: ortiz.2007/09/11 07:50:00 GMT+2
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2007/09/10 07:45:00 GMT+2

PP Bush

Apenas hace unas semanas, el PP pretendía que ETA estaba más fuerte que nunca. Aseguraba que eso era así por culpa del Gobierno de Zapatero, que había dado al grupo terrorista la posibilidad de reorganizarse y rearmarse durante el tiempo que duró la tregua.

Cuando empezaron a producirse las detenciones en cadena y los atentados frustrados, demostrativos de que ETA estaba de capa caída, los mitineros de la cuerda de Acebes y Zaplana (no digo de la de Rajoy, porque de la de Rajoy no está claro que haya nadie) arguyeron que esos éxitos eran mérito exclusivo de la policía francesa. No tardaron en darse cuenta de que esa línea argumental era también un error, porque cabreaba, y mucho, a las fuerzas policiales españolas. ¡Habrase visto, un partido de derechas que se enemista con la policía!

De modo que decidieron dar un nuevo giro a su táctica ofensiva. Y en ésas están. Ahora ya no hablan de lo fortísima que está ETA, ni de los méritos exclusivos del Estado francés. Se centran en poner a caldo al Gobierno de Zapatero porque se limita –dicen– a combatir a ETA en el plano policial, renunciando a lanzar una ofensiva general destinada a acabar también con «su entorno político». Su runrún actual pasa por exigir al Ejecutivo que aplique la misma medicina al conjunto de la izquierda abertzale, yendo «a por ellos, con todas las armas y todas las consecuencias», según dijo ayer el portavoz del PP sobre Justicia y Libertades Públicas (sic), Ignacio Astarloa.

Pretenden que se deje fuera de juego, a base de ilegalizaciones y de no sé qué más recursos (la expresión «todas las armas» tiene lo suyo de inquietante), a un colectivo social que, aunque no sea fácil de cuantificar, dadas las prohibiciones que ya padece, puede estimarse que abarca a algo así como al 15% de la población vasca.

Es un disparate. En todos los sentidos. Incluyendo el de los más fríos cálculos políticos. Si el Gobierno se lanzara por la vía que propone el PP –y que en cierta medida ya está transitando, con resultados más que negativos–, lo principal que conseguiría es solidificar las filas de la izquierda abertzale, forzando una solidaridad interna que abortaría cualquier posibilidad de que se diferencien y evolucionen las diferentes tendencias que la componen, algunas de las cuales simpatizan ya muy poco con ETA.

La tregua acabó en fracaso, pero no sólo para el Gobierno de Zapatero. La evolución de los acontecimientos demuestra que ETA está pagando un precio mucho más alto. En el plano policial, desde luego, pero también en el político. Ha frustrado demasiadas esperanzas, de la ciudadanía en general y de su propia base social, en particular.

El PP lo fía todo a la represión. Le fascina la idea de laminarlo todo: a ETA, a la izquierda abertzale y, ya metidos en gastos, al conjunto del nacionalismo vasco.

El PP es a ETA lo que Bush a Bin Laden. Se necesitan mutuamente. Se justifican mutuamente.

Escrito por: ortiz.2007/09/10 07:45:00 GMT+2
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2007/09/09 09:00:00 GMT+2

Barbate

No todas las declaraciones oficiales sobre el hundimiento del pesquero Nueva Pepita Aurora tienen por qué ser absurdas. Mientras la ministra manifestaba su esperanza de que los cadáveres aparecieran con vida (sic), otro responsable de la Administración apuntaba que, aparte del mal estado de la mar, hay motivos suficientes para afirmar que las condiciones del barco no eran las exigibles.

Fui a hacer un reportaje a Barbate (Cádiz), el puerto base del Nueva Pepita Aurora, allá por 1985. Supongo que aquello estará muy cambiado. Trabajaba yo por entonces para la revista Mar, del Instituto Social de la Marina, y las intenciones de mi viaje eran múltiples: la principal, hacer un artículo sobre el resurgir de la pesca de atunes con la vieja y espectacular técnica árabe de las almadrabas (Barbate está al lado de Zahara de los Atunes), pero también tenía interés en averiguar algo sobre el uso en la zona de artes de pesca prohibidas y en acercarme a la realidad de los tremendos cambios sociológicos que se estaban produciendo en muchas poblaciones pesqueras reconvertidas en turísticas por la brava. Anduve varios días merodeando por el puerto, entrevisté a algunos marineros y a varios patrones, me vi con un responsable de la Comandancia de Marina, tuve unas palabras con un concejal y, sobre todo, tomé abundantes notas de cuanto veía.

Quise que me recibiera el alcalde, Serafín Núñez, pero no fue posible. Pretendía yo, entre otras cosas, que me explicara cómo un Ayuntamiento socialista, tal que el suyo, no había hecho nada por cambiar el nombre del pueblo, que por entonces se llamaba Barbate de Franco. El concejal que me recibió, también militante del PSOE, me lo aclaró: «Es una cuestión histórica», me dijo.

En mis repetidos paseos por el puerto comprobé, entre otras muchas cosas, dos que me llamaron particularmente la atención, para mal. Una fue que la cantidad de marineros que llevaban a bordo los barcos que salían a faenar era muy superior a la legalmente permitida. Otra, que los cables y demás artilugios necesarios para echar al agua los botes de salvamento tenían incrustada tal cantidad de pintura que, de valer de algo, sólo podrían valer de adorno. Le comenté ambas circunstancias al responsable de la Comandancia. Sobre el exceso de marinería me dijo que era «una tradición local». Sin más. Como acerca del asunto de los botes de salvamento no parecía animado a decir nada, le pregunté si se hacían de vez en cuando los preceptivos simulacros de accidente. A ello me respondió que a la gente de Barbate no le gustaban ese tipo de cosas.

Mientras estábamos en tan fascinante charla, llamaron a la puerta. «¡Adelante!», dijo el marino. «Con su permiso», musitó un marinero, que entró, dejó en el suelo una caja de hermosos langostinos y se fue.

«Otra tradición local, supongo», le comenté a mi interlocutor, sonriéndole. Pero para mí que la observación no le hizo gracia.

La impresión global que saqué fue que en el Barbate de entonces la seguridad en el trabajo y la legalidad en general gozaban de un prestigio bastante limitado.

Esa impresión se vio reforzada cuando al cabo de pocos años el alcalde de la localidad, el antes mencionado Serafín Núñez –estrecho colaborador de Juan Guerra, hermano de quien era a la sazón vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra–, fue procesado y condenado por prevaricación.

Ya he dicho que lo más probable es que Barbate haya cambiado mucho en las últimas dos décadas. Pero, cuando oí ayer las declaraciones que he citado al principio, en las que un alto cargo de la Administración afirmaba que el barco Nueva Pepita Aurora no reunía las condiciones adecuadas, no pude por menos que pensar: «Vaya. Lo mismo es una cuestión histórica. O una tradición local».

Escrito por: ortiz.2007/09/09 09:00:00 GMT+2
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2007/09/08 07:40:00 GMT+2

Ciudadanía maleducada

Resulta espectacular el cisco que se ha montado a raíz de la aparición del libro Educación para la ciudadanía, democracia, capitalismo y Estado de Derecho, de Carlos y Pedro Fernández Liria y Luis Alegre, publicado por Akal (grupo editorial con el que yo también colaboro, dicho sea de paso).

Lo más llamativo es que la escandalera se ha construido sobre la base de un embrollo que tiene todo el aspecto de ser deliberado: se ha hablado y escrito sin parar sobre ese libro como si fuera un manual que hubiera de servir para impartir clases de Educación para la Ciudadanía, cuando lo cierto es que se trata de un trabajo destinado precisamente a poner en solfa –eso sí, desde la izquierda– el planteamiento oficial de la nueva y controvertida disciplina.

Pretender, como han hecho muchos, que el libro en cuestión refleja «los verdaderos objetivos» que persigue el Gobierno de Rodríguez Zapatero con la implantación de esta asignatura resulta disparatado por partida doble. Es tan injusto con Zapatero, al que atribuyen unas intenciones subversivas de las que el hombre carece por completo, como con los autores, a los que presuponen una devoción gubernamental que les pilla en las antípodas.

El debatido libro tiene un eje que cualquiera que se tome el trabajo de leerlo sin prejuicios comprobará que es de una obviedad palmaria: cuestiona que quepa analizar nuestra realidad social haciendo abstracción de las consecuencias, en tantos sentidos desdichadas, que nos acarrea el predominio del sistema capitalista. A partir de esa consideración, expone las bases de lo que, a juicio de los autores, debería ser una educación ciudadana crítica con el orden social imperante. Nada que ver con los rollos melifluos e inocuos, atiborrados de apelaciones abstractas a lo políticamente correcto, a los que apunta el plan educativo oficial.

«¡Es un libro marxista!», me escribe un lector iracundo. ¿Sí? Pongamos que lo fuera. ¿Y qué? ¿Está prohibido ser marxista? «Sólo sé que no soy marxista», llegó a escribir el propio Marx en un momento de cabreo. En todo caso, ¿qué clase de descalificación es ésa? ¿Es lícito escribir libros tomistas, neoliberales y hasta favorables a Bush, pero no marxistas? Quien no esté de acuerdo con sus argumentos –que los tiene a raudales– que los discuta. Pero sin falsificarlos. Y sin atribuir a los autores complicidades políticas inventadas.

Estamos ante un ejemplo (otro) de cómo se fabrican escandaleras mediáticas en la España de hoy, tan propicia a resucitar el Santo Oficio a la primera de cambio: primero se dice que el contrario ha dicho lo que no ha dicho y luego se le condena sin apelación posible por haber dicho lo que no ha dicho.

A decir verdad: yo, con que no se practicara tan masivamente la mala educación en la ciudadanía, casi que me conformaba.

Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: Ciudadanía maleducada.

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Un rollo sobre escrúpulos deontológicos

El texto precedente es copia literal del que conforma la columna que hoy me publica El Mundo.

Se trata de una toma de postura que he retrasado más de lo que me habría gustado.

Eso se ha debido a dos razones.

La primera y principal es que soy director de una colección de libros, Foca Ediciones, que pertenece al grupo Akal, editor del libro. Temía que algún listo respondiera a mi defensa de la obra de Alegre y los Fernández Liria acusándome de reivindicar ese libro por intereses personales inconfesables.

En términos generales, como planteamiento previo, no me gusta escribir a favor de ninguna empresa que me pague, porque el lector puede sospechar que lo hago en plan lameculos, aunque la realidad sea otra. Fue por ello por lo que en su día no publiqué en El Mundo ninguna columna defendiendo a Pedro J. Ramírez en relación al asunto de aquel malhadado vídeo en el que aparecía manteniendo relaciones sexuales con una señora. De haberse tratado de alguien con quien no tuviera ningún tipo de relación de dependencia económica, habría escrito muy gustosamente lo que pensaba, que es lo que sigo pensando: que las relaciones sexuales libremente consentidas entre dos o más personas adultas constituyen un asunto privado que sólo a ellas compete. Pero como el atacado era mi jefe, preferí guardar silencio.

Este caso no es igual, ni mucho menos, sobre todo porque el escrúpulo moral que acabo de describir se veía neutralizado por otro del mismo género pero de sentido contrario: no responder a los injustos ataques que está recibiendo el libro que nos ocupa también podía malinterpretarse, porque una parte de esos ataques han procedido de El Mundo. Alguien podría decir que me callaba para no indisponerme con un periódico del que cobro bastante más que de Ediciones Akal.

Al final, y tras dar no pocas vueltas al asunto, la solución que he adoptado ha sido, como puede verse en el primer párrafo de la columna, confesar abiertamente mi condición de colaborador del grupo Akal. Para que, si alguien pretende que actúo por interés, al menos no pueda decir que se trata de un interés inconfesable. Bien confeso está.

La otra razón, ésta mucho menor, que me movía a no escribir sobre el asunto es que nunca he sido partidario de que los columnistas –en particular los del mismo periódico– polemicen entre sí. Y se trataba de responder a un conjunto de infamias, algunas de las cuales aparecieron en El Mundo en forma de columna firmada. Sin embargo, ese criterio, que convertí en norma cuando fui jefe de Opinión del diario en cuestión, me obliga ya mucho menos, si es que no nada, entre otras cosas porque yo mismo he sido ya víctima de ataques directos firmados por columnistas de El Mundo. Si la norma ha perdido vigencia para los demás, tampoco me obliga a mí.

De todos modos, he optado finalmente por no citar el nombre de nadie, para no convertir el debate en una pelea de patio de colegio –uno también debe cuidarse de elegir la categoría de sus enemigos–, y me he centrado en los hechos, que es lo que importa.

En fin, esto es todo. Si el rollo no os ha interesado, lo siento. Me ha parecido que podía tener algún interés exponer algunos escrúpulos deontológicos de los que puede sentir un periodista que todavía tiene escrúpulos deontológicos.

Escrito por: ortiz.2007/09/08 07:40:00 GMT+2
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