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2007/11/08 09:45:00 GMT+1

Peleas de familia

Llevaba acumulados bastantes días de cansancio, trajín, tensión nerviosa y sueño insuficiente, así que ayer, tras asistir a la presentación del libro Zaplana, el brazo incorrupto del PP, de Alfredo Grimaldos, editado por Foca, me fui a casa, dormí una primera tacada de horas, abrí apenas un ojo para cenar algo, oír las noticias y enterarme de que el Barça iba ganando al Glasgow Rangers, y me volví para el catre a toda pastilla –expresión correcta, porque me tomé media Dormidina– y no me he despegado de las sábanas hasta las 7 y media. Habré dormido entre 10 y 11 horas, calculo yo. Empiezo a ser otro, pero también es curioso: cuando duermo mucho, las neuronas tardan en ponérseme en acción a la velocidad necesaria. De ahí este comienzo, entre discursivo y remolón, del Apunte que me he puesto a escribir tras el desayuno. He invocado el favor de los dioses para que no me llamaran de Ràdio 4 para pedirme una opinión sobre la kale borroka, como me pareció entender ayer en un aviso que me dejaron. Me da que el aviso se refería a mañana. Los dioses me han sido propicios.

De lo que he visto en mi primera ojeada rápida a las ediciones digitales de los periódicos, lo que más gracia me ha hecho es la historia de Isabel San Sebastián y José María Calleja en el programa “59 segundos”, que, por cierto, nunca he visto (*).

Por lo que he leído sobre el incidente, San Sebastián (que se apellida así, pero que nació en Chile) se enfadó mucho y abandonó el programa porque Calleja (al que muchos toman por vasco, pero que es berciano) le dijo que lleva muchos años “engordando a ETA”, después de que ella reprochara a su contertulio estar defendiendo ahora a quienes atacó ferozmente durante años. Doña Isabel exigió a don José María que se disculpara, éste no se avino y ella se fue del plató sin dar un portazo, más que nada porque no había puerta.

Me da que ambos, cada uno a su modo, discutieron sobre el fenómeno que representan los periodistas que alguien en tiempos llamó “los chulos de ETA”, término de imprecisos perfiles semánticos pero que se refiere, al parecer, a aquellos periodistas que se dieron a conocer en su día por su tendencia monográfica, lineal y exhaustiva a no hablar ni escribir sino sobre ETA, la izquierda abertzale y el nacionalismo vasco, lo que atrajo sobre ellos la atención periodística y remunerativa de diversos grandes medios afincados en la capital de España. Convertidos a su vez en objeto predilecto de las iras de ETA, de la izquierda abertzale y del nacionalismo vasco, casi todos acabaron por abandonar Euskadi, instalándose en Madrid,  donde, sin duda gracias a sus dotes de finos y rigurosos analistas nada proclives a la demagogia, han desarrollado carreras profesionales de primer orden. (He dicho “casi todos” y se me permitirá que insista en ello, porque los ha habido que fueron amenazados por ETA, e incluso agredidos violentamente –caso de Gorka Landaburu–, y que siguen desarrollando su actividad profesional en tierra vasca, lo cual es digno de mención.)

Pasado el tiempo, cada uno de los integrantes de este reducido pero omnipresente clan de periodistas especializados en ETA, la izquierda abertzale y el nacionalismo vasco ha ido desarrollando sus propias tendencias y sus específicas filias y fobias, no sólo ideológico-políticas sino también personales (a fin de cuentas, ellos también son humanos, y por tanto débiles), lo que se ha traducido en que no siempre hablan muy bien los unos de los otros, y hasta se achacan maldades severas (que hay quien sostiene que no son incompatibles entre sí, es decir, que nada impide que sean ciertas todas ellas, sin excepción).

Yo no creo que Isabel San Sebastián haya engordado a ETA. Más que nada, porque ETA ha adelgazado (en sentido orgánico, digo). Imagino que lo que Calleja trató de decir es que es ella la que ha engordado (en sentido crematístico, se supone) gracias a ETA. Pero cualquiera sabe lo que cada uno de ellos reprocha al otro. Quizá que la una trabaja para El Mundo y el otro para Sogecable. Ya se sabe cómo son estas pendencias de trasfondo empresarial.

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(*) Me repelen estos debates televisivos en los que los contertulios y contertulias (odio el término “tertulianos”) se sueltan maldades a voz en grito y a velocidad de vértigo, como latigazos. Me desagrada todo ello: que se vociferen maldades, muchas de ellas de carácter personal, lo que es de muy mal gusto, y que lo hagan a velocidad de vértigo. Suelo recordar lo que le leí hace años al crítico de televisión del semanario satírico francés Le Canard Enchaîné. Según él, esos debates de  televisión son “esencialmente imbéciles” porque –escribía– “toda exposición argumental que dure más de tres minutos resulta insoportablemente pesada, pero toda exposición argumental sobre algo complejo que dure menos de tres minutos resulta insoportablemente superficial”.

Escrito por: ortiz.2007/11/08 09:45:00 GMT+1
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2007/11/07 06:00:00 GMT+1

El ruido sepulcral

Cuantos me conocen personalmente saben que soy persona muy habladora. Y cuando digo «muy», quiero decir realmente «muy».

Quienes me conocen mejor saben que, pese a lo anterior, no le hago ascos al silencio. Ni mucho menos.

Me refiero, para empezar, a mi propio silencio. O sea, al no hablar.

Al silencio derivado de la soledad, por ejemplo. Puedo pasar días, e incluso semanas, sin conversar con nadie. Ha habido veranos en los que mi compañera, Charo, ha viajado a congresos de enseñantes o se ha ido de vacaciones a lugares lejanos –a ella le encanta visitar parajes exóticos, a mí no me hace mayor gracia–, y yo me he quedado solo en nuestra casa mediterránea, alejado del mundanal ruïdo (*), sin procurar la visita de nadie, encantando.  

Amén de mi propio silencio, gozo allí también del ambiental. Nuestra casa está bastante alejada de la civilización. Ni siquiera tiene nada que pueda calificarse de vecindario. Apenas se oyen ruidos que no procedan de la Naturaleza. A la hora anterior al amanecer, que suele decirse que es la más oscura (lo dice una vieja canción norteamericana: «The darkest hour is just before dawn»), el silencio es tan intenso que uno lo nota casi como un zumbido. Extraña a los oídos urbanos.

Me disponía anoche a dormir con la radio como runrún de fondo (un ruido para tapar otros), cuando oí que alguien decía a propósito de no sé qué: «Reinaba un silencio sepulcral». Me fui adormilando pensando en ello. Qué curioso, que haya tanta gente que asocia a la muerte algo tan confortable como el silencio.

Al poco oí en la lejanía el angustioso aullido de una ambulancia. «Eso sí que es sepulcral», pensé.

Me intriga que me haya despertado pensando en lo mismo.

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(*) Tómese la diéresis como homenaje a la Oda I - La Vida Retirada de Fray Luis de León, aquella que comienza: «¡Qué descansada vida / la que huye del mundanal ruïdo / y sigue la escondida / senda por donde han ido / los pocos sabios que en el mundo han sido». La releo y simpatizo plenamente con su espíritu. Si os animáis a recordarla completa, os la recomiendo muy vivamente. La tenéis, por ejemplo, en http://luis.salas.net/fll01.htm. (La diéresis le sirvió a Fray Luis para romper el diptongo y fabricar el endecasílabo, como a Machado en otro verso celebrado: «Y cuando llegue el día del último vïaje…», aunque en el caso del sevillano  buscara el alejandrino.)

Escrito por: ortiz.2007/11/07 06:00:00 GMT+1
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2007/11/06 07:30:00 GMT+1

Desconcierto a la egipcia

El grupo Prisa me tiene desconcertado. He leído esta mañana en El País, cuando estaba dispuesto a emular a Baltasar Garzón en eso de ser «el hombre que veía amanecer» (sólo que yo como madrugador, no como trasnochador), que la sentencia del 11-M tiene un fallo garrafal, porque absuelve inadecuadamente a Rabei Osman El Egipcio del delito de pertenencia a banda armada. Argumenta el diario de Prisa que la sentencia de la Audiencia Nacional es errónea, porque basa su absolución en que El Egipcio fue condenado ya por ese delito en Italia, donde se le impuso  una sentencia firme.

Tras leer lo publicado por El País me he quedado meditabundo. Y es que algo sé de Derecho Penal –el seguimiento de la muy enrevesada política española durante los últimos decenios me ha obligado a documentarme–, pero no lo suficiente como para emitir dictámenes con el debido fundamento.

Mi duda sigue la siguiente reflexión. Parto del principio de que, en efecto, si la sentencia italiana que pesa sobre El Egipcio por un delito equivalente al de pertenencia a banda armada está aún pendiente de apelación (de otra apelación, porque ya pasó por una), es erróneo, en efecto, calificarla de «firme». Ahora bien, si alguien ha sido condenado por un delito y la sentencia ha sido apelada, ¿puede ser condenado otra vez por el mismo delito? ¿Cabe en Derecho acumular sobre la misma persona dos o más condenas por el mismo delito, a condición de que la primera esté pendiente de revisión por instancias judiciales superiores?

El principio clásico del Derecho no bis in idem (que en latín significa «no dos veces por lo mismo» y que en castellano suele formularse como «nadie puede ser condenado dos veces por el mismo delito») no pone como condición, que yo haya visto en ninguno de los papeles que he consultado, que la sentencia primera sea firme, sino sólo que la persona en cuestión haya sido ya juzgada, sin más, por el mismo presunto delito.

De ser así, el error de la sentencia de la Audiencia Nacional en lo relativo a El Egipcio se circunscribiría a un mero problema de redacción. Si en vez de haber escrito «Nadie podrá ser juzgado (*) ni sancionado por un delito por el cual haya sido condenado o absuelto en virtud de sentencia firme», hubiera recurrido a la formulación clásica del principio («Nadie puede ser condenado dos veces por el mismo delito»), habría llegado a la misma conclusión, por lo demás acertada, sólo que más rápidamente y sin jardines innecesarios en el recorrido.

O sea, que El Egipcio estaría bien absuelto de todos modos.

Pero lo menos que me esperaba yo es que, después de haber apostado El País por ese asunto con tantísimo énfasis, concediéndole los honores de la portada en titular a cuatro columnas (**), sus compañeros de grupo periodístico no lo arroparan con el mayor de los entusiasmos. Sin embargo, me encuentro con que la Cadena Ser abre su informativo de las 6 de la mañana hablando de otros asuntos y que, cuando llega a éste, lo rodea de toda suerte de condicionales, en plan «parece», «en tal caso», «cabría deducir»… O sea, cogiéndolo con pinzas.

Ya digo que están muy raros.

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(*) Aquí estamos ante la vieja confusión entre «poder» y «deber», tan frecuente en la lengua castellana. ¿«Nadie podrá ser juzgado…»? ¡Que te crees tú eso! ¡Claro que podrán juzgarlo! Otra cosa es que esté mal hecho. Lo justo sería escribir: «Nadie debe ser juzgado…», etc.

(**) Por lo que deduje de los repasos radiofónicos nocturnos a las portadas de los diarios, El País recurrió anoche a algo que los periódicos suelen reservar para las grandísimas ocasiones: no pasar facsímil de su portada a las emisoras de radio, para no dar tiempo a los demás diarios a reaccionar y refritar la exclusiva. En la jerga de prensa de Madrid, a eso se le llama «No ir a los VIPS», porque los establecimientos de esa cadena suelen recibir los primeros ejemplares de los periódicos allá por la media noche, cuando los demás periódicos no han cerrado sus últimas ediciones.

Escrito por: ortiz.2007/11/06 07:30:00 GMT+1
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2007/11/05 05:00:00 GMT+1

Una visita a Melilla

No recuerdo con exactitud cuándo visité Melilla, invitado por su Ateneo –uno de los escasos refugios locales de la gente de ideas avanzadas–, para dar una conferencia sobre la situación de los medios de comunicación en España. Debió de ser en 1993.

Yo era entonces subdirector de Opinión de El Mundo y las fuerzas vivas de la localidad, empezando por su propio alcalde, del PP, o no me tenían muy identificado, o prefirieron dar prioridad al cargo que ocupaba en el periódico, así que me trataron relativamente bien, aunque sin pasarse.

El mejor detalle que tuvo el alcalde-presidente, Ignacio Velázquez, fue el de regalarme un primoroso libro sobre la ciudad («Melilla mágica»), de grandes dimensiones, editado en papel de excelente factura y lleno de magníficas fotografías de José Sánchez Ponce. El libro, impreso en Málaga –lo que no deja de tener su aquel–, reflejaba muy bien lo más llamativo del aspecto de la ciudad: su medio centenar de edificios de estilo modernista y Art Déco.

Entre las muchísimas cosas que yo ignoraba de aquel enclave español en África una era ésa: que acogió a Enrique Nieto, gran discípulo del arquitecto y político catalanista Lluís Domènech i Montaner, fundador de la llamada Escuela de Barcelona. Nieto hizo escuela en Melilla y tanto a él como a sus seguidores les dieron la posibilidad de trabajar a gusto.

Estuve sólo tres días en Melilla, pero mis anfitriones –con uno de los cuales, José Luis, he seguido manteniendo contacto desde entonces– me organizaron un recorrido histórico-social-cultural-político muy aleccionador, que incluyó, si no me falla la memoria, una visita a Nador. Con el tiempo he recordado que me hablaron también del pueblo bereber y de la lengua amazigh, y me dieron a probar su famoso té verde con hierbabuena, aunque creo que me quedé con el 10% de la mucha información que me proporcionaron.

También recuerdo que la charla que di, apacible en su desarrollo general, tuvo un desenlace un tanto tormentoso cuando, a preguntas de un asistente, expresé mi esperanza de que Melilla acabe teniendo un porvenir democrático y libre ajeno a la dominación política española y a la tiranía alauí. Una parte del público mostró su caluroso apoyo a mis palabras, y otra parte, su aún más caluroso repudio. Se ve que no eran lectores habituales de El Mundo porque, por entonces, si las neuronas no me traicionan, yo ya había dejado caer en el diario en cuestión –aunque de manera discreta y precavida– alguna referencia editorial a la conveniencia de ir repensando el estatuto político de Ceuta y Melilla en paralelo con el de Gibraltar.

A veces me desespera lo muy arbitraria que es mi memoria. Evoco lo que más grabado se me quedó de aquel viaje y recuerdo, por encima de todo, dos imágenes fragmentarias: una, la visión de las mujeres bereberes pasando la frontera, llevando a sus espaldas enormes cargas (incluso pesados electrodomésticos), mientras los hombres las seguían paseando con toda tranquilidad, como si el asunto no fuera con ellos… y el horror del avioncito que me llevó desde Málaga, que parecía un autobús español de los años cincuenta al que le hubieran adosado dos alas con sendos motores de hélice. Murmuré a mi vecino de asiento: «Este trasto de mierda se estrella el día menos pensado».

Lo hizo cinco años después. Murieron las 38 personas que iban a bordo.

Escrito por: ortiz.2007/11/05 05:00:00 GMT+1
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2007/11/04 08:00:00 GMT+1

La orden de Calatrava

He recibido una misiva que se refiere a lo que publiqué hace días sobre la concepción de la arquitectura que tiene Santiago Calatrava. Basta con leerla para imaginar dónde trabajan quienes la han inspirado.

La copio porque tiene su miga. Dice:

«Es verdad que Calatrava no piensa en los usuarios de sus instalaciones. Los trabajadores de las oficinas de AENA en “La Paloma”, que es como se llama la terminal, están metidos en cuchitriles sin ventanas, unas mesas junto a otras, sin paredes que los separen. Deben turnarse para hablar por teléfono. Además, Calatrava se opone a cualquier modificación en el edificio, como poner vallas protectoras en el tejado para los trabajadores o poner un punto de luz en el pico de "La Paloma" para evitar una amplia zona de sombra en la plataforma. Si al final ha tenido que ceder ha sido por que la ley le ha obligado. Ahora le han tenido que conceder el cerramiento de la zona de llegadas, aunque había otras ofertas mucho más baratas. Por cierto: el cemento blanco del que está hecha en parte “La Paloma”, procedente de la cantera de algún familiar suyo, ya está negro por la humedad.

»Otra obra suya fue la torre de control. Aquí se le ocurrió hacer lo que probablemente no se ha hecho en ninguna torre de control del mundo: poner la sala de equipos en la planta baja, por debajo del nivel del suelo. Por supuesto, en cuanto llovió se inundó, con lo que hubo que gastar otros cuantos millones en solucionarlo. Por supuesto que no los pagó él. Aunque la culpa no es suya, sino de quienes siguen contratándolo conociendo su reputación de chapucero y jeta.»

El o los remitentes de la carta no me dicen de dónde se han sacado que la piedra proceda de la cantera de un familiar de Calatrava, de modo que me veo obligado a relativizar la afirmación. Todo lo demás lo considero muy verosímil, en parte porque no es la primera vez que lo oigo, y en parte porque lo he sufrido en persona.

Hace tiempo me llegó otro correo electrónico en el que otros trabajadores del aeropuerto de Loiu (localidad en la que se sitúa “La Paloma” en cuestión) me contaban que la instalación de las cintas transportadoras de los equipajes es tan disparatada que, cuando sufren averías, hay largas disputas entre los mecánicos, porque para acceder al mecanismo hay que reptar por un espacio tan estrecho que nadie con un mínimo de claustrofobia puede soportarlo.

Está también la gracia de los asientos de las salas de embarque, que son muy pocos, pero incomodísimos. Yo me he acostumbrado a pasar los largos tiempos de espera –frecuentes, dadas las condiciones meteorológicas de la zona y las dependencias propias de un aeropuerto de segunda– sentado sobre los aparatos de calefacción y aire acondicionado, que no plantean demasiados problemas: si pones tu chaqueta a modo de cojín no resultan demasiado hostiles, y además casi nunca están en funcionamiento. El mayor inconveniente es que los ha puesto en una zona absurda e innecesariamente abuhardillada. Pero cuando le coges el truco apenas te das coscorrones.

También oí las quejas de los encargados de limpiar las cristaleras laterales, que son de auténtica coña, porque están en pendiente. Por dentro la limpieza es difícil y un tanto arriesgada, pero por fuera sólo podría realizarla en condiciones el propio Spiderman. La solución a la que han llegado es no limpiarlas. Con el tiempo es posible que la gente acabe pensando que son vidrieras.

Constatado todo lo cual, citaré las palabras que pronunció el caballero Calatrava en el acto de inauguración de su pesadilla aeroportuaria. Dijo: «Es un mensaje de amor a estas tierras».

Un par de lectores me han escrito diciendo que mi problema es que no entiendo el arte de Calatrava. Me da que no se han enterado de que no es mi deseo discutir sobre arte, aunque podría hacerlo. Discuto sobre obras de uso público que me toca soportar todas las semanas. Todas. Desde hace años. Los catarros del personal que espera viajeros al aire libre no son ninguna obra de arte. El sufrimiento de las hemorroides de quienes confían en acabar volando no es arte. Las goteras que padece el edificio no son arte, salvo que don Santiago tuviera previsto crear fuentes internas y luego se le fuera el santo al cielo.

Y ya que estamos en ello (y aunque de esto no tenga la culpa Calatrava, que yo sepa): los 20 euros de media que cuesta un taxi que te traslade de Loiu a Bilbao tampoco son arte. Cierto que hay un autobús que realiza ese trayecto, pero para mí que el servicio está organizado por la compañía de auto-taxis: su horario prescinde olímpicamente de la llegada de los aviones, con lo que casi nunca te libras de aguardar su llegada del orden de 20 o 25 minutos.

Para acabar de dar salida a mi cabreo cósmico, añadiré que, para más inri, odio a las palomas, bichos transmisores de enfermedades, cagadores sin cuento, y parásitos tan injustamente mitificados como el propio Calatrava.

Escrito por: ortiz.2007/11/04 08:00:00 GMT+1
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2007/11/01 06:50:00 GMT+1

Dos breves notas

Una.– Parece que hay algún lector que no se ha enterado bien de los cambios de orden que hemos introducido en la presentación de mis textos dentro de este sitio web. El arranque de artículo que aparece ahora directamente, cuando se pulsa la dirección www.javierortiz.net, es el de mi columna diaria en Público, no, como antes, el Apunte del Natural. La razón de ello es que ahora no todos los días va a haber Apunte propiamente dicho (como hoy, por ejemplo), en tanto que siempre, salvo problemas mayores, aparecerá la columna (El dedo en la llaga) que llegue a los quioscos con Público.

Quien quiera leer los Apuntes del Natural (cuando los haya, claro) puede hacerlo sin problemas pinchando en el enlace que con ese mismo nombre aparece en la columna de la izquierda, justo debajo de donde pone “Textos de Ortiz”.

Dos.– Como habéis sido muchos los interesados por el estado de salud de mi compañera, Charo, y no me es posible escribiros o telefonearos a todos, opto por informaros de la situación (brevemente, porque a ella no le gusta demasiado que hable aquí de sus cosas). Os diré que fue operada el pasado lunes de la neumonía severa que obligó a hospitalizarla. La operación se desarrolló de manera plenamente satisfactoria y ya está «en planta», como dicen en la jerga hospitalaria. Ahora le toca recuperar el pleno uso de sus pulmones, lo que llevará su tiempo.

Escrito por: ortiz.2007/11/01 06:50:00 GMT+1
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2007/10/31 07:25:00 GMT+1

No hay comparación

Juan José Ibarretxe, de viaje por México, ha mostrado su enfado ante el hecho de que el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco (TSJPV) vaya a sentarlo en el banquillo de los acusados –y juzgarlo, claro– por haberse reunido a hablar con representantes de Batasuna. Dice el lehendakari que es incoherente que él vaya a ser juzgado por reunirse con gente de Batasuna y el presidente del Ejecutivo español, en cambio, no haya sido ni siquiera llamado a declarar en tanto que responsable de las negociaciones de su Gobierno con ETA.

Ibarretxe se equivoca en un punto importante. El TSJPV no tiene jurisdicción para encausar a José Luis Rodríguez Zapatero. Menos aún por actos que no consta que hayan sucedido dentro del territorio de las tres provincias vascongadas. No sabemos qué habría hecho el TSJPV en el supuesto de que su autoridad alcanzara al presidente del Gobierno español. Dada la hostilidad a cualquier forma de diálogo que algunos magistrados de esa recia instancia judicial han acreditado, lo mismo lo empuraban, si pudieran.

Puestos a señalar incoherencias, sí resulta curioso que el TSJPV jamás haya dicho este auto es mío después de que algunos ciudadanos vascos, incluso no aforados, hayan admitido que se han entrevistado con miembros de ETA para «tomarles la temperatura», según solía decir Rafael Vera.  El asunto es doblemente curioso porque, así como Otegi o Permach no son dirigentes de Batasuna, porque Batasuna carece de existencia legal y, en consecuencia, no puede tener dirección, en cambio ETA sí está legalmente identificada en muy abundante jurisprudencia. Uno puede militar en una organización militar, pero no en un partido que ha sido borrado del registro del Ministerio del Interior. De modo que Ibarretxe no se entrevistó con nadie de Batasuna, sino con un par de caballeros a los que un sector del pueblo vasco atribuye (o atribuía por entonces) una representatividad ideológica, política y social, al margen de cualquier refrendo formal y explícito. Lo cual no puede ser delito.

Escrito por: ortiz.2007/10/31 07:25:00 GMT+1
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2007/10/30 09:30:00 GMT+1

Por tierras vascas

Los amigos de CodeSyntax (Luistxo Fernández, en especial) me han reorganizado la web para convertirla en un producto más sensato.

La culpa de que se hubiera vuelto un tanto caótico la tenía yo –no me cuesta reconocerlo: estoy acostumbrado– porque fui incapaz de prever lo que iba a suceder.

Lo que imaginé es que, como ahora tengo que escribir una columna diaria para Público, los llamados Apuntes del Natural se convertirían en una rareza. Pensé que, con añadir una coda de vez en cuando para no dejar sin comentario algún aspecto lateral que me pareciera de interés, bastaría y sobraría. Una vez más, evalué a la baja mis tendencias opinantes compulsivas. Desde hace un mes, ha sucedido (con cierta frecuencia, además) que la coda era más extensa que la columna principal. Así que hemos optado por segregar ambos capítulos, y ahora lo que ve quien desembarca en el blog es la columna aparecida ese día en Público (porque, a fin de cuentas, es lo que se supone que no faltará nunca) y, si hay algo más que añadir, pues aparecerá añadido, como esto que estoy escribiendo ahora.

Esta semana he viajado a Euskadi en coche, porque tenía bastantes flecos que atender. En mala hora, porque planifiqué el viaje cuando no tenía ni idea de que mi compañera, Charo, se iba a poner enferma. Al final tenía ya tal lío de citas, reservas de hotel y demás que era poco menos que imposible echarme atrás. Sigo con la duda: quizá debería haberme echado atrás. Hoy van a hacerle un par de pruebas jodidillas y yo estaré a 400 kilómetros de distancia.

El domingo visité en Donosti a mi hermano Josemari, el pintor, que ha vuelto a hacer una de las suyas (como está en Babia, tuvo un mareo y se dio un golpetazo, con lo que ahora ha de desplazarse durante unos días en silla de ruedas, aunque él pretende que da igual).

Tenía previsto cenar con otro amigo, pero también estaba chungo, griposo.

Ayer estuve con Luistxo (véase el comienzo de este apunte) y con su hija, que también andaba un poco enfermita, lo que no le impedía resultar de lo más cómica. Luego comí con parte del staff de Noticias de Gipuzkoa, que ya empiezan a ser como viejos compañeros de armas.

Me habría gustado disfrutar de una jornada melancólica guipuzcoana, de ésas que tanto aprecio de vez en cuando, pero se pasó el día lloviendo con ganas. Me acerqué a Hondarribia (Fuenterrabía, o como queráis). Tiempo perdido: entre la lluvia y la niebla, no se veía nada del paisaje.

Enfilé luego para Bilbao, donde cené con dos amigas-amigas (como el café-café, pero en amigas) y nos reímos de todos y de todo, empezando por lo que teníamos más cerca. Fue una cena muy agradable y relajada, pero acabamos a las tantas. Confío en que no tengan un dolor de cabeza abusivo.

Y ahora estoy viendo por el ventanal de hotel un paisaje de lo más hermoso, con el monte Artxanda al fondo y un cielo azul levísimo, como de nubes transparentes. El Guggenheim a la derecha, la cabeza del Sagrado Corazón (espantosa) a la izquierda, el hotel Sheraton (otro horror) delante y un montón de escaleras de edificios de oficinas llenas de gente que sale a fumar.

Bilbao.

Escrito por: ortiz.2007/10/30 09:30:00 GMT+1
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2007/10/29 07:35:00 GMT+1

Arquitecturas vizcaínas (I)

La autocrítica es una actividad sanísima. Además, en contra de lo que muchos parecen pensar, no desprovee de autoridad a quien la ejerce. Al contrario, la refuerza. Si quien te lee o te oye comprueba que no tienes inconveniente en rectificar, una vez que comprendes que estabas equivocado, puede concluir que te esfuerzas por pensar honradamente, y eso te honra.

Yo me equivoqué de medio a medio cuando juzgué el proyecto del museo Guggenheim de Bilbao. Algunas de las críticas que esgrimí tenían su punto de razonables (por ejemplo, que la obra se costeara con cargo a los presupuestos del Departamento de Cultura, cuando se trataba de una pieza clave para el relanzamiento global del Bilbao post fabril, lo que implicaba a bastantes más áreas), pero el conjunto de mi toma de posición, hostil al proyecto, fue un error. Es indudable que la audaz obra de Frank Gehry ha sido esencial para la reconversión de Bilbao en un polo de atracción turística y cultural del que no sólo se beneficia la capital vizcaína, sino el conjunto de Euskadi.

Recuerdo el día que lo visité por primera vez. Iba con la malsana intención de confirmar mis más lúgubres presagios y ponerlo a caldo. Empecé mirándolo por fuera. Luego entré, lo recorrí y pasé un buen rato contemplando alguna de las obras que exhibía (admito que tengo una debilidad casi enfermiza por la pintura de Vasily Kandinsky, y había varias). Me topé también con otras piezas que me interesaron muchísimo menos, pero no recuerdo ni un solo museo en el que no me haya sucedido lo mismo, incluido el de Orsay, que es de quitar el hipo. Cuando salí del de la ría de Bilbao al cabo de las horas, hube de admitir mi yerro. Dije: “Qué le vamos a hacer. Está muy bien.”

De los aspectos que más me gustaron, subrayaré uno: tuve la sensación de que el arquitecto había puesto un interés real en que fuera un edificio cómodo para el visitante. Que pudiera recorrerlo con facilidad y tuviera la oportunidad de ver las obras en condiciones correctas, con la luz y el espacio adecuados.

Bien: vaya esto en honor del Museo Guggenheim de Bilbao, con autocrítica incluida.

Mañana hablaré de Santiago Calatrava.

Nota de edición: columna publicada el 29 de octubre de 2007 en Público: Arquitecturas vizcaínas (I).

Coda

Ayer lancé en las ondas de Radio Euskadi un irónico “Gora Bob Dylan!”. Hoy publico en Diario de Noticias de Gipuzkoa un artículo en el que justifico esa consigna. El artículo se titula Dylan, fiel a sí mismo y clicando en el enlace lo hallaréis.

Escrito por: ortiz.2007/10/29 07:35:00 GMT+1
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2007/10/28 05:00:00 GMT+2

Una bochornosa pamema vaticana

Sostiene el célebre dicho anglosajón: “Si no puedes vencer a tu enemigo, únete a él”.

Es una recomendación extremadamente discutible. Depende, muy en especial, de lo que tu enemigo esté haciendo en el momento en el que especulas con la posibilidad de sumarte a su causa.

Pongamos que está masacrando a los tuyos. Tampoco es cosa de colaborar.

El ministro español de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, ha decidido plantarse hoy en Roma (o le han decidido que se plante) para adornar con su muy institucional presencia el acto de beatificación de medio millar de religiosos que perdieron la vida durante la Guerra Civil española a manos de milicianos o soldados de la República.

El Vaticano pretende que no es un acto político. Pero lo es, y a mucha deshonra. El sucesor de Pio XII sólo se ha acordado de los curas que murieron a manos de los rojos. No ha querido saber nada de los que asesinaron los franquistas.

Por razones de origen y corporativas, tengo presente en particular el caso del sacerdote tolosarra José Ariztimuño Olaso, Aitzol, columnista de El Día, diario guipuzcoano de los años treinta. Ariztimuño fue torturado en la cárcel de Ondarreta y fusilado en la noche de 17 de octubre de 1936 en el cementerio de Hernani. ¿Razón? Su defensa del entendimiento entre los pueblos, la paz y la causa vasca.

Están  documentadas otras 16 ejecuciones sumarias de religiosos vascos, que fueron asesinados cuando la jerarquía católica decidía calificar de “Cruzada” la causa criminal de Franco. Supongo que por otras tierras de la piel de toro habrá casos semejantes.

Tengo documentado un caso de signo contrario. Es el de un sacerdote ultra que violó un secreto de confesión para que las fuerzas franquistas pudieran capturar a un republicano católico que estaba escondido. Lo prendieron y lo fusilaron. ¿No podría ser excomulgado post mortem un cuervo tan repugnante?

He ahí hoy un ministro de Exteriores de un Gobierno que se dice socialista, amparando con su patética presencia una pamema vaticana, que no sólo destila viejos rencores avinagrados, sino muy renovadas ganas de retomar la pelea para volver a las mismas.

Así no sea.

Nota de edición: columna publicada el 28 de octubre de 2007 en Público: Una bochornosa pamema vaticana.

Coda.

Me comunicaron ayer la muerte de Manuel Moreno, Manolo.

El obituario del periódico lo define como «empleado de El Mundo».

 Hubiera preferido que lo llamaran «trabajador». O, todavía mejor, «carpintero mayor».

En los periódicos, llamamos «carpinteros»  a quienes se encargan de que lleguen a la imprenta las páginas que confeccionamos los periodistas, diseñadores y demás especímenes de mal agüero. Ellos las supervisan, comprueban que todo está en su sitio y que no incluyen más tonterías de las imprescindibles. A partir de lo cual, les dan el visto bueno.

A veces les exigen que las firmen, incluso, para que quede claro a quién hay que echar la bronca, si se tercia.

Cuando me tocó ser redactor-jefe en El Mundo –en la época en la que todavía había redactores-jefe al estilo de Lou Grant– trabajaba mano a mano con Manolo. Llegamos a entendernos  sin necesidad de hablarnos. En aquellos tiempos todavía se montaban las páginas a mano, encerando las columnas y las fotos, y las cosas salían rectas porque teníamos buena vista. «Manolo, esa foto está torcida». «Joder, Javier: medio milímetro, como máximo». «Pues eso», le replicaba. Y nos reíamos.

A veces, después de comer, echábamos una partidita. Jugábamos a la escoba. Casi siempre me ganaba. Era un hacha.

Con Manolo charlé de muchas cosas de las que no podría dar cuenta aquí sin su permiso, y ya no lo tendré.

Oigo decir ahora que nunca hablaba de política. Sería con otros.

Manolo Moreno Pérez fue un magnífico periodista. Porque periodistas somos todos los que hacemos periódicos: supervisando el acabado de las páginas, llevando las bobinas de papel a la rotativa, vigilando que las páginas salen bien entintadas, cuidando las conexiones informáticas, repartiendo el correo, captando publicidad, distribuyendo los ejemplares a los quioscos, atendiendo los teléfonos, cubriendo conferencias de prensa, yendo al quinto coño a ver qué pasa, escribiendo crónicas, haciendo el pavo escribiendo columnas… Todos igual de periodistas. Para lo bueno y para lo malo.

La última vez que lo vi fue en la barra de una cafetería cercana a El Mundo, donde estaba yo negociando alguno de mis múltiples litigios. «¡Qué bien te lo montas, cabrón!», me dijo. «¡Pues mira que tú!», le respondí, riendo.

Nos dimos un abrazo.

Fue el último.

Escrito por: ortiz.2007/10/28 05:00:00 GMT+2
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