En una conferencia pronunciada en Washington sobre «Amenazas globales y estructuras atlánticas», el ex presidente del Gobierno español José María Aznar ha mostrado su irritación ante el hecho de que los musulmanes exijan al Papa que se disculpe por haber vinculado la fe coránica y la violencia pero, a cambio, «ningún musulmán pida perdón por conquistar España y estar allí ocho siglos».
Cada cual es muy dueño de tener las opiniones que más le convenzan, o que mejor cuadren a sus intereses. No se le puede pedir a alguien que se identifica con la derecha radical que se muestre ponderado. Otra cosa es cuando ese alguien, que para más inri hace las veces de referente obligado de toda la derecha española, demuestra que es poseedor de una ignorancia de tomo y lomo. De una ignorancia que, además, exhibe con anonadante orgullo.
¡Que los islamistas pidan perdón por conquistar España y quedarse ocho siglos! ¿Y a quién podrían pedírselo? ¿A los descendientes de las poblaciones magdalenienses que invadieron la península al final del cuaternario? ¿Tal vez a los herederos de los fenicios que llegaron hasta Gades, hoy conocida por Cádiz, y allí se quedaron? Quizá les conviniera alcanzar algún tipo de acuerdo con los romanos, que no sólo nos invadieron, sino que nos impusieron su lengua y sus costumbres. Así se repartirían con ellos la culpa. Podrían hacer extensivo el pacto a la parentela de los suevos, vándalos y alanos, que se dejaron caer por aquí allá por el siglo V, y a la de los visigodos, que vinieron tras ellos (y a por ellos).
Los musulmanes no invadieron «España» –lo que hoy entendemos por España, si es que entendemos algo–, por la muy elemental razón de que los reinos malamente asentados en la península ibérica a la altura del año 711 ni constituían ni habían constituido nunca una entidad única y diferenciada. Invadieron una serie de reinos independientes cuyos territorios ni siquiera se circunscribían a los de la España actual, porque llegaban en unos casos más allá de los Pirineos y en otros a las tierras de la actual Portugal. No cabe invadir lo que no existe. Para poder hablar con cierta propiedad de «España» hay que esperar al siglo XV, cuando se produce la unión confederal de los Reyes Católicos. Por lo demás, los musulmanes tampoco se quedaron ocho siglos, no sólo porque ya en el propio siglo VIII y a lo largo del IX tomaron cuerpo en la mitad norte peninsular varios reinos cristianos, por más que enfrentados entre sí (lo mismo que los musulmanes, todo sea dicho), sino también porque bastantes gentes de origen musulmán más o menos remoto se quedaron, muy particularmente en las costas levantinas, tras la conquista cristiana de sus tierras.
José María Aznar está por encima de estos pequeños detalles históricos. Tampoco tiene en cuenta que, si de predominio de los valores de la Razón se habla, aquellos musulmanes «invasores» dieron muestra de mucha más tolerancia y apego al espíritu libre de la Ciencia que sus enemigos cristianos que, en cuanto pudieron, se afiliaron al oscurantismo, instauraron la Inquisición y organizaron feroces persecuciones contra quienes no profesaban su fe.
Solamente alguien que haya forjado sus criterios sobre la Historia de España en la lectura de los tebeos del franquismo, y en particular de «El Guerrero del Antifaz», puede ofrecer una visión tan ridícula, a fuerza de anacrónica, de la presencia musulmana en la península ibérica, ligándola con hechos actuales cuya naturaleza y sentido político-social son por entero diferentes.
Sólo hay algo de común entre el islamismo que vino del otro lado del Estrecho en aquel tiempo pretérito y el islamismo –los islamismos– de nuestro tiempo: Aznar los desconoce todos por igual.
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: Aznar historiador.