¿Tiene el Gobierno de Rodríguez Zapatero, en pleno o en parte, algún interés inconfesado en la OPA de Gas Natural sobre Endesa? Carezco de datos que lo prueben de modo concluyente —no he visto que nadie los tenga—, pero doy por supuesto que sí. Por una razón elemental: los asuntos económicos de gran envergadura nunca dejan indiferentes a los gobernantes. Y no por el tan manido «interés general».
En ese sentido, resulta hasta cómico que el portavoz gubernamental, Fernando Moraleda, se empeñe en enfatizar, como hizo ayer, que «no hay ya ni amigos ni favores en las decisiones del Gobierno, y menos a costa de los derechos de los consumidores y los accionistas». Todo el mundo sabe que no hay gobierno que mire ese género de asuntos sin hacer sus particulares cálculos políticos y sin tener en cuenta qué bando le es más propicio. Del mismo modo que todo el mundo sabe que jamás ningún gobierno reconocerá nada de eso.
Hace un siglo —o incluso más— los críticos del sistema capitalista se empeñaban en desvelar las relaciones de colusión existentes entre los responsables de la política y los dueños de la economía. Hoy ese esfuerzo es totalmente innecesario. Unos y otros forman un todo compacto. El bloque del poder se ramifica, pero es un mero reparto de funciones. Su interior está unido por grandes vasos comunicantes. Los políticos, en cuanto se deciden a descansar, pasan sin ningún problema a convertirse en empresarios, o en financieros. O al revés, como en el caso de Rato y de Piqué. Nada hay de extraño tampoco en que los grandes empresarios intervengan en la vida política, sea gracias a su trato de favor a tal o cual partido o sea a través de los medios de comunicación en los que tienen presencia, o que controlan, sin más. En cualquier caso, la relación entre todos ellos es constante: no paran de hablarse, de verse, de consultarse, de darse consejos mutuos, de practicar el do ut des con la mayor de las naturalidades.
No me cuesta nada creer que el sector PSC del Gobierno de Zapatero tenga un marcado interés en que Gas Natural y la Caixa salgan reforzados de esta polémica operación. Se trata de empresarios y financieros que, por decirlo así, les pillan de cerca.
Lo que no creo —lo que no puedo ni imaginar— es que nada de lo que está en juego en esa operación tenga que ver con ningún proyecto de catalanismo a ultranza. Menos aún de nacionalismo, y no digamos nada de separatismo. No sólo porque la empresa y la entidad financiera concernidas tienen más que acreditado su nihilismo nacional —o su vocación transnacional, si ustedes prefieren—, sino también porque la propia dirección del PSC ha demostrado sobradamente a lo largo del tiempo que, para ella, a la hora de buscar apoyos económicos y fuentes de financiación, la política tiene partido, pero no bandera. Recordemos Filesa, Malesa y Time Export. Aquello no sirvió para financiar ningún proyecto catalanista, precisamente.
En fin, y por decirlo resumidamente: quien pregone que la OPA de Gas Natural es un instrumento del nacionalismo catalán se engaña a sí mismo y engaña a los demás. La cosa va de negocios. Compartidos entre cuantos sea, pero negocios.
Nota de edición: Javier publicó una columna del mismo título en El Mundo: Asuntos de dinero.