Apuntes del natural
[Del 28 de mayo al 3 de
junio de 2004]
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Más de lo mismo
(Jueves 3 de junio de 2004)
Oí anoche a Jiménez de Parga durante unos minutos en un
canal de televisión de esos raros que hay ahora. Digo «durante sólo unos minutos»
no porque la entrevista fuera breve, sino porque no conseguí durar más ante la
pantalla. El tipo así, como lo había
calificado en el Apunte de la mañana,
estaba explicando que no fue su intención ofender a nadie cuando señaló que
hace diez siglos, «allá por el año 1000», en Andalucía ya había «fuentes de
colores y de olores», cuando «otros» aún no habían aprendido «ni a lavarse».
Nuestro culto presidente del Tribunal Constitucional aclaró que, cuando dijo
eso, no estaba pensando en Cataluña, en particular, sino «en el resto de
España, en general».
¿En
el resto de qué? ¿En el año 1000? En el año 1000 no existía España. «España» no
es un concepto geográfico, sino histórico. Hablar de España con referencia a
aquellos tiempos es un perfecto anacronismo.
No
constituyendo Andalucía parte de «España», ¿cómo saber en qué podía consistir
«el resto de España»?
Por
lo demás, está documentado que los pobladores de la península ibérica conocían
desde tiempo inmemorial algunas técnicas de aseo personal, técnicas que
alcanzaron un desarrollo relativamente satisfactorio con la colonización
romana. A lo que parece, de todos modos, allá por el año 1000, había en la
península ibérica, incluida su parte meridional, gente algo más limpia y gente
algo más guarrindonga (sin que quepa considerar tal cosa como un precedente del
carácter nacional español, porque lo mismo pasaba allende el Pirineo).
Me
preguntaron ayer por Jiménez de Parga en la tertulia de Pásalo (un programa vespertino de la televisión vasca en el que
vengo colaborando). Recordé los tiempos en que todo el mundo se horrorizó mucho
al enterarse de que Idi Amin Dada, el sanguinario dictador ugandés, se zampaba
con gran delectación a los hijos de sus oponentes. El personal se preguntaba
cómo podía haber en este mundo una persona tan terrible. Y conté que, cuando se
hablaba de aquello, yo solía responder que el problema fundamental no es saber
cómo puede haber alguien así o asao, porque somos tantos sobre la tierra que
haber, hay de todo, sino cómo pudo ser, por qué razones, respondiendo a qué
tendencias y a qué intereses sociales, que un tipo tan cruel como Idi Amin Dada
–ex coronel de las tropas coloniales británicas, por cierto– pudiera
encaramarse a la jefatura de un Estado. Del mismo modo –«salvando las distancias»,
precisé–, lo esencial no es saber cómo puede haber alguien que diga las
impertinencias que dice Jiménez de Parga, porque personajes así los hay a
patadas a lo largo y ancho de la piel de toro, sino establecer por qué alguien
tan decididamente burreras fue seleccionado por los gobernantes de Madrid para
ejercer de presidente del Tribunal Constitucional español. Y la respuesta cae
por su propio peso: querían un tipo como él, alguien que actuara sin remilgos
ni consideraciones, alguien capaz de asumir con total desenvoltura los
disparates que hiciera falta, siempre que ello conviniera a la sacrosanta causa
de «la unidad de España».
Lo
cual quiere decir que la explicación del fenómeno aberrante que representa
Jiménez de Parga no hay que buscarla en Jiménez de Parga, sino en Aznar.
¿En
Aznar solo? Bueno, tampoco exactamente. Porque a Jiménez de Parga deberían
haberlo relevado del cargo hace ya algunas semanas, y lo han mantenido lo
necesario como para que se hiciera cargo también de la papeleta de Herritarren Zerrenda. Y esa fea maniobra no cabe
achacarla a Aznar, sino a su sucesor.
ZP, que le llaman.
Nota de régimen interno.– Recibo algunos mensajes
electrónicos felicitándome por el constante aumento del número de visitas
diarias que recibe esta web. Alguno se asombra de que la media haya pasado de
1.866 visitas diarias el mes pasado a 2.111 en estos tres primeros días de
junio. Es cierto que el incremento está siendo constante, pero la cifra del mes
de mayo es engañosa, porque hubo un día que el contador estuvo prácticamente
bloqueado, lo cual influyó, como es lógico, en el cómputo mensual. En cuanto al
incremento de las visitas –que es de todos modos real, e importante– tengo que
decir que sólo en parte es mérito mío. Hay que agradecérselo en muy buena medida
a los amigos de otras webs y de algunas listas de correo que, cuando «rebotan»
algunos de estos Apuntes, citan la
procedencia, lo que representa una publicidad impagable (e impagada, claro). En
este sentido, debo una gratitud muy especial a los amigos de Rebelión ( http://www.rebelion.org ) y
a los de Nodo50 ( http://www.nodo50.org ), cuya desinteresada ayuda me está siendo decisiva.
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Un tipo así
(Miércoles 2 de junio de 2004)
Se
va como llegó: diciendo sandeces. Aún no había asumido el cargo de presidente
del Tribunal Constitucional y ya la lió buena con sus declaraciones sobre el
«lehendakari de Oklahoma» y las fuentes que tenían en Andalucía cuando «los
demás» –sea eso lo que sea– no sabían «ni lavarse». Y, después de una
trayectoria marcada por deliberaciones del TC que él inauguraba anunciando
«Señores, no olviden que vamos a debatir sobre una cuestión de Estado» (las
referidas a Euskadi, en particular), se va enseñando una vez más la patita
antinacionalista (es decir, nacionalista española).
Su
inquina contra los nacionalismos periféricos y, ya de paso, su carácter
profundamente carca. Se mostró ayer enfadadísimo con los ataques contra la
Iglesia católica que él cree percibir por todas partes, en general, y por la
parte del cine de Almodóvar, en particular.
Que
un particular llamado Manuel Jiménez de Parga tenga tales o cuales odios y
devociones y quiera darlos a conocer es cosa de muy limitado interés, de la que
yo, al menos, no me ocuparía. Pero que el presidente del Tribunal
Constitucional del Estado español aproveche el acto de presentación pública de
la Memoria anual del organismo para ponerse a despotricar ad hominem contra un cineasta y se ponga a contar lo feliz que fue
él con los Padres Maristas, y que ose
incluso emprenderla contra la mayoría del propio Tribunal que aún preside, es
un hecho insólito, disparatado, inaceptable en algo que quiere revestirse de
los signos externos de un Estado de Derecho.
Pero
la culpa no es suya. Quienes le eligieron necesitaban a un tipo así, sin ningún
miramiento, sin respeto alguno por las formas. Y se buscaron a éste. A esto. Se
va como vino. Y para lo que vino.
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La carta
(Martes 1 de junio de 2004)
Acabo
de leer la información que trata de sustentar la tesis de un posible trabajo
conjunto entre ETA y grupos terroristas islámicos.
No
la veo consistente.
Los
terroristas de adscripción fundamentalista islámica se han caracterizado
siempre por su rechazo a hermanarse no sólo con «infieles», sino incluso con
quienes, siendo de fe musulmana, sitúan su acción política en el plano de lo
civil. Esa fue una razón clave por la que Al Qaeda nunca aceptó coordinarse con
el régimen baazista de Sadam Husein. Para los integristas islámicos, Sadam era
(es) un blasfemo. ¡No digamos ya ETA!
La
información se apoya en una carta que habría enviado a Urrusolo, encarcelado
por entonces en Soto del Real, «un islamista conocido como Ismail preso en la
cárcel de Fresnes». Es todo lo que se nos cuenta (aparte del texto de la
misiva, del que, por lo menos en la versión electrónica del artículo, no hay
facsímil).
Dos
aspectos básicos de la información me plantean serias dudas.
En
primer lugar, en lo publicado no se identifica al tal «Ismail», ni se cuenta en
qué organización milita, ni sedice por qué está preso en Francia. Con lo cual,
no se ve en qué se sustenta la afirmación de que se trata de un «líder
islamista».
En
segundo término, no se relata por qué vía envió el tal Ismail su carta desde la
cárcel de Fresnes hasta la de Soto del Real. Es un extremo importante, porque
en el contenido de la carta hay algo que resulta realmente extravagante: lo que
dice es demasiado comprometido como para confiarlo al correo ordinario, pero
demasiado trivial y vaporoso como para justificar la utilización de un correo clandestino.
Todo
eso sin contar con otras consideraciones marginales, como por ejemplo que
Urrusolo no habría sido en ningún caso el contacto adecuado para propiciar una
hipotética colaboración de ETA con comandos islamistas, así fuera sólo por el
mero hecho de estar preso. (Si ETA deja siempre en dique seco a los dirigentes
encarcelados, no digamos a Urrusolo, de cuya heterodoxia han tenido pruebas más
que sonadas).
No
presupongo que la carta del llamado «Ismail» sea falsa. Me limito a decir que,
por lo que de momento sabemos de ella, no sirve ni como indicio.
Menos
aún, obviamente, la charla entre De la Juana Chaos y una amiga suya que se cita
en la misma información. Que De la Juana soñara con montarle al Gobierno de
Madrid una «pinza», uniendo a los atentados de ETA una ofensiva islamista sobre
Ceuta y Melilla, me parece muy posible. Pero que De la Juana haya soñado con
eso no quiere decir que alguna vez ese sueño haya tenido la más mínima
posibilidad de concreción, y menos aún que nadie haya dado ningún paso para
concretarlo.
Va
a haber una comisión parlamentaria dedicada a investigar la actuación del
Gobierno de Aznar en relación al 11-M. Es lógico que el PP se dedique a filtrar retazos de información más o
menos confusos, para tratar de enmarañar lo sucedido y justificar su actuación
de aquellos días. Pero no creo que la publicación de esta carta le vaya a valer
de gran cosa. Tendrá Acebes que esmerarse un poco más si quiere librarse del
estigma de la mentira.
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Bono en su salsa
(Lunes 31 de mayo de 2004)
Bono
montó ayer en Almería el Día de las Fuerzas Armadas. Dicen las crónicas que
asistieron a los actos 25.000 almerienses. Es una buena cantidad de gente,
aunque muy inferior a la que se ha movilizado por allí en varias ocasiones para
oponerse a la regularización de la situación laboral de los inmigrantes, sin ir
más lejos.
Cuentan
que Bono es ya el ministro que aparece mejor valorado en los sondeos de
opinión. Lo veo lógico.
Hace
unas semanas escribí un artículo en su contra en el que me referí a las
repetidas veces en que juró y perjuró que nunca aceptaría ser ministro, porque
él tenía «un compromiso ineludible con Castilla-La Mancha». Ironicé recordando
cómo se olvidó de la promesa justo en cuanto vio que podía dejar de ser un
brindis al sol. Al día siguiente recibí varios correos de gente que me
reprochaba que me lanzara así a por «un ministro socialista». No me sorprendió
esa reacción.
Bono
juega con ventaja. De un lado, la mayoría del electorado socialista está con él
de manera casi incondicional, haga lo que haga, porque es uno «de los suyos».
Del otro, goza de la simpatía de una parte nada desdeñable del electorado del
PP, porque no para de hablar de Ejpaña, de la cantidad de valores
eternos que tienen tanto Ejpaña como
su milicia, de cómo todo irá bien «si Dios quiere», etcétera. Eso, las procesiones bajo palio que se monta
por Corpus Christi y actos como el de ayer en Almería mueven a bastantes
simpatizantes del PP a sentir que, en el fondo, Bono también es «de los suyos».
Se
suma lo uno y lo otro y ya está: el ministro mejor valorado.
Los
mandamases presentes en los actos de ayer en Almería se explayaron hablando de
lo mucho que se han modernizado las Fuerzas Armadas españolas, tanto material
como espiritualmente, y lo muy a la altura que están de la moderna España del
siglo XXI. Acabado lo cual, todos se pusieron muy firmes y cantaron La muerte no es el final, en homenaje a
«los que dieron su vida por España». ¡Todo un ejemplo de arrebatada modernidad!
El citado himno se basa en dos supuestos de naturaleza militarista, mística y
reaccionaria. Primero, pretende que los militares «dan» su vida, cuando lo
cierto es que la pierden, sin más, y muy a su pesar. Y segundo: sobreentiende
que «dan» su vida «por España». No por la convivencia en libertad, no por la
hermandad de los pueblos, sino «por España», convertida en un ente inmanente
situado más allá de toda opción ideológica y de todo ordenamiento jurídico.
Para
rematar la faena, tan moderna y tan del siglo XXI, ¿quién faltaba? Dios, por
supuesto. Él es el destinatario de la letra del himno: «En Tus palabras
confiamos / con la certeza que (sic) Tú
/ ya le has devuelto a la vida, / ya le has llevado a la luz».
Bono
en su salsa.
Y
el socialismo, en avance irrefrenable.
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La amargura del
editorialista lúcido
(Domingo 30 de mayo de 2004)
Hay
propietarios de periódicos de afán tan monolítico que no cejan hasta hacerse
con un equipo de editorialistas en total sintonía con ellos mismos. En
principio la tarea no parece fácil, pero en la práctica no resulta tan
complicada: basta con seleccionar periodistas que dispongan de un buen bagaje
cultural, que escriban con técnica aceptable, que conozcan bien las
inclinaciones y los intereses del jefe y que carezcan de principios, a no ser
que la ambición personal a toda prueba compute como principio (al modo de pulpo
como animal de compañía, según el conocido anuncio).
Otros
capitanes de naves periodísticas –los menos– prefieren seleccionar para
editorialistas a personas con criterios eventualmente contrarios a los suyos,
que les repliquen a la hora de tomar posición y les presenten objeciones.
Consideran que, de este modo, sus propias opciones editoriales (que son las que
acaban imponiéndose, claro está, porque para eso son los que mandan) aparecen
más preparadas para afrontar las críticas.
Quienes
asumen el oficio de editorialista en estas últimas condiciones ya saben que
sólo de manera excepcional acabarán escribiendo artículos que expresen sus
puntos de vista personales, y lo sufren, pero se resignan: a fin de cuentas,
las opiniones editoriales no van firmadas y quienes las leen ya saben que
reflejan el punto de vista institucional del
medio, no el criterio particular de quienes finalmente las han puesto negro
sobre blanco. Si, además, han logrado que algunos de sus argumentos aparezcan
reflejados en el texto final, la
amargura es algo menor.
Con
todo y con eso, pasar los días, las semanas y los años sirviendo de intérprete
a opiniones ajenas, cuando uno las tiene propias y bien firmes, es duro.
Desgasta la moral del más pintado.
Por
eso siempre he creído que demuestran mucha inteligencia los jefes de periódico
que facilitan a sus editorialistas menos acomodaticios la posibilidad de
escribir artículos de opinión con firma. Les proporcionan de ese modo una
válvula de escape. Para que no revienten.
A
mí, que ejercí de editorialista en El
Mundo durante diez años, ocho de ellos como responsable de la sección,
Pedro J. Ramírez me ofreció desde el principio la opción de ser también
columnista. Y doy por hecho que esa circunstancia es la que explica, mejor que
ninguna otra, que tardara tanto en dimitir del cargo.
Con
todo, renuncié en el verano de 2000 a seguir ejerciendo de editorialista. Pedro
García Cuartango, que fue mi segundo durante
los últimos años –aunque en montones de materias tuviera ya por entonces una
preparación muy superior a la mía– fue el designado para sustituirme.
Separado
desde hace ya casi cuatro años de la Redacción, compruebo hoy que Ramírez sigue
ofreciendo a los jefes de Opinión del diario la posibilidad de escribir con su
firma para decir lo que tienen a bien, aunque con ello contradigan de pe a pa
la línea sostenida oficialmente por
el diario.
Para
aquellos de vosotros que no hayáis tenido ocasión de leer el artículo que
Cuartango ha publicado hoy en El Mundo
con referencia a la boda real («Irreal espectáculo»),
lo ofrezco adjunto. Es una prueba brillante de su inteligencia crítica, de su
fina capacidad de análisis y, ya de paso, de lo bien que sabe escribir.
«¿Y
así opina el subdirector responsable de la sección de Opinión de El Mundo?», preguntará más de uno,
sorprendido. Supongo que, cuando le
hagan esa pregunta, Cuartango responderá como lo hacía yo cuando estaba en ese
puesto y me venían con las mismas: «Lo más definitorio del cargo de subdirector
de Opinión en El Mundo es la primera
sílaba: sub.»
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Mayor y los bobos
(Sábado 29 de mayo de 2004)
Esperanza
Aguirre se declaró feliz anteayer porque el último pulsómetro de la Cadena Ser ha indicado que Mayor Oreja es el
cabeza de lista a las elecciones europeas mejor valorado por los presuntos
votantes. «¡Hasta ellos lo
reconocen!», clamó en un mitin, sin darse cuenta –supongo– de lo raro que
quedaba ese «ellos» aplicado a las personas consultadas en un sondeo de
opinión.
Digo
yo que doña Esperanza no habrá olvidado que otros «ellos» de idéntica
procedencia se mostraron persuadidos hace algo más de dos meses de que Mariano
Rajoy ganaría las elecciones generales. Y que, tres años atrás, otros «ellos»
muy similares daban por hecho que Mayor Oreja vencería en las elecciones
autonómicas vascas. Seguro que recuerda lo mucho que todos esos «ellos»
acertaron.
A
lo largo de su ya dilatada carrera política, Jaime Mayor ha evidenciado que
tiene un serio problema con las urnas. Los sondeos se le dan bien pero, cuando
llega la hora de la votación, se atasca. No es que fracase en la movilización
de sus partidarios; es que, según todas las trazas, resulta todavía más eficaz
movilizando a los electores contrarios.
Las
listas al Parlamento Europeo están siempre bajo sospecha. La ciudadanía se
barrunta que los partidos envían allí a tres tipos de dirigentes: a los
fracasados, a los que incordian y, muy en especial, a los fracasados que
incordian. No creo que haya muchos electores que duden de que, si el PP ha
optado por mandar a Mayor Oreja a Estrasburgo, es para ofrecerle una salida más
o menos honorable, pero sobre todo lejana.
No
son circunstancias que ayuden a suscitar un entusiasmo loco en los votantes.
Apunté
el otro día cómo Mayor Oreja ha trazado las grandes líneas de su campaña electoral para el 13-J acusando al PSOE de
pretender una Europa «socialdemócrata, laica y enfrentada a los EEUU». Ahora
dice que espera que los socialistas no hablen de Irak durante la campaña,
porque eso sería «tomar a los electores como
bobos» (sic). Es decir, que
considera que un punto esencial en la campaña debe ser la crítica del
distanciamiento europeo de EEUU... ¡pero no quiere que se hable de la causa
principal de ese distanciamiento! Me da que el que toma al electorado por bobo
es él.
He oído en las últimas horas un par de intervenciones
públicas del cabeza de lista del PSOE, Josep Borrell. Bastante flojas. No creo
que el ex ministro de González vaya a dar la victoria a su partido. Para mí
que, tal como están las cosas, el activo electoral más importante que tienen
los socialistas de cara a las próximas elecciones es Mayor Oreja.
Nota.– Este apunte es muy parecido a la columna que hoy publico en El Mundo. He retirado una argumentación, que ya empleé en un apunte anterior, y he añadido otra nueva. He hecho este apaño por simples razones de comodidad: ayer por la noche tuve un pinchazo en la moto, la dejé en el quinto infierno y tengo que ir ahora a por ella, antes de que me la birlen o me la desmonten.
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«¡La economía,
estúpidos!»
(Viernes 28 de mayo de 2004)
Se perpetró ayer en Madrid, como todos los
años por estas fechas, la corrida de toros de la Asociación de la Prensa
capitalina. En primera fila de la plaza de Las Ventas se sentó el jefe del
Estado, Juan Carlos de Borbón, junto al presidente de la Asociación de la
Prensa de Madrid, Fernando González Urbaneja.
El monarca, atendiendo al patrocinio del
festejo, accedió a ser entrevistado en directo por un periodista de Canal
Satélite Digital, emisora que retransmitía el suceso a través de Canal Deporte (sic). Sentado frente al televisor, soñé
por un instante con la posibilidad de que el entrevistador, consciente de las
especificidades del personaje, le preguntara: «Díganos, majestad, ¿qué le gusta
más: una buena corrida o una buena corrida?» No se produjo el milagro. Tuve que
conformarme con una arenga regia sobre la necesidad de respaldar «nuestra
fiesta nacional».
Bueno, pues hablemos de eso. ¿Hay que
respaldar la tauromaquia? Los antitaurinos saltan al punto y dicen que de eso,
nada; que lo que hace falta es prohibir de una vez por todas ese lamentable y
sanguinolento espectáculo. Lo cual conduce de modo inevitable al eterno debate:
que si las costumbres populares, que si los atavismos, que si las tradiciones y
el margen de tolerancia que deben merecer (o no), que a ver quién es el guapo
que se atreve a meter mano a los Sanfermines, etcétera.
La discusión que yo planteo es previa y
apunta a las propias palabras del rey, que reclama apoyo para el mundo del
toro. ¿Quién se supone que debe prestarle ese apoyo? Digo yo que, si realmente
es «la fiesta nacional», si está tan «dentro de la entraña del pueblo» como
aseguran y si hay tantos y tantos dispuestos a romperse los cuernos para que se
mantenga per in sæculam sæculorum, no
deberían tener mayor problema. Que se lo sufraguen ellos mismos de su bolsillo
y ya está.
Pero no. Reclaman subvenciones públicas.
El debate no debería versar sobre si hay
que prohibir o permitir la sedicente fiesta, sino sobre quién debe correr con
los gastos. Sobre si hemos de pagar entre todos un espectáculo que, digan lo
que digan, sólo interesa –y de manera ocasional– a una muy exigua minoría de la
población española.
Porque ése es el meollo del asunto. La Feria
de Abril, San Isidro, los Sanfermines... Hay al año, sí, un puñado de ferias,
aquí y allá, que se autofinancian, o que incluso arrojan algún beneficio (*).
Pero, salvando esas corridas, que son pocas, la gran mayoría de los festejos
que se celebran durante la larga temporada taurina no dan ni de coña para
cubrir gastos. Y con los beneficios exclusivos de las ferias más sonadas no se
podría mantener todo el tinglado taurino: la crianza de reses bravas, los
honorarios de los matadores, los sueldos de las cuadrillas... Para sustentar
eso se requiere un dineral, y ese dineral no entra por taquilla.
Ahí está el punto débil de la pésimamente
llamada «fiesta nacional». Liberalícese, privatícese realmente el negocio de la
tauromaquia, prohíbase a ayuntamientos y diputaciones inyectarle fondos por vía
directa o a través de asociaciones, hermandades, montepíos o las vainas que
sean, déjenlo de una vez a su suerte, como si fuera un astillero, y ya veremos
cuanto aguanta. Cuanto no aguanta, quiero decir.
Reclamemos a Bruselas que examine las
cuentas del mundo de los toros y que se pronuncie sobre las subvenciones que
recibe de las administraciones españolas, particularmente de las locales. Y si
dictamina que ese dinero público no está protegiendo ningún bien social, que
obligue al Estado español a cerrar ese grifo.
¿Para qué debatir sobre filosofías cuando
el problema es de mero rigor presupuestario?
(*) Incluso ésas no se financian gracias a la afición. Buena parte de las plazas se llenan en esas fechas de gente que ni entiende de toros ni le importan una higa; que va a lucir el palmito, a que la vean y a ser vista. Bastaba con echar una ojeada a los tendidos de sombra ayer en Las Ventas: pijerío a tope. De ambos sexos. (Luego está el caso especial de Pamplona, donde la principal ocupación de la mayoría es armar bulla y comer.)
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