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2009/05/18 06:01:00 GMT+2

Un periodista a contracorriente

Hace muchos años, cuando este periódico inició su sección de obituarios, Javier Ortiz me comentó que él dejaría escrito el suyo. Lo entendí como una cortesía, una manera de decirnos que no tendríamos que pasar por el amargo trago de escribir sobre su muerte. En eso se equivocaba.

Francisco Javier Ortiz Estévez, sexto hijo de una maestra, nació el 24 de enero de 1948 en San Sebastián y murió ayer de madrugada en un hospital de Madrid, lejos de su casa de Aigües, en la sierra de Alicante, donde solía pasar largas temporadas y donde había imaginado su final. El corazón le falló horas después de escribir su última columna para Público, el periódico donde trabajaba.

He intentado buscar algún mensaje oculto sobre la proximidad de su muerte en esa columna y sólo he encontrado algo revelador en las últimas tres palabras: «Seguiremos teniendo razón».

Esa frase resume el sentido de su vida: Ortiz fue un luchador contracorriente, un periodista que se empeñó en denunciar los abusos del poder, un hombre que antepuso siempre la verdad a lo políticamente correcto.

Javier Ortiz era de los que creía que la patria del ser humano es la infancia. No hay día en su existencia en el que dejara de rememorar sus primeros años en San Sebastián. Estudió en los jesuitas y tuvo una infancia feliz en el barrio de Gros.

El mismo relata en tercera persona su evolución política: «A los 15 años, hastiado de las injusticias humanas, decidió hacerse marxista-leninista. Los años siguientes tuvo que emplearlos en averiguar qué era eso de lo que acababa de hacerse, a lo que contribuyeron decisivamente algunos esforzados miembros de la Policía política franquista».

A finales de los años 60, Javier Ortiz entró en ETA. Fue detenido y encarcelado. Estuvo en el exilio en Burdeos y en París, donde descubrió la música francesa de aquellos años. Amaba las canciones de Leo Ferré y de Barbara, que escuchaba mientras escribía los editoriales de este periódico.

Horrorizado por sus crímenes y su intolerancia, Ortiz abandonó ETA y se inscribió en el naciente Movimiento Comunista de España, que forma parte más tarde de la famosa Platajunta o unión de los partidos democráticos para derribar a Franco. Por aquella época, Ortiz fundó una revista llamada Saida, que fue secuestrada con frecuencia por la censura.

Ortiz siempre creyó que la Transición había sido un fiasco y que la izquierda había realizado demasiadas concesiones a la derecha, uno de los temas que eran objeto de nuestras frecuentes y apasionadas discusiones.

Decepcionado con el cariz que tomó la democracia a comienzos de los 80, Ortiz se refugió en una revista del Instituto Social de la Marina, donde sobrevivió en un doloroso silencio. Solía decir que su personaje favorito era Silvestre Paradox, el aventurero creado por don Pío Baroja, y que en su alma seguía siendo un agitador, por lo que debió de sentirse muy frustrado en aquella etapa.

En 1989, Pedro J. Ramírez le fichó como jefe de mesa del periódico que iba a nacer meses después: EL MUNDO. A comienzos de 1990, fue enviado a Bilbao para poner en marcha la edición del diario en el País Vasco. Regresó a Madrid, pasando a sustituir a Manuel Hidalgo como responsable de la sección de opinión. Permaneció en este puesto hasta el verano de 2000, fecha en la que decidió marcharse a trabajar a la editorial Akal aunque siguió siendo columnista de este diario. Yo ocupé su despacho y todavía conservo algunos de los libros que dejó.

La década como jefe de opinión de EL MUNDO fue probablemente la más prolífica de su vida. Escribió miles de artículos y algunos libros como El felipismo de la A a la Z. Fue también el autor de dos excelentes biografías sobre Juan José Ibarretxe y Xabier Arzalluz, a los cuales tenía un gran afecto.

«Recorrió incontables sitios, holló numerosos parajes sin parar de escribir e incluso ejerció de negro en momentos de peculiar penuria», dijo de sí mismo tal vez pensando en su epitafio, digno de Silvestre Paradox.

En septiembre de 2007, Ortiz fichó por Público, en el que ha estado escribiendo una columna diaria desde entonces. Podría decirse que murió con las botas puestas, tras poner el punto final a su último trabajo.

Javier Ortiz fue un hombre que disfrutó de la vida. Le gustaban la música francesa, el fútbol y la Real Sociedad, la comida vasca y, sobre todo, las mujeres. Tenía en su despacho un retrato de Emmylou Harris, la musa que siempre le inspiró y a la que una vez entrevistó. Era un voraz lector y una persona de curiosidad infinita.

Ayer llamaron decenas de personas al periódico para recordar su talento y su bondad. Este obituario ha sido escrito en nombre de todos los compañeros que le querían en esta casa, que son muchos.

Finalizo con las palabras que él mismo nos legó con un rasgo de humor negro en su insólito obituario: «Y todo para acabar con algo tan vulgar como la muerte. Por parada cardio-respitaroria, como queda dicho. En fin, otro puesto de trabajo disponible. Algo es algo».

Le sobreviven su mujer Charo y su hija Ane, los dos seres que más amaba y que fueron testigos de que apuró su tiempo hasta el último suspiro.

Pedro. G. Cuartango. Un periodista a contracorriente. El Mundo. 29 de abril de 2009.

Escrito por: Pedro G. Cuartango.2009/05/18 06:01:00 GMT+2
Etiquetas: pedro_g_cuartango recuerdos | Permalink | Comentarios (1) | Referencias (0)

Comentarios

"Horrorizado por sus crímenes y su intolerancia, Ortiz abandonó ETA"
No sé si Javier Ortiz llegó a militar en ETA, pero de lo que estoy seguro es de que si abandonó ETA, si es que fue militante, o si criticó a ETA, caso de que no lo fuera, no fue por esas razones tan de manual de estilo de El Mundo, sino por discrepar de la línea más independentista que socialista de la parte de ETA que en aquella época llevaba la voz cantante.
Me da que este Cuartango sobrevuela lo del gacetillero inútil que arruinara su obituario.

Escrito por: Txema.2009/05/18 21:56:48.661000 GMT+2

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