No podemos escapar de ella, no podemos ignorarla porque está ahí, como ese pecadillo de juventud que nos persigue, como el primer amor que se esfuma dejándonos a merced del platonismo, como esas palabras mágicas que no dijimos a tiempo y que nos separaron de alguien para siempre. Ella planea sobre nosotros y juega a esconderse para que la olvidemos. Nos da regalos: instantes de plenitud, aromas de bebés nuevos, orgasmos, caricias. Esperanzas de eternidad que nublan la consciencia y el entendimiento. Tanto, que la mayoría de las veces, cuando reaparece, nos encuentra desnudos, indefensos, muertos de miedo. Esta mañana me ha erizado la piel comprobar cómo la única manera de escapar a su juego es mirarla de frente, hablarle a los ojos, nombrarla y arrebatarle su velo de palabra maldita. Javier Ortiz se fue esta madrugada y ha dejado escrito su obituario, entre tierno y cómico, cualquier cosa menos resignado. Él ha sabido ser el último en tener la palabra, reírse un poco de ella, quitarle el velo y nombrarla. No dejar que otros dijeran lo que podía escribir él mismo. Estás ahí y te espero. La muerte.
Fátima Vila. Tener la última palabra. 28 de abril de 2009.
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