En estos días en los que la muerte anda rondando entre líneas, siempre como metáfora de una vida sin amor, sin el amor, quizás, y, quien sabe, si con la lluvia como aliada, y con los últimos fugitivos como ángeles negros -Benedetti, Antonio Vega, y miles invisibles diariamente en el tercer mundo-, más que un recuerdo, una semblanza, cito una historia, que no un obituario.
Es la historia de Javier Ortiz, inclasificable, tal vez, aunque para ayudar a encajarlo, necesidad humana y relajo del lector, destacaría sus artículos en Público y en El Mundo -lo dicho-, y, por supuesto, su blog.
Porque en él dejó escrito su obituario, su despedida. Quizás porque no se fiaba de un gremio tan, tan (espacio para autorellenado para el lector) como el de los periodistas. Quizás, más bien, como última, es de suponer, quién sabe, muestra de su estilo y forma de vida.
Con esa sonrisa, puede ser una ocasión para (re)leer su blog -imprescindibles sus notas de humor-, pero sin olvidar los comentarios finales, y después reflexionar sobre los límites de la vida, del estar, de lo real y lo virtual, siempre en calve -¿dije calve?- de humor, como la viñeta de Ricardo y Nacho.
Ourensan@. Javier Ortiz, muerte virtual-real con efecto retroactivo. 19 de mayo de 2009.
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