Descubrí a Javier Ortiz Estévez en vísperas de una guerra, la del Golfo, allá por el año 1990. Tenía 16 años. Entonces me dio por comprar El Mundo, el único diario de ámbito estatal que entonces se opuso a los tambores de guerra que sonaban desde Washington. Años más tarde, cuando aquel periódico se había convertido en otra cosa, supe que en aquella época Javier Ortiz había sido subdirector y jefe de Opinión del diario.
Por aquel entonces no existía internet, y guardaba todos los ejemplares de El Mundo, al menos los que hacían referencia a acontecimientos que me parecían lo suficientemente importantes: tras la Guerra del Golfo vino la desintegración de Yugoslavia. Cosas de mi lado friqui. El papel se volvió amarillo y luego me cansé de Rojo, de Pedro J. Nunca de Javier. Desde entonces leí sus columnas con voracidad. Sus opiniones sobre cualquier cosa y su rebeldía natural representaban un oasis en una prensa de las vanidades a la que le costaba mirar más allá de su propio ombligo.
El 25 julio de 2000 comenzó a publicar en la web su Diario de un resentido social. Desde entonces, y gracias al amor que Javier profesaba por el oficio de escribir, se puede decir que le he leído casi a diario. Al igual que mucha gente, durante los últimos nueve años lo primero que he hecho por la mañana, si disponía de un ordenador y conexión a internet, ha sido leer su Diario, sus columnas, sus Apuntes del Natural.
No era el único enamorado de su prosa precisa. Al poco de inaugurar su página web, un grupo de seguidores y amigos abrieron una lista de correo electrónico que pronto llamarían Patera. Yo me presenté el cuatro de octubre de 2000 con el mensaje número 797. Cuatro años después la lista había dado para veinte mil mensajes más y para conocer a muy buenas personas, incluyendo a Javier, que de vez en cuando hacía acto de presencia virtual.
Por razones personales y profesionales que me han convertido en un extranjero en cualquier lugar, a Javier, como a la mayoría de l@s compañer@s de Patera, apenas pude conocerle personalmente, cosa que lamento de veras. Es mucho lo que he aprendido de Javier, es inmenso lo que he ganado con la gente a la que involuntariamente me ha acercado. Nos hemos leído más que visto. Lo que no impidió que en un momento dado me acogiera en su página web, junto con otras Voces Amigas que hoy también están de luto.
Ahora no tengo cabeza para pensar ni para escribir, sólo un vacío en el alma, cuánta razón tienen algunas canciones. Me quedo con su inconformismo, su generosidad, y ese sentido del humor que ha sabido conservar hasta el final.
Gracias por todo, maestro Javier.
Samuel Quilombo. Huérfano. 28 de abril de 2009.
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