No. No me voy a referir a aquella canción de Jim Reeves del 61. Lo cierto es que últimamente se ha producido el fallecimiento de varios cantantes de country: Hank Locklin, Ernest Ashworth, Dan Seals y Vern Gosdin; le comenté a Ricardo, como muestra de mi humor negro, que “se me están multiplicando los muertos”. Así que, en buena lógica, estas líneas debían ir dedicadas a alguno de los cantantes citados. Lo siento; no es así.
Cuando me enteré del óbito de Dan Seals estaba pasando unos días fuera de mi residencia habitual; me acordé de lo que le gustaba a mi amigo Javier Ortiz y le llamé para comunicárselo. Me respondió con una broma acerca de los que aún se morían antes que él; le pregunté el motivo de decir eso y contestó: “¡Ah! ¿Pero no sabes que estoy ingresado?”. Seguimos hablando y me dijo que tenía una hepatitis de no recuerdo qué tipo. Intercambiamos algunas frases más y quedé en verle algún día de la Semana Santa.
Efectivamente, fuimos Mariló y yo al hospital, llevándole un disco de Dolly Parton del que habíamos hablado alguna vez. Apenas le pudimos ver, porque estaba muy cansado después de dictar a su hija la columna que diariamente escribía para Público, periódico para el que colaboraba tras muchos años de hacerlo en El Mundo. Seguimos en contacto con Charo, su mujer, quien cada pocos días nos informaba sobre su estado, que, sin ser bueno, no traslucía su próximo final que tuvo lugar el martes 28.
Conocí a Javier Ortiz en 1980 cuando me escribió a la radio diciendo que pertenecía a un pequeño partido de izquierdas, que le gustaba la música country y que hacía un programa de este estilo en una pequeña emisora. En otoño de ese mismo año fui con mi mujer a una actuación de Cañones y Mantequilla en el barrio de Malasaña; Javier estaba allí, me oyó hablar y vino a darse a conocer. Comenzó entonces una amistad que ha continuado durante todo este tiempo, de manera que cada dos meses aproximadamente nos reuníamos a comer o cenar y, sobre todo, a charlar mucho.
Cuando le conocí trabajaba en un periódico de la Marina; luego Pedro J. se lo llevó a El Mundo donde llegó a subdirector, dirigiendo la sección de Opinión, lo que conllevaba escribir muchos de los editoriales del periódico, además de sus dos columnas semanales. Algo que pocos sabíamos era que su “marca de fábrica”, lo que permitía distinguir sus artículos, era el hecho de que nunca dejaba una palabra sin terminar en una línea para continuarla en la siguiente mediante el consabido guión, lo que le obligaba a un dominio del lenguaje y de los sinónimos realmente notable. Hace unos años decidió dejar el periódico, llegó a un acuerdo con Pedro J. y abandonó la redacción aunque siguió haciendo su par de columnas semanales. También trabajaba como contertulio en la televisión vasca y en una emisora de radio, no recuerdo cuál. Durante una de nuestras comidas, frente al Mediterráneo, nos contó que iba a sustituir las columnas de El Mundo por las de otro periódico, Público, de próxima aparición, lo que sucedió pocos meses después.
Javier poseía un gran sentido del humor, muchas veces puro humor negro. Las aventuras que pasó cuando se murió uno de sus hermanos (junto a la viuda e hijo del difunto) parecían una película de Berlanga. Creo que pocas veces nos hemos reido tanto; y algo parecido ocurrió cuando nos narró los acontecimientos que dieron lugar a que un antepasado suyo fuera nombrado héroe de la Guerra de la Independencia (mediante el raro sistema de dejar que los franceses se cargaran a su mujer, no sin antes decirla: “María, vas a saber lo que es morir por la Patria”). Otra de sus muestras de humor negro fue la escritura de su propio obituario hace un par de años para que se enviara al periódico cuando muriera; en él, un dato erróneo: creía (quería) que, llegado el momento, moriría en Aigües, cerca de Villajoyosa.
Además de nuestra pasión por la música country (que él hacía extensiva a mucha música norteamericana, más la francesa y los fados) teníamos otras cosas en común; una era la obsesión por el idioma, la otra el que nuestras mujeres se quejaban de que no podían oir las noticias con nosotros, porque siempre andábamos haciendo comentarios, unas veces sobre el idioma y otras sobre la propia noticia, a la que, con frecuencia, dábamos la vuelta. Por ejemplo, si se decía que un 20 % de los accidentes de tráfico estaban provocados por el alcohol, nuestra conclusión es que el 80 % tenía lugar sin la presencia del mismo, por lo que, según la noticia, debía ser más peligroso conducir sobrio que borracho.
El martes 28 por la tarde fuimos al tanatorio a acompañar por un breve momento a Charo. Mariló no pudo evitar ver a Javier. Cuando salíamos me comentó: “pues tiene mejor aspecto ahora que cuando le vimos en el hospital”, un comentario que, sin duda, Javier habría apreciado.
Y vuelta al título, y a Jim Reeves: “Adiós amigo, adiós my friend”.
Luis Cuevas. Adiós, amigo. 2 de mayo de 2009.
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