Mi amigo A. guarda celosamente la almohadilla de sus auriculares. Empezamos a trabajar juntos en un trabajo de teleoperador (coincidimos en el barrio, en la carrera de Historia y en un par de trabajos de este tipo) ¿Qué almohadilla? Resulta que al entrar en uno de estos trabajos te daban, como única y más preciada posesión, la esponjita que cubre los auriculares, para higienizar el hecho de compartirlos con las distintas personas que, en distintos turnos, pasaban por cubículo. Él lo guarda para no olvidar un trabajo que le resultó -lo era- especialmente duro.
El pasado 28 de noviembre se produjo una huelga de telemarketing (24 h.) convocada por CGT, UGT y CC.OO para mejorar el convenio colectivo, que parece ha obtenido una repercusión y un seguimiento mayor que otras anteriores del sector.
De mis tiempos de teleoperador recuerdo una luz que me avisaba de que tras colgar la llamada en curso me entraría una nueva; recuerdo perder el nombre, pues en cada una de las campañas que realizábamos toda la plantilla adoptaba un mismo apelativo (existían el nombre de chica, tipo María Pérez, y el de chico, Luis Pérez, éste real); recuerdo la amenaza constante de poder estar siendo escuchado por algún superior; recuerdo gente gritando al otro lado del teléfono; recuerdo a gente llorando al otro lado del teléfono...
Recuerdo contratos encadenados, empresas de trabajo temporal, jornadas complicadas y ausencia total de cualquier cosa que rimara con sindicalismo. Para mí fue poca cosa, sumando meses algo más de un año en dos empresas distintas, para muchos compañeros era, sin embargo, el único horizonte laboral.
Una de las muchas zancadillas que el capitalismo posindustrial ha puesto a nuestra organización en el mundo del trabajo es la falta de conexión entre trabajadores de diferentes sectores. De esta manera, sin los camioneros hacen huelga los demás lo leemos en el periódico. Si la hacen los abogados lo mismo, y si deciden parar los conductores del metro, la mayor relación con su lucha laboral será sufrir sus consecuencias y, en algunos casos, insultar a sus ancestros.
Esto no siempre fue así, hubo un tiempo- en los momentos gloriosos de las auténticas Comisiones Obreras, por no hablar de antes- en que unos sectores se solidarizaban y paraban para respaldar las reivindicaciones de otros, consiguiendo una fuerza negociadora que nada tiene que ver con la actual.
El otro día se nos pidió que actuáramos. Además de la habitual petición de no consumir a la que se nos invita en una economía tan tercierizada como la nuestra (no ir al súper, no viajar en transporte público, etc.) se sugirió que podíamos ayudar en la huelga colapsando las centralitas del Banco de Santander, Movistar y Vodafone.
No sé si es un principio, pero estaría muy bien que lo fuera.
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