-¿Sabes eso que ha sucedido esta mañana en twitter? Sí, la que le ha caído al pobre, ha tenido que cerrar su cuenta. No las veía venir...quería contestar, pero...casi era peor.
No me refiero, en absoluto, a la última querella twittera -según a la hora del día a la que estés leyendo esto puede ser una u otra- sino a muchas de ellas. Por ello, renunciaré a poner ejemplos concretos que harían más comprensible y expresivo el texto, pero que también podrían limitarlo al caso particular. Si te vienen los ejemplos solos a la cabeza es que lo habré hecho medianamente bien.
-Ups, el columnista de El Confidencial le ha puesto como ejemplo de posverdad, flaco favor le ha hecho...
Ese ejemplo indeterminado que estoy no-poniendo es el de alguien que, afectivamente, escribió una gilipollez muy criticable en las redes sociales. Quienes lo leyeron tenían razón, desde luego, en disentir con firmeza y a hacérselo saber.
Podía haber sucedido -pasa a veces- que su comentario fuera sacado de contexto, quizá despojado, no ya de su trayectoria sino, incluso, de las frases que lo antecedían y lo precedían. Pero no es el caso, era una burrada con todas las letras, orejas de pollino y sonaba a rebuzno.
-Buf, menudo comunicado de disculpa, ¿por qué lo hace si no cree haber hecho nada malo?
No se trata de idoneidad de la crítica sino de proporcionalidad, porque, cuando escuchamos en el bar de debajo de casa un exabrupto parecido, cuando lo hacemos en una cena familiar o en nuestro puesto de trabajo, ¿esperamos que quien ha eructado reciba semejante vendaval abrumador de bofetones lingüísticos?
A todos nos viene bien que nos pongan en nuestro lugar de vez en cuando ¡ojalá tuviéramos el mismo valor para soltar cuatro frescas a nuestro padre o nuestro vecino! Pero, ¿imagináis que sacáis el valor para interrumpir esa partida de dominó y hacer saber al señor que dice un topicazo machista a sus colegas que su actitud es intolerable y, de repente, empiezan a llegar personas de todo el barrio a rodearle y a escupirle palabras lacerantes...?
No tengo muy claro si esto es bueno o malo, más bien creo que dependería de la gravedad y la catadura del tipo -porque yo sí creo que se pueden graduar las gravedades- que el acto me pareciera revolucionario o totalitario. Pero, claro, lo que es seguro es que en ambos casos el paisano quedaría en schock.
Igual debemos reservar las situaciones de schock para los más terribles enemigos. Quizá a mucha otra gente podemos tratar de convencerla.
En internet aprendí que insultando al interlocutor será difícil convencerlo. La enseñanza la extraje del argumento que, frecuentemente, se ofrece a los escépticos (grupos de divulgadores científicos muy activos en la red) a los que se explica que llamando tontos a quienes consumen homeopatía, por ejemplo, difícilmente podrán disuadirles de hacerlo. Me ha resultado extraño comprobar que muchas veces son las mismas personas que me enseñaron esta actitud quienes aplican su reverso en otros campos.
En otras ocasiones, suele dejarme perplejo que alguien se muestre intransigente -quizá con la persona de mi no-ejemplo, equivocado y probablemente torpe- tras decirle L-I-T-E-R-A-L-M-E-N-T-E que él antes pensaba igual pero que, tras una serie de conversaciones y aprendizajes, se ha dado cuenta de cómo son las cosas. ¿La ira del converso? A ti, admites, te ha costado pillarlo...pero exiges a los demás que lo traigan de serie. La otra versión, la misma en realidad, es cuando damos por hecho que todo el mundo ha tenido los mismos debates, en el mismo momento y, por supuesto, ha llegado a idénticas conclusiones: "ese es un tema superado" (en su TL).
En fin, que el tipo la cagó, pero, ¿merecía semejante andanada de hostias? Tú solamente expresaste una crítica merecida pero, de igual forma que se pide a quienes escriben en RRSS que sean conscientes de que no están jugando la partida en el bar de abajo, quizá a los demás nos podría dar por pensar que, dada la naturaleza de la red, la reacción podría llegar a ser desproporcionada en relación con la mamarrachada de turno.
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