El pasado domingo, 3 de abril, hubo en mi barrio (Tetuán, Madrid) una concentración de nazis. Sí, aunque parezca increíble hay tipos que consideran hoy que hay que matar a los judíos y esas otras cosas repugnantes que piensan los nazis. Como es poco fotogénico mostrarse con cara de cruz gamada siguen la moda europea de llamarse identitarios y hablar de prioridad española. A la que te descuidas, sin embargo, te están haciendo el saludo romano en la cara.
El contexto de la concentración es el siguiente: Tetuán es un barrio con gran presencia de emigración y el HSM (Hogar Social Madrid), matriz última del facherío, lo tiene hace tiempo entre ceja y ceja. Su intención es intentar atraerse a la parte menos ideologizada de la clase trabajadora hacia sus postulados racistas. Un clásico.
Empezaron por ocupar un edificio en 2014 para ejercer su particular versión racista de la caridad: dan comida a españoles blancos (en el barrio abundan los españoles de diversos orígenes, a los que no consideran compatriotas). Hubo gran movilización vecinal y duraron poco tiempo, aunque luego han ocupado edificios en otros barrios y desde allí hacen frecuentes incursiones en Tetuán. Que hay un atentado en París, pues se dedican a llenar los alrededores de la mezquita que hay en el barrio con pintadas racistas; que se produce un asesinato en el que parece involucrada una de las llamadas bandas latinas, pues montan una campaña contra la comunidad latina, como era el caso esta vez.
Este domingo el tejido social del barrio y antifascistas de Madrid se concentraron en la Plaza de las Palomas (uno de los lugares centrales del barrio) antes de que llegaran los nazis a su propia concentración en el mismo lugar. De esta manera, y entre gran presencia policial, consiguieron desactivar la astracanada nazi, que por otro lado tuvo poca participación. Aunque en teoría la concentración racista debía terminar después que la de los vecinos, fueron estos los que quedaron en la plaza. Barrio defendido.
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J. va a natación los domingos por la mañana a una piscina municipal que está justo detrás de la Plaza de las Palomas. Antes de entrar, pasamos a saludar a algunos conocidos que estaban organizando la concentración. A la salida, volvimos de nuevo, no sin tener que discutir con un policía nacional que no nos dejaba pasar: los vecinos y antifascistas somos tratados como delincuentes. Lo mismo piensa el diario El País, que igualaba en su crónica posterior la concentración vecinal con la de los nazis. Luego nos fuimos, antes de que empezara la reunión de fascistas, nunca se me ocurriría exponer a J. a la presencia de semejante piara.
Entre una y otra visita a la concentración tuve la ocasión de vivir un episodio de racismo bastante desagradable. Con J. en clase, entraba yo al polideportivo, caminando junto a otro padre de origen magrebí. Cada sábado y cada domingo, desde hace casi tres años, mi pareja o yo repetimos la misma operación: salimos del polideportivo durante la clase y volvemos a entrar cuando J. va a terminar de nadar, para recogerla en el vestuario infantil. Nunca nadie nos ha preguntado dónde vamos.
Sin embargo, el domingo la persona que está en la mesita de acceso del Polideportivo Municipal Playa Victoria gritó a la persona que caminaba a mi lado ¡Adónde vas! Este hombre, que tengo visto hace años porque suele llevar a sus hijos en el mismo horario que yo, se quedó parado y, de nuevo, nos inquirieron (esta vez en plural ya, claro: se había percatado de que éramos dos) ¡que adónde vais! Le explicamos que íbamos a recoger a nuestros hijos que estaban en natación. De malos modos de nuevo: ¡Pues eso preguntaba! El otro hombre y yo nos miramos, su cara era un poema de impotencia y tristeza.
El domingo pasado acabé el día con una sonrisa orgullosa porque ese día habíamos sabido defender el barrio. Pero también tuve tiempo el domingo para morderme los labios pensando que no había montado en el polideportivo el pollo que el racismo de aquel empleado municipal merecía. Contra el racismo aún toca echarle arrestos a la hora de la épica y a la hora del café.
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