*Este texto es un adelanto del trabajo que viene ocupando mis ratos libres los últimos tiempos. Una colección de textos que tratan sobre ciudad, memoria y vecindad. Aún sin nombre ni definición completamente cerrada. El recorrido que queda por delante es, al menos, tan largo como el que lleva recorrido y, por lo tanto, esto debería considerarse más un apunte de trabajo que un escrito cerrado. La cosa irá al principio, formando parte de un prólogo más amplio.
Salí del tren de cercanías y las bandadas de pájaros volaban de forma extraña. Cruzaban sus trayectorias con batir de alas espasmódico, formando figuras que parecían enhebrar nubes amoratadas que presagiaban tormenta. Pensé que, seguramente, la naturaleza quería decirnos algo que yo no era capaz de descifrar. Pensé en un agricultor leyendo aquellas señales en el firmamento. En el tren, de camino, había fijado la vista en uno de los famosos atardeceres de fuego de Madrid tras la ventana. Esos que, en realidad, están teñidos por los gases de la polución.
Pensé en el día que reparé en que el olor a suelo mojado que tanto me gusta en nada se parecía al olor a tierra mojada del campo. Y que el olor a tierra mojada de un descampado también se parece más a un olor de la tormenta en la ciudad que al de monte tras la lluvia de primavera. Curiosamente, el aroma del polvo mojado en el asfalto sigue evocándome cierto nexo con lo esencial.
Pensé en la fascinante sensación de estar en otro planeta al haberme sumergido en una noche estrellada sin atisbo de luz artificial. Cuando la galaxia puede tocar la tierra.
Aquella tarde hice el camino inverso, pensé para empezar a intuir por qué diantres paso tantas horas escribiendo sobre la ciudad.
No es este el sitio ni soy yo quien para dar una definición de ciudad. Disquisiciones hay tantas como miradas, de Ur a Sao Paolo, y pocas satisfarán a todo el mundo. En una ciudad, se dice, han de predominar las industrias (¿sí? ¿hoy?) y los servicios. Una ciudad puede estar en medio del campo pero no será nunca rural. Una ciudad es una entidad administrativa y política. Como una villa, una región un pueblo...Una ciudad es grande ¿cuánto? Tiene una densidad de población considerable, sus edificios son tirando a altos y hay muchos coches. Vale, bien, sé que son características poco precisas, como de andar por casa.
Estos pensamientos -las aves, el olor a tierra mojada- venían a mi cabeza durante uno de los paseos que dan origen a la mayoría de los textos aquí reunidos. Y son, precisamente, los tránsitos indescifrables de personas en la gran tramoya urbana los que construyen una ciudad. Y es, precisamente, la certeza de que la ciudad es lo que no es el campo (aunque sea como punto de partida de lo urbano) una de las pocas piezas robustas que tengo para definir lo que es una ciudad.
Una ciudad tendrá una posición central respecto de algo: a un entorno rural, a entidades políticamente subordinadas, tuvo una catedral y tiene hoy un centro financiero. Imagino que es esta posición central la que hace que muchas ciudades sean tan sumamente conscientes de si mismas. Sólo recientemente la población mundial que vive en el campo ha dejado de ser minoritaria frente a la que vive en áreas urbanas, y sin embargo llevamos toda la vida escribiendo sobre ciudades. La ciudad egocéntrica, protagonista de mitos desde que estos existen.
Yo no amo especialmente la ciudad, pero pertenezco a ella. Eso debe ser. No soy otra cosa la mayor parte del tiempo que un habitante de mi ciudad -Madrid, muy parecida a la mayoría de las grandes ciudades occidentales-y es ese el entorno en el que se desarrollan las cosas que amo, odio o me interesan. Las cosas sobre las que pienso en estos textos.
Amo la calle, que es casi lo mismo que decir -y así ha de entenderse en lo sucesivo-, que amo el hecho urbano. Pero una calle no es todo lo que tiene nombre de calle: las vías de un campus universitario, de un centro comercial o de un polígono industrial cuentan con placas que dicen serlo. Y no. Lo urbano entendido como lo que sucede en una calle. Una calle entendida como el lugar donde sucede lo urbano. Una explicación circular. Lo sé. Lean el libro.
Odio las relaciones de subordinación y poder, y la ciudad está esculpida sobre ellas. Fronteras, nítidas o etéreas, que separan a clases sociales y a otros grupos (mujeres, migrantes, heterodoxos). Odio los instrumentos de dominación que, cada vez más, utilizan el miedo paralizante como correa de control para reproducir las relaciones de poder. Pero tal como lo odio amo su reverso. La historia de las ciudades es también el camino de sus barricadas. Creo firmemente que el conflicto es parte inseparable de lo que una calle es, tanto como lo son las expresiones de solidaridad de sus vecinos.
Me interesan las construcciones sociales que constituyen las ciudades, a menudo tan complejas y mezcladas que sólo admiten aproximaciones. Precisamente por ello son tan interesantes. Me importan especialmente las asociaciones de escala lo suficientemente pequeña como para caber en mi cabeza. Ciudad es a sociedad lo que barrio a comunidad. Me interesan mucho más el vecino que el ciudadano y la vecindad que la ciudadanía.
Me interesa lo que pasa en la ciudad porque es lo que nos pasa a nosotros, los ensimismados ciudadanos que no miramos más allá de donde llega nuestro billete de trasporte público.
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