Me disgusta, mucho, que Hasel haya sido detenido y vaya a entrar en prisión por escribir unos cuantos tuits. Me gusta, aunque preferiría que no hiciera falta, que exista un tipo que, en un momento dado, nos recuerde que lo primero sucede. Que es lo que somos, a la vez que nos levantamos, vamos al trabajo, recogemos a los críos del cole y le damos un beso de buenas noches a nuestra pareja. Aquí es donde estamos.
He perdido la cuenta de los mensajes que he leído estos días que anteponen a la condena por su encarcelación un: no estoy de acuerdo con él, es un pésimo rapero, es un gilipollas, no me gusta, sus canciones son malas, me cae mal, yo nunca escribiría sus tuits…PERO.
Me pregunto qué importancia se piensa la gente tienen sus gustos y simpatías como para situarlas otro lado del fiel de esa conjunción adversativa. Simétricamente, a la altura de una condena por el encarcelamiento ocasionado de escribir unas cuantas frases. Algunas, obviedades, otras burradas que casi todos hemos dicho en alguna reunión de amigos, todo letras, negras sobre el blanco, que a nadie hacen un daño digno de ser reparado con pena de cárcel.
Delitos de enaltecimiento del terrorismo que se crearon en el contexto de la lucha antiterrorista que, en mi opinión, no deberían existir o de injurias, que se dirigen mayoritariamente hacia instituciones del Estado.
Esta mañana escuché decir al alcalde de Madrid, refiriéndose a la detención de Hasel, que “es una buena noticia que un delincuente acabe en la cárcel”. La cárcel es, en principio, el fracaso de una sociedad; el mal menor acordado ante un peligro mayor, si se quiere, pero pocas veces una buena noticia. Puedo pensar en actos tan monstruosos que me hagan contradecir el anterior razonamiento, abrazarme decididamente a la visceralidad y alegrarme de un encarcelamiento sin rastro de remordimiento. Ninguno se comete en twitter o en un escenario, desde luego.
Me gusta Pablo Hasel, entonces, porque en este instante es él quien nos despierta de nuestro paso somnoliento y nos alerta de mirar hacia los lados: para plantar bien las suelas y no ser arrollados por convecinos insensibles, monstruos punitivistas o narcisistas, que valoran más su imagen que el hecho de que alguien pueda decir «los centros penitenciarios son centros de exterminio», sin entrar por ello en prisión.
*Alguien puso el papel de la foto en mi portal. Duró poco.
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