Ahora está muy de moda empezar las frases con la construcción "desde el 15M ya ..." No hay descalabro electoral, partido emergente u obra artística que no se prologue -en positivo o en negativo- con EL-QUINCE-EME. No hay en España colectivo humano que no se reclame heredero de mayo de 2011 ni discurso cuya clave de bóveda no descanse sobre la onda expansiva de aquella primavera en que fuimos alguien.
El 15M ampliado a todo corre el peligro de quedarse en nada -ni chicha ni limoná- y encorsetado como latigullo resulta un concepto empaquetado, inalterable, ¿muerto? Sin más argumentos que mi propia experiencia, creo que en el futuro otros vendrán a matizar muchas de las características que hoy caracterizan el 15M. Tendremos que complejizar la composición de clase (media), y afinar el análisis para ver cómo esa clase monopolizó la atención mediante portavocías, protagonismo en las asambleas y producción de discurso público. Otras vendrán, espero, también desdecir la categoría del 15M como evento generacional, refiriéndome sobre todo al 15M también después de la propia acampada de Sol, que es de lo que estoy hablando.
Cuando empecé a ir a Sol y luego a la plaza de mi barrio; cuando comencé a trabajar en comisiones de trabajo y a participar de un magma desconocido hasta la fecha (por mí) de apoyo mutuo; cuando rodando participé de la escritura conjunta del fenómeno 15M....cuando todo esto, una de las transgresiones que más me calaron fue su fuerte componente intergeneracional. En aquellas asambleas, manifestaciones y fiestas empezamos a intercambiar retazos de vida gentes nacidas en muchas décadas diferentes.
Lo que se ha caracterizado como el gran despertar juvenil post-transición yo lo viví como despertar del nexo con mayores y jóvenes desde una posición de igualdad -insisto, especialmente a las pocas semas de la primera acampada -.
La sociedad contemporánea está extraordinariamente segregada por edades. Sufrimos una suerte de especialización de las vidas en etapas, que se construye a la vez que nuestra caracterización como nichos de consumo y en confrontación con la producción (según nos preparamos para producir, producimos o dejamos de producir). Y es, precisamente, en el ámbito laboral en donde se produce una mayor promiscuidad generacional en nuestras relaciones sociales (aunque también se producen aquí separaciones relacionadas con la carrera profesional)
Sin embargo, fuera del trabajo, en nuestro tiempo libre (es decir, el que no está cautivo) ¿cuánto nos relacionamos con gentes alejadas de las cifras del DNI? Muy poco.
El concepto de generación, y aquí hablamos de una generación del 15M, es en el fondo una frontera funcional al statu quo. El límite funciona siempre de forma excluyente: ¿cogiste el tren de tu generación? El personaje que vivió el 68 y sigue anclado en la imaginación al poder se nos presentará siempre como un ser excéntrico, derrotado -pese a que su generación ganó- o, en el mejor de los casos, una voz de la conciencia noble pero improductiva. Un ser literario.
Al personaje que traicionó aquellos principios y es hoy un ser social próspero (en las claves de éxito social vigentes) se le criticará pero se le entenderá en su sitio, porque en el fondo lo que se espera de alguien cuando crece es que se traicione a sí mismo. Un ser real.
El relato generacional es segregador, pues es el renglón de la historia de la confrontación con los mayores y los jóvenes antes que con las clases dominantes.
De alguna manera, entender el ciclo de movilizaciones en clave generacional nos lleva a aceptar como inevitable la profecía autocumplida de que los más guapos del campo de batalla ocuparán los puestos contra los que habrán de revelarse los jóvenes. El recambio de élites. Nos empuja a la apatía, al nosotros ya lo hicimos, otros vendrán que lo harán mejor. Inevitablemente nos hace menos numerosos.
Por eso el 15M entendido como espacio intergeneracional fue para mí una experiencia transgresora y liberadora, que dejaba al descubierto la oquedad bajo el dibujo de una historia cíclica de pequeñas victorias y grandes derrotas. Que nos permitía poner a cocer juntas la experiencia de luchas pasadas y las ideas nuevas que se hacían borbotón ¿Por qué no? la condición para transgredir las relaciones con la producción y el consumo que articulan lo generacional (sí, mucho he corrido aquí).
Hoy tengo más compas y amigxs, tenemos edades muy diferentes y tenemos la intención de estar en la próxima cita generacional. Y mañana.
El otro día mi hija J. me dijo papá, tu mandas en lo importante y yo en lo divertido. Me lo decía con ese tonillo suyo de ¡no te enteras!, y lo hacía a propósito de mi negativa a enrollarla en el columpio, para que luego las leyes de la física la dieran vueltas como una peonza. Yo, que soy padre, veía en el uso torcido del columpio el peligro de dos cadenas enrollándose en su cuello; ella veía la diversión lisérgica de un mareo ligero. Ella estaba en camino –siempre zigzagueante, distraído, en este caso rotativo-, yo estaba expectante. Temeroso.
A principios de esta semana el Ayuntamiento de Ahora Madrid anunció que había consensuado con la Policía Municipal un plan para luchar contra la venta ambulante, tema socialmente candente en Barcelona y que, hasta ahora, en Madrid no figuraba en la agenda pública.
Es la enésima vez que el personal del Ayuntamiento de Madrid se enfunda el careto de gestor responsable y asiente mientras pasa silbando por su mente un qué coño pinto yo aquí. O así lo imagino, al menos. Lo cierto es que, sopesándolo a bulto y en función de mi experiencia personal, aprecio que hay hoy en el centro de Madrid menos manteros de los que había hace unos años. No existe ningún problema de convivencia ocasionado por la venta ambulante y tampoco es este un tema que preocupe especialmente a mis convencinos, según he podido cotillear en el metro.
Se trata, otra vez, de subrayar y dar naturaleza de autenticidad a invenciones nada inocentes de la derecha. Como si tildáramos de deleznable la obra de unos titiriteros o dimitiéramos por unos chistes.
Es cierto que al Ayuntamiento del cambio no se le puede acusar de escatimar en detalles. Han tenido el detalle de agrupar el aumento de redadas policiales con una serie de medidas de integración laboral para los manteros. Son detallistas y han hecho un Plan Integral. El problema es que uno no imagina al policía de turno dejando de lado la engorrosa labor de pedir los papeles para entregar folletos informativos de los programas de creados ad hoc ; ni al juez cafre dejando de enviar a Centros de Internamiento para Extranjeros o a prisión preventiva a los manteros tras las redadas en sus pisos, tal y como ha sucedido recientemente en Barcelona. El detallismo puede llegar a ser cobertura empalagosa para las vías fangosas del Estado.
Podríamos caer en la trampa de argumentar –como hacen muchos miembros de Ahora Madrid- que una administración no puede obviar sus obligaciones legales, por terribles que estas sean, y que lo que cabe es llevar a cabo los cambios preceptivos en las ordenanzas y leyes. Mientras -los legajos y etapas de la administración llevan su tiempo-, cobertura y palabras. Sin embargo, esta argumentación caería en la negación de la realidad: la policía municipal ya echa a los manteros a diario ¿es prioritario un plan que agudice la presión policial sobre estos como el que se ha anunciado?
Vamos a dar un paso más al frente. Yo creo que sí cabe introducir una buena dosis de desobediencia institucional –que le echen los cargos electos y asesores imaginación, ellos son los que se aventuraron y cobran-. O cabe o la aventura institucional no podrá nunca ser del cambio, precisamente porque los renglones rectos los imprimieron quienes están conformes con la situación.
Además de justo y emocionante, resulta divertido (alegre,festivoydebuenhumor) imaginar una administración que defienda (priorice) los problemas de los trabajadores precarios, la gente sin hogar, renta u oportunidades. Lo demás es tan triste como la realidad que se ve por la ventana: lo que ya teníamos. Algo en sintonía con esto debieron pensar los migrantes, trabajadores precarios o desahuciados que arrimaron el hombro en la conformación del frente electoral en Madrid hace algo más de un año.
Los problemas de vestir el gesto responsable y ocuparnos de las cosas que llevan el marchamo de importantes, dejando de lado las que de verdad nos divertían, son un poquito parecidos a los que un padre afronta cuando se sorprende diciendo las palabras que tanto detestaba en el suyo propio -¡no te daré vueltas, los columpios van de atrás a delante-, con la diferencia de que es mentira aquello de que la administración sea papá Estado: nuestro Estado no quiere filialmente y a todos por igual, a algunos de nuestros vecinos los encarcela por tratar de sobrevivir.
Aclaración: lo que sigue es una sugerencia pequeñita para Unidos Podemos y las confluencias, en la línea de intentar recuperar el viejo papel de los partidos de masas como un espacio más dentro de un cuerpo político que articule una cultura política amplia y en diversos frentes. Una propuesta pensada a nivel de partido político, aunque personalmente estoy más interesado en la creación de instituciones sociales ajenas a estos. En cualquier caso, creo firmemente en la necesidad de crear instituciones sociales propias, beligerantes y, en muchos sentidos, opuestas a las mediadas por las élites. En ese punto ambas propuestas se pueden encontrar, sin rehuir conflictos en el camino. En el campo de la sociabilidad consciente, luchando contra el apoliticismo, el prestigio de lo individual y la falta de referentes cercanos de la izquierda social en los barrios y pueblos.
Hubo un tiempo, allá en los remotos años de la primera mitad del siglo XX, en los que UGT y la Casa del Pueblo (si me apuran, El Socialista) tenían, al menos, tanto peso social como el PSOE. No se trata de una casualidad ni de una rareza histórica: los partidos de masas fueron una pieza más del entramado sociopolítico que permitió que en algunas zonas el movimiento obrero pudiera construir una cultura alternativa a la cultura entonces "oficial".
Un participante del movimiento obrero en Barcelona (no todo obrero, pero sí muchos obreros) podía en los años veinte poner en marcha sus representaciones del Juan José de Dicenta, aprender las cuatro reglas en escuelas racionalistas, articular su vida cultural en ateneos, leer sólo prensa obrera, comprar en cooperativas de consumo...
El propio movimiento se dotó de instituciones y, con ello, también de partidos (en ocasiones, no es el caso de los anarquistas). Pero el partido pertenecía a una red más o menos densa de sociabilidad, solidaridad y encuadramiento político. Una referencia territorial -el partido estaba en el barrio, no se desplazaba al barrio- que ayudaba a dar cuerpo a los intereses de clase. Como el sindicato, en todo caso.
La idea de un partido que forme parte de un continuo mayor, imbricado socialmente, reapareció en las nuevas periferias urbanas a partir de los sesenta con el movimiento vecinal y, quizá, ha tenido en Euskadi un peso mayor que en el resto del Estado (aunque reconozco mi desconocimiento sobre este punto: mejor no abundo). No podemos obviar las diversas tensiones ocurridas entonces, también, entre movimientos de base y élites partidarias, pero en todo caso se trataba de fricciones sobre el mismo territorio.
La idea fue palideciendo después de que el PCE decidiera abandonar, durante la Transición, la lucha en la calle. Los partidos de la izquierda radical y los sindicatos minoritarios fueron debilitándose hasta convertirse en socialmente irrelevantes (electoralmente nunca dejaron de serlo). Los sindicatos mayoritarios se convirtieron en un estamento funcionarial que, si bien pudo mantener algo de presencia en los ambientes profesionales más tradicionales, renunció al territorio y a toda práctica social ajena al conflicto laboral.
A partir de este momento, el partido no tuvo en España más contenido que el de su propia meta: obtener los mejores resultados electorales posibles. Ya no obedecía a una función orgánica dentro de un proyecto alternativo de sociedad sino que, en el mejor de los casos, se convirtió en candidato a ser el gestor que más se acercaba a nuestras preferencias. La militancia se entendía ya al revés: los del partido ya no eran "uno de los nuestros" sino que, en una suerte de encuadramiento cultural, "nosotros éramos del partido x"
Los partidos políticos de izquierda, imbuidos de las prisas marcadas por los plazos electorales, se embarcaron en una carrera que mezclaba clientelismos y marketing político. En los barrios algunos militantes trataban de llegar a donde podían con lo poco de lo que disponían: algún local que servía más de almacén que de otra cosa y una situación que les abocaba a la desubicación.
El No nos representan de 2011 tiene distintas lecturas y, por qué no decirlo, diferentes voces. Es posible que algunos de quienes lo coreaban se conformaran con una práctica partidista nueva, quizá libre de corrupción. Sin embargo, en el 15M estaba muy presente la idea de alcanzar una democracia más directa, una que no se sabía dibujar pero que tanteaba sus contornos en el viejo asamblearismo.
Hacia 2014 el ciclo de movilización social -el mayor desde principios de los ochenta- palidecía, y diferentes grupos sociales empezaron a abrazar la idea de establecer un frente electoral que quebrara el techo de cristal que impedía que las demandas de la movilización se convirtieran en avances sociales: el famoso asalto institucional.
Desde un primer momento la estrategia se concibió en el marco de la movilización social (hablándose de partidos movimiento), si bien el intenso ciclo electoral (elecciones europeas, municipales, autonómicas y generales) acabó por privilegiar las vías transitadas por los partidos políticos del Régimen de la Transición cuya esencia tanto habíamos repudiado.
Pero ya no, ahora toca reorganizarse pensando en el plazo medio. La idea de que el frente electoral es una lucha más, una okupación del campo institucional que coexiste con otras prácticas sociales en busca del cambio político, debería sugerir con naturalidad que los frentes electorales, en forma de partido o de agrupaciones más coyunturales, ejercieran una devolución al resto del cuerpo político. Una devolución en forma de participación democrática dentro del propio partido, de rendición de cuentas, pero también, por qué no, en forma de infraestructura y medios materiales para reforzar al escuálido cuerpo político.
La televisión seguirá ahí, y seguirá siendo un medio de transmisión masiva de ideas sólo en la medida que dejen las empresas de comunicación dominadas por las élites sociales. El mensaje llegará simplificado, manipulado y, lo que es peor, distorsionado: es más difícil de desmentir la propia imagen pasada por el espejo deformante que la falsedad.
Pero desde los partidos sí pueden controlar una presencia de Unidos Podemos y de las confluencias en los barrios, con personas pagadas con el dinero que corresponde a los 71 diputados obtenidos, que ayuden a reconstruir lo que sea que toque hoy y que se pueda parecer a las viejas Casas del Pueblo, a los Ateneos, a las escuelas populares o a los sindicatos de base. Que se involucren directamente, sin pisar a otras instancias del sindicalismo social, en la gestión de los conflictos sociales y necesidades de la población. Instituciones que vengan a sumar, desde otra perspectiva pero en una dirección que se me antoja en el mismo sector de la brújula, a Centros Sociales Autogestionados, Asociaciones de Vecinos, Asambleas de Barrio y demás instituciones ya hoy presentes. Nuevas instituciones en el territorio que sean, en la medida de lo posible, independientes de los partidos. A poder ser, una parte igual de importante en el todo que el frente electoral.
De lo que hablo, por si no queda claro, es de dar prioridad política no ya a estar dentro de la sociedad, sino a constituir sociedad antagonista; de asegurar una dotación económica para reconstruir un cuerpo político, si no hegemónico, sí suficientemente fuerte para disputar los resortes que accionan los necesarios cambios sociales, algunos en el Parlamento y otros fuera de éste.
En un momento en el que los movimientos sociales, desde antes del 15M, se han venido presentando más por su carácter de movimiento efervescente y febril (¿la multitud negriniana frente al viejo concepto de política de masas?), reclamo un poco más de institucionalización extraparlamentaria, de voluntad para llevar la política al territorio cercano y de urdir una cultura política propia, basada en el apoyo mutuo y capaz de incidir en las condiciones materiales de nuestras vidas.
En una larga entrevista publicada por el periodista Jacobo Rivero en forma de libro tras las elecciones europeas (Ediciones Turpial, 2014, pp. 47-48) Pablo Iglesias afirmaba que "hacen falta organizaciones de la sociedad civil que articulen esas demandas para que sean atendidas desde los órganos de gestión. Hacen falta movimientos sociales, hace falta poder en los barrios, en los centros de trabajo, en los pueblos, en las ciudades, que articule el poder democrático, y después la representación política puede ser un instrumento más de eso..."Ayer, en el marco de un curso de verano, decía : "Nosotros aprendimos en Madrid y Valencia que las cosas se cambian desde las instituciones, esa idiotez que decíamos cuando éramos de extrema izquierda de que las cosas se cambian en la calle y no en las instituciones es mentira". Preocupa pensar que la medida de un cambio real pueda ser el escaso margen operado aún en Madrid y Valencia. Por otro lado, y aunque el salto parezca largo, no es más que la concepción política imperante la que media entre ambas aseveraciones. Nosotros proponemos disolver el partido, el ejército regular del que ha hablado Iglesias, no para seguir siendo partisanos sino para sumar a la hora de crear instituciones desde abajo que ayuden en la difícil tarea de cambiar las cosas sustancialmente en Valencia, Madrid y el resto del Estado.
A los que nos situamos fuera de los partidos nos correspondería la valentía de colaborar más en espacios mixtos con organizaciones de las que habitualmente recelamos. A los partidos apelados, la valentía de dejar de ser sólo partidos políticos. Es sólo una sugerencia.
ACTUALIZACIÓN: corre raudo mi amigo Rodri a advertirme que la frase de PI en el curso de verano está sacado de contexto, y que se estaba refiriendo a como el PP fue capaz de construir una mayoría social en Madrid o Valencia desde las instituciones. Me alegra mucho saberlo y quiero dejar aquí constancia de ello. De hecho, viene a sumar a lo que quería decir en el artículo: sin instituciones propias la disputa de de la hegemonía social a las élites sociales es, digámoslo en plata, jodida.
No en el término medio entre dos extremos, como dijera Aristóteles y repite el conocimiento popular. No el centro aritmético, sino el vehículo, la forma de llegar a fin. Los medios.
Asistimos a un debate televisivo entre los candidatos a presidentes del gobierno en el que lo que importa es quién gana, no lo que podamos sacar en claro de una exposición e intercambio de ideas quienes asistimos a la discusión. Hace ya muchos años, de Kennedy a Felipe y más acá, lo más comentado de los debates políticos es la profundidad de la mirada, la gesticulación y la resistencia al sudor ante los focos. Y el zasca.
El debate es en sí mismo el fin, la virtud descansa en debatir con donaire, independientemente de que lo debatido sea contenido u hojarasca. Quizá porque los debates reales, los de nuestra vida cotidiana, a menudo no los gana nadie.
Los tipos que allí estarán debatiendo –esto es, intentando ser los mejores en la estética de debatir- se postulan como representantes de los ciudadanos para administrar España. De eso se trata, pensábamos, en las democracias representativas. Y hasta dentro de sus propios partidos: según afirma la Constitución Española deberían ser representantes elegidos democráticamente dentro del partido político.
Según la teoría política ellos –nunca el genérico masculino estuvo tan justificado- deberían ser un medio. Dada la imposibilidad que algunos atribuyen a la práctica de la democracia directa en sociedades complejas, se haría necesaria la delegación de instancias administrativas de la soberanía popular. Sin embargo, más que medios para canalizar dicha soberanía ellos personifican el extremo virtuoso de la sociedad. Son el fin último del tinglado de la política hoy.
Como la tele. Aquí el medio es el fin en unos términos tan literales y evidentes que cualquier explicación sólo aportaría confusión.
La política como fin espectacularizado, que se agota en un destello sucedido durante la transmisión del mensaje (el público como sujeto político), está haciendo proliferar otra modalidad de debates: los que se regodean en la estrategia como ingrediente principal de la receta política. Los intentos de pacto y de constitución de gobierno se relatan en términos de chicuelina ¿La estrategia no debería ser por definición un medio?
A quienes participamos de esta sofisticación hiperactiva de la pasividad, al público, sólo nos queda en esto calificar de más o menos virtuosas esas manifestaciones mediáticas (mediatizadas) con nuestros aplausos, nuestros pateos, nuestra atención y nuestros votos. Abrir mucho los ojos ante el espectáculo del circunloquio cuyo guión, necesariamente, descansará en una puesta en valor consumista del muestrario comercial y en una puesta en valor mística de los paisajes. En el medio, que ya es, al fin y al cabo, el fin.
A mí que lo que me pedía el cuerpo era venir a decir que tanta celebración, tanta unanimidad, tanto 15M hasta en la sopa...sólo podía hablar mal de lo que el 15M nos había dejado. Pero no voy a poder: no estoy aún preparado para matar al padre. Además, yo también pienso que ese derrumbe nos hizo caer en un lugar un poco mejor que aquel del que veníamos.
Así que voy a escribir, sí, otro artículo sobre el 15M que utiliza los lemas como muletillas. Sobre cómo cambiaron los lemas o cambiamos nosotros.
Vamos despacio porque vamos lejos, decíamos hace cinco años. Pronto nos dimos cuenta de que lo mismo íbamos demasiado despacio para llegar no sabíamos cuán lejos. Había gente quedándose en la calle, paro, sufrimiento, podredumbre moral...Nos iba la vida en ello.
Hubo un lema que nunca escuché en las plazas, aunque la cuestión pudiera debatirse de modo secundario: Vamos a montar un partido para echarlos a todos. En este caso ocurrió exactamente al contrario, igual que sucedió con el apelativo mediático indignados, el lema lo pusieron los que estaban enfrente. Nos dijisteis que montáramos un partido y eso hemos hecho. Nos dijisteis.
Que no viniera de ningún lema no quiere decir que muchos de los que fatigaron los culos en asambleas no sean los que están ahora en los parlamentos, ni que estos hayan traicionado nada, ni que la actual fase no sea deudora de aquella explosión, ni que tenga nada de malo haberse volcado con la política profesional. Ni que nada, pero es, sencillamente, otra cosa.
Si yo voy este domingo a la Puerta del Sol, me pongo tontorrón y veo algunas caras conocidas, seguramente y casi sin pensarlo, me vea gritando a coro que no, que no, que no nos representan. Y, si ese lema sigue significando los mismo que significaba en 2011 para muchos de nosotros, no nos estaremos refiriendo sólo al PP y al PSOE, hablaremos sobre la democracia parlamentaria.
Sencillamente, algo distinto.
Pero el lema que más poder concentraba, aquel que más temían aquellos a los que podía quitar el sueño el 15M era sabemos el camino de vuelta. Quienes anduvimos transitando aquellas sendas de energía estábamos muy convencidos de aquello, pero descubrimos que la memoria a futuro también se desvanece.
No crean, seguimos buscando grietas propicias para un derrumbe, uno como aquel -aunque sea distinto, aunque sea mejor-, en el que nos precipitamos con los brazos en alto, moviendo las manitas en la caída: en esas aprendimos a decir que sí juntas. Descubrimos que se podía caer mullido sobre otra gente, que la montonera humana servía lo mismo para parar un desahucio que para empujar un cambio de paradigma en el pensamiento dominante (el del Régimen del 78). Y sabemos que el conflicto y los afectos volverán a arremolinarse en un próximo lema. Uno que no está en este artículo.
* La foto, lo habrán adivinado, no es de la Puerta del Sol, es de una plaza en mi barrio. Menudo derrumbe.
¿Puede ser el arte urbano gentrificador? Sí, sin duda, aunque no por sí mismo.
Pero...¿De qué arte urbano hablamos?
Vamos a ello.
En mi opinión, el arte urbano lo es en cuanto que obra en contexto. Está en la ciudad y su trazo revela unas condiciones de realización que sólo son imaginables echando una ojeada alrededor. Es obra que se mezcla con los elementos urbanos en los que está enmarcados, se degrada con ellos y es pasajero. De la misma forma, en tanto que firma (aunque no sea necesariamente un tag) también cobra sentido en diálogo con la reiteración de la propia obra y con la del resto de escritores.
Podemos seguir la diferencia que establece el antropólogo Manuel Delgado de espacio público como espacio diseñado e ideológicoversus calle como...pues eso, la calle, el contenedor de lo urbano, con sus contradicciones, vivezas y conflictos. El arte urbano planificado pertenecería al espacio público y el arte urbano, si se quiere el grafiti, pertenecería a la calle.
El arte urbano se ha contaminado durante las últimas décadas de los mundos del arte y la publicidad y, a su vez, ha ido evolucionando hibridado de otras manifestaciones culturales. Con un mucho de apropiación de la cultura popular y otro poco de contaminación artística, tenemos hoy otro campo del arte que habita la calle y que viene a insertarse en la honda larga de expresiones relacionadas con el muralismo que han existido en la historia. Tiene elementos del arte urbano/grafiti que conocíamos y hasta comparte con él nombres propios pero es, decididamente, otra cosa.
Este nuevo arte urbano (el que se produce en el espacio público en tanto que espacio diseñado) tiene el valor artístico que le otorgue el público en cada momento y tendrá diferente valor social dependiendo de los fines a los que sirva.
Parece claro que carece de los valores de comunicación directa de culturas urbanas juveniles, a menudo comunitaristas y propias de las clases populares (los mundos del hip-hop, el skate, el DIY, el punk...). Es, en el mejor de los casos, una puesta en limpio de estas (una traducción para públicos amplios), pero no carece de la potencia del diálogo social que albergan todas las manifestaciones artísticas.
Un primer punto irrenunciable para que el arte urbano planificado tenga valor social es, en mi opinión, que no mate al padre. En la medida que el arte urbano pueda servir de reivindicación del grafiti huirá de la inevitable sospecha de que también podría ser vehículo de domesticación.
No tiene sentido que las administraciones y la sociedad celebren uno y demonicen al otro. Siendo, en no pocas ocasiones, la misma persona el uno y el otro (el multado y el pagado con dinero público). La creciente dureza de las multas por pintar en la calle ha llevado, probablemente, a un aumento de escrituras rápidas y a una cada vez menor proporción de piezas elaboradas, al menos en los centros urbanos.
En la ciudad del extrarradio madrileño donde trabajo, en Leganés, abundan los muros pintados por grafiteros a la luz del día. Desde establecimientos comerciales, hasta muros municipales o grandes casetones de la luz que crecen en las explanadas áridas que alguien quiso llamar plazas. En este caso concreto el estilo reconociblemente grafitero, menos mestizo, parece ayudar a evitar una falsa diferenciación entre grafiti culto (y tolerable) e inculto (y clandestino).
La situación es conflictiva, en todo caso, y los equilibrios complejos, por lo que se impone un discurso claro y contundente en la defensa del arte urbano como expresión de la calle por parte de la comunidad artística. Un posicionamiento que no debería llevar tampoco a obviar que, por más que a nosotros nos pueda interesar el arte urbano, este se desarrolla en la misma calle que habita el resto de la gente. Los vecinos o comerciantes no están obligados a ser amantes de tu expresión artística, y pueden incluso odiarla legítimamente. El arte tendrá aquí siempre un desarrollo conflictivo que nace de su propia naturaleza: lo urbano.
En los últimos tiempos se ha puesto en entredicho el valor social del arte urbano (también del callejero) por poder ser instrumento de la gentrificación. Se mete aquí el arte urbano en un gran saco, demasiadas veces sin parar a mirar y a discernir matices. Recuerdo haber escuchado a un artista de los que pinta en las calle lo siguiente: "los artistas urbanos somos los más poderosos gentrificadores".
Se trata ésta de una autopercepción un tanto egocéntrica (aunque cargue con un valor negativo) que otorga al arte una capacidad que no tiene por sí mismo, y que llega transportada a través de los continuos artículos que en prensa confunden la gentrificación con la hipsterización, es decir, un proceso urbano complejo de expulsión de los vecinos con un cambio estetizante de la ciudad.
Si algunas veces la confusión es tan gruesa que se queda en el cambio estético en otras es limitada, pues se centra en la versión de la gentrificación que alude a los patrones de consumo (en este caso cultural) como elemento que ayuda a revalorizar los precios de la vivienda en una zona. Sin embargo, es muy extraño el proceso de desplazamiento vecinal que no cuente con decisiones políticas (planes de rehabilitación sin políticas públicas para fijar a la población, modelos de ciudad tematizados, operaciones de peatonalización, de reordenamiento urbano...) y con planes diseñados por entidades privadas para poner en valor una zona.
Es cierto que en algunos procesos de gentrificación (no en todos, pregunten en Nom Pen) las llamadas clases creativas han jugado un papel a la hora de revalorizar una zona, pero no es menos cierto que culpabilizarles exclusivamente a ellos ayuda a que esconder las responsabilidades políticas y sociales de actores más poderosos.
Por otro lado, el arte urbano (y el arte en general) también ha servido tradicionalmente como instrumento de denuncia política y de visibilización de los conflictos. En ocasiones las paredes han tomado partido contra la gentrificación misma. No se trata pues del arte urbano sino de qué arte urbano.
Los muros de La Tabacalera, en Madrid, lucen grandes murales, fruto de un proyecto planificado y subvencionado por el Ministerio de Educación, Cultura y Deportes. Tras los muros hay un enorme centro cultural que gestiona una asamblea formada por diferentes colectivos. El proyecto fue la culminación de una larga reivindicación vecinal y ciudadana que acabó con la cesión temporal del espacio. Hay quien piensa que cualquier empresa cultural de grandes dimensiones es, en sí misma, un polo de gentrificación. Yo creo que uno de la orientación comunitaria y política de La Tabacalera es antes una resistencia a la gentrificación que un motor de ésta ¿Por qué? Porque los espacios donde se anuda el tejido vecinal y político son focos de resistencia explícita a las políticas públicas y empresariales que están en la base del peligro. No pretendo decir que La Tabacalera sería menos Tabacalera sin sus murales, pero sí que tampoco le restan nada de su potencia y suponen una sugestiva propuesta artística integrada con el todo. De nuevo no se trata de las instituciones culturales sino de qué instituciones culturales.
El pasado domingo, 3 de abril, hubo en mi barrio (Tetuán, Madrid) una concentración de nazis. Sí, aunque parezca increíble hay tipos que consideran hoy que hay que matar a los judíos y esas otras cosas repugnantes que piensan los nazis. Como es poco fotogénico mostrarse con cara de cruz gamada siguen la moda europea de llamarse identitarios y hablar de prioridad española. A la que te descuidas, sin embargo, te están haciendo el saludo romano en la cara.
El contexto de la concentración es el siguiente: Tetuán es un barrio con gran presencia de emigración y el HSM (Hogar Social Madrid), matriz última del facherío, lo tiene hace tiempo entre ceja y ceja. Su intención es intentar atraerse a la parte menos ideologizada de la clase trabajadora hacia sus postulados racistas. Un clásico.
Empezaron por ocupar un edificio en 2014 para ejercer su particular versión racista de la caridad: dan comida a españoles blancos (en el barrio abundan los españoles de diversos orígenes, a los que no consideran compatriotas). Hubo gran movilización vecinal y duraron poco tiempo, aunque luego han ocupado edificios en otros barrios y desde allí hacen frecuentes incursiones en Tetuán. Que hay un atentado en París, pues se dedican a llenar los alrededores de la mezquita que hay en el barrio con pintadas racistas; que se produce un asesinato en el que parece involucrada una de las llamadas bandas latinas, pues montan una campaña contra la comunidad latina, como era el caso esta vez.
Este domingo el tejido social del barrio y antifascistas de Madrid se concentraron en la Plaza de las Palomas (uno de los lugares centrales del barrio) antes de que llegaran los nazis a su propia concentración en el mismo lugar. De esta manera, y entre gran presencia policial, consiguieron desactivar la astracanada nazi, que por otro lado tuvo poca participación. Aunque en teoría la concentración racista debía terminar después que la de los vecinos, fueron estos los que quedaron en la plaza. Barrio defendido.
*
J. va a natación los domingos por la mañana a una piscina municipal que está justo detrás de la Plaza de las Palomas. Antes de entrar, pasamos a saludar a algunos conocidos que estaban organizando la concentración. A la salida, volvimos de nuevo, no sin tener que discutir con un policía nacional que no nos dejaba pasar: los vecinos y antifascistas somos tratados como delincuentes. Lo mismo piensa el diario El País, que igualaba en su crónica posterior la concentración vecinal con la de los nazis. Luego nos fuimos, antes de que empezara la reunión de fascistas, nunca se me ocurriría exponer a J. a la presencia de semejante piara.
Entre una y otra visita a la concentración tuve la ocasión de vivir un episodio de racismo bastante desagradable. Con J. en clase, entraba yo al polideportivo, caminando junto a otro padre de origen magrebí. Cada sábado y cada domingo, desde hace casi tres años, mi pareja o yo repetimos la misma operación: salimos del polideportivo durante la clase y volvemos a entrar cuando J. va a terminar de nadar, para recogerla en el vestuario infantil. Nunca nadie nos ha preguntado dónde vamos.
Sin embargo, el domingo la persona que está en la mesita de acceso del Polideportivo Municipal Playa Victoria gritó a la persona que caminaba a mi lado ¡Adónde vas! Este hombre, que tengo visto hace años porque suele llevar a sus hijos en el mismo horario que yo, se quedó parado y, de nuevo, nos inquirieron (esta vez en plural ya, claro: se había percatado de que éramos dos) ¡que adónde vais! Le explicamos que íbamos a recoger a nuestros hijos que estaban en natación. De malos modos de nuevo: ¡Pues eso preguntaba! El otro hombre y yo nos miramos, su cara era un poema de impotencia y tristeza.
El domingo pasado acabé el día con una sonrisa orgullosa porque ese día habíamos sabido defender el barrio. Pero también tuve tiempo el domingo para morderme los labios pensando que no había montado en el polideportivo el pollo que el racismo de aquel empleado municipal merecía. Contra el racismo aún toca echarle arrestos a la hora de la épica y a la hora del café.
Esta mañana intentaba recordar si cuando éramos pequeños las zonas infantiles estaban acotadas de alguna forma. Tengo mis dudas, lo que me hace sentir aún más institucionalizado ante la mera sospecha de haber olvidado mi cautiverio. Lo que sí tengo claro es que el fenómeno ha ido a más. En todos los parques de todos los barrios de todas las ciudades existen esos corralitos con barrotes de colores.
Esta tarde paseaba por Leganés y me sorprendió ver, en el interior de uno de estos contenedores, una carretera pintada en el suelo para jugar a las chapas, así como unos campos de fútbol, también para jugar con chapas. Lo que se ve en la foto no es tierra, sólo lo parece.
No tengo hoy mucho más que añadir. Remito al título del post.
Algunas mañanas un músico -uno cualquiera, no siempre el mismo- pierde el tren al mismo tiempo que yo. Durante los minutos de espera rasguea la guitarra, canturrea despacio canciones que uno adivina no son los hits que luego interpretará en el vagón. Fraseos sin la cadencia mecánica propia de una cadena de montaje en la jornada laboral del metro, que se toman su propio tiempo, en los que el gusto manda sobre las notas, no acecha la inminente apertura de las puertas, ni planea la sombra represora de los guardias de seguridad.
Esos momentos compartidos en silencio, camino del trabajo ambos, me evocan un tiempo que no conocimos, preso de sus propias dominaciones pero difícilmente imaginable hoy: el tiempo anterior a la interiorización masiva de los tiempos de trabajo capitalistas.
Hace un año que tenía un texto sobre el tema en borrador y hoy me dije, "vamos a publicarlo". Lo he hecho en el blog Madrid Me Mata y en formato epub, por aquello de que es un poco largo y densillo.
Trata sobre cómo las élites se apoderaron del tiempo de los trabajadores y de cómo el trabajo capitalista fue impuesto a la fuerza (física, legal y doctrinal). Parto de lugares por los que paso cotidianamente para llamar la atención sobre la memoria borrada que guardan de esta imposición. Hablo de relojes de pulsera, del San Lunes, cigarreras, esclavos, deportes y alguna cosa más. Hablo de mi hija y de las cosas que me pasan, pensadas en colectivo luego. Un batiburrillo que espero sepa recomponerse en tu lectura como una entidad con algo de coherencia.
Vivo en un edificio supuestamente inteligente cuyos cálculos de medias centígradas y comparticiones dejan mis dedos tecleando como torpes témpanos a punto de estallar. Corrijo: trabajo en este edificio pero paso más horas de vigilia en él que en ningún otro lugar. Luego vivo.
Mi mesa está tras una cristalera desde donde puedo ver a gente en camiseta. Curiosamente, y a pesar de que a mí también se me puede ver desde el otro lado, las parejas eligen un rinconcito frente a mi mesa de trabajo para darse el lote. Justo ahora hay un chico y una chica, distintos de los de ayer y otros que los primeros que ya dejaron de azorarme.
Dentro de un buen rato, las horas hoy caen con lastre, estaré andando camino del tren. Echaré vaho en mis manos en el andén. Ya dentro del vagón, abriré el libro y lo volveré a cerrar. Varias veces. Miraré el móvil llamando con la mirada a los mensajes de los amigos, una porcioncita de vida adulterada que sabe a gloria. Entrará y saldrá gente. Gente es como llamo a las siluetas cansadas que vuelven a casa al filo de las diez. Es extraño como alguna de esa gente, si te fijas bien, tiene ojitos de ser el de delante de la manada. Pero no hoy, no ahora.
Sería demasiado fácil hablar de gente-realmente-puteada. Sería realmente sencillo hablar contra el trabajo desde una posición bohemia ¡Bukowski ya lo hizo! Pero la clave es que todos sabemos de qué hablamos. Hace tiempo que la ciencia moderna averiguó que el trabajo mata, dejémonos de tonterías.
Distintos trabajos, en dosis regladas por la legislación, pueden causar sabañones, artrosis, ansiedad, gonorrea, sumisión, silicosis, presbicia, sobredosis -de tantas cosas-, misantropía, enojo, apatía, caídas, mal genio, dolor de espalda y hasta la muerte. El hasta quiere indicar aquí la dirección, no la excepcionalidad.
No tengo nada en contra de la pereza. Al contrario, a veces la celebro con auténtico regodeo. Sin embargo, nunca pude entender que se agite la pereza como algo opuesto al trabajo. Yo imagino al otro lado del trabajo, sobre todo, cosas para las que reservo más energías de las que poseo... la vida, podríamos resumir.
"¿Qué haría yo si no trabajara? ¡no sabría qué hacer!" A ti lo que te pasa, precisamente, es que has trabajado demasiado.
Ahora es cuando aviso: "a pesar de que tengo suerte, de que me gusta mi trabajo". Y no. Si el trabajo es cancerígeno -se come las células vivas- sería una irresponsabilidad andarse con tibiezas. Una banalidad y una falta de empatía terrible con las víctimas mortales. Hasta cuando lo que te mata es la falta de trabajo es el trabajo el que te habrá jodido.
Dentro de un rato largo estaré arribando en casa. Los niños ya dormirán, mi pareja estará empezando a poder escuchar su propia respiración por primera vez en lo que va de día. Ya de noche. Es viernes, quizá algún amigo suba a charlar y tomar una copa con nosotros, que arrancaremos el velo pringoso de capitalismo adherido a nuestros cuerpos -no es otro el nombre de este compendio de desidia, malestar y agotamiento-, que empezaremos a latir el rato justo para encontrarnos otro lunes en el metro con la gente.
En esos ratos, intersticios del trabajo, ganados al trabajo, robados sin piedad al trabajo, me prescribo conspirar contra el reloj. Ser un jubilado mirando al infinito no entra en mis planes y para conseguirlo os necesito a todos. ¿Quedamos en la barricada a las tres?