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2023/01/18 07:15:00 GMT+1

Otra vez el invierno (camino de la primavera)

Este es el último texto que aparecerá en mi blog de la página de Javier Ortiz. Va a hibernar. Y llevo días pensando qué escribir. Me sería difícil escribir un texto de despedida precisamente por ser un adiós, pensaba; aunque sería sencillo hacerlo, mejor o peor: uno sabe hacia dónde dirigirse, me respondía.

Estaba en estas cuando me he cruzado esta mañana a un tipo que tenía un sorprendente parecido con Ortiz. En cierto modo. Llevaba un gorro de lana y, aunque su complexión y sus rasgos se me antojaban increíblemente similares, había algo en su impronta y en el rictus que le era diametralmente opuesto. No era aquella su mirada lúcida. “Un Javier Ortiz de invierno”, me ha surgido decir de repente.

¡Era invierno! El cielo, plomizo, había decidido de repente proclamar el invierno. Un invierno de verdad –como los de antes, se entiende–. El suceso tuvo lugar a la salida del tren de Cercanías de Leganés.

El primero que se dio cuenta fue un señor de tez morena al que he visto otra vez en la cola del comedor social Paquita Gallego. Hundía la cabeza en su propio cuerpo y arrugaba la nariz, tratando de hacer llegar sangre a la punta.

Los estudiantes, normalmente risueños camino de la universidad, arrastraban sus pies hacia allí en silencio. Los dientes del vendedor de cupones de la once castañeteaban rítmicos; las palomas, que apuraban los restos de una pizza en la basura de una cafetería, picoteaban al compás, y la portera de una finca se frotaba las manos con fruición flamenca. Quise contar, intenté descifrar la cadencia y establecer un patrón. Pero no había ni rima interna, ni mucho menos una estructura virtuosa. Era ruido y era caos como corresponde a la galerna.

Cuesta pensar con el frío cristalizando los huesos, pero al fin, tras todos los anteriores, fui yo quien reparé en la presencia del invierno, con su característica luz blanca tratando de escapar entre los resquicios de la atmósfera plomiza.

Me sorprendí de pronto hurgando en la memoria, haciendo recuento de ilustres estaciones invernales. Recordé que el primer día de 1994 bajaron de la montaña y se levantaron los indígenas de Chiapas. Yo tenía 17 años y generacionalmente me tocaba sentir un golpe en el pecho propio de una primavera. También aquel 1 de enero, muchos años antes de nacer, otros, barbudos, habían entrado en La Habana.

De repente, me vi con 11 años el 14 de diciembre (los inviernos llegaban antes) aprendiendo que la politización se puede adquirir ambientalmente, que la ciudad a veces vibra al son de un sístole colectivo (ruido y caos, como corresponde a la galerna) y parecen emerger los bulevares desadoquinados de Saint Michel o las calles de Grândola. La plaza de Sol aquel mes de mayo en que nos turnábamos la mochilita con una J. de un año.

Pero el ciclo se renueva eternamente. Ni el otoño de los unos ni el invierno de los otros impedirá jamás que cada año vuelva a asomar la terca y soñadora primavera. Ni tampoco que vuelva otra vez el invierno como un telón grueso, que nos hace introspectivos y nos prepara para la próxima reunión febril de los cuerpos sin miedo.

Esto no es un hasta luego, es un seguimos contaminado –ya no puede ser de otro modo– de todo lo que vivimos y viviremos alrededor de la comunidad de personas enredadas en las palabras de Javier.

Escrito por: Luis.2023/01/18 07:15:00 GMT+1
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2022/12/22 19:49:47.758683 GMT+1

Diario ambiental del mundial que ya pasó

Durante el tiempo que duró el mundial, fui escribiendo anotaciones en un hilo de mi cuenta de Mastodon. Lo traigo todo seguido aquí. Cada párrafo es un toot, que es como se llaman los mensajes, equivalentes a los tuits de twitter, en esta red social.Usé el ht (mentiroso) #ElMundialQueNoVeo.

22 de noviembre:

Voy a ir escribiendo en un hilo un pequeño diario –probablemente inconstante– de los días en que transcurre #ElMundialQueNoVeo. Como a la mayoría, no siento ninguna cercanía con este mundial, pero mentiría si dijera que mi único desinterés proviene de los DDHH. Esto es solo el ejercicio de parar cinco minutos a pensar sobre los días y dejar correr los dedos. Para una crónica de verdad (tampoco solo sobre fútbol) seguid a @ignaciopato. Luego subo el primero.

Esta mañana, después de dejar a D. en el cole, me quedé esperando a R. en la calle. Miré el móvil y vi un mensaje de K. “Ha muerto Pablo Milanés”. Llorar en la calle por desconocidos debe ser cosa de los 45. Sentir en el lagrimal cómo raspan los recuerdos al irse. Conciertos con mi madre, cantos exaltados con amigos, “yo pisaré las calles nuevamente” marcando el ritmo de las manis dentro del cráneo. Sé –también por el teléfono– que ha perdido Argentina. Y ya no me importa.

24 de noviembre:

El señor fútbol se pasea por el espacio público desnudo, con la espalda arqueada hacia atrás y ofreciendo sus pelotas al paso. Ayer por la mañana lo comentábamos en la cola para votar en el consejo escolar del cole. “Si está bien jugar al fútbol, pero lo cierto es que ocupan todo el patio y, las demás, arrinconadas”. Por la tarde, en la biblioteca donde trabajo: GOOOOOL a voz en cuello. Más de cincuenta chavales viendo el partido y gritando en la sala de estudio.

A una compañera: "¿Dónde está escrito que en la biblioteca no se pueda ver el fútbol”? Al de seguridad: "Sí, señor, ya nos callamos". El imberbe que llevaba la bandera de España a modo de capa paseándose toda la tarde por allí, ofreciendo sus pelotas al paso

27 de noviembre:

Viernes. Niños, niñas y abuelos con batucada. La mejor alianza posible para reivindicar una vez más –van tres manis, la última el viernes– que el Ayuntamiento no destruya una pista deportiva construida y a estrenar para hacer un nuevo mega gimnasio. La política municipal madrileña es, hoy, el mejor observatorio de la paradoja: se golpea pecho con el deporte y se destruye el suelo donde germina.

Aquí la batucada. Que rabien los haters de los tambores). Y aquí la historia.

Sábado. He visto el partido entre México y Argentina. Pues sí. Mi hija me buscó un enlace pirata. No le interesa el fútbol, pero faltó un profesor en el instituto y les dejaron ver no sé qué partido. Tampoco sé qué pensar de ello (o pienso diferentes cosas). Constato que ya no voy incondicionalmente con Argentina y que, probablemente, toda mi generación, hija de las venas tensas en la cara de Maradona, ya no es más barra brava de todo cien cada cuatro años.

He bajado a por algo para hacer la cena a la tienda de Juan y Ana (la pareja china que regenta los ultramarinos de mi calle). Alberto me ha saludado desde detrás del cristal con la albiceleste puesta. Su bar está hasta arriba de argentinos viendo el partido. Una vez me confesó que solía llevar la camiseta de River pero no le interesaba mucho el fútbol –yo creo que es mentira–.

Algo así: “Como soy argentino, todo el mundo espera que me guste el fútbol y me habla de ello. Yo hago como que entiendo…además, tengo este bar, ¿qué quieres?” De la pared del garito cuelgan fotos de Gardel, Messi, el Che Guevara y Maradona. Un cuadro muy bonito que le hizo un parroquiano. Argentina ha ganado y yo he sonreído desde enfrente de la pantalla del ordenador al bueno de Alberto. #ElMundialQueNoVeo (¿o sí?)

28 de noviembre:

Vi Argentina. 1985. Fue una experiencia hilvanada por las distintas fases y naturalezas de la lágrima. Apretar el párpado, mirar de reojo a mi compañera en el sofá, romperse el dique, llanto contenido y, ya, indisimulado…También fue rabia, pena, emoción, orgullo en diferido…Hay una escena –viene destripe leve– que es el espejo lacerante de la historia de España. Sabes desde el principio que llega, no cuenta nada que no sepas ya, pero origina un boquete en nuestra biografía colectiva.

Ya hemos visto cómo es la familia del ayudante del fiscal, el famoso Julio César Strassera. Gente de bien y orden. Su madre va a la misma iglesia que Videla. En el momento que Darín- Strassera le dice algo así como “nunca vamos a convencer a tu madre y a la gente como tu madre” sabes que sí lo harán, y que será un punto clave del relato. Y sucede, claro. “Tenías razón, Videla debe estar en la cárcel”, dice la señora por teléfono a su hijo.

Son muchas las familias que no querían ver y tuvieron que enfrentarse al relato desgarrador de las víctimas de torturas del régimen militar. Sabían que algo pasaba y habían decidido seguir compartiendo mantel con los responsables como buenos vecinos pero casi nadie puede enfrentarse a los niveles de abyección moral que se alcanzaron en la ESMA. En España nada de esto sucedió.

En 1978, mientras la mayoría de los periodistas desplazados a Argentina para ver el mundial 78 cubrían el partido inaugural, la televisión holandesa daba voz a las Madres de la Plaza de Mayo. “Nosotras solamente queremos saber dónde están nuestros hijos, vivos o muertos” Su grito colectivo, rotundo y sufriente, llegó al mundo entero. Habían mandado una carta a todos los futbolistas argentinos. De este mundial, aun esperamos algo más que gestos mientras miramos avergonzados.

Vi por casualidad unos minutos del Brasil-Suiza. Vinicius, con el partido ya ganado, hace una rabona sin sentido ni utilidad. un desprecio a lo que queda de nobleza al deporte. El vídeo de las Madres de la Plaza de Mayo. Ved la peli.

30 de noviembre:

El otro día estuve hablando por teléfono con José Ignacio, el entrenador de un equipo de barrio al que su fricción con la realidad le ha llevado a montar una pequeña obra social. Un día, su hijo –también pupilo en el ADC Malasaña– le dijo que un amigo suyo quería apuntarse a jugar. “Dame el teléfono de sus padres y hablo con ellos”. Se topó entonces con una realidad que desconocía: la de los niños tutelados por la Administración.

Están en los colegios de nuestros hijos, pero parecen invisibles y sufren el estigma impregnado por babas rabioasas, filtradas a través de los medios de comunicación tolerantes con el fascismo e intolerantes con los más débiles. Se plantó en la residencia donde vivía y empezó a llevárselo a los entrenos y partidos. Luego, fueron llegando más críos tutelados al equipo.

Este año, ha montado ya una especia de obra social para que nadie se quede sin jugar al fútbol en el barrio. Podemos echar una mano aquí 

2 de diciembre:

Del primer mundial que tengo memoria no vi ningún partido. En 1982 tenía cinco años y tengo el recuerdo del ambiente. Naranjito, Sport Billy y un nosequé más que no puedo concretar en palabras. Supongo que tiene que ver con lo que hacen los mayores en el salón, lo que hablaba la gente a tu alrededor o las palabras que salían de la radio, aunque para ti fueran solo un zumbido de fondo.

Ayer salí a merendar y de reojo capté, a través de los cristales, campos de fútbol en los televisores de un par de bares. Entré en Rodilla, pedí unos sándwiches y, quizá por esto del ambiente pegajoso, cogí de entre los periódicos del día el AS.

Lo ojeé sin mucho interés, de arriba abajo. No sabría decir la cantidad de años, muchos, que no leía un diario deportivo. Entonces lo solía hacer de la contraportada hacia delante. Paro en una columna: “Takahashi: Gavi y Pedri son los Oliver Atom de ahora” Era el creador de la serie. Visto lo visto, mejor animador que augur.

10 de diciembre:

Vuelvo a este diario del mundial ya sin mundial en primera persona para los españoles. Estos días visité Mérida. Mirando el graderío carcomido del circo romano me dieron ganas de trasladar aquí alguna analogía. Lo descarté a los cinco minutos. Menos mal.

Marruecos ganó a España. D. se enfadó, yo me lo tomé con bastante relajo y me alegré por Chaima, por Karim, por Anwar, por mi vecino de enfrente…Imaginé latir fuerte el cemento en la zona de la mezquita del barrio, quince minutos andando hacia el norte por Bravo Murillo. Y me pareció reconfortante.

Sentí cercanía con los vecinos y rechazo por el régimen de Mohammed VI; sonreí cuando los jugadores de la selección sacaron la bandera de Palestina pero, a continuación, rabia cuando entonaron cantos sobre la ocupación del Sahara. El régimen, tan amigo de nuestro borbón viejo, tan caro cancerbero de nuestras fronteras, cómplices de un crimen global. Por la geopolítica mandaría a la mierda al mundial y al Estado. Por los vecinos, sonrío.

16 de diciembre:

Yo no tenía ganas de ver el mundial. Sentía más desapego que ganas de hacer boicot, aunque seguramente los Derechos Humanos tuvieran pellizco en esa sensación de indiferencia. Lo he visto a ratos –más de lo que suponía iba a hacerlo– y he ido dejando unas pocas impresiones por aquí –menos de las que suponía dejaría–, con poco contenido futbolero y algo más de costumbrismo ambiental, en todo caso.

Más arriba dejé dicho que mis simpatías improvisadas han tenido que ver con los nombres propios que podía ponerle a cada camiseta. Y al conocimiento de los músculos de sus rostros. A veces, no es necesario conocer mucho a una persona para imaginar la cara que pondría en un momento de nervios o de alegría desbordada. En ese gol.

Esas caras han resultado ser argentinas o marroquíes. También me he dado cuenta que ver un mundial desapasionadamente echa lastres afuera. Por ejemplo, permitirme cambiar de equipo a lo largo, no ya de una competición, sino de un mismo partido. Como hace la gente que no sabe de fútbol.

Yo iba, de aquella manera, con Holanda cuando jugó contra Argentina. El que antaño solía ser mi segundo equipo en el mundial, el primero con opciones de ganarlo, ahora se me hacía un equipo antipático y vulgar. Pero resulta que D. (8) adora a Messi. Ha visto más fútbol en el álbum de cromos que en la tele. Pero adora a Messi y lleva a con orgullo cierto cromo especialísimo que solo él tiene en clase.

–Papá, ¿a que Messi es el mejor?
–Sí hijo, uno de los mejores jugadores que hay.
–No, papá, el mejor, pero el mejor de la historia.
–Hombreeee. Y yo soy del mundial 86.

Antes de empezar la prórroga, bajé a por una cerveza a la tienda de Juan y Ana (que son quienes regentan el ultramarinos chino de la calle). Iba pensando en D. y sus saltitos nerviosos frente al televisor. Pasé por el escaparate del Iguazú, el bar argentino de Alberto, de quien ya os he hablado. Lleno de albicelestes, chicos y chicas con los labios amoratados por sus propias dentelladas nerviosas.

Alberto me saluda sonriente todas las noches desde el otro lado del cristal cuando regreso del trabajo. Yo me giro, le correspondo con un gesto y me topo con el cuadro de Maradona en la pared. Acababa de darme cuenta, ¡también está el de Messi! Subí a casa y me puse a animar a la albiceleste junto con D.

Un detalle. La vida sigue, ignorante de las pasiones de este mundial navideño. Ese día que bajé a por una cerveza, mientras sonaba en mi cabeza el interludio porteño de andar por casa, en la otra acera sucedía algo. Sucedía una barricada de libros.

Junto a la tienda de Juan y Ana más de un centenar de volúmenes perfectamente apilados en la acera. Alrededor, un grupo de chicos y chicas jóvenes escrutando los ejemplares abandonados. Compartiendo mi cara de preocupación por el cielo apunto de descargar sobre nuestras cabezas. Miro curioso, entro a la tienda a por mi cerveza.

Al salir, veo pasar a varios chicos ojeando un libro rescatado de su orfandad. “La Iliada”, alcanzo a escuchar. Qué nivel. Junto a la barricada de tinta y pulpa de papel, una chica sola con gesto de alienígena abandonado en una ciudad tan vulgar y extraña como esta. Y una voz rezagada que sale del bulto de la pandilla –“¡Eh! Que los libros eran de esa chica”. Mudanza.

22 de diciembre:

Habría sido un gesto bello que en la celebración del campeonato algún futbolista argentino agarrara el micrófono y empleara el torrente de excitación desbordada en el que se encontraban todos para reclamar la libertad de Amir Nasr-Azadani, el futbolista iraní condenado a muerte por levantar la voz por los derechos de la mujer.

Un gesto refulgente que, sin embargo, habría servido para desanudar todas nuestras contradicciones. Una pose oenegista y socialdemócrata. Ojalá hubiera sucedido, pero, a la vez, está bien no tener esa coartada

Terminado el mundial de Qatar, puedo decir que éste acabó por ocupar más espacio en mí del que en un principio hubiera pensado desde el desapego no militante. Mirándonos a J. y a mí ver el último partido, se podría decir que fue un espacio vulgar: un espectáculo grandioso encerrado en una tarde de domingo en casa, viendo la televisión. Como una buena peli.

Sin embargo, la diferencia con otro espectáculo apabullante –y de esta grandeza nacen también sus miserias– es que no se agota en la representación, salta a la calle y se muestra tan vivo allí como en las gradas vociferantes de un estadio.

Un rato después de terminado el partido, una mujer bajo el dintel de la puerta en el bar de Alberto –unos cincuenta años, gafas de ver, pelo rizado– sostenía un teléfono móvil frente a la boca. Le cantaba a su interlocutor, con emoción cómplice, la canción de Muchachos, que ha servido de himno plebeyo a la hinchada albiceleste. Había compuesto ya unos versos que hablaban de la final que acaba de echar el cierre.

Tardé mucho en cerrar este hilo con la crónica inconstante del ambiente mundialista a mi alrededor #ElMundialQueNoVeo [FIN].

 

Escrito por: eltransito.2022/12/22 19:49:47.758683 GMT+1
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2022/11/14 11:44:4.087672 GMT+1

Un optimista

Hay domingos cuyo aire presenta tal liviandad que, sin apenas rozamiento, te permiten avanzar más que en una década. Domingos que, pese a esta cualidad etérea, ocupan en la memoria mayor espacio que el resto del taco del calendario. Se hinchan del ambiente y ahí se quedan, flotando, rebotando en las esquinas de la sesera. Con un poco de suerte, consiguen desplazar el humo denso de la tristeza. O, por lo menos, lo disipan un poco para que podamos volver a mirar al frente.

Ayer por la mañana salió el sol en el sitio donde vivo. Tuvimos una manifestación por la sanidad pública mayor que todas las que han sido por aquí en la última década (exceptuando quizá el mejor 8M). Ni en sus noches más lúbricas la derecha ha soñado con montar algo así. No hay gran angular para atrapar el vaivén de las mareas haciéndonos cosquillas en las plantas de los pies durante la marcha, sacando nuestras sonrisas más luminosas y afilando las miradas cómplices. Ni en sus sueños más lúbricos. Y que aun así no sepamos como quitarlos de en medio... A ver si andando hoy hemos empezado a encontrar el camino. Ojalá.

“¡SANIDAD PÚ-BLI-CA! ¡SANIDAD PÚ-BLI-CA!”. Me fijé en que el grito era tan unánime que dejaba poco espacio para otras proclamas habituales de las manifestaciones y ocurrencias ingeniosas, tan celebradas en otras citas. Sí, alguna hubo, pero sobre todo fue “S¡ANIDAD PÚ-BLI-CA! ¡SANIDAD PÚ-BLI-CA!”.

Hace solo unos días leía que “una de los aspectos más intrigantes y menos comprendidos de la historia de la comunicación tiene que ver con la fuerza de las melodías. En la mayor parte de las sociedades, casi todo el mundo comparte un repertorio común de melodías, características de su cultura, que llevan a todas partes en su cabeza”. Las palabras, provenientes de La poesía y la policía –un maravilloso libro del historiador Robert Darnton sobre la sátira social popular en el París del XVIII–venían a mi cabeza con el poder sísmico de la proclama compartida.

No tengo ganas hoy de analizar. Es esta una de esas mañanas sin resaca que la saciedad de la fiesta se puede aun paladear. No hemos andado nada –y hasta mi pie derecho, aquejado de fascitis plantar, está menos dolorido pese a los kilómetros de ayer– pero me encuentro optimista. Con el soniquete en la cabeza de los gritos compartidos.

 

Escrito por: eltransito.2022/11/14 11:44:4.087672 GMT+1
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2022/09/13 13:55:4.169576 GMT+2

Abran los colegios a los barrios

Cada día hay, al menos, un tema estrella en twitter. O en mi burbuja de twitter, que asumo tiene sus especifidades que a menudo no se reflejan en los trending topics generales de la red. Y hoy tocó comentario de texto sobre la propuesta que el PSOE ha hecho en el transcurso del Debate del Estado de la Región (madrileña) de abrir los colegios con actividades y monitores por las tardes y durante el mes de julio.

Aunque luego he encontrado posiciones más matizadas, los primeros seis o siete tuits que me he topado criticaban la propuesta e incluían en su redacción el concepto “aparcamiento de niños”. El discurso de base de la crítica es que la conciliación familiar debe darse desde la reorganización o limitación de la jornada de trabajo, y no parcheando.

Claro. Estamos de acuerdo. Sin embargo, hago cuentas y me sale que los compañeros cenetistas que pelearon la actual jornada de ocho horas lo hicieron hace más de un siglo. Urge bajarla, me apunto a ese carro decidido, pero me parece no tomar decisiones de gobernanza local atendiendo a hitos que precisan, como mínimo, de una organización popular que hoy no vislumbramos, no ayuda a mejorar las condiciones materiales más tangibles de nadie.

La apertura de colegios en horarios no escolares ya se produce de facto, de forma limitada, no universal y de pago. Las AFAS y AMPAS de los colegios organizan horarios extendidos de conciliación y actividades extraescolares. En algunos colegios, también se ocupan de ello las Juntas de Distrito y, en general, los campamentos urbanos municipales –muy escasos en plazas– se organizan en las instalaciones de los colegios públicos.

El hecho de que la organización recaiga en las familias es en muchos casos fuente de una tremenda inequidad. Por un lado, aunque estas asociaciones tienen cuotas simbólicas, becas y oferten las actividades –normalmente desarrolladas por entidades privadas de ocio y tiempo libre– a precio de coste, es innegable que existe una barrera económica. Cuestan dinero. En segundo lugar, hay colegios con asociaciones de familias potentes, otros en los que son raquíticas…y un número nada despreciable que no cuenta con ellas, normalmente en barrios con rentas bajas.

Esto nos pone en la pista sobre quienes necesitan mayoritariamente de un entorno seguro donde puedan estar sus hijos mientras trabajan: las familias trabajadoras más precarias, las mismas para las que el cierre de los comedores escolares en verano supone un problemón.

El concepto de “aparcamiento de niños” se ha utilizado con mucha frecuencia en el debate reciente –calentito, calentito, después del Covid– sobre la jornada escolar. Los partidarios de la jornada continua alegan que el cole no es un parking de niños. Los que tenemos en razonable consideración –también tenemos nuestras quejas– nuestros colegios,  estamos seguros de estar dejándolos en un lugar en el que están bien y que es mucho más que un espacio para la conciliación.

Pero también lo es, ¿a quién queremos engañar? Aquellos que lucharon por la jornada de 8 horas hablaban de 8 para el trabajo / 8 para el descanso / 8 para el ocio, la formación y el enriquecimiento de la clase trabajadora. Solo desde el desprecio por la realidad podemos argumentar que es posible empezar a ensanchar ese tercio que reclamamos en propiedad desde la jornada escolar en lugar de reformando el empleo. Es una organización estructural del tiempo que descansa, entre otras cosas, en el hecho de que niños y niñas estén en el colegio. ¿Queremos acabar con ello? Sí. ¿Podemos aislar la jornada escolar del resto y esperar a ver qué pasa? No, hay profesionales liberales, gente teletrabajando, con trabajadoras domésticas…que quizá puedan permitírselo, pero la mayoría no. Es por esto que el concepto “aparcamiento de niños”, aparte de entrometido y moralista, me parece extraordinariamente cínico.

Además, todo puede hacerse bien y mal. La propuesta del PSOE, al menos en el enunciado inicial que ha trascendido, parece vaga, y no es difícil imaginar una puesta en práctica cutre, centrada exclusivamente en el capítulo de la conciliación (que, como acabo de decir un poco más arriba, es imprescindible). Pero, también es posible hacerlo mejor y atender a capítulo de la formación y el ocio que no suele encontrar acomodo en la jornada escolar. Algo que, por cierto, cabía en los esquemas mentales de los revolucionarios que pensaban el 8/8/8 hace más de cien años.

 En el AMPA a la que pertenezco se buscan actividades demandadas por las familias, se evalúa su utilidad social y carácter complementario con la escuela…y se desechan otras muchas que no pasan el filtro de la decisión colectiva. En nuestro caso concreto, se privilegian las que oferta una cooperativa que en su momento formaron familias del centro y un club de karate que nació en el propio entorno del cole. Esta implicación de las familias ha generado interacciones muy positivas y una cultura democrática que debería incorporarse a una buena propuesta de apertura de los centros. Pero es algo que, ya te lo cuento yo, no puede suceder en los colegios donde no existe el AMPA/AFA, por lo que una oferta universal y gratuita de actividades y campamentos de verano mejoraría la situación de la mayoría de los niños y niñas madrileños.

Aunque a veces pasa desapercibido, los colegios, con todas sus carencias y achaques, son espacios privilegiados dentro de los barrios. En no pocas ocasiones, tienen las pistas deportivas que escasean de puertas afuera, cuentan con aulas, salones de actos, gimnasios…Su aprovechamiento por parte de la comunidad debería ser mayor. En París, hace pocos años, aquejados de escasez de espacios verdes y empujados por las urgencias del cambio climático, se pusieron a buscar suelo para renaturalizar la ciudad, y se dieron cuenta de que en todos los barrios hay un colegio con una superficie considerable. Los coles están ahí para usarlos. Y, por favor, no se me abalancen aún, que no propongo sustituir centros culturales por colegios…será por huecos dotacionales que rellenar.

 

Escrito por: eltransito.2022/09/13 13:55:4.169576 GMT+2
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2022/08/01 21:55:28.283204 GMT+2

Y poder decir: “hemos reunido a la banda”

No tengo una opinión formada sobre Rosalía, pero me produce pereza la imposición social de opinar sobre su música. Tanto me da que los unos se vean en la obligación de explicar lo sobrevalorada que está como que otros señalen a cualquiera que no le gusten sus interpretaciones “que no la entiende”. El debate alrededor Rosalía como fenómeno social no está entre mis preocupaciones, sencillamente.

 Gente cuyo criterio musical tengo en alta estima me dice que la tía es una máquina, que controla las claves de la canción y del negocio como nadie lo había hecho en años. Lo primero me parece reseñable, aunque por ahora no me haya llamado la atención (hay miles de artistas, para todos los gustos, incluido el mío); lo segundo, su instinto para la mercadotecnia, no cuenta entre las cualidades que valoro en un artista. ¿De qué manera esta habilidad podría hacer que yo disfrute más una canción suya cuando la escucho?

Tengo que reconocer que me parece desconcertante que en los últimos tiempos se utilice como argumento recurrente para defender la valía de un artista –o de un YouTuber, que también se da el caso–, su número de seguidores. Rosalía ha grabado con multinacionales, goza de un inmenso reconocimiento entre el público, millones de seguidores en redes sociales…pero ella no tiene la culpa. Rosalía gusta a la chavala de barrio, al cuarentón que hace esfuerzos para su turra se siga escuchando y, según he leído, a un par de generaciones de la familia real. Y, como corresponde a quien está permanentemente iluminada por los focos, otros la odian.

Rosalía es también un exponente más de una tendencia que me parece significativa. No hablo del declive del rock sino del de los grupos de música de cualquier género. Hay pocas bandas, al margen de las que sobreviven –algunas muy bien– por las radiofórmulas y festivales para treintañeros. La industria siempre ha demandado nombres propios (incluso dentro de los grupos) pero hoy, más que nunca, cada número de las listas de éxito está ocupado por un nombre seguido de un apellido.

Confieso que aún fantaseo algunas veces con tocar en un grupo de rock con mis amigos. Lo hago cuando friego los platos, que es mi momento de fliparme con la música, y la ensoñación tiene últimamente la particularidad de que volvemos a tocar años después de habernos separado. Si se han amontonado suficientes cacharros en el fregadero, pasan ante mí los momentos de hablar la reunión, empezar a tocar de nuevo –con titubeos, risas y alguna discusión por las versiones para completar el repertorio– e, invariablemente, del concierto de reunión con los niños entre el público.

A lo mejor es porque a mis casi 45 estoy ya exento de los tópicos del rock, del triunfo y de ligar, pero el centro de mis fantasías son la camaradería y la capacidad de hacer música. Siempre tuve oreja en vez de oído. Secretamente, anhelo una banda para ensayar y mirarme con otro músico para entrar a la vez a un cambio de ritmo. Para, años después y veinte intentos fallidos, poder decir “hemos reunido a la banda”.

 

Escrito por: eltransito.2022/08/01 21:55:28.283204 GMT+2
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2022/06/30 12:29:48.981249 GMT+2

OTAN NO, BASES FUERA

Cuando el referéndum de la OTAN no había cumplido los 9 años, era un poquito mayor de lo que es D. ahora, lo que me ayuda a hacerme una idea de la altura desde la que miraba el mundo entonces. Aunque era pequeño, puedo recordar cómo el debate inundaba toda la sociedad del momento. Tengo el pálido recuerdo de una conversación con mi padre en la que le preguntaba sobre las palabras que Felipe González había pronunciado en la televisión. Entonces la primera cadena era un lugar de encuentro intergeneracional. Queda aún en mi cabeza la imagen borrosa de un hombre hablando para todo el mundo y mi padre, supongo que explicándose como pudiera ante la mirada abierta de un mico, traduciéndome el giro felipista. Lo que más nítido veo son las pintadas en las calles. Siempre, desde muy pequeñito, me ha gustado leer los trazos de pintura en las paredes.

Estos días han vuelto las mismas pintadas de entonces a mi calle: OTAN NO, BASES FUERA. Desde que empezó la invasión de Ucrania se han criticado desde algunos sectores de la izquierda las iniciativas que apelaban a la OTAN en el marco de las protestas contra la guerra. Es, desde luego, una posición fácil de caricaturizar como nostálgica, idealista o simple. Basta con señalar la poca afluencia a las manifestaciones, alguna bandera soviética sacada a pasear o el carácter extemporáneo de la conocida proclama.

Si bien hay argumentos inapelables sobre la necesidad de poner en primer término el conflicto en curso –algo que no necesariamente negamos quienes también miramos hacia otros lugares–, los críticos con la oportunidad de señalar hacia la Alianza Atlántica obvian sistemáticamente un hecho que es, mi modo de ver, crucial. España pertenece a la OTAN.

Aquella batalla la perdimos ya en el 86, yéndose por el desagüe buena parte de la potencia antagonista del Estado, que había depositado allí sus últimas energías. Entonces, ¿por qué hablan como si de otros se tratara? ¿Como si la OTAN fuera un ente con el que no tuviéramos nada que ver? En el marco de las protestas por la paz que yo he conocido, se apelaba al gobierno ruso y a nuestro propio gobierno, implicado en esta estructura militar, exigiendo poner mayor ahínco en una salida diplomática para la crisis.

Equivocada o certeramente, quienes apostábamos por no ayudar a escalar el conflicto no apoyamos la invasión rusa ni necesariamente somos nostálgicos de la Guerra Fría, como se empeñan en clamar algunos compañeros mientras señalan las voces más caricaturizables para cargarse de razón. Porque, esto me maravilla, siendo ellos quienes se dedican a dictar de qué manera se debe o no enfrentar la situación bélica desde España, acusan a los demás de vestir superioridad moral.

El argumento más utilizado es que cargar las tintas en la OTAN en el momento en el que se está produciendo una invasión en Ucrania resta gravedad a esta agresión e incluso, según algunas versiones, equivale a mostrar un apoyo tácito al régimen putinista. Sin embargo, me pregunto si no podría darse la vuelta al razonamiento. Si, usando ese juego de simetrías, no enfrentar la OTAN en aras de que no se confunda con un alineamiento, al menos equidistante, con el imperialismo ruso, no equivale a condenar al fondo del saco de la historia a otros desheredados de la misma. A abandonar a los kurdos disidentes en Turquía, a asumir una mayor militarización de las fronteras del sur de Europa, a apoyar la expansión militar nuestros patios traseros, alinearnos con el mayor proceso de rearme mundial planificado en décadas, a ponernos mirando hacia China con gesto desafiante, a abandonar al pueblo saharaui…

Todavía estos días, en los que algunas de estas intenciones se estaban firmando en España, mi ciudad se encuentra militarizada y se ha suspendido en ella el derecho fundamental de manifestación, he tenido que leer críticas desde la izquierda hacia quienes han protestado contra la OTAN. Nada de esto que sentimos como lacerante, urgente y sintomático de los vectores de un mundo cuesta abajo tiene que ver con la nostalgia del niño que contaba en el primer párrafo. Del eco de aquellas pintadas en las que hoy se reproducen similares en las paredes guardo el orgullo por la dignidad de quienes estuvieron, pero no catequismo alguno.

Yo, por mi parte, a falta de fuerzas, entorno y capacidad para cargarme la Organización del Tratado del Atlántico Norte, estoy exorcizando a voces al maldito Covid para que abandone mi cuerpo. He planeado bajar al chino a por un spray y salir por la noche a pintar el OTAN NO, BASES FUERA de rigor. Soy consciente de eso que ahora llaman la correlación de fuerzas –no lo voy a ser, con un tío armado apostado en cada esquina–. Me pregunto si quienes apuestan por elegir bien las batallas, las realistas, las de su tiempo, son también conscientes de su lugar en esa correlación. Esto no lo tengo tan claro.

 

Escrito por: eltransito.2022/06/30 12:29:48.981249 GMT+2
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2022/05/31 19:36:10.787472 GMT+2

La ciclogénesis cuatro años después

 

Me parece increíble que hayan pasado cuatro años y medio desde que escribí el texto que recupero a continuación: La ciclogénesis tras el cristal. Salió publicado en un fanzine colectivo de la factoría Bombas para desayunar, de Andrea Galaxina. Estaba ilustrado por la misma fotografía que he incluido en este post.

Miro hacia atrás, con mi recién estrenada presbicia, y me cuesta hacerme cargo de que uno recurriera a la figura retórica de la ciclogénesis, un fenómeno meteorológico que hasta la fecha no había sonado, y sobre el que los noticiarios dieron mucho la matraca entonces. Y luego vino –por aquí, por donde escribo– Filomena. Y da vergüenza haber nombrado científicamente aquel frío. Y la pandemia nos heló la existencia, e hizo menos relevante la temperatura para quienes teníamos un cristal a través del cual mirarlo.

Hay en el texto algunos personajes que se fueron del descampado (los papás del huerto urbano) pero otros permanecen con parecidas caras (los tirados). Lo más relevante es que parte de los protagonistas, los filipinos que dormían en una chabola con dignidad hacendosa, han vuelto recientemente. Cuando les echaron de su primera ubicación, okuparon una casa no muy lejos; cuando les desalojaron de ese edificio, volvieron a dormir al descampado. Cuatro años y medio después no parecen tan jóvenes y les cuesta un poco más mantener el orden en la parcela de sus casitas efímeras.

 

La ciclogénesis tras el cristal

 

Miro por la ventana esperando la ciclogénesis explosiva, que debe ser una borrasca en los tiempos de todo más y todo sofisticado ¿Frío pelón y aire de desgajar tejas? Un diciembre mesetario que  sabe a poco a los catetos que hemos nacido en Madrid.

Tras el cristal, como siempre, tejados tristes, cacharros apilados en una azotea y antenas que sirven de cota para imaginar la profundidad del cielo. Detrás de las ventanas de ciudad no hay horizonte. Hoy hay también algunas hojas surcando el suelo polvoriento del descampado, llevadas por el viento silvante, y ese tono pre atardecer que, no sé por qué, es el color del frío.

Tras el cristal, es raro, no hay hoy gente. Ni la comunidad de los tirados -hablando con voz ronca, calentando las manos en el vidrio helado de la cerveza-, ni los papás del huerto urbano, ni la secta de los paseadores de perros, ni el merodeador de los ojos inquietantes, ni tan siquiera los gatos, los primeros que llegaron al descampado. No, hoy, parece, todos miran desde alguna ventana, esperando la ciclogénesis explosiva.

Contemplo la nada única de cualquier descampado y me acuerdo de mis vecinos nuevos. Viven en otra parte del descampado donde mis ojos no llegan. Son jóvenes, filipinos -creo- y han levantado dos pequeñas barracas sobre la superficie abrupta del aparcamiento abandonado tras un pufo urbanístico, encallado en una charca fangosa del capitalismo de amiguetes.

Antes de los filipinos hubo un par de chatarreros rumanos que dormían casi al raso, bajo un leve tejado de plástico hecho con el tablero de juego del Enredos (Twister). Era verano y, como muchos veranos, la maleza que lucha contra el hormigón del aparcamiento ardió de noche. Un vecino comentaba que los chatarreros lo habían incendiado “para ampliar sus dominios”. Lo juro.

Los nuevos vecinos, un par de parejitas (no sé si alguien más), son asombrosamente cuidadosos con su mísero entorno. Barren todas las mañanas y limpian el voluptuoso exterior grisaceo del aparcamiento, bajo el que hay varias plantas abandonadas (toda una ciudad subterránea con la que fantasear). Vienen, van en bicicleta y visten mucho mejor que yo. Si no fuera obsceno juzgarlos, podría decirse que llevan su miseria con más dignidad de la que muchos llevamos nuestra opulencia mocha.

J. y D. tiran de mi pantalón mientras miro por la ventana. Me recuerdan que aún no hemos puesto el belén. Un nacimiento ateo que ponemos, religiosamente, cada año. Ateo porque lo digo yo: tiene su niño Jesús, la Virgen María, sus Reyes Magos y hasta un ángel (con un ala rota, eso sí). No como el de R., que pone un nacimiento con la cunita vacía. Un belén que es  chufla de  amistades y cincel de mis arrugas de expresión más satisfechas. Pienso en mis vecinos del descampado, ellos, me ha parecido ver, han puesto también un árbol de navidad y, bajo la conífera de plástico con lazos rojos, una figuritas que en la distancia  parecen un misterio como el que ponía mi abuela en la casa grande.

- Terminad de colorear eso, ahora bajamos a por la caja del belén al trastero.

Sigo mirando (hacia fuera y hacia dentro). Esta mañana pasé frente a la verja metálica tras la que está la chabola. Hoy casi no se ve el hábil entrelazado de desechos con que han levantado su hogar. Una densa malla de plásticos y lonas la recubre. Un parapeto brillante dispuesto a la espera de la ciclogénis. Del frío pelón, del viento lacerante de diciembre en la meseta.

Miro tras el cristal, me fijo en las ramas de las malas yerbas triunfantes, convertidas en árboles. Se mecen algo más que antes, aún sin la violencia de “un pequeño ciclón extratropical”. Miro el color indescriptible del frío, el cielo plomado, la luz en fuga…

A mi espalda, expuestos a la noche, mis jóvenes vecinos esperan tras los plásticos la llegada de la ciclogénesis explosiva.

Aquí un belén, afuera: el frío.

Escrito por: eltransito.2022/05/31 19:36:10.787472 GMT+2
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2022/05/02 10:00:23.928686 GMT+2

Los artículos que no escribimos

 

El primero de ellos, el que me correspondía traer a esta casa durante el mes de abril. Llegó mayo con atropello, me empujó hacia adelante y me encontré mirando de reojo el editor del blog vacío. Pero como el calendario son solo las marcas rectas del arado sobre el extenso campo del tiempo, lo traigo aquí un par de día después. Si será tramposo el calendario que hasta podría modificar la fecha de la entrada para que quedase para los anales de javierortiz.net que llegué a tiempo al mes de abril.

El segundo artículo que no escribí es del tipo que, quizá, un día escriba. Los tienes en mente, a veces guardas anotaciones –que a menudo pierdes–, vuelves a ello cuando te tropiezas con él en casa, lo manoseas, lo vuelves a dejar a un lado para mejor ocasión. Y pasan años.

Esta semana se lo decía a Mansilla en twitter: “Yo hace muchos años que tengo pendiente escribir un artículo que se llamaría Por qué me gustan las ciudades feas”. Es ese tipo de artículo que ocupa espacio en tu cabeza como una masa abstracta que cuesta convertir en hilos de tinta. Cuando llega, nunca se parece demasiado al artículo que intuías llegaría a ser y, aun, así, escribirlo produce goce y alivio.

El tercer artículo que tampoco escribí esta semana no creo que lo escriba ya…pero mantengo la esperanza de que así sea. Es un tema que te encuentras flotando por la calle y no agarras. Lo ves marcharse sobre los cables del tendido eléctrico como el globo de Bob Esponja de un niño en día de feria.

El pasado fin de semana volvía con D. de un recado. Aunque íbamos con algo de prisa, pude fijarme en un señor mayor parado en la acera de la calle de Bravo Murillo. En el banco junto al cual estaba, tenía colocados tres o cuatro ejemplares de un libro y una hoja manuescrita en la que se leía, con las palabras que fuesen, “Vendo mi libro”.

Como escribo en un periódico de barrio –de mi barrio, de ese barrio– de vuelta a casa pensaba en la historia detrás del hombre. El libro se llamaba Caño Roto, en la cubierta salían unos galgos y él tenía un nombre común por el que no encontré información en Google y que ahora he olvidado ya. Solo una hora y media después, volví a pasar por allí con la intención de adquirir el libro y charlar con el señor. Ya no estaba. Había vendido todos los libros, espero.

Paso a menudo por el lugar, por lo que sé que no es el típico paisano habitual de la calle, como los vendedores de estampitas a las puertas de la Iglesia de San Antonio o el señor callado que, a veces con una maleta, pasa el día en un banco no muy lejos del del vendedor del libros ambulante. Sé que si le vuelvo a ver será otra casualidad.

Y la tercera ocasión perdida que os quiero contar es de las que ya, definitivamente, son un punto final. Hace un tiempo, mi compañero en Somos Malasaña Antonio me consiguió el teléfono del actor Juan Diego. Sabía que estaba pensando escribir un artículo sobre la huelga de actores de 1975, de la que él fue protagonista, y, por casualidades del destino, tenían un conocido en común.

Recuerdo haberlo comentado con mi amigo A., con quien había conversado desde muchos años atrás sobre nuestra admiración común por Diego como actor. Me dijo, “tío, no lo dejes pasar”. También le profesábamos simpatía. Mi recuerdo particular sobre él es en la barra de una fiesta contra la guerra de Irak, a la que el actor había acudido para apoyar la causa. Codo con codo, sin cruzar palabra, pero con un mini de cerveza idéntico cada uno. Es una mierda de recuerdo, equivalente a habérmelo cruzado por la calle, pero es la imagen que yo guardo.

El tema de la huelga se quedó en el camino y no llegué a llamarle nunca, aunque de vez en cuando lo recordaba. Lo tenía presente. Ahora que me he parado a pensarlo sé que, ya ves tú, me producía respeto hablar con él.

Los artículos que no escribimos se parecen, creo, a todas las cosas que nos pasan en la vida. Agarramos unos y dejamos pasar el resto. Añoramos, luego, no haberlos sentado a nuestro lado junto al teclado para fijarlos a un fondo blanco, sin saber en realidad si lo mejor fue dejarlos ir o no.

Escrito por: eltransito.2022/05/02 10:00:23.928686 GMT+2
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2022/03/31 23:21:23.153017 GMT+2

Libertad para Pablo González

 

El periodista español Pablo González lleva más de un mes detenido en Polonia por, presuntamente, espiar para los servicios de inteligencia militares rusos. No hace falta entender de derecho comunitario para saber que las circunstancias en las que se está produciendo su detención son del todo irregulares: sin comunicaciones con su abogado de confianza o la familia y, durante las dos primeras semanas, sin tan siquiera tener un abogado asignado.

A tenor de las informaciones que tenemos, cabe desconfiar también de la veracidad de las acusaciones pues, por lo poco que sabemos, se basarían en una supuesta doble identidad que concuerda con los pasaportes que se corresponden con su condición de español y ruso; o con vaporosas razones de índole ideológica que le habrían situado como sospechoso en una detención anterior, cuando trabajaba en Ucrania. Por otro lado, he escuchado a compañeros de trabajo y su pareja y, no teniendo más relación con la fiscalía polaca que la desconfianza inicial que todas las fiscalías me sugieren, he decidido creerlos cuando afirman su inocencia.

A pesar de ello, nada importa el párrafo anterior. Vuelvo al primero: un periodista español se encuentra en una prisión de alta seguridad, sin derecho efectivo a la defensa.

La semana pasada asistí a la entrega del premio otorgado por la Asociación de la Prensa de Madrid al mejor periodista especializado en la ciudad, que correspondió a Diego Casado. Compañero y amigo. Junto con otros periodistas y profesionales de internet –que me han dejado ser sus aprendices­­­ – montamos hace más de una década Somos. Así que su premio es también, en cierta manera, un reconocimiento que hago mío y de otra gente querida.

En la gala estuvieron presentes algunos de los políticos madrileños del momento. Martínez Almeida e Isabel Díaz Ayuso hablaron. Entre el público, Begoña Villacís, Ortega Smith o Marta Higueras, hasta donde llegué a ver. Los periodistas homenajeados no hablaron, sin embargo, salvo por boca de Peridis, que recibió en nombre de todos un premio por su carrera, pero no faltaron los discursos del presidente de la asociación y las autoridades que, como era de esperar, miraban contantemente a la guerra que está teniendo lugar en Ucrania. Ya se sabe, aquello de que “la primera víctima de la guerra es la verdad”.

Los reporteros de guerra recibieron merecidos elogios. La censura del gobierno ruso, (también merecidas) críticas. Pero, el silencio chirriante sobre el hecho de que hubiera un periodista detenido e incomunicado, sin que tuviéramos más información sobre su estado que la de una discreta visita consular, me parecía descorazonador. Y me lo sigue pareciendo una semana después.

Sería injusto decir que no ha habido pronunciamientos de compañeros sobre la detención de Pablo –sobre todo en Euskadi o en algunas cabeceras, como Público o La Base– pero la frecuencia de onda en la que se mueven las manifestaciones periodísticas sobre el caso las hacen pasar desapercibidas entre el guirigay informativo del día a día. Si hubiera que calificar la implicación del gremio con su compañero, los adjetivos se parecerían más a tibio que a contundente.

Razones, habrá muchas, y ninguna de ella deja en buen lugar a una profesión que en otras ocasiones, y por los aspectos más cosméticos, saca a relucir su corporativismo. Lo que en todo caso deberían pensar los compañeros periodistas es que, independientemente de la opinión que les merezca Pablo González o la credibilidad que otorguen a la fiscalía polaca y al entorno del periodista (ya que su palabra no han podido escucharla), lo único que a día de hoy importa es el primer párrafo de este comentario: un periodista español se encuentra en una prisión de alta seguridad, sin derecho efectivo a la defensa.

Escrito por: eltransito.2022/03/31 23:21:23.153017 GMT+2
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2022/02/28 22:38:27.119985 GMT+1

Los paseos de los domingos por la tarde

Hoy es lunes, que es un poco la némesis de los domingos-tarde, aunque a veces compartan la atmósfera ansiosa de los equilibrios sobre el engranaje. Cuerpo arqueado hacia atrás tratando de evitar caer de la rueda, que precipita el giro hacia delante / Pasitos rápidos para no caer cuando la pieza ya ha completado, vertiginosa, su primera mitad del giro.

Pero no en los paseos de los domingos por la tarde.

Es lunes y me acuerdo de ayer, recuerdo estos paseos en el vértice del calendario. Un lugar fuera del tiempo que viene a mi cabeza bañado siempre de la misma luz clara, aunque suceda bajo los designios solares de cada vez, en realidad.

Un paseo de domingo por la tarde sin salidas de misa ni sobremesas bulliciosas. Lejos de los partidos de fútbol, que suceden más allá del horizonte. Un tiempo calmo en el que a hasta los grupos de adolescentes marchan lentos, dando puntapiés a las piedras a su paso, extrañamente satisfechos de simplemente ser y estar.

Y esos señores de paso errático con latas de cerveza, una pareja de ancianos de punta en blanco, merodeadores, gente con las manos en los bolsillos y ojos que miran hacia dentro, el señor del banco de las palomas –las palomas no han venido hoy–, dos niños de la mano mirando al norte, las chiquillas filipinas con el traje de domingo ya desastrado, sentadas en un poyete. Y una bandada de aves migratorias que se quedaron aquí por el cambio climático y el superávit de basura nutritiva. Vuelan de aquí para allá, parsimoniosas sobre la luz clara, porque es tarde de paseo, tarde de domingo.

Ya sabéis que Theodor Adorno dijo que “escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie” y a uno le asalta –al paso–, la duda, ¿caminar flotando mientras caen las bombas en Odesa es un acto de frivolidad? Y uno camina la duda con la reiteración gustosa de masticar un chicle que no pierde nunca el sabor.

P.S.: hace más de un mes escribí el primero de los doce posts que le he prometido a Pako y que me he exigido a mí. Desde entonces, me han pasado por la cabeza varios temas con los que venir aquí, nunca solo por venir, a contar algo. Pero ninguno de ellos ha llegado a ser un texto. Al final, me ha sido más sencillo explicar una sensación, un instante, que una opinión, probablemente porque estoy en una época de mi vida en que me apetece ser capaz de sumar menos ruido al clima.

 

Escrito por: eltransito.2022/02/28 22:38:27.119985 GMT+1
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