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2016/04/22 19:11:0.902775 GMT+2

¿Es el arte urbano gentrificador?

 

No. O eso creo yo.

¿Puede ser el arte urbano gentrificador? Sí, sin duda, aunque no por sí mismo.

Pero...¿De qué arte urbano hablamos?

Vamos a ello.

En mi opinión, el arte urbano lo es en cuanto que obra en contexto. Está en la ciudad y su trazo revela unas condiciones de realización que sólo son imaginables echando una ojeada alrededor. Es obra que se mezcla con los elementos urbanos en los que está enmarcados, se degrada con ellos y es pasajero. De la misma forma, en tanto que firma (aunque no sea necesariamente un tag) también cobra sentido en diálogo con la reiteración de la propia obra y con la del resto de escritores.

Podemos seguir la diferencia que establece el antropólogo Manuel Delgado de espacio público como espacio diseñado e ideológico versus calle como...pues eso, la calle, el contenedor de lo urbano, con sus contradicciones, vivezas y conflictos. El arte urbano planificado pertenecería al espacio público y el arte urbano, si se quiere el grafiti, pertenecería a la calle.

El arte urbano se ha contaminado durante las últimas décadas de los mundos del arte y la publicidad y, a su vez, ha ido evolucionando hibridado de otras manifestaciones culturales. Con un mucho de apropiación de la cultura popular y otro poco de contaminación artística, tenemos hoy otro campo del arte que habita la calle y que viene a insertarse en la honda larga de expresiones relacionadas con el muralismo que han existido en la historia. Tiene elementos del arte urbano/grafiti que conocíamos y hasta comparte con él nombres propios pero es, decididamente, otra cosa.

Este nuevo arte urbano (el que se produce en el espacio público en tanto que espacio diseñado) tiene el valor artístico que le otorgue el público en cada momento y tendrá diferente valor social dependiendo de los fines a los que sirva.

Parece claro que carece de los valores de comunicación directa de culturas urbanas juveniles, a menudo comunitaristas y propias de las clases populares (los mundos del hip-hop, el skate, el DIY, el punk...). Es, en el mejor de los casos, una puesta en limpio de estas (una traducción para públicos amplios), pero no carece de la potencia del diálogo social que albergan todas las manifestaciones artísticas.

Un primer punto irrenunciable para que el arte urbano planificado tenga valor social es, en mi opinión, que no mate al padre. En la medida que el arte urbano pueda servir de reivindicación del grafiti huirá de la inevitable sospecha de que también podría ser vehículo de domesticación.

No tiene sentido que las administraciones y la sociedad celebren uno y demonicen al otro. Siendo, en no pocas ocasiones, la misma persona el uno y el otro (el multado y el pagado con dinero público). La creciente dureza de las multas por pintar en la calle ha llevado, probablemente, a un aumento de escrituras rápidas y a una cada vez menor proporción de piezas elaboradas, al menos en los centros urbanos.

En la ciudad del extrarradio madrileño donde trabajo, en Leganés, abundan los muros pintados por grafiteros a la luz del día. Desde establecimientos comerciales, hasta muros municipales o grandes casetones de la luz que crecen en las explanadas áridas que alguien quiso llamar plazas. En este caso concreto el estilo reconociblemente grafitero, menos mestizo, parece ayudar a evitar una falsa diferenciación entre grafiti culto (y tolerable) e inculto (y clandestino).

La situación es conflictiva, en todo caso, y los equilibrios complejos, por lo que se impone un discurso claro y contundente en la defensa del arte urbano como expresión de la calle por parte de la comunidad artística. Un posicionamiento que no debería llevar tampoco a obviar que, por más que a nosotros nos pueda interesar el arte urbano, este se desarrolla en la misma calle que habita el resto de la gente. Los vecinos o comerciantes no están obligados a ser amantes de tu expresión artística, y pueden incluso odiarla legítimamente. El arte tendrá aquí siempre un desarrollo conflictivo que nace de su propia naturaleza: lo urbano.

En los últimos tiempos se ha puesto en entredicho el valor social del arte urbano (también del callejero) por poder ser instrumento de la gentrificación. Se mete aquí el arte urbano en un gran saco, demasiadas veces sin parar a mirar y a discernir matices. Recuerdo haber escuchado a un artista de los que pinta en las calle lo siguiente: "los artistas urbanos somos los más poderosos gentrificadores".

Se trata ésta de una autopercepción un tanto egocéntrica (aunque cargue con un valor negativo) que otorga al arte una capacidad que no tiene por sí mismo, y que llega transportada a través de los continuos artículos que en prensa confunden la gentrificación con la hipsterización, es decir, un proceso urbano complejo de expulsión de los vecinos con un cambio estetizante de la ciudad.

Si algunas veces la confusión es tan gruesa que se queda en el cambio estético en otras es limitada, pues se centra en la versión de la gentrificación que alude a los patrones de consumo (en este caso cultural) como elemento que ayuda a revalorizar los precios de la vivienda en una zona. Sin embargo, es muy extraño el proceso de desplazamiento vecinal que no cuente con decisiones políticas (planes de rehabilitación sin políticas públicas para fijar a la población, modelos de ciudad tematizados, operaciones de peatonalización, de reordenamiento urbano...) y con planes diseñados por entidades privadas para poner en valor una zona.

Es cierto que en algunos procesos de gentrificación (no en todos, pregunten en Nom Pen) las llamadas clases creativas han jugado un papel a la hora de revalorizar una zona, pero no es menos cierto que culpabilizarles exclusivamente a ellos ayuda a que esconder las responsabilidades políticas y sociales de actores más poderosos.

 Por otro lado, el arte urbano (y el arte en general) también ha servido tradicionalmente como instrumento de denuncia política y de visibilización de los conflictos. En ocasiones las paredes han tomado partido contra la gentrificación misma. No se trata pues del arte urbano sino de qué arte urbano.

Los muros de La Tabacalera, en Madrid, lucen grandes murales, fruto de un proyecto planificado y subvencionado por el Ministerio de Educación, Cultura y Deportes. Tras los muros hay un enorme centro cultural que gestiona una asamblea formada por diferentes colectivos. El proyecto fue la culminación de una larga reivindicación vecinal y ciudadana que acabó con la cesión temporal del espacio. Hay quien piensa que cualquier empresa cultural de grandes dimensiones es, en sí misma, un polo de gentrificación. Yo creo que uno de la orientación comunitaria y política de La Tabacalera es antes una resistencia a la gentrificación que un motor de ésta ¿Por qué? Porque los espacios donde se anuda el tejido vecinal y político son focos de resistencia explícita a las políticas públicas y empresariales que están en la base del peligro. No pretendo decir que La Tabacalera sería menos Tabacalera sin sus murales, pero sí que tampoco le restan nada de su potencia y suponen una sugestiva propuesta artística integrada con el todo. De nuevo no se trata de las instituciones culturales sino de qué instituciones culturales.

Escrito por: eltransito.2016/04/22 19:11:0.902775 GMT+2
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