No en el término medio entre dos extremos, como dijera Aristóteles y repite el conocimiento popular. No el centro aritmético, sino el vehículo, la forma de llegar a fin. Los medios.
Asistimos a un debate televisivo entre los candidatos a presidentes del gobierno en el que lo que importa es quién gana, no lo que podamos sacar en claro de una exposición e intercambio de ideas quienes asistimos a la discusión. Hace ya muchos años, de Kennedy a Felipe y más acá, lo más comentado de los debates políticos es la profundidad de la mirada, la gesticulación y la resistencia al sudor ante los focos. Y el zasca.
El debate es en sí mismo el fin, la virtud descansa en debatir con donaire, independientemente de que lo debatido sea contenido u hojarasca. Quizá porque los debates reales, los de nuestra vida cotidiana, a menudo no los gana nadie.
Los tipos que allí estarán debatiendo –esto es, intentando ser los mejores en la estética de debatir- se postulan como representantes de los ciudadanos para administrar España. De eso se trata, pensábamos, en las democracias representativas. Y hasta dentro de sus propios partidos: según afirma la Constitución Española deberían ser representantes elegidos democráticamente dentro del partido político.
Según la teoría política ellos –nunca el genérico masculino estuvo tan justificado- deberían ser un medio. Dada la imposibilidad que algunos atribuyen a la práctica de la democracia directa en sociedades complejas, se haría necesaria la delegación de instancias administrativas de la soberanía popular. Sin embargo, más que medios para canalizar dicha soberanía ellos personifican el extremo virtuoso de la sociedad. Son el fin último del tinglado de la política hoy.
Como la tele. Aquí el medio es el fin en unos términos tan literales y evidentes que cualquier explicación sólo aportaría confusión.
La política como fin espectacularizado, que se agota en un destello sucedido durante la transmisión del mensaje (el público como sujeto político), está haciendo proliferar otra modalidad de debates: los que se regodean en la estrategia como ingrediente principal de la receta política. Los intentos de pacto y de constitución de gobierno se relatan en términos de chicuelina ¿La estrategia no debería ser por definición un medio?
A quienes participamos de esta sofisticación hiperactiva de la pasividad, al público, sólo nos queda en esto calificar de más o menos virtuosas esas manifestaciones mediáticas (mediatizadas) con nuestros aplausos, nuestros pateos, nuestra atención y nuestros votos. Abrir mucho los ojos ante el espectáculo del circunloquio cuyo guión, necesariamente, descansará en una puesta en valor consumista del muestrario comercial y en una puesta en valor mística de los paisajes. En el medio, que ya es, al fin y al cabo, el fin.
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