Algunas mañanas un músico -uno cualquiera, no siempre el mismo- pierde el tren al mismo tiempo que yo. Durante los minutos de espera rasguea la guitarra, canturrea despacio canciones que uno adivina no son los hits que luego interpretará en el vagón. Fraseos sin la cadencia mecánica propia de una cadena de montaje en la jornada laboral del metro, que se toman su propio tiempo, en los que el gusto manda sobre las notas, no acecha la inminente apertura de las puertas, ni planea la sombra represora de los guardias de seguridad.
Esos momentos compartidos en silencio, camino del trabajo ambos, me evocan un tiempo que no conocimos, preso de sus propias dominaciones pero difícilmente imaginable hoy: el tiempo anterior a la interiorización masiva de los tiempos de trabajo capitalistas.
Hace un año que tenía un texto sobre el tema en borrador y hoy me dije, "vamos a publicarlo". Lo he hecho en el blog Madrid Me Mata y en formato epub, por aquello de que es un poco largo y densillo.
Trata sobre cómo las élites se apoderaron del tiempo de los trabajadores y de cómo el trabajo capitalista fue impuesto a la fuerza (física, legal y doctrinal). Parto de lugares por los que paso cotidianamente para llamar la atención sobre la memoria borrada que guardan de esta imposición. Hablo de relojes de pulsera, del San Lunes, cigarreras, esclavos, deportes y alguna cosa más. Hablo de mi hija y de las cosas que me pasan, pensadas en colectivo luego. Un batiburrillo que espero sepa recomponerse en tu lectura como una entidad con algo de coherencia.
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