No sé quién acuño la expresión extremo centro. Se la he leído al periodista Íñigo Lomana, sé que Tariq Ali la utilizó en un libro (que no he leído) y que, en general, ha pasado a ser últimamente parte del acervo cultural. Al no ser un concepto demasiado definido, cada cual lo aplica un poco a su manera, aunque suele tener un aroma reconocible que nos hace asentir con la cabeza: "sí, esto es extremo centro".
En mi percepción, el extremo centro alude al pensamiento único -término pasado de moda pese a su objetiva vigencia ¡hay que ver con qué celeridad caducan hoy los conceptos! -, y lo hace caracterizado en la figura del progre.
El progre es un sociata, independientemente del partido al que vote hoy en día. Es un abanderado equidistante de la democracia (y casi su dueño), un tipo de modales serenos, monopolizador del sentido común y amante del buen vino.
El personaje de extremo centro es aquel que, antes de condenar la detención de los titiriteros, tiene que aclarar que lo hace "aunque la obra es muy mala", o a pesar de que es "totalmente inadecuada"; que está dispuesto a morir (mentira) porque yo, kilómetros por debajo de su saber estar y su altura moral, pueda decir mis mierdas; el progre es un esteta burocrático, un bon vivant grisáceo de libro (de estilo de El País).
El problema geográfico del extremocentrista es que, sin saberlo, se va escorando más y más profundamente hacia la derecha porque, claro, el mundo se hace más mezquino y totalitario y...él siempre está en el centro.
El de extremo centro es un comunicador compulsivo, ya sea periodista o enteradillo de verbo fácil y en cualquier ámbito. Es el que detenta el centro de la esfera pública. El progre de extremo centro odiaría saber que, en el fondo, ese estereotipo del cuñao -muchas veces clasista-, es la versión zafia y desenfadada de su propia presencia pública.
En el discurso de extremo centro cabe, por ejemplo, firmar un manifiesto contra la reciente condena a un año de cárcel de Cassandra por unos chistes sobre Carrero Blanco en twitter (ponga aquí, de nuevo, la coletilla de que los chistes son malos o desafortunados, pero). El caso de la tuitera no hay por dónde cogerlo, es una barbaridad jurídica, democrática y social. A pesar de ello, el mundo ha derrapado con tanta violencia hacia la salida de la derecha que habrán leído en las muy justificadas protestas sobre el caso el epíteto desproporcionado ¿Cómo que desproporcionado? No me jodas.
En el discurso de extremo centro no cabe, sin embargo, condenar firmemente la condena de unas personas de Alsasua como si fueran terroristas por lo que, a todas luces, fue una pelea de bar. Aquí sencillamente el tipo de extremo centro ejercerá un disimulado silencio, no vaya a ser que su ropa impecable se manche de ETA. Aunque el caso no haya por dónde cogerlo, sea una barbaridad jurídica, democrática y social.
Pero claro, nos habíamos olvidado por un momento que el tipo de extremo centro es un progre, un sociata (aunque no vote al PSOE), y en consonancia con su sensibilidad liberal barnizada de socialdemocracia lo suyo son los derechos civiles, como la libertad de expresión. De ahí que la barbaridad de Cassandra sea suficientemente normal como para que salga a ocupar el centro del escenario a ensayar su voz engolada, matizando, poniéndolo todo en su sitio.
El problema es cuando hay que ocupar la posición central de un mundo que considera que tener en casa un libro llamado Contra la democracia o querer subvertir el orden establecido es motivo para que entren en tu casa de noche, te detengan y te mantengan meses en un régimen de reclusión especial. En este caso, nunca, jamás, he escuchado a nadie de extremo centro entonar una condena, pese a tratarse también de un caso flagrante contra las libertades de expresión y pensamiento.
Es por esto por lo que el extremo centro apesta aunque algunas veces coincidamos en una causa justa.
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