Últimamente todo el mundo se sube al caballo del sentido común como motor político ¿Quién puede estar en contra? EL MÁS ELEMENTAL SENTIDO COMÚN.
Llamo ahora a escena a John Carlin, que es, a ojos de la opinión pública, un periodista prestigioso, revestido del manto del sentido común. Ayer mismo:
Así, quizá, haya que entender al fenómeno terrorista que nos amenazará y nos perseguirá durante muchos años más en los estadios, en los bares, en los aviones, en los trenes: como una peste, una plaga, una fuerza letal de la naturaleza como la malaria o el cáncer. Podremos tomar medidas para minimizar los riesgos, pero no podremos eliminarlos de nuestras vidas. Por más que nos cueste, tendremos que encomendarnos a la policía y a los servicios secretos, a reconciliarnos con las escuchas telefónicas y al acceso a nuestros mensajes por Internet. Las bienintencionadas campañas de los Julian Assange y los Edward Snowden de repente se vuelven no solo irrelevantes sino irresponsables. El precio de que la CIA se entere de que vemos porno, o somos infieles a nuestros cónyuges, u odiamos a nuestros jefes vale la pena pagarlo si la recompensa es que salvemos un par de vidas. Si no, que se lo pregunten a los padres de las víctimas de Bataclan.
En un tono ¿muy razonable?
El problema del sentido común es que, de un lado podemos encontrarnos que, siendo un concepto intachable, quizá -como la verdad, la justicia o la diversión- no contenga las mismas esencias para todo el mundo. De otro lado, puede suceder que siendo efectivamente COMÚN, sea el destilado de décadas de pensamiento único, dejando poco espacio a los márgenes.
Por último acontece que el sentido común, condicionado por hostiones y shocks, pueda sufrir mutaciones tan repugnantes como la que se aprecia en las palabras de John Carlin.
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