*Ya me perdonarán el madrileñocentrismo...pero creo que lo escrito aquí debajo es intercambiable en casi cualquier contexto
Siempre he sido muy consciente de que había fascistas ahí fuera. Toda mi vida adulta. Como dice mi amigo Javi, el fascismo es un tipo psicológico. Luego, claro está, cristaliza en formas políticas colectivas totalitarias, que tienen distintos pelajes según el lugar y el momento. Por eso me da pereza la exhortación continua a no usar la palabra fascista o facha. Porque banaliza el fascismo, porque es inexacta, porque si todo es fascismo entonces..., porque bla bla bla. Es posible que se haya abusado de ella y creo que el recuerdo de la carrera de Historia me da aun para convalidar el entendimiento básico del fenómeno, pero, efectivamente, creo que hay muchos fascistas a la espera de ser encuadrados, listos para ponerse a babear odio en pos de un proyecto político en cuanto sus contornos se hacen nítidos. El proyecto fascista es el mapa y el lugar de reunión de los fascistas.
El fascismo no es un fenómeno electoral, sino social, y por lo tanto no se evaporará porque desaparezcan los partidos políticos que lo encuadran. El estudio del fascismo contemporáneo debería comenzar en los comentarios de los periódicos online, los vídeos de YouTube, Forocoches, la barra del bar, el centro de trabajo o los comentarios en el autobús durante el atasco de hora punta.
Es importante, claro, expulsar a los partidos fascistas de las instituciones porque es el terreno donde ganan las cuotas de poder propias del contexto de la democracia parlamentaria y hacen músculo para hacer imposible la vida de los sujetos más desprotegidos de la sociedad: capacidad ejecutiva (que se puede traducir en el control del sistema educativo o de la policía), financiación y publicidad masiva.
Además, y sin necesidad de llegar a gobernar, consiguen que sus ideas totalitarias actúen como un lastre sobre el tono ideológico general de la política de una época. Es algo que viene sucediendo en toda Europa desde hace años, donde la esfera pública se ha derechizado. De esta forma, de igual manera que teníamos en la sociedad fascistas sin encuadrar, podemos encontrar en el día a día político ideas e iniciativas fascistas circulando entre partidos parlamentarios clásicos. Ideas traducidas en leyes abusivas que apelan a la seguridad (como la Ley Mordaza) o a la limitación de derechos básicos (como los topes que todos conocemos sobre los derechos de reunión o expresión).
Se produce así un círculo vicioso que lleva a que, una vez se normalizan estas ideas totalitarias y destilan en disposiciones gubernamentales, la extrema derecha tiene más fácil pasar ante la opinión pública por un partido más dado que, efectivamente, las distancias de la infamia se han acortado. Los distintos gobiernos de las últimas décadas ya llevaban a cabo redadas racistas o cerraban periódicos.
La política parlamentaria es, pues, la boca del volcán, pero el odio fascista bulle bajo la tierra y si solo taponamos ese gran orificio a la vista, podemos estar seguros de que el magma romperá la corteza abruptamente, aquí y allá, causando estragos en los lugares más desprotegidos de la epidermis social.
Votar en contra de la extrema derecha y los partidos que, mayoritariamente, albergan lo que vamos a llamar las pulsiones fachas es importante de cara empezar a marginar socialmente el fascismo, aunque no suficiente. Respeto profundamente el abstencionismo activo –yo mismo lo he practicado– y creo que puede encerrar potencias emancipadoras diferentes a las del voto. Puede ir, también, cosido a biografías intachables en su hacer diario para arrinconar estas pulsiones fachas, que es lo que inspira este texto. Así que nada que reprochar a quienes activamente (esto es, habiéndolo meditado también para la coyuntura actual) deciden sumar a la construcción de una sociedad más justa a través de la crítica histórica que vehicula el abstencionismo. Se atribuye a Ricardo Mella una frase que dice algo así como que no le importaba lo que un obrero hiciera el día de las elecciones sino lo que hiciera los otros 354 días del año. Yo este año, y precisamente este, voy a votar porque considero que el contexto requiere de 365 días mejor que 364, y porque urge apagar la furia en la boca del volcán.
Pero el 5 de mayo, pase lo que pase el día de las elecciones, los fascistas seguirán entre nosotros. Y habrá que empezar a trabajar en arrinconar las pulsiones fachas y a los fachas mismos.
Durante la campaña electoral se ha debatido mucho acerca de cuán oportuno es referirse las burradas de VOX. De un lado, existe la idea de que los mecanismos mismos de su estrategia de comunicación, tal y como hemos visto en el trumpismo, se transmiten a través de bulos y barbaridades. De otro, algunos opinamos que el momento en el que necesitaban de nosotros para llegar a los potenciales receptores del mensaje ya han pasado. En todo caso, se trata de un difícil equilibrio de posturas, con sus pros y sus contras, pero considero que aquí laten aspectos que rebasan el nivel de la comunicación política, que por cierto se confunde hoy con la política en su totalidad en demasiadas ocasiones.
Partiremos del conocido caso de la estación de Sol como ejemplo. VOX empapeló la estación de tren de Cercanías de Sol con publicidad basada en la idea de seguridad, que incluía en una de las salidas un cartel repugnante que, a la manera de los nazis, equiparaba lo que supuestamente cuesta a la sociedad el mantenimiento de niños extranjeros tutelados con una pensión no contributiva de una mujer española. Quien haya seguido de reojo la campaña electoral de VOX sabrá que la asociación de la inmigración con la delincuencia, el asesinato y la violación está en el centro argumental de su discurso de odio.
Es obvio que el escándalo entraba en sus cálculos, que ellos mismos lo han fomentado y que se regodean en el hecho de situarse como el vector antisistema del sistema de partidos ¿Es cierto entonces que señalando airados su cartel les hacemos el trabajo? Sí, lo es. ¿Debemos dejar de hacerlo entonces? No, en mi opinión.
No debemos dejar de señalar el cartel porque es éticamente inadmisible ignorar, así sea estratégicamente, ese acto de racismo y clasismo. No podemos, escudados en la teoría de la comunicación política, no ponernos entre los matones y las víctimas. Pero tampoco debemos estratégicamente dejar pasar la ocasión de arrinconar en la esfera pública, en la pugna por tensar el sentido común de nuestra época, esas ideas intolerables. Refrenar el asco profundo que debe provocarnos ese cartel hace un flaco favor a la misión de que el odio racial y el odio a los pobres sea considerado asqueroso en sociedad.
El 4 de mayo y el 5 de mayo y todos los días que le siguen deberemos decir con firmeza a todos los portadores de pulsiones fachas que no los queremos cerca y que nos van a tener enfrente si pretenden verter sus babas sobre los más débiles.
Seguro que vosotros también os habéis fijado en que los señores y señoras que hablan en voz alta en el autobús, en el bar o en el mercado, como dirigiéndose a los presentes y buscando asentimiento, suelen ser fachas. Aquel día de huelga de los conductores de autobús, pongamos por caso. En un país que tiene una historia de ganadores y perdedores como el nuestro, el privilegio de la voz toma forma incluso en estas situaciones cotidianas y con agentes burdos, como los son estas personas que, nos consolamos pensando, están solas o tienen menos educación que nosotros.
Yo propongo no volvernos a callar en la oficina nunca más. El conflicto es necesario (he dicho el conflicto, no la violencia) y callarse es ficcionar nuestra biografía colectiva. Confundir, otra vez, la paz con la victoria, obviando que serán los débiles quienes paguen el precio de la ilusiva calma. Propongo decir más: “por favor, cállate, no tolero expresiones racistas-homófobas-clasistas en mi presencia”. Y que lo oigan todos.
Podemos luchar contra el fascismo desencuadrado, en buena medida, desde la responsabilidad individual. Aportar nuestra voz para acallar las bravuconadas de autobús y deslegitimar las pulsiones fachas en la ideología de época. Pero es importante no olvidar que el fascismo es un hecho colectivo y que tendremos que organizarnos para enfrentarlo. En los barrios a través del asociacionismo o los colectivos, en los centros de trabajo de la mano del sindicalismo y, en suma, en todas las instancias de la sociedad para disolver, que no solo contener bajo la corteza, el magma de su odio.
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