I
“Padre, entre en este barco y naveguemos hacia el oeste, hacia la isla conocida como la Tierra Prometida de los Santos, que Dios otorgará a quienes nos sucedan en los últimos días.” Navigatio sancti Brendani abbatis [the Voyage of St Brendan the Abbot] (s. IX-X). Traducción al inglés: D. O’Donoghue (1893)
Un monje convenció al padre Brandán a embarcarse, junto con diecisiete hombres, en un viaje hacia lo desconocido en busca de la bíblica Tierra Prometida. En la Irlanda moderna fueron grandes empresas, renombrados centros de investigación, prestigiosos economistas, políticos de dentro y fuera del país, los que promovieron un viaje no menos estimulante hacia el paraíso de la acumulación financiera. Durante las últimas décadas los irlandeses, como los estadounidenses, los británicos o los españoles, se convencieron de que la propiedad era el camino más corto para matar dos pájaros de un tiro: el estancamiento del salario real y la lucha de clases. El capitalismo “popular” que proclamó Margaret Thatcher se basaba en el “¡todos propietarios!”: de activos financieros, pero sobre todo de la vivienda. Aunque al final los propietarios reales fueran los bancos. Esta república neoliberal de pequeños “propietarios” sólo pudo funcionar, por tanto, mientras la economía creciera, se expandiera el crédito (y, especialmente, el mercado hipotecario) y se ampliara la base material del sistema incorporando también a los más pobres, gracias a la salarización –con frecuencia precaria- de las mujeres y a la ingeniería financiera.
II
“…y el santo ordenó a sus hermanos que salieran al mar, y que hicieran el buque más rápido, de proa a popa, hasta que llegaron a buen puerto; no había vegetación en la isla, muy poca madera y nada de arena en la costa. Mientras los hermanos pasaron la noche orando fuera del barco, el santo permaneció en el, porque sabía muy bien qué tipo de isla era ésta; pero prefirió no decir nada a la tripulación, para que no se atemorizaran. Cuando amaneció, pidió a los sacerdotes que celebraran la misa, y cuando lo hicieron, y después de que él mismo hubiera celebrado la misa en el barco, la tripulación sacó un poco de carne y pescado crudos que habían traído de la otra isla y pusieron la caldera al fuego para cocinar. Tras echar más combustible y después de que la caldera comenzara a hervir, la isla comenzó a moverse como una ola; todos se precipitaron entonces al barco e imploraron la protección de su padre quien, tomando a cada uno de la mano, los metió a todos en el barco, dejando atrás lo que habían llevado a la isla. Zarparon y la isla se alejó de pronto en el océano.”
Tras la liberalización de la economía, la inversión extranjera (estadounidense, sobre todo) impulsó al principio el crecimiento irlandés, atraída por los bajos salarios y la reducida carga fiscal. Como España en la segunda mitad de los años ochenta o la Argentina de los años noventa. Cuando los inversores comenzaron a preferir destinos aún más baratos y competitivos, las transferencias financieras europeas (fondos estructurales) y el boom inmobiliario continuaron alimentando el crecimiento hasta el punto de que el sector de la construcción terminó por representar un quinto de la actividad económica, lo que permitió compensar la reducción del crecimiento tras la crisis de las “puntocom” en 2000. Como en la España (y a diferencia de la Argentina) de finales de los noventa. El racionamiento de la vivienda social y la desregulación del mercado laboral empujaron a los irlandeses al crédito para mantener el consumo interno (también de productos británicos y alemanes), lo que generó una enorme interdependencia con Wall Street (y, dólar mediante, con China), la City londinense y Frankfurt. Hubo consumo exuberante de segundas y terceras residencias, de automóviles, de viajes exóticos, de gadgets electrónicos, sí. Pero también de educación (mejor si es privada), salud (tanto servicios sanitarios esenciales como los que permiten mantener una elevada productividad), de garantías de ingreso tras la jubilación (fondos de pensiones). Efectivamente, a lo largo de todo este ciclo millones de irlandeses mejoraron sus niveles de vida. Muchos salieron de la pobreza. O, más bien, se tomaron al pie de la letra las promesas de los ricos. Como en España, Estados Unidos y tantos otros países.
Hasta que la isla se movió.
III
“Después de dos millas todavía podían ver el fuego que habían hecho, y entonces Brendan explicó a su audiencia: ‘Hermanos, se preguntarán qué pasó con esta isla’; ‘Sí, padre’, dijeron ‘nos lo preguntamos, y lo hacemos presos de un gran temor.’ ‘No teman, hijos míos’ dijo el santo, ‘porque anoche Dios me reveló el misterio de todo esto; no era una isla donde estaban, sino un animal, el mayor de los que navegan en los océanos, que por más que se intente acercar cabeza y cola no es posible debido a su gran longitud. Su nombre es Iasconius.’ ”
Desde una perspectiva sistémica, la crisis financiera no la desencadenó tanto las trapacerías – bien reales – de los banqueros como, en el fondo, el acceso de millones de asalariados pobres al crédito. En cierto modo fueron ellos los que – animados por banqueros e inversores en busca de desorbitantes beneficios – hundieron el sistema financiero, y con él la ideología neoliberal, algo que cuesta apreciar a la izquierda más moralista, la que prefiere victimizar antes que construir sujetos de cambio. No se trata de acusar a los trabajadores pobres sino todo lo contrario. Si de algo son culpables es de un exceso democrático. La ampliación del mercado del crédito resulta imprescindible para la expansión financiera y la extracción de valor de la producción social y cognitiva, pero pronto se vuelve inmanejable para un capital cada vez más parasitario. Su nombre es legión, hidra, multitudes.
La respuesta a esta crisis del neoliberalismo ha consistido en una ofensiva financiera, algo recurrente en la historia del capitalismo. Cada “rescate” financiero condicionado, cada
programa de ajuste y de recortes, reproduce el problema que dicen querer
resolver, pues de esta manera se pretende en realidad restablecer los porcentajes de beneficio, controlar las
multitudes (forzándolas a trabajar en peores condiciones) y frenar de antemano la revuelta social. Irlanda lleva ya tres años de duros ajustes, preludio del nuevo plan que
anunció recientemente el gobierno irlandés para obtener una línea de crédito de 85 mil millones de euros al
5,8 % de interés. Los que aplaudieron el modelo irlandés son los mismos que luego han aplaudido la osadía del ajuste. El servicio de la deuda se vuelve infinito, como sucedió en Argentina, pero en el entramado europeo puede desarrollar insospechadas ramificaciones. En
España este proceso apenas está comenzando.
Contrariamente a lo que sucedió en Argentina, esta vez son las elites europeas (con los bancos alemanes, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo a la cabeza) las que ganan en dogmatismo neoliberal al mismísimo Fondo Monetario Internacional, hasta el punto de que el economista Barry Eichengreen compara los rescates europeos con las reparaciones de guerra impuestas a Alemania tras la I Guerra Mundial. El brutal empobrecimiento que conlleva este proceso deliberado de “devaluación interna” (en Grecia, Irlanda, Reino Unido, Portugal, en España, etc.), con la excusa de la "confianza de los mercados" y del corsé del euro (que se convierte en prisión a falta de un federalismo democrático europeo), acaba asemejándose a la acumulación por desposesión sufrida por los latinoamericanos a finales del siglo XX. Pero al hacerlo mina las bases de la producción, que ya no es estrictamente fabril sino social (biopolítica). ¿Y qué es el capitalismo sino un modo de producción?. Porque este es el gran fracaso del neoliberalismo: su incapacidad para organizar la producción y establecer un gobierno adecuado para la misma, como ha quedado de manifiesto en el ámbito europeo.
IV
“‘¿Sabe, padre, qué oscuridad es esta?’ Y el santo replicó que no. ‘Esta oscuridad,’ dijo, ‘rodea la isla que has estado buscando durante siete años: pronto verás la entrada a la misma’ y después de una hora una gran luz les iluminó, y el barco atracó en la costa.”
La Navigatio no describe cómo es la tierra prometida, la isla en la que desembarca Saint Brendan o San Brandán. A los irlandeses les gusta pensar que, en su legendaria travesía, San Brandán llegó hasta las costas americanas. Otros dicen que pasó por Canarias. Si es así, los místicos celtas se unirían a los aguerridos vikingos en tanto que lejanos predecesores de las exploraciones marítimas europeas de los siglos XIV y XV, inicio del dominio occidental del mundo que hoy se desvanece. La búsqueda del Edén pasó de representar un viaje iniciático a forjar mentalidades imperialistas que aún perduran. Tal vez sea un tanto forzada la imagen simbólica de un largo viaje occidental que comienza y termina en Irlanda, antigua frontera medieval del mundo conocido, luego colonia, hoy un capítulo más, tal vez no el más importante, en las sucesivas crisis dentro de la gran crisis de la Modernidad capitalista. No por ello deja de parecerme una representación sugerente, y me pregunto si los irlandeses, como todos nosotros, seguiremos buscando una isla paradisíaca en la penumbra sin percatarnos de que, bajo nuestros pies, algo se mueve.
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Escrito por: samuyeah.2010/12/03 11:12:31.872000 GMT+1