Parece que África escapa de momento a la crisis financiera. Las bolsas de los países africanos también han sufrido importantes caídas este año (sobre todo en Nigeria), pero el reducido tamaño de los mercados financieros africanos, su escasa influencia en una economía donde predominan las microfinanzas y lo informal (al menos en África subsahariana), así como la limitada partipación del continente en los flujos de la economía mundial resguardarían teóricamente a las economías africanas de la tormenta. Curiosamente, la "desconexión" africana tendría ahora sus aspectos positivos, según algunos. De la posible incidencia de la crisis sólo se ha destacado la posible reducción de la ayuda oficial al desarrollo, siguiendo la a veces cargante óptica de la "solidaridad".
La prensa reserva para África, y aquí me refiero sobre todo al África negra, otras crisis: la alimentaria y la ambiental sobre todo. Es decir, todo lo vinculado con la sostenibilidad y con los recursos naturales. Por no hablar de las guerras íntimamente ligadas a ellos. Pero una división temática tan tajante es engañosa. La crisis económica mundial no puede desvincularse de las otras, están íntimamente relacionadas, forman parte de un mismo paquete. La FAO alertó recientemente que el crack financiero podría agravar la crisis alimentaria, a pesar del descenso momentáneo de los precios en algunos alimentos: "los precios de los productos básicos están ahora bajando, sobre todo debido a las expectativas de una cosecha favorable, pero también a causa del enfriamiento de la economía mundial -entre otros factores. Ello podría significar un recorte en las plantaciones, seguido de menores cosechas en los principales países exportadores. Debido a que las reservas de cereales continúan siendo bajas, esta situación podría conducir a un nuevo ciclo de precios altos el año próximo: una catástrofe para millones de personas, que para entonces se encontrarán sin apenas dinero y sin posibilidad de obtener crédito".
La incidencia de la crisis en las economías africanas será en todo caso desigual, según los países, sectores y grupos sociales.
Con la caída de los precios internacionales del petróleo, los países exportadores del hidrocarburo -o más bien sus gobiernos- están viendo sus ingresos reducirse, aunque los precios actuales entran dentro de las previsiones presupuestarias de la mayoría de ellos, que no habían previsto el notable incremento del primer semestre. El principal problema lo tendrán países todavía bastante endeudados como Congo-Brazaville, que dedica el excedente petrolero al reembolso de una deuda exterior que representa más del 50 % del PIB. Por otro lado, los países importadores netos de petróleo pueden ver aliviados algunos costes, incluyendo las subvenciones estatales al combustible.
La crisis está provocando también el hundimiento de los precios de otras materias primas, como el cobre, que en el último mes ha bajado la barrera de los 5000 dólares, acercándose a los niveles de 2005.
Descensos similares se aprecian también en los precios de minerales como el zinc, el aluminio, el hierro, el níckel o la casiterita, un mineral que resulta de la oxidación del estaño y que en Congo había llegado a competir con el coltan como medio de financiación de las guerrillas en la región de Kivu. En consecuencia, cae también la cotización bursátil de gigantes mineros como la empresa anglo-australiana BHP Billiton -presente en Congo y Zambia- o Rio Tinto -Guinea Conakry y Camerún- . Lo cual no ha parado la ejecución aquellos megaproyectos que ya se habían puesto en marcha. La gran excepción: el oro, que no para de subir, lo que teóricamente debería aliviar a países como Mali o Ghana. En realidad, el oro maliense está controlado por tres consorcios mineros (de Sudáfrica, Canadá y Reino Unido), sin que los habitantes del país obtengan por ello ningún beneficio.
La contracción de las economías del Norte afectan a las inversiones en África, aunque muchas de ellas tengan un carácter depredador, como en el caso de las materias primas. Países como Botswana o Ghana, que han realizado un esfuerzo por atraer inversión extranjera, serán penalizados. El descenso de las remesas de los inmigrantes afectará negativamente a muchas familias en todo el continente, también al crecimiento inmobiliario en muchas regiones. Queda por conocer la evolución de los fondos soberanos detentados por Estados petroleros del sur o emergentes como China. Si antes de la crisis financiera los africanos miraban al este, ahora con mayor motivo.
Pero el cuadro que dibujan estas cifras y datos siempre será incompleto. Las estadísticas no dan cuenta de "la otra África" de la que habla Serge Latouche, de la ingente producción de socialidad que es inseparable de una economía -neoclánica, informal, llamémosla como queramos- que se asemeja más a su sentido etimológico griego que a su versión capitalista. Casi todas las aproximaciones siguen siendo prisioneras de conceptos y palabras inadecuados, pero sobre todo del designio occidental de querer transformar antes que comprender.
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