"Nunca se hizo un esfuerzo tan grande para un objetivo tan indigno. No es poca nuestra renuencia al reconocer que un esfuerzo gigantesco y un sacrificio infinito se realizaron en vano" Editorial de The Times, el principal medio occidental que apoyó la guerra y la intervención británica en Crimea, en 1861.
"Rusia teme más la revolución que debe seguir a cualquier guerra generalizada en el continente que el Sultán la agresión del zar" Karl Marx, "Turquía y Rusia", (1853).
La guerra de Crimea (1853-1856) se produjo a los pocos años de las revoluciones de 1848 y coincidió en un momento en que el Imperio Británico pretendía reafirmar su hegemonía en Europa y en el mundo. En su último libro, Immanuel Wallerstein resume su dimensión geopolítica de la siguiente manera:
"Básicamente, se trató del intento secular por parte de Rusia de expandir su territorio, poder e influencia hacia el sur, en la zona controlada por el Imperio Otomano. Como lo británicos (y los franceses) estaban igualmente deseosos de controlar los flujos económicos de esta zona, y los británicos se encontraban en pleno proceso de incrementar la dependencia del Imperio Otomano hacia ellos, las dos potencias quisieron dejar claro a los rusos que debían conceder prioridad a los británicos. La guerra fue así, en palabras de Polanyi, "más o menos un evento colonial". Como el Imperio Británico era de hecho el poder hegemónico y dirigió el apoyo francés (y por supuesto otomano), "la guerra de Palmerston" solo podía representar un éxito militar. Rusia se vio obligada a "una paz humillante"."
Como tal, fue la gran excepción a la pax britannica en la Europa post-napoleónica, y aunque reforzó la presencia del Imperio Británico en la zona otomana lo hizo a un coste humano y político enorme. No detuvo el declive del predominio británico en la Europa continental. La década siguiente, la de los 1860s, representó el apogeo de la hegemonía británica en el mundo, pero también el inicio del fin de la misma.
La de Crimea es conocida como la primera guerra mediática y contó con uno de los primeros reporteros estrella, William Howard Russell, que envió testimonios -parciales y muchas veces exagerados- desde el frente para el diario The Times. Gracias a Archives.org podemos tener acceso a sus escritos.
La guerra fue seguida y comentada por la intelectualidad europea de la época. El alemán Karl Marx, que entonces escribía artículos como columnista para el diario estadounidense New York Daily Tribune, no estuvo en el frente pero pasó sus buenas horas en la biblioteca documentándose para poder escribir una serie de artículos sobre este acontecimiento. Marx se muestra muy crítico con el expansionismo ruso y desde una posición europeísta confiaba en que una derrota del absolutismo zarista contribuyera a encender la chispa revolucionaria en toda Europa. Los artículos fueron recopilados en un libro titulado "La cuestión oriental", que fue editado por su hija.
Desde una óptica diferente, el geógrafo anarquista francés Elysée Reclus se interesó por el impacto de la guerra en los pueblos de la región. Por ejemplo, entre los tártaros. En el Tomo V de la Nueva Geografía Universal (1880) escribió lo siguiente:
"Tras la guerra denominada "de Crimea", en 1854 y 1855, y luego de 1860 a 1863, los tártaros emigraron en masa para buscar asilo en los dominios del Sultán; más de 500 aldeas y pueblos quedaron completamente desiertos. Dos migraciones se entrecruzaron: mientras los mahometanos de Crimean iban a establecerse en tierra otomana, búlgaros y otros cristianos de Turquía venían a tomar la tierra abandonada de la península. El ucase de 13 de enero de 1874, que les obliga al servicio militar, la enseñanza del ruso en las escuelas, la intervención frecuente de los empleados, la reglamentación, son para los tártaros causas de debilitamiento nacional: mientras las otras razas [sic] de Crimea aumentan en número, ellos disminuyen. En 1864 ellos eran todavía más numerosos que todos los demás habitantes de Crimea. En nuestros días la proporción ha cambiado en su detrimento: apenas forman un tercio de sus habitantes"
En el censo de 2001 los tártaros de Crimea representaban en torno a un 12% del total de la población en Crimea. Se les suele considerar contrarios en su mayoría a una secesión o anexión a Rusia.
La guerra de Crimea alteró la perspectiva de la elite británica de la segunda mitad del siglo XIX, que hasta entonces confiaba en el dominio de los océanos. Junto con la posterior derrota de Napoleón III por los prusianos en 1870, fue determinante en el desarrollo de las concepciones geopolíticas de Halford Mackinder, centrado en el dominio del denominado heartland o el corazón de Euroasia, que reinterpretaron luego los estadounidenses y que con diversas variantes tuvieron su continuidad hasta por lo menos el fin de la Guerra Fría en el siglo XX. Lo cierto es que desde la guerra de Crimea y la posterior unificación alemana las grandes guerras europeas tuvieron su inicio o su resolución en ese arco que va desde los Balcanes hasta la actual Polonia y que separa a Rusia de Alemania.
Es mucho lo que ha cambiado el mundo desde entonces. Estados y naciones perviven pero de otro modo. Las bibliotecas y el telégrafo dieron paso a internet y a Google. Existen las armas nucleares. La excusa del intervencionismo humanitario se ha depurado y perfeccionado desde los tiempos en que se pretendía defender a los cristianos en tierra extraña. Hoy Reino Unido y Francia se integran junto con Alemania en una Unión Europea en crisis, bajo la pax americana de unos Estados Unidos en declive que incluye a una Turquía que ya no es imperio. Desde el estallido de la crisis financiera todos estos países y Rusia han experimentado una mayor cantidad e intensidad de protestas sociales aunque sin llegar al extremo ucraniano. Hoy ya no hay una cuestión oriental como en el siglo XIX. Lo que debe dirimirse intervenga Rusia militarmente en Ucrania o no será simplemente Europa. Y el intérprete que sepa estar a la altura de estos tiempos tendrá que ser nuestra inteligencia colectiva.
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