¿Impuesto carbono o impuesto polen?
Por una imposición de todos los flujos financieros y monetarios
Yann Moulier
Boutang - Revista Multitudes, número 39,
noviembre de 2009
Así se ha
decidido: Francia practicará el impuesto sobre el carbono [taxe carbone]. No podemos sino alegrarnos quienes, como yo o Jérôme
Gleizes, se opusieron fuertemente a los ecologistas partidarios del mercado de
los derechos de contaminación (Laurence Tubiana o Alain Lipietz) al predicar
que este cuasi-mercado acumulaba todos los inconvenientes (que sería ineficaz,
desigual y sobre todo insuficiente), y que en suma habría que volver al
impuesto público.
Pero,
desgraciadamente, habría que ser más preciso. Francia hará en el impuesto sobre el carbono, más que hará impuesto carbono, es
decir, mucho más que practicar seriamente un impuesto carbono. El debate entre
14 o 17 euros no cambia gran cosa en relación con los 100 euros por alcanzar,
por tanto al mínimo de 32 euros, como estableció la Comisión Rocard. Se
contiene tímidamente un principio pero sin someterse de verdad al mismo [la
propuesta del gobierno contenía tantas excepciones que finalmente fue anulada por el Consejo de Estado a
finales de 2009, N. del T.].
Sin embargo, todos saben que deberá implantarse una incitación fuerte para
luchar contra el efecto invernadero.
El nudo gordiano fiscal
¿Por qué tanta resistencia a un impuesto sólido? Porque es un impuesto que viene a añadirse al impuesto interior sobre los productos petrolíferos [en Francia, TIPP], al IVA que paga todo consumidor final (más del 50 % de los ingresos fiscales del Estado), al impuesto sobre la renta (un pequeño 17 %) que paga la mitad de los contribuyentes (los demás están exentos) y al 18 % de impuesto de sociedades, incluida la tasa profesional. Y porque las cargas sobre el trabajo asalariado son pesadas: en 40 años la carga fiscal (exacciones obligatorias), más allá de las presentaciones demagógicas de diversas corporaciones de la sociedad, alcanza un nivel peligroso para diversas clases sociales, por razones a veces diametralmente opuestas y difícilmente compatibles.
Evolución histórica de la composición de los ingresos fiscales federales en Estados Unidos. Aumentó la importancia de los impuestos sobre las rentas salariales en detrimento de las rentas del capital. En Estados Unidos no existe un IVA federal, sino impuestos indirectos a nivel de cada Estado. Fuente: The Washington Post.
Quienes no pagan
el impuesto sobre la renta (hay que decir quienes tendrían más bien problemas
para hacerlo) encuentran insoportable un 19,6 % de IVA. Quienes pagan un
impuesto sobre la renta exactamente conforme a sus ganancias –los asalariados
puros- encuentran la factura tanto más pesada cuanto que se codean con no
asalariados de las viejas profesiones liberales (o asalariados que tienen la
posibilidad de hacer pasar sus gastos en diversas sociedades) , los cuales se
apañan bastante bien. Al observar las ganancias extraordinarias del 1 % de los
más ricos, sueñan con una imposición rooseveltiana del 75 al 90 % de los
ingresos de los tramos más elevados y vilipendian el llamado “límite máximo
para pagar impuestos” [medida aplicada en
Francia, conocida como bouclier fiscal, N. del T.]. Las clases medias
superiores y medias-medias aprueban todas las bajadas de impuestos. Las nuevas
profesiones no asalariadas e inestables (los precarios de todo pelaje), que
oscilan entre ganancias asombrosas entre algunos e ingresos más bien débiles
para la mayoría, cuando no pueden contar con la red de ajuste de un régimen de
intermitencia que viene siendo recortado metódicamente, desean replantearse las
ventajas fiscales de los estables y una mejor mutualización de las cargas
sociales. Si hay 65 millones de franceses y otros tantos sujetos de
descontento, la fiscalidad no tiene nada que ver. Uno podría tranquilizarse y
decirse que el movimiento se ha generalizado por todas partes y es sobre todo
crónico. Lo que no es exacto. La tolerancia al impuesto varía según las épocas.
Cuando el carácter insoportable de los impuestos progresa, siempre es un
síntoma de crisis en gestación. Véanse las precedentes crisis fiscales del
Estado que prepararon las revoluciones inglesas, francesas.
La carga de la
deuda del Estado no va a disminuir en los próximos años, por dos razones. La
primera, de orden coyuntural, se debe a la profundización de la deuda mundial
de los Estados en crisis. Estos últimos deberían encontrar 28.000 billones de
dólares cada año para financiarse (es decir, el 51 % del PIB). Con los gastos
de apoyo al sistema financiero y a la economía, el endeudamiento crecerá por lo
menos al 100 o al 130 % del PIB (Japón ya está al 180 %). Pero la otra razón,
rebelde a todas las políticas virtuosas preconizadas por la Unión Europea o el
FMI, se debe a una transformación
estructural de las economías.
Sea francesa o sueca, americana o británica, la parte de exacciones
obligatorias juega en ellas un papel cada vez más importante. Cuando los
republicanos gritan al socialismo o al comunismo con el proyecto Obama de
protección social, no hacen sino darse cuenta de un movimiento de
europeización, que paradójicamente comenzó desde la presidencia Reagan en los
países más liberales.
De hecho, todos
los Estados están atrapados por una crisis de las tijeras: por un lado, aumenta el perímetro de su
implicación. Dicho de otro modo, para producir la población y su sistema
complejo, que comprende la educación, la salud, las condiciones de empleo y de
la actividad económica de proveedores, productores y consumidores, hay que
movilizar cada vez más recursos. Que esto sea responsabilidad directa de las
colectividades locales, centrales o federales no cambia nada la situación.
Frente a ella, los recursos producidos por el impuesto se funden o se estancan.
A pesar de estas
necesidades crecientes, concebimos que los gobiernos se lo piensen dos veces
antes de aumentar los impuestos. Las promesas de rebajas de impuestos, o de “bouclier fiscal”, o de repartos
diferentes de impuestos a tipos impositivos constantes, atan las manos de la
derecha. Por su parte, la izquierda se empantana en otro obstáculo. Defiende el
principio del impuesto sobre la renta y la progresividad de este último,
garante de la redistribución. Ahora bien, con una base imponible del impuesto
muy reducida (la mitad no lo paga en Francia), se ve obligada a situar el
cursor bastante bajo para incluir al menos al 25 % de la población, lo que
significa la mitad de los sujetos a impuestos. La tasa carbono, al tener que
afectar a todo el mundo, con la fiscalidad que tenemos, de los que algunos
puntos sensibles ya se encuentran en el impuesto interior sobre los productos
petrolíferos, constituye la gota de agua que puede hacer desbordar el vaso, al
tiempo que no se alcanzan los niveles disuasivos requeridos. En particular,
porque habría que implantar transportes en común (tranvía, autobús)
extremadamente densos para que la población, que el urbanismo ha estirado
inteligentemente a centenares de kilómetros, pueda dirigirse al trabajo. De ahí
la complejidad en la percepción de un impuesto reembolsado.
De hecho, la
crisis fiscal implica repensar de arriba abajo la totalidad de la fiscalidad.
Existe, pues, un
nudo gordiano de la fiscalidad.
La derecha está tentada por la demagogia de una reducción de impuestos por la
puerta y se encuentra obligada a recargar la fiscalidad indirecta
antiredistributiva por la ventana. La izquierda descontenta enormemente a una
buena mitad de su electorado de clases medias, al fijar el umbral de los ricos
que deben pagar demasiado poco, o al apoyar erre que erre impuestos simbólicos
que aportan poco más de lo que cuesta su recaudación, como el impuesto sobre
las grandes fortunas, cuando las medidas sobre las sociedades serían más
eficientes, aunque insuficientes y arriesgadas, cuando se aplican en una
actividad económica mimada por sus empleos como es la inmobiliaria.
En realidad, el
sistema impositivo pertenece a un “antiguo” mundo económico: aquel puesto en
marcha bajo el Directorio y modernizado con el IVA en 1954 [1986 en España, N.delT.], por Maurice Lauré. Sólo una sacudida de este sistema y la
invención de un nuevo sistema permitirán salir de este drama. No soñamos con
demoler gratis: nos esforzaremos simplemente en abrir los ojos.
Donde el impuesto Tobin reaparece
Dos semanas antes de la cumbre del G20 en Pittsburgh (12 de septiembre de 2009), el Financial Times, al que no cabe acusar de un amor desbordante por el fisco, presentaba en primera página la proposición de Peer Steinbrück, socialdemócrata más bien de derechas, ministro de finanzas de la gran coalición, acerca de un impuesto sobre todas las transacciones financieras del 0,005 %. En el Journal du Dimanche del 20 de septiembre, era el turno de Christine Lagarde, Ministra de Economía y Finanzas, que calificó el impuesto Tobin de “buena idea”, y el de Bernard Kouchner, quien entonó la misma cantinela. La proposición alemana, rápidamente descartada por Angela Merkel por electoralista, preveía una imposición muy débil de 0,05 a 1% sobre todas las transacciones financieras internacionales a escala mundial. Esta medida se supone que frenaría la volatilidad de los mercados (lo que ha sido contestado con algún fundamento). Fue adoptada en lo que al principio se refiere por Francia, puesto en práctica de manera fugaz por Brasil y estuvo a punto de ser adoptada por casi seis votos por el Parlamento Europeo. Nadie ha contestado jamás los recursos fiscales que procuraría. En junio de 2008 Dean Baker, un macroeconomista del Center for Economy and Policy Research, muy escéptico sobre una reforma seria del sistema financiero, escribía en su blog: “un impuesto modesto sobre las transacciones financieras podría recaudar fácilmente el equivalente de un punto del PIB, es decir, unos 150 billones de dólares”. Por “modesto”, Dean Baker entendía un impuesto del 0,25% sobre el volumen de las transacciones bursátiles y del 0,02% sobre los seguros por incumplimientos en los swaps, lo que no tendría impacto en la actividad sino que frenaría las actividades puramente especulativas. Este economista, como el ministro alemán, extiende el impuesto Tobin a las transacciones interiores.
Un impuesto sobre todas las transacciones financieras en una economía de polinización
Vale la pena
hacer un pequeño desvío para ver cómo los impuestos reflejan la concepción que
una sociedad se hace de la riqueza. Los impuestos directos sobre el capital
(las sociedades), sobre los beneficios, sobre los ingresos, afectan a la
riqueza que resulta del saldo de los flujos, como el ingreso neto, o el capital neto (lo que queda entre dos ejercicios
anuales). Los impuestos indirectos (el IVA, el impuesto sobre derivados del
petróleo), afectan al consumo
final de las familias. Si
estos impuestos son neutros en relación con el volumen de flujos, es porque
consideran que los flujos en sí mismos no generan ninguna riqueza. Es preciso
eliminarlos de la doble contabilidad. La circulación no se considera que cree
riqueza.
Dicho de otro
modo, la riqueza de las abejas sólo se mediría por la miel que producen, por lo
que recoge el apicultor. Ahora bien, la riqueza realmente producida por la
abeja es la polinización que representa aproximadamente 350 veces
el valor de su producción comercial de miel y de cera para las velas. Esta
polinización se mide por la intensidad de su circulación
en los campos. En la
actividad económica humana, se percibe por el número de transacciones que hace
la gente, incluyendo las transacciones monetarias de las que ya he mostrado una
pequeña introducción: el consumo, los intercambios, los viajes, el ocio.
De lo que se
deduce una consecuencia no carente de interés para nuestro asunto. El impuesto
que afectaría esta forma de creación de riqueza (por la circulación) sería
mucho más inteligente y sobre todo aportaría mucho más. En fin, last but not least, presentaría también
un enorme interés político. Permitiría pasar de las formas arcaicas del
impuesto y de la exacción obligatoria por una única exacción que afectaría a
todo el mundo de igual manera, en proporción a sus transacciones monetarias.
La justificación
de este sistema –que deja atrás el debate sobre la imposición fiscal
progresiva, redistributiva, directa o indirecta (todo se recauda en la fuente)-
es que hemos pasado a una economía donde efectivamente no es la producción de miel ni el producto comercial lo que fundamenta la verdadera riqueza,
sino la polinización a
la vez ecológica, económica e intelectual (la polinización humana). La práctica
correcta del impuesto consiste en recaudar de manera sobre la indolora sobre la verdadera
riqueza. Es decir, a partir del momento en que se desplaza el centro de interés
sobre la riqueza, resumiendo, a partir del advenimiento de la “nueva” economía
política – hacia la polinización, la coralización, el hacer red- y desde que tendemos a desinteresarnos
por la “antigua” economía porque es marginal desde el punto de vista de la
cantidad de dinero que representa, puedo dejar de recaudar el impuesto sobre la
persona o sobre su producción comercial. La recaudación se efectuará sobre todas
las transacciones que se operan entre los diferentes tipos
de agentes económicos.
Nuevas tomas, nuevas situaciones
Esta solución es
eficaz: extrae los fondos gigantescos que
necesitan los poderes públicos, en particular para las políticas ecológicas en
materia de transportes no contaminantes, de energías renovables, así como para
un verdadero new
deal social. Al desplegar
las implicaciones sociales de una política de renta básica (de la que puede
considerarse como la dimensión fiscal), restaura el principio de igualdad entre los ciudadanos. Todo ciudadano,
desde el más pobre al más rico, contribuye en la medida de sus medios efectivos
(sus transacciones monetarias). Se restaura la igualdad ante el impuesto,
violado, a ojos de los ricos, por la progresividad de la fiscalidad y mucho más
escandalosamente, por parte de los pobres, por las modernas gabelas (el IVA
sobre todo consumo, incluso el más necesario para la vida). Actualmente, los
pobres son considerados como asistidos porque no pagan impuestos (antaño se les
retiraba el derecho de voto). Podrán decir al Sr. Pinaut que contribuyen tanto
como él al impuesto, de manera proporcional.
Para quienes
harán notar que este sistema se identifica con la flat tax que
reclaman los ultraliberales americanos desde hace décadas –señalando así la
muerte de un principio de progresividad fiscal, sinónimo de redistribución
social- precisaremos que la manera de recaudar las sumas necesarias para la buena
marcha de los servicios públicos no limita en absoluto nuestra facultad para
concebirlos y para organizar su distribución: aunque un vuelco de la fiscalidad hacia
una imposición proporcional (flat, y no progressive) de las transacciones financieras tomara primero la
apariencia de un “regalo fiscal” para los más ricos (¡uno más!), la
redistribución del maná obtenido de esta manera debería evidentemente adoptar
la forma de transferencias (de ingresos, de servicios, de gratuidad) desde los
más ricos en dirección a los menos favorecidos. La igualdad se situaría menos
en la fuente de estas exacciones como en su destino fuertemente
redistributivo. Este
impuesto permitiría en realidad no sólo captar una (pequeña) parte de la riqueza
producida por la circulación, sino modificar y modular las vías por las cuales pasa esta
circulación. Lo que cuenta no son solamente las nuevas tomas (en billones de euros) que generaría esta fiscalidad sino
sobre todo las nuevas
situaciones (en derechos
sociales), las nuevas afectaciones que
permitiría poner en marcha.
Esta propuesta
de un impuesto automático y en la fuente de todas las transacciones monetarias
–que podría elevarse al 2 % para hacer frente a una crisis tan excepcional como
la actual- puede esperar acabar con la pobreza planetaria al zanjar el nudo
gordiano de la fiscalidad, al que el impuesto carbono no hace sino añadir un
bucle suplementario.
Comentar