(alerta: spoiler)
Escena potente de la magnífica película 12 años de esclavitud (Steve McQueen, 2013), basada en un relato autobiográfico. Solomon Northup (un Josef K negro interpretado por un gran Chiwetel -o Chiwetelu- Ejiofor) participa en el funeral de otro esclavo. Desde que su secuestro en Washington por unos estafadores blancos, Solomon se había resistido a reconocer su nueva situación. Se había visto obligado a ocultar su identidad, su previa condición de hombre negro libre, educado y con familia en Nueva York, esperando encontrar a alguien -un blanco- que pudiera apiadarse de él y ayudarle. Pese a compartir el mismo color de piel, Solomon no se ve como los demás negros disciplinados y deshumanizados que trabajan en las plantaciones de Nueva Orleans. Sin embargo, la brutal degradación por la que pasa y la crueldad de la que es testigo acaban por transformarle. En este funeral de esclavos negros, una anciana canta un conocido espiritual, Roll Jordan, roll (fluye, Jordán, fluye), en la versión compuesta por Nicholas Britell. Solomon se resiste al principio, pero poco a poco se une al coro. Y es en ese preciso momento en que Solomon se reconoce por fin como esclavo. Cantando con los demás, compartiendo su mismo dolor, comienza a sentirse parte de una comunidad, y capitula.
Roll, Jordan, roll es considerado uno de los primeros espirituales esclavos de los que se tiene constancia y fue uno muy popular en su época. De la Librería del Congreso de los Estados Unidos encontré esta otra versión (1909), con el sonido lúgubre de un viejo gramófono:
Eugene D. Genovese tituló su principal obra sobre la esclavitud en el sur de los Estados Unidos Roll, Jordan, Roll: The World the Slaves Made (1976), tal es la importancia fundacional de este tema. Su análisis sobre la ambivalente relación paternalista entre amo y esclavo ha influido notablemente en los estudios posteriores sobre este asunto. Una cuestión -entre otras- que plantea este libro es por qué los esclavos negros no se rebelaron con mayor frecuencia y de manera colectiva contra el sistema esclavista, en lugar de hacerlo de manera esporádica contra uno u otro propietario. Esta es justamente una cuestión que abordan desde una perspectiva individual tanto 12 años de esclavitud como Django Unchained (Quentin Tarantino, 2012), ambas ambientadas en los años previos a la guerra de secesión. La película holandesa Tula: The Revolt (2013), por su parte, recuerda la masiva insurrección de esclavos que se produjo en 1795 en la isla brasileña de Curaçao.
Lo cierto es que la espiritualidad y la expresión musical fueron también formas de resistencia. Como la fuga. De hecho, el río Jordán que fluye es una metáfora de la misma, y en la película aparece como contrapunto a otra canción, Run, nigger, run (corre, negro, corre). Creada originariamente por esclavos, la canción advierte de los peligros que tiene la huida, pero en la película es un capataz blanco quien la entona para burlarse y humillar a sus subordinados negros.
Si esta música esclava y negra revolucionó luego la cultura popular del siglo XX, en cambio el cine -forma artística hasta ahora eminentemente industrial- no ha hecho justicia a lo que representa históricamente la esclavitud. Tal vez sea justamente su impacto y sus ramificaciones en el mundo que conocemos hoy lo que explique que sea un tema calificado unas veces como poco interesante y otras como complicado. Hablar de esclavitud es hablar de dominación, de servidumbre, de racismo, aspectos que la abolición de aquélla no ha eliminado. En este sentido, hay silencios que son reveladores. Especialmente significativo es el caso de España, país donde la abolición formal definitiva de la esclavitud no se produjo hasta 1886 (por lo que respecta a Cuba), esto es, más tarde que en Estados Unidos. Para ver películas rodadas en español sobre la esclavitud hay que remitirse fundamentalmente al cine de su ex colonia cubana.
También hay paradojas que dan qué pensar. Que podamos sufrir con Solomon Northup lo debemos a un tipo como Arnon Milchan, antiguo espía al servicio de Israel, que vendió armas a la Sudáfrica del apartheid por encargo de Simón Peres. Preguntado sobre su pasado en 1992, y sin renegar de él, Milchan declaró: "Lucharé el resto de mi vida contra el racismo y el apartheid". Salvo, se ve, en la tierra donde nació. Donde el río Jordán es frontera y no común esperanza.
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