Este año se ha hablado mucho de la memoria de los derrotados. Empezamos 2008 bajo los efectos de la Ley de Memoria Histórica aprobada a finales del año 2007. Luego los medios se volcaron en la celebración de Mayo de 1968. Después se recordó al Che Guevara. Y la breve aventura judicial de Baltasar Garzón volvió a mostrar que la memoria es una sustancia más resbaladiza de lo que parece a primera vista.
Existe un estimable esfuerzo por salirse de la amnesia forzada de la Transición española. Pero muchos de los supuestos beneficiarios de estas iniciativas de recuperación de la memoria no están nada contentos. Para unos son claramente insuficientes, otros piensan que llegan tarde, y los hay mosqueados que se quejan indignados por la forma en que el gobierno y algunos intelectuales están construyendo una Memoria Histórica con mayúsculas. Memorias hay muchas y difícilmente pueden limitarse a la contabilidad de los muertos.
Los titubeos españoles contrastan con la fuerza del debate argentino, seguramente porque las cicatrices son más recientes. En Argentina el kirchnerismo, al pretender restablecer la paz social luego de las revueltas de 2001-2002, hizo de la reivindicación de la memoria y el enjuiciamiento de los militares de la dictadura una de sus prioridades. En España resulta inconcebible que el jefe del gobierno se dirija a los militares en un acto solemne para decirles "no les tengo miedo", como hizo el presidente Néstor Kirchner en mayo de 2006. Esta posición explica los elogios, allá de los colectivos de madres y abuelas de mayo, acá de las asociaciones de desaparecidos y por la memoria histórica.
Pero como dije, algo tiene el reconocimiento oficial que deja un regusto amargo. Sobre todo cuando disecamos la memoria en el formol de las conmemoraciones. Será porque los hechos objeto de memoria perviven en el presente, no ya por culpa de los vivos, sino por su ramificación en los hechos de ahora. ¿No resulta irónico que quienes celebraron Mayo de 1968 llamen ahora "radicales" a los jóvenes griegos que queman coches y algún que otro árbol de Navidad? Cuando miramos hacia el pasado lo hacemos siempre pensando en el presente y tal vez en el futuro. Lo hace el Estado y los herederos de insurrecciones pasadas, no siempre capaces de extraer lecciones valiosas. La memoria es siempre selectiva. ¿De qué memoria hablamos entonces? O dicho de otro modo, ¿qué memoria es la que vale la pena?
Es lo que se pregunta Luis Mattini, ex líder del PRT argentino (grupo de ideología guevarista, que a principio de los setenta se apuntó a la lucha armada), que acaba de publicar en La Fogata un artículo sobre este asunto, con el significativo título de "Sobre historia, memoria y otras yerbas". Mattini no se reconoce en el revisionismo histórico del peronismo actual. Para no alargar en exceso este post, incluyo solamente la parte final del texto:
[...]
"Le guste o no le guste a más de uno, sobre todo a los que llegaron tarde, en la Argentina de los sesenta-setenta hubo un movimiento revolucionario. Y lo digo con todas las letras, r-e-v-o-l-u-c-i-o- n-a-r-i-o. Pero aclaremos: no lo fue por sus doctrinas, que eran diversas y las más de la veces difusas, sino porque su mayor virtud fue la decisión del hacer, no de "mandar a hacer" o "pedir que se haga", no de vivir con petitorios, no de reclamar a otros, no de pedigüeñar al Estado, sino del hacer, de tomar en manos propias los asuntos políticos y sociales y, claro, también de intentar tomar el poder con sus manos porque lo creíamos necesario. Todo eso conforma lo revolucionario, hechos, no programas en el papel ni ideologías borrachas de palabras. Hechos, los "setentas" fueron hechos. Podemos admitir que esos hechos a veces intentaban ser explicados con largos discursos, para que la trascendencia de la oralidad justificara la inmanencia del accionar. Pero no dejaban de ser hechos.
A ellos, a esos que no realizaban una marcha todos los días, financiada con recursos estatales, para pedirle al Estado que haga tal cosa, sino que se organizaban para hacer, con recursos financieros propios (legales o "ilegales" porque nunca se creyeron en el "estado de derecho"); a ellos, que no confundían el Estado con el socialismo, a ellos que no marchaban con banderitas con imágenes del Che como si fueran a catecismo, para colmo "nacional o popular", sino que llevaban la bandera con la estrella roja de cinco puntas, cada una uno de los cinco continentes, simbolizando la desaparición de las naciones, el Estado y los caudillos de derecha o izquierda; a ellos que imaginaban en cientos de detalles como sería el soñado socialismo, desde como serian las viviendas, la forma de reunirse a comer, de vestirse, trabajar, y de la inconmensurable libertad para el arte, las formas del amor, en fin, a ellos, que hicieron de la militancia una forma de vida, una manera de vivir existencialista que ya contenía embrionariamente el comunismo; a ellos que la sufrían y la gozaban; no a los testigos que la miraban de afuera cuidando no ser salpicados, a ellos, digo, a los protagonistas sobrevivientes, se les puede preguntar por qué creen que fueron reprimidos de esa forma atroz con la institucionalización de la desaparición forzada de miles de activistas.
También a ellos se les podría preguntar cómo sienten este tratamiento jurídico y explicaciones de irracional institucionalidad a tamaña represión a esa enorme riqueza de sueños y proyectos políticos sociales.
Porque, en efecto, uno de ellos, de los protagonistas, el escritor Caparrós, afirmó hace poco que banalizar los hechos, –yo agrego demonizar a los actores–, de modo tal que decir que una banda de demonios uniformados reprimieron con bestialidad, secuestraron y desparecieron a grupos de chicos y muchachos, vírgenes e inocentes, que sólo pedían ciertas mejoras económicas o sociales, ignorando sus proyectos de sociedad, es hacerlos desaparecer de nuevo.
Entonces no es ocioso preguntarse de qué "memoria" se habla. Quizás se trata de conservar la memoria de las desapariciones. En tal caso sería como encerrar la vida de esas personas bajo la categoría de "desaparecidos". No puedo evitar pensar en mi hermano Rodolfo, además de compañero, militante del PRT, combatiente del ERP, sindicalista, de tan chispeante humor y plenitud de vida, que cuando veía una gran obra privada, un gran hotel por ejemplo, digo, esas construcciones de lujo para usos superfluos que hoy admiran los yuppies en Puerto Madero, él decía, "Fa!! Que lindo, qué maravilla!!! Cómo van a llorar cuando se lo expropiemos para hacer un hospital de niños". Pienso que ponerlo en la memoria como "desaparecido" es negarle esa potencia creadora. Como dice Caparrós, es desaparecerlo definitivamente. Así planteada la memoria es, en el fondo, admitir la derrota más absoluta. Sería memoria de la derrota. (La única virtud de la derrota es que es la madre de la victoria) pero entonces no es cuestión de memoria sino de recordar hechos con motivos pedagógicos, es decir para aprender de los mismos.
No, la memoria no puede ser una lista de nombres con la categoría de "desaparecidos" palabra que pareciera reemplazar al ataúd. La memoria sobre hechos que ya están siendo historia, no es ni esa lista macabra, ni los textos de programas ni los bla, bla de la época: La memoria no puede ser la trascendencia de esas listas, esos programas, esas ampulosas declaraciones, esas teorías, esas doctrinas, cada una válida o no, según época y sólo atendibles, recopilables, rescatables para análisis racionales y estudios específicos. No, no, de ninguna manera, la memoria deberá recopilar el recuerdo vivo de cada uno de ellos en la inmanencia de sus actos, en su "hacer", en sus pasiones, en sus "locuras", en sus sueños imposibles. Porque esa es su herencia viva, no "desaparecida", porque lo fundamental de esa época, insisto, fue la inmanencia, la acción, el hacer. Y convengamos que "el hacer" es la carencia mayor de nuestros días.
Precisemos señores: el Terrorismo de Estado fue incalificablemente nefasto y el método de la desaparición de personas espantosamente criminal. Pero no fue "irracional", logró al menos parte de un propósito inesperado de lo pensado racionalmente, y sin embargo eficaz como objetivo reaccionario. Logró que durante décadas posteriores a la dictadura, incluso con gobiernos diversos, todo "programa", toda acción "revolucionaria", qué va!, incluso "reformista", estuviera atravesada por los "desaparecidos", por explicar perseguir y buscar "justicia" con los desaparecedores, sea ésta la cárcel o el paredón. Pero no por la decisión de hacer justicia, sino de "pedir" justicia, Así se consagró un tipo de activismo caracterizado por haber reemplazado "el hacer" por el pedir. O sea, esa "izquierda" o ese "progresismo" centró la actividad política, los programas y las acciones, no en continuar, incluso renovar, recrear, la obra de los desaparecidos, sino en su "culto". No se dedicó tanto a pelear la justicia social como habían hecho ellos, sino a pedir justicia con el destino de ellos.
Y en esa notable deformación de objetivos, es impresionante como este activismo aprendió la regla de oro de la democracia preñada de sindicalismo: (los viejos recordarán la expresión traída de la experiencia de la clase obrera inglesa: tradeunionismo): ejercer el derecho al reclamo, a la petición,
a ser "escuchados". El método de lucha política excluyente es hoy el electoral y su complemento, el método de lucha social casi excluyente es la marcha tradicionalmente tradeunionista, la gran fanfarria, matizado con el corte de calles. Esta fuerte combinación es tan funcional al sistema político actual que el Estado ha creado los instrumentos para incentivar o contrarrestar, según convenga en cada caso. Es notable cómo el gobierno, al apropiarse y declamar el sentido trascendente de la lucha de los setentas, el sueño de lo imposible, o sea lo épico, espectacular, inalcanzable incentivando e institucionalizando la memoria de los desaparecidos como tales, como desaparecidos y el "castigo" a los culpables, sólo a los uniformados, claro, sin incluir a los responsables civiles del Terrorismo de Estado, logró anular el recuerdo de la inmanencia, la presencia de aquel potente cotidiano, posible, alcanzable, concreto "hacer", que fue el rasgo distintivo del guevarismo y la causa de fondo de la respuesta filicida y terrorista de las FF.AA. como instrumento de la clase dominante nacional en su conjunto. Qué "coincidencia"....el Imperio, como Poncio Pilatos hace dos mil y pico de años, se lavó las manos."
Comentarios
Escrito por: jesus cutillas.2008/12/09 14:43:36.854000 GMT+1
Que el PRT-ERP cometió gruesos errores, cierto. Los recogía Luis Mattini en un libro sobre la Historia de su organización cuyo título no recuerdo.
Gracias por tu artículo, Samuel. Necesario y esclarecedor.
Un saludo desde el foro por la memoria de Granada.
Escrito por: Duarte.2008/12/09 15:35:47.061000 GMT+1
http://foromemoriagranada.blogspot.com
Jesús, he incluido la reflexión de Mattini no por simpatizar con la lucha armada o el terrorismo, ni mucho menos, sino por lo que nos cuenta sobre la memoria histórica.
No podemos ignorar que la cuestión de la vinculación entre transformación social, violencia y la lucha armada ha atravesado las izquierdas a lo largo de todo el siglo XX. Obviarlo, y sobre todo obviar el componente político para incorporar a los desaparecidos y ejecutados dentro de lo políticamente correcto no supone hacer ningún favor a los muertos (o a una parte de ellos) ni a sus sobrevivientes, como bien dice Mattini.
Precisamente la conclusión a la que llegas, sobre la imposición y el autoritarismo de las armas, es fruto de un fracaso al que hay que mirar de frente, pues forma parte de una historia que está ahí. En América Latina, como en Europa, fueron muchos los que en su día pensaron que la lucha armada era una respuesta adecuada a la violencia estatal. Hasta que se vio que las más de las veces acabó convirtiéndose no en una respuesta sino en una reproducción de aquello contra lo que se suponía que se luchaba. Frente a la autoridad, ser autoritario acabó siendo una muestra de la derrota.
Lo bonito de la confesión de Mattini -tan diferente de la ira de Hebe de Bonafini, muy cerca por cierto del kirchnerismo- es que para él lo más importante no fueron los discursos, ni siquiera las acciones violentas, sino "la inmanencia de sus actos, en su "hacer", en sus pasiones, en sus "locuras", en sus sueños imposibles". La pasión, el derecho al delirio, es un canto a la vida, no a la muerte. Los de ETA, inmersos en su zulo mental, no se han enterado todavía.
SaludosEscrito por: Samuel.2008/12/09 18:31:40.182000 GMT+1
www.javierortiz.net/voz/samuel
Escrito por: Izaam.2008/12/09 19:14:32.596000 GMT+1
Escrito por: Maria.2008/12/16 11:04:48.845000 GMT+1