Entre los yoruba, el recién nacido no recibe un nombre hasta varios días después (nueve días en los varones, siete para las chicas, ocho en el caso de gemelos) de llegar al mundo, en una ceremonia colectiva con muchas oraciones y mucho festejo, denominada isomoloruko. Hasta entonces lo cuidan las mujeres de la familia: su madre, que lo amamanta, pero sobre todo abuelas, coesposas o madrastras, hermanas y primas. Pero es un hombre, el pariente masculino más anciano, el que consulta el oráculo de Ifá para conocer los dones del bebé y su orisha. Estos elementos, junto con otros factores y circunstancias, como el oficio tradicional de la familia, el orisha de la unidad doméstica (que tradicionalmente reúne varias familias extensas en un mismo recinto), las divinidades a las que sus padres recen con mayor fervor, el día y hora de nacimiento, etc., servirán para elegir su nombre. Si nace en una ocasión especial, el bebé portará probablemente un nombre relacionado con ella. El anciano oficia la ceremonia en la que se reúnen parientes y amigos, para lo que utiliza nueces de cola, una vasija con agua, aceite de palma, pimienta, agua, sal, miel y licor (la lista de productos varía según las familias). Cada producto simboliza algo: las nueces de cola, la buena fortuna; el agua, la pureza; el aceite, la fuerza y la salud; la sal, la inteligencia y la sabiduría; la miel. la felicidad; el licor, la riqueza y la prosperidad. Los labios del bebé deben tocar cada uno de estos productos. Los invitados aportan dinero, que servirá para su crianza, y pueden proponer nombres dependiendo de la percepción sobre las circunstancias de su nacimiento. El anciano toca la frente del bebé y susurra al oído su nombre, elegido antes del acto, tras lo cual lo anuncia frente a los congregados. Todos esperan que este nombre determine sus acciones y su comportamiento futuro.
El acto de nombrar vincula al recién nacido con la comunidad. Los cuidados, los afectos e incluso la propia educación no incumben a los padres en exclusiva, constituyen una tarea común, aunque aquellos ostenten la principal responsabilidad. En principio, no hay contraposición entre individuo y sociedad sencillamente porque el individuo no se puede concebir sin la comunidad, entendida como extensión de la propia familia. “Estás aquí porque estamos aquí” es una concepción muy alejada del individualismo cartesiano. Con esto no pretendo dar una visión idealizada de la sociabilidad africana, como se ven tentados a hacer quienes se sienten náufragos en nuestras sociedades. Efectivamente, continuamente existen tensiones entre las decisiones individuales y las reglas (religiosas, culturales, familiares) del grupo, de las generaciones precedentes. Basta echar un vistazo a la vasta producción cinematográfica y televisiva de Nollywood para percatarse de ello. Sin embargo, la resolución o superación del conflicto, ya sea dentro del marco social preestablecido o tras su transformación, en el campo o en la ciudad conectada a las redes globales, no altera aquel principio fundamental: “Estás aquí porque estamos aquí”.
No habrá, pues, peor penalidad que la ruptura del lazo social, que en el fondo es de sangre y remite a un lejano antepasado común, real o mítico. También puede darse otra situación, más compleja. Si a una niña –porque cuando sucede, suele tratarse de una niña- la abandonan antes de la ceremonia iniciática, no se le concederá ningún nombre, aunque los servicios sociales adjudiquen uno provisional, y por tanto no podrá haber genealogía ni vínculo con la comunidad. Se entiende que queda “en manos de Dios”, sin intermediarios humanos. Otras manos podrán acogerla, otras voces podrán otorgar otro nombre, podrán legalizar una nueva filiación en otro lugar, incluso en otro país con colores e idiomas diferentes. Queda, sin embargo, la cuestión de la ruptura originaria: ¿dónde está la comunidad en la que arraigarse? ¿Qué identidad podrá tener la niña si no tercian los orisha, si nadie consulta Ifá? ¿Quiénes “estamos aquí”?
Estas son algunas de las preguntas que me seguían mientras nos dirigíamos en coche hacia el corazón de Lagos, en Nigeria, al final de la temporada de lluvias. Muchos yoruba, al igual que muchos europeos, resuelven estos dilemas bajo el prisma cristiano de la caridad: vendrán a “salvarla” quienes puedan ocuparse de ella. Son los futuros padres los que hacen o, según la definición pasiva de la academia, reciben. Este enfoque no podía ser el mío. Para mí el encuentro solo podía basarse en un reconocimiento compartido, en una acogida y adaptación que serán mutuas, progresivas. Así la niña podría devenir también hija y los adultos recién llegados que somos, padres. Forjarnos nuevas identidades a partir de las heredadas. Pese a la relación de poder implícita que se establece inicialmente entre posiciones sociales y orígenes geográficos diversos, tal vez sea posible construir un nuevo nosotros que no venga determinado por la sangre, mucho menos por el dinero, sino por el amor. La familia puede extenderse con lazos de afecto que incluyan parientes y buenos amigos, lazos que no busquen ancestros ni tampoco pretendan imponerse.
En cuanto sus grandes ojos negros me capturaron lo tuve claro. Quienes nombran deberán ser a su vez nombrados.
2012/11/01 22:31:13.753000 GMT+1
Nombres
Escrito por: Samuel.2012/11/01 22:31:13.753000 GMT+1
Etiquetas:
| Permalink
| Comentarios (5)
| Referencias (0)
Comentarios
Escrito por: Jose Valdecasas.2012/11/01 23:15:10.510000 GMT+1
www.postpsiquiatria.blogspot.com
Escrito por: Samuel.2012/11/03 08:54:25.249000 GMT+1
www.javierortiz.net/voz/samuel
Escrito por: udsyyo.2012/11/03 11:59:20.724000 GMT+1
Escrito por: Alejandro.2012/11/05 22:43:48.456000 GMT+1
Escrito por: fransmestier.2012/11/13 11:00:59.350000 GMT+1
http://vestigis.wordpress.com