Por una vez, voy a comentar un texto de mi anfitrión. En su artículo "Haciendo cuentas", Javier Ortiz analiza los resultados de las elecciones presidenciales estadounidenses para llamar la atención sobre el hecho de que quienes han elegido a Barack Obama constituyen una pequeña fracción de la población, y que la diferencia con John McCain no fue tanta en votos populares (diferenciados de los del colegio electoral). Da a entender que resulta una exageración hablar de un "fenómeno de masas histórico", facilitada por el sistema electoral norteamericano.
Efectivamente, los 65 340 000 votos (según la CNN) que en principio ha recibido Obama representarían un 28 % de la población con edad para votar, algo más si descontamos la población sin derecho de voto (presos, no ciudadanos, etc.), y entre un 61 y un 63 % del total de votos emitidos (un poco menos de lo que escribí ayer). Una tabla bastante completa sobre datos de participación puede encontrarse en el United States Election Project. Y el sistema de votos electorales, unido al sistema de voto mayoritario, exagera la proporción con que aventaja a su contrincante.
Esta situación se repite en todos los sistemas electorales vigentes, aunque sea más evidente en una elección presidencial como la norteamericana. Cifras como las mencionadas hacen difícil creer que "el pueblo" pueda haber expresado esto o lo otro en forma de voluntad general unívoca. En realidad, no existe tal pueblo, entendido como una unidad absoluta, sino una multiplicidad de grupos, intereses y anhelos. Lo que ponen de manifiesto esas cifras es la problemática de la representación, mecanismo que bloqueó el avance de la democracia en la modernidad aunque permitiera la gobernabilidad y legitimidad de extensos Estados-nación como el estadounidense. En los albores del constitucionalismo liberal, republicanismo y representación no eran exactamente sinónimos de democracia, concepto temido cuando no detestado. La Constitución americana, y todas las que la siguieron, parten de la base de la idea expresada por el cuarto presidente de los Estados Unidos, James Madison, en The Federalist: el principal objetivo de toda constitución es conseguir dirigentes sabios y virtuosos. Algo muy distinto del gobierno de todos por todos.
¿Invalida las limitaciones del sistema político la pujanza de los movimientos socio-culturales americanos que han venido luchando por un cambio colectivo democrático? Sólo si pretendemos analizarla únicamente en función de su representatividad. Lo cual no me parece lo más acertado. El resultado de las elecciones de 2008, que podía haberse dado en 2004 de no haber contado entonces los demócratas con un candidato gris que se amilanó ante la administración más corrupta, incompetente y criminal de las últimas décadas, se debe en buena parte a la transformación cultural de amplios segmentos de la población, la renovada militancia política de muchos de sus integrantes y su reacción a la debacle de la crisis financiera, una especie de 11-M que dio la puntilla final a un gobierno que se mantenía por la inercia y que reintrodujo el debate político en términos de clase. Que catarsis como las mencionadas sean las que permiten trasladar las mutaciones sociales a la política institucional es muestra de la esclerosis de nuestras democracias representativas. El cambio ya se había producido. El evento Obama, con la ayuda de la fracción más lúcida del capital, no hizo sino mostrarlo a la vista de todos. Y aprovecharlo.
2008/11/09 04:05:46.700000 GMT+1
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Escrito por: Samuel.2008/11/09 04:05:46.700000 GMT+1
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