El otro día mencionaba la confusión que existe en el uso de conceptos como capitalismo o neoliberalismo, con el Estado en el centro de todos los equívocos, y aportaba mi opinión personal al respecto. Sucede con frecuencia que nos ensarzamos en debates o en discusiones políticas sin haber llegado a un acuerdo previo acerca de las palabras que estamos utilizando o de la perspectiva que adoptamos. Si a ello añadimos a que muchas de estas palabras tienen una vida ya bastante larga y ajetreada, no debe sorprendernos que acabemos en auténticos diálogos de besugos que no llevan muy lejos.
En Europa y América Latina los críticos del sistema económico vigente suelen emplear las palabras neoliberalismo y capitalismo de forma indistinta. Dependiendo de su orientación particular y su práctica, se estarán refiriendo más bien a uno u otro concepto. Así, en el mismo gobierno boliviano si bien Evo Morales denuncia con fuerza el capitalismo a secas, en cambio el vicepresidente Álvaro García Linera fomenta lo que él mismo ha bautizado como capitalismo andino-amazónico (¿productivo?) como alternativa al capitalismo neoliberal (¿financiero?), con un Estado postcolonial relegitimado. Ya comenté mi desacuerdo con esta distinción, muy difundida. La posición de Linera se acercaría más a los planteamientos altermundialistas dominantes en Europa, en la órbita de ATTAC o Le Monde Diplomatique, que han centrado su crítica más en el neoliberalismo que en el sistema capitalista en cuanto tal. Lo acaba de recordar Bernard Cassen, cofundador de ATTAC y del Foro Social Mundial:
"Hasta ahora, las diferentes agrupaciones, implícita o explícitamente, se habían agrupado en torno a la identificación de un adversario común y homogéneo, un tipo de políticas simbolizado, y a veces impuesto, por las instituciones económicas internacionales (Banco Mundial, FMI y OMC), aplicado por todos los gobiernos y dominante en la ideología de las «élites»: el neoliberalismo"
En la línea de Cassen, muchos pretendieron oponer a la globalización neoliberal y sus instituciones internacionales la defensa del Estado-nación. Frente al déficit democrático de organizaciones supranacionales como la Unión Europea, o instituciones económicas como el FMI, había que oponer la legitimidad parlamentario-representativa de los Estados. El problema de este planteamiento salta a la vista: asume erróneamente que a nivel del Estado no existe un problema de democracia similar, que sólo el Estado nacional puede enfrentarse al mercado (cuando suelen ser más bien cooperadores necesarios), y que el vínculo social sólo se puede mantener a través de aquél. Ahora que la ilusión neoliberal deja paso a fuerzas igualmente reaccionarias pero que no recelan de la intervención estatal, este altermundialismo se muestra un poco desorientado.
Esta tesis no fue unánimemente respaldada dentro de los movimientos, como constata Cassen con amargura, quien se queja de la "satanización" del Estado y lo nacional por parte de muchas corrientes. Frente a quienes reclamaban una nueva estrategia de acceso al poder del Estado, o de al menos situar al espacio nacional como único espacio posible para una política democrática, no faltaron quienes promovieron "cambiar el mundo sin tomar el poder" (estatal, se entiende), mientras que otros estudiaban cómo articular una política de multitudes cuyo espacio político superara el marco nacional, sobre todo en Europa. En América Latina, la potencia de los movimientos pareció dar la razón a estos últimos. Pero una vez que muchos de sus miembros alcanzaron las riendas del poder estatal, el debate sobre las nuevas gobernabilidades progresistas pareció decantarse en favor de los defensores del Estado como instrumento de transformación. Faltaba por comprobar qué transformaba en realidad. "Por mejores intenciones que tengan están utilizando una herramienta creada para conservar el estado de cosas, no para demolerlo", aclara Raúl Zibechi, quien recuerda cómo en la encrucijada boliviana la debilidad del gobierno de Evo se ha visto compensada con la potencia del movimiento indígena.
Pero no es sólo el papel del Estado el que conduce a numerosos malentendidos. En un reciente ensayo, titulado Remembering André Gunder Frank while thinking about the future, el sociólogo norteamericano Immanuel Wallerstein afirma que la mayor confusión que se da en la izquierda se refiere a los marcos temporales de actuación. Aclaro que Wallerstein, como investigador, adopta más bien un enfoque macro, basado en el tiempo largo. Intenta comprender más la estructura del bosque (un bosque dinámico, por cierto), que los árboles.
Pues bien, según él, las "agendas de izquierda son realmente cosas complicadas para construir. Por un motivo, y es que están elaboradas realmente en tres marcos temporales diferentes, que llamaré largo plazo, medio plazo, y corto plazo. Muchos de los argumentos que dominan las discusiones en la izquierda sobre estrategias de izquierda confunden los tres marcos temporales, y por tanto se debate sobre cosas distintas."
Wallerstein está convencido de que el capitalismo pasa desde hace ya unos cuantos años por una crisis sistémica, y sostiene -con bastante atrevimiento- que en veinticinco o treinta años este periodo de transición por el que pasamos habrá concluido y nos encontraremos ante un nuevo sistema que probablemente no pueda catalogarse de capitalista. Que finalmente sea mejor o peor que el actual dependerá de las estrategias y el conflicto entre los defensores del statu quo y quienes reclaman un mundo más justo y democrático.
Qué sistema-mundo resulte finalmente de las turbulencias actuales dependerá se enmarcaría dentro del largo plazo. Este es el plano temporal que corresponde a la reflexión utópica, y sólo puede ser definido en términos muy generales, pues de otro modo se acaba en inútiles batallas sectarias. Wallerstein se conforma con que nos encaminemos a un sistema político y económico relativamente más democrático e igualitario. Sólo en este marco cabe hablar de superación del capitalismo.
El corto plazo, en cambio, es en el que vivimos todos. Las decisiones que afectana nuestra vida cotidiana (salud, educación, etc.) se toman en el corto plazo, gran parte de las cuales son también muy políticas, aunque se suela pensar lo contrario. Aquí es donde la pluralidad de los movimientos se manifiesta con toda su fuerza y contradicciones, lo cual es positivo. También aquí hay que contar con las instituciones realmente existentes. Las decisiones suelen producir consecuencias inesperadas, por lo que es corriente caer en los reproches, el arrepentimiento y hasta la conversión. Wallerstein sostiene que en el corto plazo lo más conveniente es elegir el mal menor, y que quien critica a otro por ello está también eligiendo lo que cree que es el mal menor. Sostiene que todo movimiento de izquierdas debe siempre elegir el mal menor desde la perspectiva de los de abajo si quiere contar con el apoyo de una población más amplia.
Es en el medio plazo donde debería localizarse la acción más significativa para una agenda de izquierdas. Pero la acción política para el medio plazo "es menos excitante que debatir acerca del largo plazo, y menos aparentemente activa que la acción en el corto plazo", de ahí que sea el marco temporal más ignorado. Implica educación política y paciente construcción de los movimientos. Aquí el cambio que importa es más íntimo y subjetivo, el que se hace en el propio caminar.
Según Wallerstein, las reglas del medio plazo son exactamente opuestas a las reglas del corto plazo. Si el corto plazo es el universo de los compromisos, en el medio plazo no cabe compromiso alguno. El realismo que demanda el medio plazo es diferente, hay que presionar para cambiar el sistema aunque no haya recompensas inmediatas. Si el trabajo en el corto plazo es básicamente defensivo (aquí se trata de mantener las conquistas alcanzadas), el trabajo en el medio plazo es de lenta construcción de alternativas. Quizás el ejemplo más acabado y exigente de esto sea el zapatismo.
El medio plazo son los próximos veinticinco o treinta años, un tiempo de transición. "No podemos construir [un sistema democratico e igualitario] en este medio plazo. Lo que podemos es hacer posible las multiples actividades politicas que terminen inclinando la balanza frente al grupo mas rico, mejor organizado y mucho menos virtuoso: aquellos que desean mantener o incluso reforzar otra variante de los sistemas jerarquicos, polarizadores, que hemos tenido hasta aqui. Su sistema no sera ya el capitalismo; probablemente sea peor."
Capitalismo (con centro en Estados Unidos, Asia o simplemente imperial) o no, construir una agenda de medio plazo trae consigo también una batalla por las palabras y los conceptos. Nombrar para existir. Traducir para construir un común, a pesar de los inevitables malentendidos. Y voluntad para entenderse.
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