Entre cinco y quince mil personas -según las fuentes-, procedentes principalmente de Túnez pero también de Libia, llegaron a la isla italiana de Lampedusa en las últimas semanas, huyendo en unos casos del hundimiento de las economía norteafricanas, y en otros del conflicto armado y la violencia racista. En estos momentos los refugiados superarían en número a la población que reside en la isla, por la simple razón de que nuestros gobiernos les impiden viajar a Europa. La supuesta solidaridad internacional no se traduce en hospitalidad, y la libre circulación se limita a la de los F-18.
Al gobierno de Silvio Berlusconi, como al resto de los gobiernos europeos, sólo les preocupa evitar que los migrantes -y con ellos tal vez los vientos de cambio- lleguen al continente. Ha dejado, conscientemente, que la situación se degrade y que Lampedusa se convierta en una isla prisión, lo que está generando tensiones entre la población local. Berlusconi había firmado con la Libia de Gadafi un tratado de amistad que preveía la repatriación forzosa de los migrantes africanos. En fecha tan reciente como octubre de 2010 la comisaria europea de Interior, Cecilia Malmström, y el comisario europeo de Vecindad, Štefan Füle, firmaron un acuerdo migratorio con el Estado libio, representado entonces por Abdel Fatah Yunis al Obeidi, secretario del comité general popular de seguridad pública y hoy miembro del insurgente Consejo Nacional de Transición Libio*. El acuerdo firmado el año pasado constituía un primer paso hacia la consecución de un acuerdo marco, más amplio, entre la Unión Europea y Libia, pero terminó suspendiéndose con el inicio de la guerra. El comité de exteriores del Parlamento Europeo aprobó un comunicado por el que se exige la reactivación del acuerdo desde que se instaure un gobierno de transición con control efectivo sobre todo el territorio.
Lo mismo sucede con Túnez. La Unión Europea reaccionó rápido para renovar los compromisos sobre migración con el nuevo gobierno surgido de las revueltas de enero. La comisaria Malmström aseguró en febrero que la mayoría de los tunecinos que habían llegado a Lampedusa serían repatriados, o lo que es lo mismo, expulsados contra su voluntad. Los inmigrantes tunecinos no parecen estar muy de acuerdo y hace unos días protestaron contra el trato vejatorio que están recibiendo por parte de las autoridades italianas. El propio alcalde de Lampedusa, Bernardino de Rubeis, había organizado previamente la visita de la ultraderechista Marine Le Pen, en plena campaña para las elecciones regionales francesas. Ella sí que puede ir y venir cuando le plazca.
Resulta notable comprobar cómo los tunecinos destacan entre sus libertades recobradas, la de movimiento. En otro vídeo Khaled Harobi, un inmigrante tunecino que perdió su trabajo en la hostelería y que desea llegar a Francia, compara la acogida que le han dado con la que sus compatriotas tunecinos ofrecieron a los refugiados libios.
Los primeros refugiados que salieron de Libia, y que hoy se agolpan en campos de refugiados como el de Choucha, en Túnez, o que comienzan a cruzar el Mediterráneo, forman parte del contingente de los aproximadamente dos millones de migrantes (oriundos de Bangla Desh, de Eritrea, de Liberia, etc.) que trabajaban en Libia en la construcción o en la industria petrolera hasta el comienzo de la rebelión, con frecuencia en condiciones de alta explotación por las deudas contraídas (una variante de trabajo semi-forzado que se asemeja al de los llamados indentured servants). En estos días las milicias insurgentes atacan y encierran sin contemplaciones a migrantes negroafricanos y libios de tez oscura como los tubus, a quienes acusan de estar a sueldo de Gadafi. Gadafi -como, de manera más hipócrita, Europa- siempre manipuló la cuestión racial. Si por un lado acogió y entrenó guerrilleros sanguinarios como Charles Taylor (Liberia) o Foday Sankoh (Sierra Leona), también contrapuso a libios frente a los extranjeros, concretamente trabajadores subsaharianos cuya situación empeoró notablemente conforme Gadafi fue rehabilitando su imagen ante las cancillerías europeas. La concepción unitaria y arabista del Estado libio la expuso muy bien uno de sus representantes a Human Rights Watch: "Libia no tiene minorías. Ni minorías raciales ni religiosas. Damos gracias a Dios por esta ventaja". Los líderes del opositor Consejo Nacional libio continúan en esta línea con las declaraciones incendiarias de su portavoz Ghoga -para quien el pueblo libio está "unido" frente a la familia Gadafi y sus "fuerzas extranjeras"- y las detenciones arbitrarias. Como apunta Richard Seymour en su blog, estas apelaciones a la unidad, la deriva racista y su alianza con las potencias occidentales "probablemente se dirijan a superar su falta de autoridad sobre el movimiento, y su incapacidad para actuar como un elemento coherente y hegemónico en la revuelta."
Las revoluciones ciudadanas se toparon con quienes no son reconocidos plenamente como tales. Los migrantes del Mediterráneo y del Golfo Pérsico se están revelando como la prueba de fuego del alcance democrático de los cambios en curso. El caso extremo, ya mencionado por aquí, es el de Baréin, en el que la población migrante, que representa la mayoría de la población de la isla, no sólo se ha situado al margen de las revueltas sino que han sido objeto de ataques xenófobos por vincularlas, como en Libia, con el poder. Las barreras nacionales son el último refugio de los poderosos. Habrá que romperlas. ¡Que vengan a Europa!. Les necesitamos para que todo cambie y nunca vuelva a ser lo mismo.
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* A Abdel Fatah Yunis le encomendaron organizar y comandar las tropas
rebeldes, pero estas rechazaron seguirle debido a su papel como
responsable de interior con Gadafi. Finalmente Yunis sería
reemplazado por el exiliado Khalifa Hifter, aunque sigue en el ejército en una posición subordinada.
2011/03/29 07:23:17.229000 GMT+1
Lampedusa
Escrito por: Samuel.2011/03/29 07:23:17.229000 GMT+1
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