La plebe, la multitud y la renta
Yann Moulier-Boutang
(traducción del artículo publicado originalmente en la Revista Multitudes, No 56 (2014), páginas 213 a 220).
Antes de aparecer como es debido, el diálogo que proponemos entre “plebe y/o multitud”, como lo explica Giuseppe Cocco en este número, recorrió diversos números de la revista Multitudes, desde su fundación (marzo 2000) hasta el número especial enteramente dedicado a las Revueltas (número 50). Atravesó también la revista Futuro anterior (se puede consultar los archivos en nuestro nuevo sitio web). ¿Cuál es la cuestión?
Algunos, como nosotros, no han relegado la idea marxista de que los movimientos sociales, lejos de ser estados patológicos de la sociedad que tenderían a reabsorberse en el progreso, son los forceps del nacimiento de un nuevo mundo. La ilusión angelical y hegeliana de que la sociedad iría hacia la pacificación integral (la revolución inútil y el “fin de la Historia”) no gana muchos adeptos más allá de los partidarios de Francis Fukuyama, y además de un Fukuyama que se habría quedado antes de las dos guerras de Iraq. Más numerosos, en cambio, son quienes adoptan una idea “naturalista” y perfectamente objetiva de las transformaciones, y para quienes la razón en la historia nunca va a caballo sino más bien a la velocidad de un caracol tectónico. Inútil en este caso la acción, ni siquiera el movimiento caro a Bernstein. Bastaría con esperar.
La plebe: de Roma a Mao
Dicho y escrito esto, admitamos que situarse con orgullo en el rechazo a la abdicación de las categorías sociológicas y políticas que permitían pensar el movimiento y actuar en política, permanecer en la cresta de la Lucha de clases con L mayúscula, del Pueblo, de la Revolución, tampoco resulta muy productivo ni operativo. La momificación de las categorías es tan estéril y reaccionaria como las estatuas de Lenin que se exhiben orgullosamente en la capital de Crimea. En un momento en que las estatuas de Sadam, de Mubarak y de Ben Ali son derribadas, se trata más bien del desmonte de la estatua de Lenin en la plaza Maidan en Kiev.
Pese a este desorden teórico inútil de las repeticiones tartamudas del “análisis-marxista-de-las-condiciones-objetivas-del-capitalismo”, dos movimientos de pensamiento heterodoxo intentaron desde los años 1960-1970 salir de la mediocre alternativa entre la fidelidad a Marx perinde ac cadaver y la vinculación a un funcionalismo parsoniano de corto plazo, que va hacia la difuminación de toda diferencia de potencial en el cuerpo social: la entrada por la plebe y la entrada por la composición de clase, reconociendo el carácter históricamente determinado de las clases antagonistas con el instrumento paradójico del concepto de “multitud(es)”.
La interpelación plebeya, de la que en este número presentamos las principales tesis, se relaciona con un retorno de la categoría de la plebe. Es el historiador Pierre Soyris senior[1], alias el Pierre Brune de Socialismo y Barbarie y fundador de Poder Obrero (escisión del movimiento precedente), quien en La dinámica del capitalismo[2], su última obra proyectada e inacabada antes de su muerte en 1979, confesaba la impotencia del marxismo clásico y del análisis en términos de clases sociales en el caso chino (en la época de la agonía del maoísmo). En lo cual era marxiano y no “marxista” (en el sentido que horrorizaba a Marx), porque Marx, como Ricardo, había reconocido siempre el carácter históricamente determinado de la noción de clases sociales (a diferencia del historiador francés Augustin Thierry a quien se lo había tomado prestada). Es decir, que el concepto de clase antagonista e interna a la sociedad capitalista es el correlato de la afirmación tan ricardiana de la primacía del beneficio sobre la renta. Dicho de otro modo, allí donde reina la renta antes que el beneficio industrial, en una sociedad capitalista (penetrada sustancialmente por el capitalismo), la noción de clase –y su virtud liberadora de una clase que no tiende a perseverar en su ser, como las otras clases, órdenes o castas- no tiene sentido operativo ni motor subversivo.
Pierre Souyri veía en el socialismo de Estado chino maoísta la forma acabada de una acumulación de capital que había llegado a estar dominada por la renta: el proletariado que retorna al papel que tenía la plebe en la República y el Imperio romano. En su época esto me sorprendió, pero Pierre Souyri, que no había dado su primer paso a un lado con respecto a la ortodoxia oportunista, había insistido: quien dice plebe, dice clientela que neutraliza las virtudes subversivas para la transformación de la acumulación de riqueza. Lo que explicaba, en la época romana, el aplastamiento de los Gracos (en la cuestión fundamental de la reforma agraria), la neutralización de la función de los tribunos del Pueblo y, para terminar, la solución autoritaria de los triunviratos y luego del establecimiento del Imperio a partir de militares que regulaban al mismo tiempo la producción de trigo por medio de antiguos militares contratados como colonos en las provincias, y el alimento del pueblo acumulado en la enorme Roma. El poder militar centralizado se mostraba más capaz de alimentar y de ocupar la plebe (por los juegos, por el trigo, pero también mediante la conscripción militar) que el poder aristocrático del Senado. Había reducido este último, al igual que la República oligárquica, a una república cesarista.
Formalmente, el Imperio Romano presenta los rasgos del poder del pueblo: se regula por aclamación, ya sea por las legiones que defienden el Imperio o por la plebe de la Villa eterna. Al mismo tiempo, se beneficia de la astuta fusión de la potestas y de la auctoritas en una sola persona, intentada por César y lograda por su sobrino Octavio: la ascendencia divina de la gens Julia permite poner sistemáticamente al soberano pontífice (el poder religioso) del lado de la potestas, arrebatando al Senado la mayor parte de su legitimidad.
El maoísmo (como el socialismo real soviético), al embridar estrictamente la proletarización del campesinado (mediante la prohibición de la comercialización de los cultivos de las parcelas privadas) transforma también la masa de posibles proletarios en una plebe que delega el imperium al ejército de liberación nacional y al Partido, y lo mantiene en los márgenes de una proletarización efectiva. La acumulación “socialista” distorsiona la acumulación de capital al romper el motor incontrolable de la proletarización, de la constitución de un poder antagonista (incluso si ello ralentiza de manera espantosa la marcha de la acumulación, como lo mostró el “Gran Salto hacia delante” y la revolución cultural en China, la deskulakización estalinista y la hambruna en Ucrania). Pero podemos considerar que el subdesarrollo, que es un mal desarrollo en el Tercer Mundo, muestra este mismo proceso de transformación en plebe: mantiene como plebe lo que en Europa occidental y en el continente norteamericano se había transformado en constitución de una clase obrera, verdadero motor de la transformación social rápida.
Otro historiador económico, Kostas Vergopoulos, ilustró este “capitalismo deforme” a propósito del capitalismo agrario, al mostrar que éste funcionaba bien como un segmento que presentaba la apariencia del capitalismo global: sistema salarial, producción de mercancías agrícolas a escala mundial. Pero la apariencia solo, porque retransformaba inmediatamente la plusvalía extraída del trabajo de los grandes latifundios turcos, como los Junkers prusianos que habían interesado a Marx, en renta reciclada a nivel internacional y redistribuida en subsidios a una plebe, todo ello combinado con una solución autoritaria y arcaizante que se convertía en un obstáculo para un desarrollo articulado y coherente del conjunto de una sociedad dada. El modernismo agrario (su acumulación capitalista) contradecía completamente las predicciones optimistas de Marx de que las vías férreas y el desarrollo capitalista eliminarían el sistema de castas en India.
Para el marxismo que, como Ricardo, detesta la renta, la plebe es una forma anormal que bloquea la transformación revolucionaria de la sociedad. La plebe es el otro nombre del proletariado en harapos, poco fiable, versátil, manipulable por sus “patronos”.
La plebe y la multitud
Ahora bien, ¿qué constatan los autores de la interpelación plebeya en América Latina? Que el análisis denominado “de clase” es incapaz de encajar con una descripción rigurosa y fiel de la realidad de los movimientos sociales. Sus contornos, su ejercicio no responden ni a la marginalidad del lumpenproletariado, ni a la clásica y clasista de las clases laboriosas. Sin embargo, la plebe bien que existe. Aparece con el enunciado de una exclusión que no busca una inclusión, ni la revolución en primera persona. Es el carácter inaceptable de una situación en ausencia de una salida tradicional (los partidos políticos tradicionales de oposición, los movimientos obreros estructurados como tales) lo que favorece su emergencia en el campo político. Revela también otra cosa que la eterna oposición de la espontaneidad inconsciente y de la organización. Traduce una organización de masas que no se confunde con el clientelismo. No es la reserva de apoyo inagotable de los patronos.
En una inversión que supone una burla a los esquemas preconcebidos, vemos a los pueblos originarios de Amazonía, de Australia, hacer frente a las multinacionales y a los Estados que desean explotar los recursos forestales y mineros, enfrentarse a los lumpen-obreros de los empleadores que ofrecen empleos. Inversamente, en Bolivia los amerindios que forman lo esencial de los mineros llevan su lucha de clase contra la explotación, pero intervienen en la vida política de manera separada. Masa impresionante, la “plebe” apoya o retira su apoyo, no se deja representar fácilmente, rechaza los tribunos, esta forma institucionalizada de captación de su energía con fines ajenos a ella misma. Es este rechazo tanto a ser gobernada como a gobernar lo que define la multitud, a diferencia del Pueblo.
Retrospectivamente, cuando leemos los comienzos de la historia del movimiento obrero en Europa, debemos confesar que la clase obrera tenía un furioso componente plebeyo. ¿Expresa esta plebe un deseo de reconocimiento de su exclusión efectiva sin reivindicar el famoso “estar dentro y contra”, con el cual el operaísmo italiano había reconocido el cierre del movimiento inquieto del capitalismo? La plebe viene de afuera y ahí se queda. Constituye en sus mecanismos de enunciación un proceso de subjetivación de la potencia del afuera, a falta de una toma del poder. Esta potencia del afuera, André Corten la llama “un estado instantáneo de soberanía, destinado a no desembocar en un soberano”[3]. Es por tanto una definición indecisa. Marca el límite de lo inaceptable, construye un relato pero no se identifica con una clase en el interior de la sociedad capitalista, ni con una clase revolucionaria[4]. Es “intratable”, no pretende ninguna totalidad ni “propone principio de orden alternativo al principio de orden dominante”[5].
Sí existen rasgos de similitud entre las características de la interpelación plebeya y la descripción de la multitud de Negri y Hardt: la misma alergia constitutiva a la representación, el mismo rechazo a confundirse con el Pueblo, referente inmóvil y vacío del poder constituido, la misma afirmación del carácter crucial de los procesos de enunciación y de subjetivación, el mismo rechazo del universal abstracto, de la identidad étnica o comunitaria, la misma afirmación de un devenir universal en la singularidad de las composiciones de la diversidad, en el devenir minoritario, e incluso el rechazo de un marxismo osificado y académico.
Lo que separa ambas visiones se debe a que las tesis de la multitud desplaza la tesis operaísta de la clase obrera hacia otros procesos de enunciación. El operaísmo ya había desplazado, fragmentado la clase obrera unitaria en segmentos, y reenviado la cuestión gramsciana de la hegemonía al abuso de la generalización histórica y sociológica del papel dominante del obrero profesional comunista. Frente al culturalismo evidente de la teoría de la hegemonía, el operaísmo se situaba del lado deliberadamente sociológico y económico. Esta teoría había exaltado al obrero-masa no cualificado, reproletarizando la clase obrera. Al extender la cualificación de obrero al “obrero social” (1976), y luego finalmente a la multitud, Negri va hasta el final de este proceso, pero al contrario que la “determinidad” de la teoría del “obrero masa”, que reenviaba al fordismo y al tailorismo, la del obrero social, convertida de manera más genérica en la de la multitud, reenvía de manera mucho menos afirmada a una fase histórica dada del capitalismo. Tenemos ahí la transformación radical del valor que disuelve la distinción entre producción, reproducción y circulación[6], entre trabajo productivo e improductivo, y la composición de clase se vuelve enteramente política.
En la era de la subsunción real del trabajo en el capital, la multitud se vuelve cada vez más la cara del antagonismo interno del capital. Y ahí reencuentra curiosamente todas las determinaciones del proletariado y de la plebe, quizás con una intederminación, una imposible conmensurabilidad con las categorías académicas y prácticas de “la política”. En este sentido, tanto la plebe como la multitud hacen referencia a lo sublime, frente a la clase obrera y al Pueblo, ¡que suscitan en el observador político el juicio de lo bello y lo perfecto de acuerdo con el concepto!.
Si leemos la descripción de Corten, Huart, Penafiel, Décary-Secours y Faustino Da Costa, quienes hayan vivido y estudiado el movimiento del 15M, el de los indignados españoles, tienen la impresión de reencontrarse en tierra conocida. Lo que formularía de la manera siguiente: ¿no estaríamos, desde el punto de vista de los procesos de subjetivación, con el precariado, el netariado, el proletariado y las figuras perfectamente dobles de las clases creativas[7] en plena acumulación primitiva de la clase antagonista del capitalismo cognitivo, del mismo modo que la esclavitud, el lumpenproletariado, los Pobres constituyen la acumulación primitiva de la clase obrera? Uno siempre se divide en dos, y no a la inversa. Las cristalizaciones instantáneas de la plebe como la de los “movimientos” en la tercera edad del capitalismo presentan leyes extrañas. Para comprender su alquimia, falta todavía en el operaísmo, como en la teoría de la interpelación plebeya, la pieza indispensable al puzzle que representan lo postcolonial y los Subaltern Studies (en los cuales el feminismo es una articulación consustancial[8]), que permitan comprender la articulación histórica en el corazón del reactor de la transformación del centro por el afuera. Un movimiento social-revolucionario será verdaderamente la síntesis de estos tres nuevos pilares. Dejemos la trilogía de la economía política inglesa, de la filosofía alemana y la práctica francesa.
De la renta extractiva a la renta financiera
Retomemos: el problema para la plebe, como para la multitud –la transposición del problema del Príncipe moderno- es la duración subjetiva, la conquista de un principado, su conservación, su aumento sin dejarse absorber en la gran totalidad del nuevo capitalismo cognitivo. Si no, tenemos la sucesión de estos momentos de eternidad intemporal, de epifanías de la plebe, como de la multitud. Las dos transforman el centro del sistema, pero este se alimenta de ellas como una psicosis se alimenta de la verdad del análisis y de todo discurso de abandono radical.
Es cierto que la descripción de la multitud en términos de composición subjetiva es algo que queda en gran medida por hacer, y América Latina ofrece un extraordinario terreno de confrontación de amerindios, mestizos, descendientes de esclavos o quilombolados (habitantes de los quilombos) con una de las últimas clases obreras que se constituyó bajo los militares desarrollistas y bismarckianos, que produjo el PT brasileño, con los Sin Tierra y las nuevas clases creativas urbanas, el precariado metropolitano. La constitución de las clases obreras en el siglo XIX fue asimismo un reencuentro altamente improbable.
Arriesguemos una hipótesis sobre este doble surgimiento de la plebe y de la multitud a lo largo de estas últimas décadas. André Corten y Marie-Blanche Tahon, en su libro sobre Argelia y México[9], habían mostrado que el bloqueo bastante sorprendente del sistema político de estos países, en particular el dominio del ejército (que reencontramos en Egipto) no puede explicarse sin recurrir a la categoría de la renta, renta petrolera y luego gasífera. Son los márgenes que ofrece su redistribución lo que alimenta la población y transforma sus clases sociales en plebe (en el sentido de la Roma antigua o de la China bajo Mao), al mantenerla indefinidamente fuera y contra, pero sin ninguna perspectiva positiva sobre la transformación a la que la óptica marxista tendría derecho a esperar.
En el caso de Argelia, el libro de Corten y Tahon había sido escrito antes de las elecciones legislativas de junio de 1991, que en la primera vuelta dieron el 88% de los sufragios al Frente Islámico de Salvación (FIS) y que no conocieron jamás un segundo turno ya que el ejército puso un término a las mismas de manera brutal. Los islamistas habían apostado a favor de la relación entre las dificultades del régimen militar para sobrevivir y el agotamiento de la renta petrolera y gasífera de los yacimientos del Sáhara. Es justo lo que estuvo a punto de suceder. Pero el descubrimiento y la explotación posterior de los yacimientos del Tibesti en la frontera con Libia devolvió al Estado alimentador los medios de reenviar el movimiento islamista a la plebe (al igual que la agitación beréber en Kabilia). Durante la guerra civil que siguió, el FIS no llegó jamás a bloquear la explotación de los nuevos yacimientos petroleros y el grifo de la renta consiguió marginalizar y reducir metódicamente el peso del FIS.
¿Cómo el ejército egipcio llegó a empujar a los Hermanos Musulmanes al rango de plebe, cuando el Estado egipcio no dispone de renta petrolera, a diferencia de Arabia Saudí, que ahogó la primavera árabe en ese país como en Baréin? Probablemente hay que considerar que el ejército representa allí un modo de producción deforme, como el capitalismo agrario. Si nos volvemos hacia la multitud y a su muy débil producción política, en el sentido de su débil poder de transformación institucional – a pesar de las apariciones tan impresionantes como el 15M en España -, nos reencontramos con la cuestión de la renta, pero esta vez bajo la forma de la renta financiera.
En América Latina la renta está fuertemente correlacionada con la cuestión de los antiguos comunes y a su enfrentamiento con los proyectos industriales energéticos y agroindustriales de las multinacionales y de los Estados, teniendo como terrenos de enfrentamiento las tierras, los recursos de la biodiversidad. Las multitudes metropolitanas se manifiestan por su parte en torno a los nuevos bienes comunes digitales, los servicios públicos, los transportes, la salud, el acceso al saber. Del código forestal brasileño a la estrategia de desarrollo de las patentes a todo precio, o de la transformación de los recursos medioambientales a los arbitrajes entre los juegos (la copa de fútbol) y las políticas de reducción de la pobreza y de una radical democratización de los equipamientos de los saberes. Las plebes parecen muy lejanas, en su composición social, del corazón financiero del capitalismo cognitivo, pero en Australia, Canadá, Brasil, en los Estados andinos que dan a la cuenca amazónica, tienen un poder de bloqueo considerable. Las multitudes que surgieron en el corazón de la nueva acumulación primitiva del capitalismo cognitivo parecen portadoras de una transformación social considerable, pero no han llegado a traducirla en fuerza política. La creciente fractura del PT en Brasil con el sujeto antagonista de la metropolización digital es testimonio de ello. La presidenta Dilma Roussef no solo tiene problemas con los indígenas de Belo Monte y con todas las tribus que se manifiestan contra el código forestal y la delimitación de sus tierras frente a los grandes propietarios, como con los Sin Tierra que no son indígenas: debe hacer frente también a los colectivos de los sin techo, a las huelgas de los enseñantes.
¿Qué relación con la renta financiera? En el primer caso, el endeudamiento de los Estados (Colombia, Ecuador) o su necesidad de financiar la protección social (por Petrobrás en Brasil) les conduce a arbitrajes cada vez más exclusivos de la plebe, hasta que esta última, un instante engañado por las “declaraciones constituyentes inclusivas”, vuelve a hacer secesión para reaparecer cuando se alcanza “lo inaceptable”. A menos que se trate simplemente, por parte de los Estados, de una compra diferida según un procedimiento de renta vitalicia que espera la extinción completa de las “minorías indígenas”. La cuestión generalmente se resuelve por la retrocesión de una parte de la renta petrolera a ciertos sectores de la plebe que se vuelven “clientes”. La plebe se hace romana.
En el segundo caso, es otra forma de renta que aparece: la multitud –agregación en la calle de los diferentes componentes de las clases proletarias, obreras, empleadas y creativas- juzga “inaceptables” las prioridades adoptadas en el interior de un Estado, en la era de la sociedad del conocimiento: en general la búsqueda de la industrialización a marchas forzadas, las grandes infraestructuras, un modelo orientado hacia la exportación de la agroindustria y una baja inversión en el “buen conocer” y en el “buen vivir” de la población. La “incapacitación” (en lugar de la capacitación) de la multitud se opera mediante la transformación de este debate en juego para la plebe (una mezcla sutil de viejas clases aristocráticas, de clases populares, de redes de medios de comunicación) de la que la Copa ofrece un ejemplo sobrecogedor. Como si el modelo último grito del gobierno y del control de la multitud consistiera a presentarle el espejo de la plebe, combinado con el de los expertos económicos en política de desarrollo.
El gasto público o privado, cuando se utiliza tanto para transformar la plebe en instrumento de control de las multitudes como para transformar la multitud y las clases trabajadoras del capital industrial en auxiliares en la reducción de las “reservas ecológicas indígenas” –cualquiera que sea su origen (impuesto sobre los beneficios, las familias, las empresas)-, se convierte en la renta, que no es una cantidad de dinero que se cualifique en función de su procedencia (su posición en el proceso de producción) sino un funtor que neutraliza los efectos políticos que deberían producir tanto la plebe como la multitud. La renta afecta a la relación de clase. No es un medio de producción material, sino un conversor que subordina las relaciones de las nuevas clases a las relaciones de producción del viejo capitalismo industrial, una vez desembarazadas de su parte viva, la clase obrera. Paradójicamente, pero solo en apariencia si hemos seguido el análisis llevado a cabo aquí, el mecanismo más eficaz para neutralizar esta neutralización sería un ingreso universal [o renta básica universal, N. del T.]. El ingreso universal bajo todas sus formas. La calidad de vida, el buen vivir como se dice en la América latina hispana, es la forma fundamental de la población que prefiere no ser gobernada como una plebe en una democracia. En este sentido, no hay contraste mayor, que ilustre mejor esta inversión radical del a favor al en contra que la copa mundial de fútbol en Brasil. En el país donde este deporte llegó a convertirse en el Coliseo del Imperio, la población había sido invitada a llevar sus disfraces de carnaval al estadio. Pero cuestiones triviales, horriblemente materiales, como la aducción del agua potable, del saneamiento, de la vivienda, de la educación, de los transportes, de la pobreza, de la desigualdad abismal y de las más viciosas como el código forestal en Amazonía, la delimitación autoproclamada definitiva de las tierras indígenas (una manera de ratificar de hecho la ocupación de sus tierras por los granjeros de la soja y de los ganaderos del mayor rebaño del mundo) vinieron a recordar que el devenir plebe de la multitud solo es un momento. Quarta feira sempre desce o pano, como dice la canción de Chico Buarque: ¡el miércoles, siempre nos quitamos los disfraces de carnaval!.
Entendemos que la alianza de los antiguos y de los nuevos comunes, de la plebe y de las multitudes, es la nueva cuestión de la tradicional composición de clase. La descripción del circuito de la renta así entendida debe por tanto extenderse no solo a la fase inicial sino también a la fase final. La plebe en movimiento que detiene por un instante el carnaval, esta fiesta destinada a invertir por un tiempo el curso desigual de las cosas para que luego la gente vuelva a casa, las multitudes que se inmiscuyen fugitivamente en los intersticios del poder, ¿no sería esto hacer multitud, pueblo, clase, según las capillas de unos u otros? Lo importante es que no hay motor más potente de transformación. Ni fuente más legítima de la política, la única que salva la política sin fe del compromiso perpetuo.
[1] No confundir con su hijo Pierre François Souyri, excelente historiador especialista del Japón medieval y de la transición a la era moderna, pero que también publicó análisis clarificadores de la relación de los partidos políticos con el aparato de Estado japonés y de su papel en la catástrofe de Fukushima.
[2] Marc Ferro publicó un capítulo de esta obra en Internet: http://bataillesocialiste.files.wordpress.com/2008/02/souyri-la-crise-de-1974-et-la-risposte-du-capital-1979.pdf Pudimos discutir directamente con Souyri (y con su hijo) sobre la noción de plebe.
[3] André Corten, “Nouvelle langue politique ou souveraineté instantanée de la plebe?”. Corten, Huart y Penafiel, L’interpellation plébeienne en Amérique latine, Karthala-Presses de l’Université du Québec, p. 49.
[4] Íbidem, p. 51.
[5] Catherine Huart, “Interpellation plébeienne et subjectivation politique”. Corten, Huart y Penafiel, op.cit. p. 62-63.
[6] Véase el trabajo de Christian Marazzi, quien lo ha formulado de manera más clara.
[7] Esta composición social, correlato del capitalismo cognitivo, la discutí curante el seminario de la escuela Postdoctoral de verano de 2011 en Rio de Janeiro, organizado por la IBICT y la UFRJ gracias a S. Albagli, M.-L. Maciel y G. Cocco. Propuse entonces poner en plural la famosa clase creativa de R. Florida, al igual que hace falta pluralizar en mi opinión el concepto de multitud, si queremos evitar fijar el poder analítico de este concepto.
[8] No cabe olvidar que Selma James fue compañera de C.R.L. James, cuyos Black Jacobins (1949) fueron con E. Williams, Capitalism and slavery (1944), uno de los primum mobile de la escuela de la postcolonialidad del poder.
[9] André Corten y Marie-Blanche Tahon, “L’État nourricier. Prolétariat et population. Mexique/Algérie”, L’Harmattan, Paris, 1988.
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