La clave está en lo que comunica. Aunque, como todos, haya mostrado su preocupación por las víctimas civiles en Gaza, es de los que no dejan de referirse a Hamás como "los extremistas", sin más. Alastair Crooke, que el próximo mes de febrero publica en Le Monde Diplomatique un artículo muy interesante sobre las buenas relaciones que Israel tuvo con Irán hasta hace menos tiempo de lo que pensamos, ha explicado en otra parte cómo Blair no ha dejado de vender la idea de que Israel forma parte de un bloque "moderado" (en el sentido de moderno y occidental) que se enfrenta a un bloque "extremista" que estaría liderado por Irán o por Al Qaeda, según convenga. El discurso de la lucha contra el extremismo legitima la intervención de la OTAN en Afganistán - la "guerra buena" de los social-liberales europeos-, así como las medidas represivas contra el enemigo interno.
Al vincular a la resistencia islámica palestina con las tensiones geopolíticas con Irán, y al incluir este país en el eje del mal dentro de la guerra contra el terrorismo se estaría bloqueando toda solución política al problema de la ocupación de Palestina, en la ilusoria creencia de que eliminando a Hamás y reforzando a Mahmoud Abbas podrían matarse dos pájaros de un tiro: la resistencia palestina y las aspiraciones hegemónicas regionales de Irán. O tres pájaros, si añadimos a Hizbulá. En esta visión, muy difundida por nuestros medios de comunicación, Hamás no sería otra cosa que un peón de Irán. Esta mistificación niega toda autonomía a lo que verdaderamente duele: que haya un movimiento popular de resistencia que continúe plantando cara al sacrificio programado por la comunidad internacional.
Alastair Crooke, que fue asesor de Javier Solana entre 1999 y 2003 y parece conocer bien el percal, describe crudamente cómo los gobiernos europeos han asumido este planteamiento:
"La aquiescencia europea a esa visión blairita de oprimir y humillar a Hamas ha contribuido directamente al baño de sangre que se ve hoy en las calles de Gaza. Los dirigentes europeos son cómplices en la creación de las circunstancias que llevaron al actual desastre.
A un nivel, los europeos podrán decir que han estado trabajando diligentemente en la busca de una solución israelí-palestina, pero sus acciones sugieren lo contrario – que han estado más preocupados de poner fuera de combate al campo del “extremismo” global. La busca de fines tan irreconciliables sólo ha logrado despojar a su protegido, el presidente palestino Mahmud Abbas de toda legitimidad popular y cerrar el camino a la participación política a Hamas.
Han destruido toda esperanza de lograr un mandato palestino genuinamente nacional para cualquier solución política por el futuro previsible. La “ingeniería social” europea en Gaza ha creado sólo una profunda división entre palestinos, y posiblemente haya puesto fuera de alcance un Estado palestino.
Los dirigentes europeos apoyaron esta estrategia, esperando una componenda rápida y secreta con Abbas que luego podría ser “impuesta” a los palestinos mediante una fuerza multinacional de “mantenimiento de la paz.”
Esto debía lograrse con la colaboración de Egipto y Arabia Saudí que sentían más temor ante el desafío dentro de su propio electorado interior y que no veían desfavorablemente que los israelíes arrinconaran y “castigaran” a Hamas en Gaza. La primera etapa era debilitar a Hamas; la segunda era insertar una fuerza armada internacional en Gaza; y la tercera era que las fuerzas especiales de Abbas, entrenadas por Gran Bretaña y EE.UU., volvieran a Gaza y reanudaran el control de la Franja de Gaza. Es una técnica colonial corriente."
La estrategia puede considerarse un fracaso si nos limitamos a estos objetivos. Pero ateniéndonos a otros propósitos, como el de aislar políticamente a los movimientos de resistencia, el balance es más ambiguo.
Un modo de evitar que los palestinos encuentren simpatizantes en el exterior consiste en asentar la idea de que no existe un conflicto que oponga a colonizador y colonizado, ni adversarios que puedan negociar la solución de dicho conflicto, sino un enemigo (islamista) que amenaza la existencia del Estado de Israel y los "valores occidentales" que dice representar. Esta propaganda ha logrado dividir los movimientos internacionales de solidaridad con el pueblo palestino y desactivar el movimiento contra la guerra de Iraq. Con respecto a Afganistán, esta argumentación ha tenido más éxito.
En el caso de Israel, Michel Warschawski nos cuenta, en su librito "Programmer le désastre. La politique israélienne à l’œuvre" (La Fabrique, febrero de 2008), cómo Ehud Barak logró desarticular en el año 2000 el movimiento por la paz israelí con dos falacias: que en Camp David Yasser Arafat había rechazado las "ofertas generosas" ofrecidas por él; y que fue en ese momento que "descubrió" el verdadero propósito de Arafat, que no habrían sido otro que el de echar a los judíos al mar. Fue entonces cuando comenzó el acoso y derribo de Arafat.
Warschawski sigue aquí la descripción de Uri Avnery, según la cual el movimiento israelí por la paz se habría basado en dos ruedas. Una rueda grande, representada por el movimiento Paz Ahora, está vinculada al Partido Laborista liderado por tipejos como Ehud Barak o Shimon Peres. La pequeña rueda, por su parte, se compone de diversos grupos, más pequeños y que combaten la ocupación por principio, sin supeditarse a intereses de partido, cada uno en su ámbito respectivo: Gush Shalom, B'Tselem, el Centro de Información Alternativa, Coalición de Mujeres por la Paz, Mujeres de Negro, Yesh Gvul, etc. Pues bien, desde la guerra de Líbano hasta el Proceso de Oslo, la pequeña rueda, más radical, es la que había estado empujando y arrastrando a la base militante de la gran rueda para que se movilizara aunque fuera con eslóganes más moderados. De esta manera lograron movilizar decenas de miles de personas en momentos cruciales. Pero en el verano de 2000 la gran rueda "se fundió como la nieve" y con ella murió la fracción mayoritaria del movimiento por la paz, de donde salieron no pocos arrepentidos y conversos, esa izquierda israelí que ahora aplaude los bombardeos de Gaza. Desde la Segunda Intifada sólo los mencionados grupos de la pequeña rueda, muy minoritarios, se oponen claramente a la ocupación. En España podemos encontrar ejemplos parecidos.
Sin embargo, el carácter abiertamente genocida de la última agresión israelí ha abierto grietas en la narración dominante. Los moderados han resultado ser más extremistas que los extremistas, y ni se molestan en disimularlo. Pero habrá que seguir insistiendo. Cuestionar la retórica colonial y los axiomas de la lucha contra el terrorismo es una tarea imprescindible a la hora de apoyar la causa palestina. Y tantas otras causas que son, en el fondo, la misma.
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