En la muerte de Nelson Rolihlahla Mandela, hablemos del apartheid sudafricano y de su economía política. Yann Moulier Boutang, en su monumental De la esclavitud al trabajo asalariado (PUF, 1998; ed. española Akal, 2006) ya citado varias veces en este blog, dedica un centenar de páginas a analizar la evolución del sistema segregacionista sudafricano que combatieron y boicotearon Mandela y tantos otros, con sus luchas y también con sus fugas. Transcribo aquí -con subrayados míos- sus importantes conclusiones, porque ponen en evidencia las similitudes del justamente denostado apartheid sudafricano -que ante todo fue un régimen de control del movimiento de la mano de obra- con las políticas migratorias que los gobiernos que hoy honran a Mandela imponen en Europa y en muchas otras partes del mundo.
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La lección sudafricana
El estudio atento de la edificación del sistema sudafricano en vigor hasta 1994 confirma lo que el ejemplo brasileño y norteamericano ya nos había mostrado. La acumulación del capital tiene por condición necesaria la existencia del trabajo dependiente, y no su forma libre. Ni la remuneración asalariada, ni la libertad de circulación, ni la libertad política quedan contenidas en el concepto de capital mercantil o de capital industrial. El núcleo de la política de mano de obra, de la acumulación de trabajo dependiente, está constituido por las modalidades que se ponen en marcha para controlar la movilidad del trabajo dependiente. La forma que reviste el intercambio de dinero/trabajo dependiente en la acumulación tiende a organizarse en torno a una regularización, una estabilización de la prestación de trabajo. En el fondo se trata de la constitución de un mercado de trabajo interno a la escala de las unidades nacionales y no solamente de las empresas. A largo plazo se impone esta pesada tendencia, que guía las inversiones públicas, así como la organización del sistema político y del ordenamiento jurídico.
Sin embargo, este resultado solo puede obtenerse mediante dos vías igualmente económicas y políticas. La primera vía, históricamente dominante si razonamos a una escala de larga duración desde 1400, que es la adoptada espontáneamente por el capital mercantil, el de la plantación, el minero o el industrial, consiste en reaccionar ante el rechazo y la fuga del trabajo dependiente por medio de la inclusión creciente en el campo de las transacciones del mercado de trabajo de la duración de la prestación del trabajo y de la movilidad o de la capacidad de ruptura unilateral del compromiso de trabajo y, por lo tanto, por una intervención de embridado y de control sistemático sobre el conjunto de los derechos de propiedad y de los derechos cívicos y políticos. La progresión del intercambio dinero/trabajo dependiente y su acumulación no se traducen entonces por la realización de la libertad, sino más bien por una regresión duradera del conjunto de los derechos de la persona humana. Esta involución no constituye una simple reacción pasajera a una crisis social aguda, que terminaría rápidamente: al contrario, pone de manifiesto una vitalidad y una capacidad de adaptación asombrosas mientras el campo de la transaccción dinero/trabajo pueda movilizar una gama muy extensa de activos que permitan redefinir continuamente los derechos de propiedad y sobre todo de exclusión de la propiedad y de los derechos cívicos y políticos. Puede incluso aparecer dotada de un elevado poder de socialización, ya que su tendencia a ampliar continuamente el campo de intervención sobre los activos con el objeto de controlar la fuga del trabajo dependiente le permite realizar economías de escala en los costes de transacción y en la organización centralizada del mercado embridado. De este modo se explica que no haya incompatibilidad entre acumulación económica de trabajo dependiente y este tipo de régimen que contenía una lógica "totalitaria" 373. El único límite que encuentran sus distintas formas -esclavitud, indenture, peonaje, la segregación, las migraciones internacionales bajo contrato- es el comportamiento social del trabajo dependiente cuyo mayor vector de expresión fue y sigue siendo la defección o la ruptura del contrato de trabajo. La vía exit (la defección) se ha mostrado históricamente como la vía real de la transformación social y jurídica cuando la vía voice (toma de palabra reconocida) estaba prohibida. En la transformación de las relaciones jurídicas que rigen las relaciones económicas, la fuga política del trabajo dependiente constituye a la vez la vía de acceso a la libertad, y acelera la movilidad intersectorial de la mano de obra. Ella hace nacer el sistema salarial en los hechos antes de que se dote por medio del Derecho del Trabajo de las reglas de su funcionamiento libre. Crea también una de las condiciones cruciales de la acumulación, es decir, la competencia entre los distintos capitales, que más allá de su soporte tecnológico, de sus productos y de los mercados financieros constituyen formas de organización de las relaciones sociales. Favorece, en fin, un mecanismo de endogeneización de las externalidades positivas y negativas del mercado de trabajo, porque el control de la fuga, y luego de la movilidad de la mano de obra, conduce a la constitución de reglas generales, de sistemas públicos de aplicación de dichas reglas, y de los gastos sociales que son los únicos de resolver a escala social lo que la empresa no es capaz de hacer con su trabajo dependiente: fijarlo durablemente a un coste tolerable para las empresas en el corto plazo e inmovilizable en un ciclo de productividad para el gasto público. La vía regresiva o autoritaria que rechaza excluir de la transacción la movilidad personal del dependiente, de la cual Sudáfrica constituyó el tipo ideal más evidente, no escapa a esta ley. El mercado agrícola esclavista, el de la contratación y el asalariado minero separado de la ciudad, fueron continuamente contestados desde el interior y alimentaron el mercado de trabajo urbano. Son las ocupaciones de tierras y de las ciudades lo que condujo a las autoridades a edificar la barrera del color, el compound, la segregación espacial, étnica, sexual, y también a tener que financiar la construcción de viviendas de alquiler o el desarrollo tardío de los bantustanes para controlar Soweto.
La segunda vía es mucho más complicada en el plano institucional; consiste en endosar mediante la construcción institucional del mercado la endogeneización de una obligación muy fuerte: la reducción drástica del número de activos que entran en la transacción dinero/trabajo dependiente. La duración del trabajo dependiente ya no es negociable; se excluye igualmente todo activo susceptible de limitar la ruptura unilateral del contrato. El campo de la transacción económica del mercado de trabajo se reduce y se remite a una transacción instantánea (spot market) garantizando así que se elimine la solución que incluye en la transacción el precio de la duración. Esta reducción no tiene nada de automática o de espontánea, como sería el caso del mecanismo de oscilación en torno al equilibrio económico. En períodos de penuria de mano de obra, es decir, de fuerte crecimiento de la demanda de trabajo, la necesidad de fijar y de prevenir los abandonos tiende constantemente a hacer que el empleador individual y los poderes públicos recurran a técnicas de constitución de un mercado interno por medio de limitaciones de la libertad de ruptura del contrato 374. En los períodos de depresión económica, en los que el trabajo deviene abundante, la ruptura unilateral de la relación laboral por parte del empleador se opera con mayor facilidad sobre las capas inferiorizadas cívicamente, lo que conduce a una limitación de las libertades. De hecho, la invención de la relación salarial no embridada y libre sólo aparecería a partir del momento en que el trabajo dependiente intentó escapar de las diversas formas asumidas por el trabajo forzado.
El caso de Sudáfrica hace que aparezca con mayor claridad que en los demás ejemplos que hemos examinado que la fijación de la población en el trabajo dependiente -que en la historia ha recibido diversos nombres: cuestión de los pobres, después política de la mano de obra, que implica el bloqueo de las fugas hacia el campesinado, hacia el trabajo independiente urbano- depende estrechamente del grado de libertad política y cívica, que no puede ser definido como una cuestión externa a la esfera económica. El impulso del trabajo dependiente negro hacia la conquista de la libertad mediante la ocupación de tierras, de ciudades, de las cualificaciones o del aprendizaje de la lengua inglesa sólo puede contenerse durante un siglo mediante la pérdida progresiva de los derechos de representación política, lo que permitió una indenture racialmente estratificada. Este proceso en inglés se llama alegremente disenfranchisement 375, lo contrario de la emancipación electoral (es decir, el movimiento hacia el sufragio universal).
Terminemos con una última observación, que hace referencia al interés actual de la experiencia sudafricana, por la comprensión de la combinación progresiva de formas de segmentación del mercado de trabajo a partir de criterios de "raza", con la división del trabajo extranjero o nacional. Si nos abstraemos del marco general del apartheid, que se tradujo por la atribución del estatuto de extranjero a los nativos y a los no blancos, resulta difícil no sorprenderse por los parecidos que existen entre la reglamentación del derecho de residencia y de trabajo tanto de los africanos que provienen de otros países del África austral como de los negros sudafricanos, con el sistema que adoptó Europa occidental en el siglo XX. El parecido es simplemente de carácter analógico, en materia de limitación al acceso a la ciudadanía, al acceso a la naturalización, porque si bien se puede hablar de tendencia segregacionista y de prácticas que conciernen la discriminación y el racismo implícito en la sociedad blanca europea, y por tanto de democracia "ostracista" 376, la base jurídica e institucional del derecho común se opone a todo ello.
En materia del derecho particular de extranjería y de la reglamentación de su movilidad social, profesional, sectorial, de su embridamiento por el régimen de los permisos de trabajo y de residencia, vinculados entre ellos, el parecido es en cambio mucho más directo. Hay homología y ya no simplemente analogía. Los enunciados de un H.J. Verwoerd sobre la función económica de los pases (pass) para canalizar la mano de obra, y repartir mejor la población pobre, son entonces intercambiables con los de los responsables y defensores de las políticas migratorias europeas, subordinadas a las necesidades del mercado de trabajo, en particular en materia de oponibilidad del empleo al reagrupamiento familiar, de relación estrecha de los derechos de residencia y de vivienda con el ejercicio continuo de un trabajo dependiente. Habrá quien responda que se trata de una homología "ideológica". Pero es precisamente el funcionamiento real del mercado de trabajo sudafricano durante la segregación lo que se revela idéntico al de las democracias industriales: el régimen legal de asignación del trabajo sometido a limitaciones a su libertad de movimiento, cualquiera que fuera su severidad, solo controlaba de manera parcial los movimientos de la mano de obra. La evolución incesante de la reglamentación de los pases o de los permisos de residencia y de trabajo se ve en ambos casos obligada a seguir en gran medida sus contornos si quiere frenar el acceso de los trabajadores a la libertad plena y entera.
373. El movimiento de ampliación de la transacción económica a todos los activos o derechos de propiedad, que se tornan en vectores de la conquista de la libertad del trabajo dependiente, permite en un primer tiempo a este tipo de sistema de beneficiase en el estricto plano económico de una eficacia superior a un sistema descentralizado, encastrado por reglas limitativas que prohíben a la transacción económica de desbordarse sobre activos tales como la libertad personal, la movilidad. En el corto plazo los regímenes totalitarios, entendidos en este sentido preciso, muestran una eficacia espectacular, contrariamente a lo que sostenían los "liberales". El capitalismo agrario de plantación, el complejo minero-industrial, la planificación autoritaria de tipo socialista son capaces de obtener un grado elevado de acumulación. Es la calidad de esta acumulación y su viabilidad a largo plazo lo que plantea problemas.
374. La exaltación unilateral de las virtudes de los mercados internos olvida con excesiva rapidez los múltiples perjuicios causados -históricamente y en la actualidad- a la libertad del trabajo dependiente, asalariado o no, por el alargamiento de la duración de la transacción.
375. Sobre este fenómeno que sirve de contrapunto a la ampliación progresiva del censo electoral de los blancos, véase G.M. Frederickson, White supremacy. A comparative study in America and South Africa History, cit., pp. 272-280.
376. Sobre la aplicación de este término de ostracismo a la empresa japonesa, véase B.J. Coriat, Penser à l'envers, cit., pp. 167-168.
2013/12/07 10:14:16.893000 GMT+1
La lección sudafricana
Escrito por: Samuel.2013/12/07 10:14:16.893000 GMT+1
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