Mientras el circo parlamentario y judicial centra la atención de los medios, la OTAN ha iniciado, sin prensa molesta sobre el terreno, una gran ofensiva militar contra la insurgencia afgana en el sur de Afganistán. Desde octubre del año pasado, la OTAN tiene el mando completo de las operaciones militares en el país, a través de su misión ISAF, que ha ido extendiendo progresivamente su cobertura desde Kabul.
El conjunto de tropas norteamericanas opera ahora bajo mando de la OTAN, como las tropas españolas asentadas en el oeste afgano. Ya no es posible distinguir la misión de la ISAF de la operación norteamericana Enduring Freedom.
Recientemente, el ministro de defensa Jose Antonio Alonso declaró que "Afganistán es un foco de radicalismo y fundamentalismo que hay que contener". Atrás quedaron las sucesivas justificaciones, más o menos apañadas, que se han ido esgrimiendo: misión de la ONU, reconstrucción del país, garantizar las elecciones "democráticas", la defensa de los derechos de las mujeres, la lucha contra el narcotráfico. La inminente aprobación de una amnistía para los señores de la guerra que apoyan a Karzai echa definitivamente por tierra la excusa de la defensa de los derechos humanos.
Afganistán fue invadida ilegalmente, como Iraq. Ni remotamente puede considerarse la agresión estadounidense de octubre de 2001 como el ejercicio del derecho de defensa legítima. La misión de la ISAF, amparada por una resolución del Consejo de Seguridad, supone una legitimación ex post de los hechos consumados. En Iraq sucedió algo parecido.
Desde 2001 existe una guerra contra la insurgencia talibán, en la que han muerto miles de civiles, y el ejército español participa en una misión militar que en estos momentos está llevando a cabo operaciones de guerra, aunque las tropas españolas no participen directamente en las mismas. Por no hablar del uso de las bases norteamericanas en nuestro país.
Sería de agradecer que Moratinos y Zapatero hablasen con la claridad expuesta por las citadas palabras de Alonso, que empleó los términos usados probablemente en los informes de sus subordinados. No faltan simpatizantes socialistas que apuestan por la guerra contra el terrorismo islamista, ejemplificado en Afganistán.
Esta es, a su juicio, la guerra buena, la guerra justa. En Iraq la negación del Otro es incompleta porque, además de musulmanes, existía un Estado que proporcionaba determinados servicios sociales, una retórica nacionalista (venida a menos), cierta estética occidental. Elementos con los que podemos identificarnos. Todavía es posible una empatía con el dolor iraquí.
En Afganistán encontramos tribus sin Estado, guerrilleros de las montañas, códigos estéticos y morales muy diferentes de los nuestros. La guerra se traslada a las montañas, fuera de los centros urbanos. La negación es total.
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