"Nuestro pueblo alcanzó tal nivel de responsabilidad y de madurez que todos sus elementos y componentes pueden aportar directamente su contribución constructiva a la gestión de sus asuntos, conforme a la idea republicana que confiere a las instituciones toda su plenitud y garantiza las condiciones de una democracia responsable, así como el respeto de la soberanía popular tal y como se inscribe en la Constitución."Los tunecinos tienen sobrados motivos para desconfiar y seguir movilizándose, pese a la huida del país de Ben Ali y parte de su familia. La descomposición del régimen se acelera, frente a una marejada popular que no cesa. Aunque el primer ministro de la dictadura, Mohamed Ghannuchi, se mantiene en su puesto, se suceden los cambios ministeriales en el gobierno de unión nacional, que se ha visto obligado a prometer una amnistía general y la legalización de todos los partidos políticos. El comité central del partido gubernamental (RCD, una maquinaria a la que pertenecía la mitad de la población adulta) terminó por disolverse, socavado desde sus entrañas, si bien los manifestantes piden directamente su disolución. Los presos políticos - no todos - abandonan unas prisiones que reventaron durante los momentos álgidos de la insurrección. El aparato policial, completamente descompuesto y desacreditado por su violencia y el sistemático control social, cedió el protagonismo a un ejército mucho más pequeño pero que al menos no disparó contra la población.
Zine el-Abidine Ben Ali, 7 de noviembre de 1987
Hay que ver cómo continúan operando ciertos clichés en muchos de los análisis que se hacen al norte del Mediterráneo. Por lo general, lo que prima es la preocupación por la recomposición de las elites y el temor a un resurgimiento islamista. Según una interpretación muy extendida, dentro del llamado "mundo árabe" sólo Túnez podía haber sido escenario de una revolución democrática. A diferencia de sus países vecinos nos encontramos con una república moderna, laica y constitucionalista (tradición que se remonta a la segunda mitad del siglo XIX), aunque fuera autoritaria, que cuenta con una clase media educada, hoy degradada. Este razonamiento sólo se hace ahora, a posteriori. Antes la misma explicación se esgrimía para justificar exactamente lo contrario: por las características citadas, Túnez era el país árabe donde menos podía preverse una insurrección generalizada como la que se produjo en las últimas semanas.
Una primera observación nos debe llevar a reconocer que Túnez no es una república laica. La Constitución tunecina proclama claramente que el pueblo tunecino debe permanecer fiel a las enseñanzas del Islam (preámbulo), que el Islam es la religión del Estado (artículo 1) y que el presidente debe profesar el Islam (artículo 38). Desde el siglo XIX existe, efectivamente, una corriente modernizadora con autores como Tahar Haddad, que abogó por una mejora de los derechos de las mujeres, pero siempre en el marco de una reinterpretación de los preceptos islámicos. Cuando el nacionalista neodesturiano Habib Burguiba emprendió reformas radicales en la enseñanza y en las instituciones jurídicas, o se manifestó contra determinados pilares del Islam, lo hizo principalmente para combatir al estamento tradicionalista de ulemas que se apoyaba en la Universidad de Zaytuna (piedra angular de la vida tunecina hasta entonces) y que había sido complaciente con el colonizador francés. Años más tarde Ben Ali, al poco de llegar al poder en un golpe palaciego realizó una peregrinación a La Meca y, en el marco de la tímida liberalización política de los primeros meses, inició un tímido acercamiento a los islamistas (miembros, no lo olvidemos, de profesiones liberales y licenciados educados y muchos de ellos, como Rachid Gannuchi, provenientes del nacionalismo árabe), pronto abortado. Desde entonces Ben Ali nunca dudó -como sucede en otros Estados árabes- en utilizar el Islam desde el Estado cuando le convenía para legitimarse -como sucede en otros Estados árabes-, al tiempo que reprimía los movimientos islamistas, cuyos dirigentes se encuentran en el exilio. Que estos últimos no hayan impulsado las movilizaciones no quiere decir que las cuestiones identitarias estén zanjadas.
Segunda observación: fue en las barriadas y en los pueblos más pobres - como Sidi Bouzoud -, y no en los barrios de las clases acomodadas, donde comenzó la revuelta, después de la inmolación de Mohamed Bouazizi. Los protagonistas de las primeras horas fueron jóvenes en paro, subempleados o que malviven en la economía informal, muchos de ellos licenciados universitarios. La explosión social pronto se extendió por el centro, oeste y sur del país, en las zonas que menos se aprovechan del turismo y en los suburbios de la capital, que concentran medio millón de habitantes provenientes del acelerado éxodo rural de las últimas décadas. Twitter y las redes sociales en internet cumplieron un papel importante de comunicación alternativa a la prensa oficial en el país africano con la mayor tasa de penetración de Facebook, pero como en otros países resulta absurdo atribuirles el papel de motor de las protestas. Después se manifestaron profesionales como abogados y profesores y los sindicalistas del UGTT -el sindicato oficialista- hartos por la falta de libertades y exhaltados ante la dureza de la represión policial, que dejó muchos muertos por emplear fuego real y francotiradores. Al final las bases sindicales forzarían a la dirección a organizar una huelga general el 14 de enero. En esos días decisivos, las multitudes que abarrotaron la Avenida Burguiba en Túnez capital se caracterizaron por su heterogeneidad ideológica y social.
Cuando la ministra de exteriores francesa Michèle Alliot-Marie ofreció a Ben Ali el "savoir faire" francés en el ámbito del orden público, apenas tres días antes de su caída, sabía lo que decía. Al fin y al cabo, los jóvenes del suburbio de Ettadhamen-Mnihla se parecen mucho a los rebeldes de la periferia de las ciudades francesas, los mismos que abuchean la Marsellesa cuando la selección francesa se enfrenta a la tunecina. Sólo en Francia hay más de 600.000 tunecinos, si contamos a los inmigrantes de la primera generación y su descendencia francesa. Y un millón de tunecinos viven en Europa, nada menos que el 10 % de la población total de Túnez. El control de esta población y de sus movimientos, en función de los mercados laborales europeos (y del oportunismo político de los gobiernos), es uno de los elementos más importantes del Acuerdo de Asociación entre la Unión Europea y Túnez (en vigor desde 1998), al que poco antes de la caída de Ben Ali se quería dar un "estatuto avanzado" como a Marruecos. En el Programa Indicativo Nacional 2011-2013, acordado entre ambos socios, podemos leer que "Túnez ejerce un control eficaz de sus fronteras con el fin de impedir la migración ilegal (sic). En cuanto a los tunecinos que desean emigrar, constatamos que Túnez favorece una gestión concertada de los flujos migratorios, en particular por medio de acuerdos bilaterales." El mismo documento describe al Túnez de Ben Ali como un "régimen presidencialista fuerte" que ha llevado a cabo una "buena gestión económica", lo que le ayuda a afrontar el impacto de la crisis económica global. Otro documento, el Plan de Acción que aplica la política europea de vecindad en Túnez, especifica que dicha política ofrece al país "la perspectiva de moverse más allá de las relaciones existentes hasta alcanzar un grado significativo de integración, incluso ofreciendo a Túnez una participación en el mercado interior y la posibilidad de participar progresivamente en aspectos clave de las políticas y programas de la UE".
Visita de José María Aznar a Túnez. La Vanguardia, 20 de mayo de 1998
Esta palabra, integración, describe bien los vínculos reales que existen hoy en día entre Túnez y la Unión Europea (especialmente con países como Francia e Italia). Apunta a una gobernanza postcolonial del espacio mediterráneo que supera la visión tradicional de las relaciones bilaterales entre Estados soberanos (algo que también reflejan expresiones neocoloniales como Françafrique o Françalgérie). El Acuerdo de Asociación exige la aprobación de medidas legislativas y reglamentarias en derecho interno y una progresiva adaptación de las diferentes políticas del gobierno tunecino. Las normas más controvertidas en materia de derechos humanos, las que teóricamente contravienen el espíritu del Acuerdo, son simplemente objeto de un diálogo político a nivel ministerial o en subcomisión, casi como si de un Estado miembro se tratara. Este proceso (denominado euromediterráneo o de Barcelona) es un camino irregular que tropieza con numerosos obstáculos y que no termina de cuajar en muchos países, pero que en Marruecos, Túnez o Israel encuentra alumnos aventajados. La falta de libertades, la concentración de poder económico y el alto grado de represión siempre se consideraron como males menores pero necesarios para poder aplicar las políticas neoliberales preconizadas tanto por la UE como por el FMI.
La mayoría de los tunecinos no se levantó solamente contra Ben Ali, sino contra todo un régimen. No para recuperar únicamente la "libertad de expresión", como afirma Sami Naïr (que antepone su republicanismo francés a una democracia sustancial), sino para apropiarse de todo lo que un sistema de depredación y privatización les estuvo robando durante décadas. Empezando por la esperanza. Europa forma parte de dicho sistema, con la gestión policial y la discriminación -todo lo republicana que se quiera- de las poblaciones magrebíes, tanto al sur del Mediterráneo como al norte, gracias a una política migratoria y de seguridad de tintes coloniales.
Hoy los militantes del partido de Saïd Saadi salieron a la calle en Argel para protestar contra el estado de excepción, que este mes de enero cumplió 19 años y que ilegaliza este tipo de manifestaciones. Las ciudades argelinas llevan años en estado de revuelta constante y en las últimas semanas se intensificaron los disturbios, aunque no con el impacto político de la revuelta de octubre de 1988. Esta misma semana se dio a conocer que el año pasado 1.400 argelinos "en situación irregular" habían sido expulsados de España. Que cunda el ejemplo tunecino en la región, sí, pero no sólo en la orilla sur, como si en Europa no estuviera pasando nada. La "idea republicana", la "democracia responsable" que anunciaba Ben Ali en su discurso de 7 de noviembre de 1987, está agotada, mal que le pese a Naïr. La intifada tunecina es euromediterránea y exige democracia, ahora.
Comentarios
Escrito por: Basilio Pozo-Durán.2011/01/26 03:48:5.518000 GMT+1
http://basiliopozoduran.org
La gran diferencia entre el apoyo que puede prestar Arabia Saudí y la Unión Europea estriba en que con esta última se da ese proceso de integración que conduce a la adopción de políticas de carácter neoliberal, incluyendo aspectos de seguridad que no son en absoluto ajenos a los gobiernos europeos (véase las políticas antiterrorista y migratoria). No es que la UE "apoye" o sea "responsable" de la existencia de alguien como Ben Ali: es que ambos forman parte de un mismo dispositivo de poder.
Escrito por: Samuel.2011/01/26 10:07:40.372000 GMT+1
www.javierortiz.net/voz/samuel