Ante las elecciones autonómicas y municipales del próximo 27 de mayo, quienes están vinculados de alguna manera a los movimientos sociales de izquierda vuelven a verse enfrentados al eterno dilema: participación institucional (electoral) o no, that is the question.
En mi tierra, en Tenerife, esta disyuntiva se presenta con mayor urgencia, por la confluencia de una serie de factores: la atomización y escasa representatividad de los partidos de izquierda, una elevada abstención, y la pujanza de un movimiento social que ha ido creciendo al calor de las movilizaciones contra los desmanes desarrollistas de una clase político-empresarial canaria que apenas si se ha renovado desde el franquismo.
Desde hace dos años, el debate se ha centrado en torno a la constitución de una agrupación unitaria que traduzca en términos electorales la fuerza y diversidad de dichos movimientos sociales, que han integrado a vecinos sin adscripción partidaria, militantes ecologistas, independentistas o de izquierda (jóvenes o curtidos en mil derrotas), estudiantes y profesores universitarios, y toda una nueva generación de precarios, de artistas, que tratan de encontrar un espacio común al margen de las naftalinas folclóricas de los actuales gobernantes. Por otro lado, en Santa Cruz de Tenerife el viento sopla a favor de una renovación del panorama político como consecuencia del navajeo político en el seno de la derecha, que en esta ocasión se presenta fragmentada.
La discusión no ha sido fácil, y la inminencia de las elecciones autonómicas llevó a tomar posiciones. El proceso de unificación culminó no en una, sino en dos coaliciones principales: Alternativa Sí Se Puede por Tenerife (que reúne a Acción Verde, la Plataforma contra el Puerto de Granadilla, Alternativa Popular Canaria (APC) y a colectivos ciudadanos de municipios en los que la movilización popular está en alza); e Izquierda Unida-Los Verdes-Unión Ciudadana. Ambas agrupaciones presentan listas al Cabildo, y a las dos ciudades principales, Santa Cruz de Tenerife y La Laguna. Alternativa Sí Se Puede presenta, además, candidaturas en Buenavista del Norte, Tacoronte y Granadilla. En otros municipios IU, APC o Los Verdes presentan listas propias. Otras formaciones marginales han optado por no integrarse en ninguna plataforma o agrupación, y presentan listas propias.
Todo el esfuerzo se concentra, pues, en cabildo y ayuntamientos. Conseguir escaño en el Parlamento de Canarias se presenta, a fecha de hoy, como una tarea imposible, habida cuenta del vigente sistema electoral, casi censitario: una fuerza política debe reunir al menos el 6 % de los votos en todo el archipiélago, o bien el 30 % de los votos en una circunscripción insular, situación única en España (aunque en el País Vasco se producen limitaciones al sufragio más lamentables). De esta manera el juego parlamentario se reduce a tres partidos, PSOE, Coalición Canaria y Partido Popular. Sin embargo, IU y Los Verdes, confiados en el tirón de sus respectivas marcas electorales, no dudan en intentarlo, eso sí, por separado.
Este debate sobre la participación electoral (presentarse o no, y cómo) reproduce las discusiones que han tenido lugar en otros países como Francia. En América Latina, en cambio, este problema se ha visto ampliamente superado por la fuerza arrolladora de unos movimientos sociales que han modificado por completo el mapa político de la región. En esta región la controversia se establece, aquí y ahora, en torno al papel de los movimientos sociales con respecto a los nuevos gobiernos de izquierda: es la cuestión de la nueva gobernabilidad, y la relación entre autonomía de los movimientos y Estados deslegitimados en proceso de refundación. Cuestión que está lejos de estar cerrada, y que a este lado del charco cuesta entender.
En Tenerife, no poca gente afín a los nuevos movimientos sociales desconfía de todo lo que tenga que ver con la "política", concepto que queda reducido al juego electoral partidario, a tejemanejes bajo la mesa o entre bastidores, con una corrupción generalizada, o a una manera de encontrar trabajo en la administración.
La desconfianza es, en principio, sana, mientras suponga una crítica a la cultura política tradicional, a las estructuras jerárquicas de los partidos, a los juegos entre cuadros dirigentes, a la manipulación mediática. Pero pierde el norte cuando se queda atascada en posiciones antagónicas por principio (reforma/revolución, voto/abstención), y que puede resumirse en este planteamiento derrotista y paralizante: no se puede cambiar nada sin cambiar todo, luego no podemos cambiar nada.
No existe un concepto previo de "sociedad" al que haya que dirigirse para ver cómo cambiar las cosas en la realidad, tampoco guías o manuales precocinados. Hacer política democrática hoy, política de multitudes, es tratar de abrir espacios para los movimientos, construir redes de cooperación, explorar vías para gestionar lo común (desde la naturaleza física al cyberespacio), y resistir -no gestionar- tanto la expropiación como la explotación. Desde esta perspectiva, votar o abstenerse va a depender de la coyuntura política, de la relación de fuerzas, de las redes que se hayan logrado articular.
Personalmente, apoyo a la gente de Sí Se Puede, que es la opción que ha seguido un proceso de constitución más abierto, democrático y transparente, y que ha integrado personas con una trayectoria política y militante con la que me identifico más. Mantienen, además, un discurso autónomo, claramente diferenciado del PSOE, algo más difícil de encontrar en el caso de Los Verdes o IU. Que no es poco.
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Escrito por: embajadas en peru.2007/05/21 19:06:11.160000 GMT+2
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