Fotograma de Hugo (2011), dirigida por Martin Scorsese.
[Atención, destripo algunos elementos de la película]
La última película de Martin Scorsese, Hugo (estrenada en España con el título La invención de Hugo), es un homenaje a los orígenes del cine, a su evolución y a la preservación de su memoria. Scorsese es uno de los principales activistas estadounidenses, junto con su amigo Francis F. Coppola, de la conservación y restauración de las películas de celuloide. Esto se evidencia en La invención de Hugo con algunas escenas innecesariamente didácticas, que contribuyen a la irregularidad de su ritmo. Scorsese se encuentra más cómodo cuando relata lo que realmente quiere contar, el drama vital de Georges Méliès (intepretado por Ben Kingsley). Visualmente apabullante, con un uso virtuoso del 3-D, Scorsese moderniza las técnicas desarrolladas por el cineasta francés hace más de un siglo. Sin embargo, renquea cuando intenta expresar el sentimiento de aventura y la emoción de un niño ante lo mágico.
Georges Méliès, pionero del cine fantástico en el pasaje del siglo XIX al XX, llegó a realizar más de 500 películas, de las que apenas se conservan 200. Muchas de las películas fueron fundidas por el ejército francés durante la I Guerra Mundial para obtener el celuloide y plata que contenían los negativos y otras fueron destruidas por un Méliès frustrado. Curiosamente, Scorsese explica su caída en desgracia tras la Gran Guerra, por el advenimiento de una nueva era en la que el público buscaba relatos más "realistas". Pero esto solo es una parte de una historia más amplia, la de la conversión del cine en una industria de masas, con transformaciones tecnológicas que afectaron al lenguaje cinematográfico, el control del nuevo medio por grandes empresas y la problemática de la propiedad intelectual. Esta cuestión, la del difícil tránsito a una nueva fase de desarrollo del cine, también está presente en la película The Artist. El estreno de ambas películas coincide con un momento en el que la industria pretende reforzar la protección de los derechos de propiedad intelectual, cuestionados por el uso compartido de copias en internet. La invención de Hugo no toca estos aspectos incómodos de la industria y el mercado. De hecho, corporaciones como la de Thomas Edison distribuyeron copias de películas de Méliès sin retribución alguna e impusieron cambios organizativos y en el sistema de distribución, que terminaron por rematar la carrera de un productor independiente, un artesano como Georges Méliès. Un buen resumen es el que hace el historiador Román Gubern (Historia del Cine, Ed. Lumen, 1989):
"El inicio de la decadencia de Méliès puede situarse hacia 1906. Su industria artesanal, que ha convertido el invento de Lumière en pujante espectáculo popular, comienza a competir difícilmente con las poderosas sociedades europeas o americanas (Pathé, Gaumont, Nordisk Film, Biograph, Vitagraph, etc.). El hecho de que sus películas de este período tuvieran especial audiencia entre los niños, cuando el cine comenzaba a afianzarse entre los adultos, fue un neto síntoma de su declive. Por otra parte, los exhibidores, antes nómadas, comienzan por entonces a estabilizar sus locales y de ahí nace la exigencia de una continua renovación de programas, que la artesanía de Méliès no está en condiciones de proveer. No obstante, sigue cultivando el "gran espectáculo", con películas tan caras y ambiciosas como 200.000 leguas bajo el mar (Deux cent mille lieues sous les mers, ou le cauchemar d'un pêcheur, 1907) y ¡A la conquista del Polo! (À la conquête du Pôle, 1912), que dan la justa medida del portentoso ingenio de este pionero del cine.
A finales de 1908 Georges Méliès preside el Primer Congreso Internacional de Fabricantes de Películas, como resultado del cual la Star Film ingresa en el trust fundado por Edison en Nueva York. Al año siguiente vuelve a presidirlo, con asistencia de unos cincuenta delegados, en donde se toma el acuerdo capital de unificar la perforación de las películas de treinta y cinco milímetros. Pero allí también se decide eliminar el sistema de venta de películas a los exhibidores, sustituyéndolo por el alquiler, de superior rentabilidad. Esta medida iba a resultar fatal, precisamente, para los productores intependientes y artesanos, carentes de adecuada organización, como era el caso de Méliès.
En 1911, con los recursos cada vez más menguados, Méliès tuvo que aceptar la ayuda financiera de su rival Charles Pathé, con la garantía de su estudio y del teatro Robert Houdin. Pathé se habría apoderado de ellos muy pronto de no haber sido por el estallido de la guerra, que paralizó la acción judicial, al tiempo que Méliès desaparecía sin dejar rastro.
No se supo más de él hasta que, a fines de 1928, un periodista, el director del semanario Ciné-Journal, identificó a Méliès, convertido en un anciano de barba puntiaguda, vendiendo juguetes y golosinas en la Gare de Montparnasse. La noticia saltó a los periódicos y, naturalmente, se organizaron homenajes y se le otorgaron condecoraciones, intentando reparar el olvido en que había caído, durante catorce años, el fundador del espectáculo de sombras animadas. Pero ni los aplausos, ni los discursos, ni los homenajes, ni las condecoraciones resolvieron los problemas del anciano Méliès, que siguió abriendo puntualmente cada mañana su puestecito de la estación de Montparnasse, para ganarse el sustento trabajando durante quince horas diarias. El fantasma de la enfermedad le andaba rondando y, afecto de un cáncer de estómago, falleció el 21 de enero de 1938, en el hospital Léopold-Bellan, de París. En su entierro tan sólo dos cineastas conocidos acompañaron su ataúd: René Clair y Alberto Cavalcanti."
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