Unos resultados electorales pueden nublar más que aclarar la visión de las cosas. Entre los obnubilados, ocupan un lugar de honor muchos dirigentes y simpatizantes del PSOE. José Luis Rodríguez Zapatero reformó la Constitución, con apoyo del Partido Popular y acto seguido convocó elecciones, asumiendo la previsible derrota de su partido, que también la daba por descontado. La única preocupación del PSOE consistió en salvar los suficientes muebles como para afrontar las próximas elecciones generales con alguna posibilidad de éxito. Los socialistas confían en la dinámica turnista del sistema parlamentario vigente, en la agudización de la recesión económica como consecuencia de los ajustes y en hipotéticos cambios de gobierno en Europa, especialmente en Francia y Alemania. "No tiene que ver con la ideología, sino con el calendario", es el cálculo cínico que hizo Javier Caldera, ex ministro socialista y vicepresidente ejecutivo de la Fundación Ideas, poco antes de las elecciones en una reunión en Madrid. Donde hay ciclos los ciudadanos pintan poco.
Sin embargo, la debacle fue más grande de lo que los asesores vendedores de humo esperaban. Cualquiera que tenga un poco de memoria recordará en qué contexto ganó el PSOE las elecciones de 2004. Recibieron millones de votos de ciudadanos, bastante indignados y movilizados, que no querían volver a ver a la tropa de Aznar ni en pintura, especialmente en Cataluña. El PP, por su parte, entonces perdió únicamente medio millón de votos con respecto a las elecciones de 2000. Solo desde la soberbia o la ceguera pudieron pensar que aquellos votos, y los conseguidos en 2008, representaban una firme adhesión o un cheque en blanco.
Por su parte, el incremento en votos de Izquierda Unida llevó a Cayo Lara a declarar que su partido aspira a "conquistar la hegemonía de la izquierda". Algo que deberá aclarar a otros partidos cuando les propongan alianzas en futuras elecciones. Es cierto que debido al desplome socialista la diferencia entre ambos munca había sido tan corta (si exceptuamos la etapa del PCE). Pero algunos datos matizan seriamente su comprensible entusiasmo. En 1989 la IU de Julio Anguita logró un ascenso similar, aumentando en 800.000 votos los resultados obtenidos en 1986 y colocándose en 1.858.000 votos. Solo que entonces el PSOE perdió 786.000 votos, no 4 millones. Cuando en 1996, año de la primera victoria del PP, IU alcanza 2.639.774 votos (su récord histórico), el PSOE no solo no había perdido votos sino que había mejorado los resultados de 1993 y los de 1986 (de ahí que Felipe González hablara de "derrota dulce"). De modo que si tenemos en cuenta el descalabro histórico que sufrió el PSOE el pasado 20 de noviembre, y el hecho de que el censo electoral es hoy bastante mayor que en 1996, el ascenso de IU resulta relativamente discreto y obliga a ser cautelosos con respecto al futuro.
No es que el paisaje del resto de partidos alternativos no conservadores esté mucho mejor, con la excepción de Amaiur. Irrupciones como la de Equo -otra formación a la que le perjudica el sistema electoral vigente-, con ser importantes tampoco han sido espectaculares. Al margen de las controversias sobre el sistema electoral o la ausencia en los medios de comunicación tradicionales, lo cierto es que en los movimientos contestatarios y en la izquierda predomina la diversidad y la fragmentación, y la palabra "hegemonía" produce urticaria, lo que conduce a resultados inevitables cuando la representación exige lo contrario. Es el mismo muro contra el que se estrellan una y otra vez las izquierdas francesas en las elecciones presidenciales (que exige aún más unidad). En algunas provincias, las precipitadas apuestas por frentes unitarios para conseguir representación se saldaron con un fracaso. Por ejemplo, en la provincia de Santa Cruz de Tenerife, la coalición de Izquierda Verde Canaria no revalidó los votos que los partidos integrantes habían conseguido apenas unos meses antes (mientras que un partido de ámbito estatal como IUC los mantuvo), lo que nos recuerda además la prudencia que hay que tener a la hora de extrapolar realidades locales a convocatorias de ámbito estatal (y viceversa).
Además de dicha fragmentación, hay cuestiones de fondo que no pueden soslayarse con consuelos estadísticos, como el hecho de que los millones de personas que invirtieron su "capital político"(perdonen el economicismo) en un valor considerado "refugio" (sic) no sean mayoría en relación con el conjunto de la población. No son mayoría, pero son todavía muchos los que comparten ese "sentido común" que invoca el sufrimiento para alcanzar la salvación.
En Europa, incluyendo la provincia española, asistimos a una aceleración e intensificación -vía shock financiero- en la reconfiguración autoritaria de la institucionalidad política, unas veces con pieles tecnocráticas de cordero y otras con un apoyo popular que no es unívoco. Me remito a lo escrito en este blog. Ojalá que la resistencia a la misma -dentro y fuera de las instituciones existentes- no se limite a quedar bien con la parroquia, produciendo comunicados de rechazo frente a cada nueva agresión mientras se está pendiente de la calculadora electoral. Construir algo nuevo en el desierto ya es de por sí complicado. Mejor si no nos distraemos mucho con espejismos.
2011/11/24 15:30:31.972000 GMT+1
Espejismos
Escrito por: Samuel.2011/11/24 15:30:31.972000 GMT+1
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