"Abajo encontramos a los que luchan y se escuchan en otras voces, en otras lenguas" Subcomandante Insurgente Marcos, Manifiesto de la Otra Campaña (2006)
Aún es pronto para establecer una genealogía de la revuelta en España -¿o habría que decir en Europa?-, como hizo Raúl Zibechi con respecto a la Argentina que explotó en 2001-2002 tras una década de privatizaciones, reformas y ajustes neoliberales. En su libro, Zibechi decía que "el mundo nuevo deja de ser el lugar al que se llega después de una larga travesía. Es la travesía misma". Y en esa travesía se encuentran los movimientos juveniles (y no tanto) que confluyeron en torno al 15 de mayo.
La mayoría de los periodistas españoles, demasiado acostumbrados hablar del poder desde y junto al poder, andan perplejos con los movimientos micropolíticos que están proliferando en las multiforme hidra española. La información mediática mantiene la perspectiva de los principales partidos políticos y se limita al impacto que pueda tener en las elecciones locales y autonómicas del 22 de mayo. Fue la intensa comunicación de miles de jóvenes precarios y parados, los que se manifestaron, los que tuitearon y los que luego acamparon, lo que les ha obligado a prestarles atención, aunque hasta ahora no haya habido otra violencia que la policial. Estos jóvenes (y, repito, no tan jóvenes) comienzan a compartir, como sus vecinos árabes y europeos, algunas de las características que hicieron de la experiencia argentina algo especial: su autonomía con respecto al Estado, los partidos políticos y los sindicatos tradicionales; la reapropiación de los espacios públicos urbanos; la horizontalidad; una práctica democrática antagónica con la representación; una renovada autoestima y la construcción de nuevas identidades. Las llamadas redes sociales aceleran y facilitan lo que hace diez años, en el momento álgido de los movimientos alterglobalizadores, se hacía vía correo electrónico o mediante las tradicionales asambleas. En la insurrección popular del 14 de marzo de 2004, el medio destacado fueron los SMS.
Las similitudes económicas y hasta políticas con el caso argentino comienzan a acumularse. La visita a Madrid, estos días, del grupo argentino de investigación militante Colectivo Situaciones, constituye por ello una feliz coincidencia. Quienes tengan la fortuna de encontrarse con ellos -o leerles- podrán conocer herramientas y métodos de interpretación de los que carecen los articulistas pendientes de la suerte de su partido favorito. Por lo que se refiere a los movimientos, hay con todo diferencias importantes con respecto a la Argentina: la densidad institucional europea, multinivel; la preeminencia del Estado como ámbito casi exclusivo de lo político; el diferente sistema de partidos; o la ausencia en las protestas españolas de los más pobres y excluidos, que en la Argentina de fuertes desigualdades fueron en cambio protagonistas. El pobre es una categoría relativa, pero en Europa tiende a identificarse con el lumpen que nunca encajó en la clase obrera clásica: hoy es el espectro que la aterra. Entre los pobres, hoy en España, podemos encontrar desde barrios miseria -donde se desarrollan estrategias de supervivencia, con frecuencia subversivas, que preferimos ignorar o despreciar- a inmigrantes como los que acamparon en Murcia tras el terremoto. En cierto modo, la protesta de estos días representa un rechazo al empobrecimiento -conocido como ajuste- promovido por los poderes públicos y económicos que secuestraron la palabra democracia.
Queda por ver la relación del 15 con el 22 de mayo. Entre los manifestantes y simpatizantes se oscila entre el #nolesvotes como rechazo a toda forma de representación (a todos los niveles) y la restricción de dicha petición a los partidos políticos dominantes a nivel estatal y autonómico: en suma, las fuerzas y familias políticas que protagonizaron la transición. En las elecciones locales lo que se juega es el fin de la hegemonía de partidos y caciques que durante años o décadas construyeron estructuras de poder basadas en relaciones clientelares con raíces que en muchas ocasiones nacen del propio franquismo. A ellas se aferran políticos profesionales y clases medias desesperadas por mantener estatus y empleos. En esto cabe aprender también de las lecciones de Argentina, donde esta cuestión nunca llegó a resolverse.
Sea como fuere, en las elecciones del 22 de mayo son precisamente los movimientos ciudadanos, nacidos al calor de reivindicaciones diversas, los que en muchos casos aportan un aire nuevo en municipios gangrenados por el endeudamiento y la corrupción urbanística. Para ello han tenido que pagar el peaje de la forma-partido, o bien adoptan formas híbridas, pero al menos abren espacios y posibilidades. El problema no estriba tanto en elegir necesariamente entre voto o abstención, o entre movilización electoral y callejera, alternativas que sólo pueden valorarse estratégicamente en la situación concreta. Lo que importa es la infinita proliferación de experimentaciones políticas, dentro y fuera de los consistorios, la lenta y difícil construcción de un común democrático. No cabe juzgar: sólo participar y acompañar.
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